Ir a la portada

Una de Gangsters

Por Miguel Espinaco

     Es cierto. El bombardeo cotidiano, la masacre sin límites que despedazó edificios, calles y gente, los cínicos discursos de Bush, esas columnas de humo en Bagdad que la televisión mostró hasta el hartazgo, podrían mirarse como a una de esas películas de cine de terror en las que un monstruo lo suficientemente monstruoso se dedica a sembrar pánico y muerte por cuenta y orden de su maldad manifiesta.

El fin del orden de post-guerra

      Fue la crónica de una muerte anunciada.

      El orden nacido de la segunda guerra mundial había empezado a tambalear ya hacía mucho, posiblemente durante la crisis petrolera de los 70 cuando Estados Unidos deroga unilateralmente la convertibilidad del dólar en oro que había nacido de los acuerdos de Bretton Woods. Ya en ese momento se decretaba que el dólar era moneda mundial sencillamente porque el país que lo emitía era la policía mundial. La desaparición de la Unión Soviética a fines de los 80, desequilibró aún más esa institucionalidad apoyada en la multipolaridad.

      Ya en los 90, la ONU y su consejo de seguridad fueron puenteados para organizar guerras que se decidían en el G7 y en la OTAN. Es que esa organización – a pesar de ser profundamente antidemocrática con sus poderes de veto y sus membresías permanentes – resultaba un escenario que convenía obviar para negarles micrófonos y cámaras de televisión a los países pobres.

      Esta invasión fue organizada después de un transparente per saltum al Consejo de Seguridad que quedó así herido de muerte, literalmente pintado. Lo que estamos viendo hoy – entre el humo de los misiles – es la rediscusión violenta de una nueva institucionalidad para la dominación mundial.

      En ese marco, resulta casi patético verlo a Kofi Annan proponiendo a la ONU como administradora de la reconstrucción de Irak, al Primer Ministro alemán pidiendo pista para ver si consigue aunque sea las migas de la rapiña imperialista, a Chirac alegrándose de la caida de la dictadura iraki para no quedar afuera del reparto. Y resulta esclarecedor que absolutamente a ningún país se le ocurrió presentar siquiera una tímida declaración de condena a la invasión en el marco de las Naciones Unidas.

      Ese nuevo orden que pretenden parir está sometido a varias tensiones que resultan demasiado enrevesadas. Por un lado, todos están de acuerdo en disciplinar a los países pobres para que sigan siendo el pato de la boda, y por eso no quieren alborotar demasiado el avispero, pero buscan tratando de no hacer demasiado revuelo, una silla en la mesa de negociaciones del poder. Por otro lado, el disciplinamiento de los pueblos del mundo necesita de un estado mundial con su inevitable ejército mundial, pero esa necesidad choca a cada rato con la busqueda incesante de cada una de las bandas burguesas que necesitan su propio estado nacional para que le cuide los intereses en la carnicería incesante del mercado mundial.

La metáfora resultaría, paradójicamente tranquilizadora. En todo caso, como en las películas de terror, alcanzaría con eliminar al monstruo antes de ir a los títulos de cierre.

     La cosa no resultaría demasiado complicada. Si el problema fuera la derecha republicana en el poder, habría que propugnar que vuelvan los demócratas, pero para eso habría que olvidarse de que ellos también tienen las manos manchadas de sangre. Si el problema fueran las pretensiones imperiales del amo del norte, habría que pensar en restituir la "legalidad" del consejo de seguridad, pero para eso habría que olvidarse de Serbia, de Afganistán y de todos los genocidios que se perpetraron bajo su paraguas protector. Si el problema fuera la locura de Bush, el tema se resolvería con una pericia siquiátrica.

     Sin embargo, la verdad es que no se trata de una película de terror – aunque de verdad provoque miedo – sino de una de gangsters. En ésas, siempre el dinero y las balas se mezclan irremediablemente y la violencia es hija natural de la trama y de su lógica implacable.

      Es así. Cuando las cosas andan más o menos bien los gangsters se reparten los barrios en los que cada cual se dedica a vivir del trabajo de los asustados vecinos. Los muchachos malos se dedican a cobrar la consabida "protección" que consiste en una cuota que protege de los males que esos mismos malos muchachos pueden provocar, y los jefes se juntan de vez en cuando a hacer negocios y a tomar whisky amigablemente. Las patotas armadas sirven apenas como fuerza disuasiva para que los negocios sigan viento en popa en medio de esa especie de paz armada que campea en la primera media hora de las películas de gángsters.

