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El perro guardián Por Miguel Espinaco El tema de la llamada inseguridad ha vuelto a la primera plana de los diarios. Recurrente como pocos, la cuestión es lo suficientemente complicada como para no tomarla con la liviandad con que la toman ciertos políticos y ciertos comunidadores sociales.
Realmente no conviene minimizar este problema ni mirarlo nada más que como excusas de la derecha para afirmar el control social.
Que algo cambió es cierto, y no es para menos. Muchas cosas cambiaron en este país desde finales de 2001 a esta parte. La ofensiva contra los desarmaderos de autos robados y la puesta en la mira de las fuerzas policiales que - ahora casi todos lo dicen - es más parte que solución del problema, ha renovado los aires en un debate que amenazaba convertirse en un unilateral llamado a la mano dura y a la represión a cualquiera que tuviera cara de pobre. Sin embargo, esos mismos sectores que aspiran a recrear un capitalismo inclusivo y una policía depurada, muestran casi enseguida los límites de sus buenas intenciones y no olvidan "saturar" las calles de fuerzas de seguridad por si las moscas.. La primer pregunta que habría que responder es de quién es la culpa de que haya más delincuencia ¿es culpa de la mala suerte? ¿de los designios del más allá?. Evidentemente no. El problema tiene que ver con el sistema social que unos y otros defienden, este sistema en el que algunos viven bien, muchos se la rebuscan y otros tantos apenas si viven. Y tiene que ver, no sólo porque produce más pobres cada día - lo cual ya sería razón suficiente - sino con la razón más de fondo de que se trata justamente del sistema del sálvese quien pueda. Excepto para los Maradonas y para algunos otros pocos que tienen la suerte de ser especialistas en trabajos muy bien remunerados, en el reino del capitalismo es verdad aquella máxima de Barrionuevo de que la plata no se hace trabajando. Es un sistema basado en la rapiña, donde el verdadero arte de la ganancia es el de hacer trabajar a los otros para quedarse con la parte del león. Y es un sistema violento, porque las posiciones de privilegio en el reparto se defienden a sangre y fuego. Basta recordar la dictadura o los más recientes asesinatos de Santillán y Kostecky, muertos por disputar una parte de la gran torta con la que se quedan los dueños de la economía. Entonces por qué asombrarse de que este ejemplo masivo se convierta en una usina de delincuentes grandes y pequeños, en un generador de pequeños sobrevivientes a mano armada y de grandes bandas que hacen su propia interpretación de la libre empresa? Sin embargo, es bien cierto que la situación se ha vuelto peor por estos tiempos, y eso justamente porque el capitalismo actual ha generado mayor pobreza, mayor insatisfacción y mayor falta de perspectivas. Si uno hace un poco de memoria, recuerda que en la década del 60, era posible irse a dormir sin poner llave a la puerta de calle, o volver de noche a casa sin tener miedo de que lo asalten. Y en aquellos años también había capitalismo, y había marginales que se dedicaban a robar. No se trata de idealizar aquellos años, sino de intentar demostrar que la delincuencia y la inseguridad no crecen por arte de magia, sino que sus dimensiones son proporcionales a la pobreza y también a la pérdida de perspectivas, porque la mayoría de los jóvenes tenían la esperanza de estudiar o de tener un trabajo que les alcanzara aunque sea para llegar con esfuerzo a fin de mes, pero ahora ni eso. Ahora el capitalismo solo les promete más de lo mismo, les promete un futuro sin futuro. Entonces cuando los grandes patrones, sus políticos y sus medios de comunicación hablan de su gran preocupación por lo que han dado en llamar "ola de inseguridad" saben ya, a priori, que no van a solucionarlo, porque es una consecuencia inevitable de este sistema, del status quo de la explotación capitalista. Por eso, discuten cómo tiene que ser la represión, si mano dura o mano blanda, si hay que darle o no a la policía cierto espacio para hacer negocios, si hay que ser o no garantista. Discuten cómo hacer para que el sistema de represión funcione sin que la situación se les vaya de las manos, cómo hacer para que les sirva de barrera de contención a las consecuencias de sus políticas que generan delincuentes, pero que también generan enojo, oposición y lucha en los sectores populares. Y quieren hacer esto y prever al mismo tiempo que ese aparato de represión no se vuelva tan incontrolable que al final los termine secuestrando a ellos y pidiéndosle rescate, o matándolos en cualquier calle para robarles el auto. Por eso, porque la discusión se guarda minuciosamente en ese marco, no aceptan que nadie ponga en tela de juicio a la institución policial. Salen enseguida con eso de que no hay que atacar a la institución porque la institución es necesaria, es imprescindible, es una institución de la democracia. Dicen enseguida eso, porque son concientes de que institución es necesaria para controlar el desquicio social que ellos mismos producen y se ofenden si alguien se mete con su perro guardián, con su herramienta de represión. Nos dicen que hay buenos policías y malos policías y hablan de depurar la institución. Pero justamente por eso, porque nadie niega que hay policías buenos y malos, que hay muchos, inclusive, que arriesgan su vida, que ponen la cara en esta lucha de pobres contra pobres sin comerla ni beberla, justamente con eso se demuestra que el problema ES la institución, que la discusión sobre cómo debe funcionar encubre deliberadamente el verdadero debate, el debate sobre por qué los capitalistas necesitan un garrote, sobre por qué necesitan un perro guardián. El solo planteamiento de este problema, empieza a dejar en claro que algo anda muy muy mal en el capitalismo. Represión dura, represión blanda, policía mala o policía que aparezca democrática y civilizada, pero siempre garrote, siempre perro guardián, siempre "la represión debe llevarse a cabo". Planteado así el problema ¿alcanza con tomar partido por los que quieren el perro malo o el perro un poco más domesticado? La verdad, es que alguna perspectiva de solución sólo podrá venir de la mano de una mejor distribución del ingreso, de mejoras en el salario, en la ocupación y en la reconstrucción de aunque más no sea, mínimas perspectivas para los que viven de su trabajo. Pero más allá de eso, lo cierto es que para arribar a una verdadera solución del problema, para alcanzar realmente una convivencia social segura en la que pueda vivirse sin tenerle miedo al otro, habrá que poner la imaginación, el debate y la lucha con el norte puesto en cambiar este estado de cosas en el que se formó esta sociedad de temor y de muerte, buscar las soluciones de raíz que hagan innecesario al perro. |
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