Apuntes sobre socialismo

Intercambio de actividades

por Miguel Espinaco

Dije: en la siguiente entrega me meto con un par de ejemplos de actuales mundos sin dinero y esta es justamente la siguiente entrega, así que. El asunto era tratar de mostrar la posibilidad práctica de un mundo sin dinero visto que el dinero - en tanto prueba del delito capitalista - bien puede imaginarse el gran ausente en un eventual mundo socialista.

En realidad, en aquel ejemplo en el que un colectivero compraba un kilo de papas, habíamos aceptado que el dinero se comportaba como un juguete neutral, como un artificio para acercar a dos productores lejanos, a uno que maneja un colectivo y a otro que cosecha papas. En ese ejemplo - dejemos de lado las distorsiones del mercado - el vil metal funcionaría como un facilitador del intercambio de actividades sociales, evitando la incomodidad de tener que ir hasta la quinta a cambiar las papas por algo o, peor todavía, a verse obligado a pagar el pasaje de colectivo con papas.

Sin embargo, para que este ejemplo sea real habrá que incorporar otros elementos. Por ejemplo, nuestro colectivo tendrá un dueño que se quedará con parte del tiempo de trabajo de nuestro colectivero, y sin laburar. El señor que cosecha papas, por su parte, habrá pedido algún crédito a algún banco y detrás algún inversor se estará quedando - sin saberlo porque ni le importa - con parte del trabajo de producir papas. Todos, por su parte, pagarán impuestos que entre otras cosas más útiles, financiarán la vida de políticos, de asesores y de ñoquis.

Ya ves. El pesito del kilo de papas, que aparentemente cumplía la sencilla misión de hacer de intercambiador de actividades de nuestros dos productores, traía adentro algunas complejidades que dejaban tiempos de trabajo en forma de moneda, en manos de variados parásitos.

Lo que sucede es que el dinero es un fetiche, diría el viejo Marx y realmente, podría decirse que la función social más importante de la moneda es la de enmascarar las trampas de ese intercambio de actividades que es la base de cualquier producción social. Si este sencillo hecho no fuera eficientemente disimulado por la delirante suposición de que la moneda vale porque sí, los accionistas que viven de la rentabilidad de las empresas que se obtiene justamente robando trabajo a otros, no podrían explicar cómo obtienen tanto dinero - que es tiempo de trabajo social concentrado - si ellos no han trabajado absolutamente nada. Y seguramente estarían presos.

Dejemos del lado entonces al dinero y busquemos dónde ese intercambio de actividades se da sin su engañosa intervención. Habíamos dicho que construiríamos una familia campesina a la medida de nuestras necesidades.

Supongamos esta familia en la que conviven tres generaciones y a veces cuatro, que están llenas de hermanos, primos, tíos y demases. Esta gente vive en el campo y tiene alguna tierra que cultivar, unas vacas y unas gallinas, de modo que producen para su sustento. Su relación con el resto del mundo es mínima porque en el ámbito familiar se cosecha, se ordeña, se cose, se cocina, se teje y todo lo que venga, así que para lo poquísimo que falta - casi nada - se usa el dinero que se saca de vender el escaso excedente.

En esta familia no todos hacen de todo, claro. Unos salen a trabajar y otros se quedan en la casa lavando la ropa. Ni a tíos, ni a primos, ni a madres, ni siquiera a ese abuelo refunfuñón que siempre los hay, se le ocurre ponerle un valor a lo que hace, un valor que serviría por ejemplo para cambiar una docena de huevos por un buen plato de guiso recién cocinado.

Más allá de la democracia con que se ejerza la división de roles - generalmente no demasiada - lo cierto es que la economía familiar funciona sin moneda. Las actividades se intercambian en esa pequeña sociedad por tradición o por costumbre o porque todos están de acuerdo o porque alguien lo impone. Nadie mide el valor al que se intercambian esos servicios mutuos.

Hoy por hoy, claro, la familia urbana es más pequeña y su relación con el mundo exterior es mayor. Uno o varios integrantes de la familia consigue un ingreso más o menos regular en dinero y con eso se compran cosas con un más alto agregado de trabajo social, de modo que para una pizza nadie siembra ya el trigo para sacar harina y muchos ya ni siquiera amasan: arrancan directamente por la pre-pizza. Más allá de eso, el intercambio de actividades al interior de la familia sigue dándose sin dinero de por medio, aunque el dinero lo invade todo y por eso el trabajo de ama de casa no es tomado demasiado en serio, paradójicamente, porque no se lo enmascara en un valor medido en dinero, que como es un fetiche y por eso está en el altar.

En la entrega que viene, el ejemplo del mundo sin dinero lo traerá la empresa capitalista, que de paso me vendrá bien para algunas reflexiones sobre la racionalidad y la irracionalidad en el capitalismo. Pero todo eso dentro de catorce días.

Besos y abrazos.

Próxima entrega: Racionales e irracionales


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