      Después, sea porque es necesario avanzar para mantener la ganancia, o porque aparece un nuevo competidor con pretensiones, o porque las bandas no se ponen de acuerdo en cómo repartir el botín, la cosa es que terminan a los tiros y rompiendo sin piedad todo lo que entra en la pantalla.
En el mundo del capitalismo, igual que en el de los gangsters, la violencia es la continuación inevitable de la paz armada.

      La invasión a Irak consiste por un lado, en una operación de disciplinamiento masivo al conjunto de los paises pobres del mundo, una muestra del poder de fuego, un violento miren lo que pasa si no toman la sopa. Los supuestos errores de los misiles llamados inteligentes no pueden ser más que vistos como parte de esta amenaza, los cuerpos despedazados en los mercados de Bagdad deben ser mirados antes que como equivocaciones, como terroríficos espectáculos montados para el mundo que mira por tv, para que todos tomen nota de lo que están dispuestos a hacer por "su" dinero y por sus negocios.

      Sin embargo, el ataque genocida tiene también otra razón de peso. No conviene olvidarse que decir que el petróleo es de los irakies es apenas una verdad a medias. Las empresas rusas y francesas como Lukoil y TotalFina Elf tenían promesas basadas en sus buenas relaciones con el gobierno de Saddam y eran esas empresas las que planeaban quedarse con la parte del león de un negocio inimaginablemente multimillonario. Desde ese ángulo, la invasión puede ser vista como una lucha de rapiña entre bandas con el mundo como escenario de sus tiroteos y con los pueblos como víctimas. Es evidentemente esta razón, y no los alegados motivos humanitarios, la que ha dividido a los siete grandes y al Consejo de Seguridad.

Pobres contra pobres

      En las guerras que organizan los millonarios los que ponen el cuero son siempre los pobres.

      Eso es definitivamente verdad para los irakíes que mueren por cientos en esta operación homicida, y es también verdad para las tropas de la llamada "coalición".

      Martín Caparrós señala que "los diarios ya cuentan tres muertos mexicanos y sus historias: que se enrolaron en el ejército usa porque les daban un sueldo, un lugar y, sobre todo, la nacionalidad americana, la gran meta". El número de látinos declarados por los generales yanquis alcanza ya a 1500 efectivos y el nuevo reclutamiento que realizan para llevar más tropas a Irak se publicita abiertamente con la promesa de la nacionalidad para los ilegales.

      Por si todo eso fuera poco, de todos los políticos norteamericanos apenas un legislador en una cámara de representates de cientos de miembros, tiene un hijo en el frente.

      Así es fácil ser belicista ¿no es cierto?

      La situación de la economía mundial, la recesión amenazante, la gigantesca masa de capitales que lucha a dentelladas por un botín menguante, es el telón de fondo que ha decidido al que tiene la patota armada más imponente a tratar de avanzar un casillero en este juego de muerte. El mundo del capitalismo es apenas esto, un mundo en el que algunos pocos viven del trabajo de demasiados muchos, un mundo sometido a las necesidades de las bandas armadas que defienden a sangre y fuego esa desigualdad que es parte inevitable de la trama.

      La invasión a Irak– la guerra, como le dicen con cínica exageración los medios de desinformación pública – ha detonado un gigantesco movimiento por la paz. Es importante señalar que ese movimiento antiguerra, que tendrá mucho para decir en el futuro próximo en el que ya empiezan las amenazas a la vecina Siria, se desarrolla velozmente siguiendo la dinámica del movimiento antiglobalización que ya tiene algunos años de historia, mucho más velozmente que aquella gran movilización que echó a los norteamericanos de Vietnam y que cortó de raíz las bravuconadas del imperio por una década entera hasta que la situación les permitió volver a las andadas, nada más que porque ésa es su ley.

      Conviene no perder este hecho de vista. Así como en las películas de gángsters los tiros resultan una conclusión inevitable, una de las marcas del género, la guerra es apenas la continuación del capitalismo por otros medios, su hija natural, y apenas se puede esperar de él algun brevísimo período de paz armada que será interrumpido, más temprano que tarde, por el aterrador ruido de las armas y por el rojo de la sangre.

      De modo que mientras se lucha por la paz, por el fin de la invasión de la maquinaria militar yanqui al pueblo de Irak, por el retiro de los marines que se dedicarán a ser garrote de la dictadura colonial que piensa instalar Bush y amenaza para todo Medio Oriente, habrá que tomar nota de que no habrá pacifismo en serio si no se va a fondo contra el capitalismo, contra el huevo de la serpiente del que nace la violencia, habrá que tomar nota de que no alcanza con cambiar de actores mientras el mundo del capital nos siga proyectando una de gángsters.

Ir a la portada