Apuntes sobre socialismo

Racionales e irracionales

por Miguel Espinaco

Estaba dando ejemplos de mundos sin dinero, tangibles y reales, como para huir velozmente del terreno de las utopías. Si hay hoy mismito mundos así, el socialismo que tantos sindican imposible, el socialismo que en teoría no requerirá del dinero para enmascarar el robo del trabajo ajeno, tendría cuando menos una prueba de posibilidad.

Ya di el ejemplo de la familia campesina que intercambia actividades sin que medie el dinero y hablé también de la familia urbana que si bien ha limitado este intercambio de trabajo no mediado por el dinero a muy pocas cosas - vos hacés la cama, yo lavo los platos - tiene todavía algo de aquella familia predecesora.

Dije que el otro ejemplo te iba a sorprender bastante pero no tuve el cuidado de guardarme la sorpresa: ya te anticipé que me iba a referir nada menos que a la empresa capitalista. Y así es: al interior de la empresa capitalista no hay dinero.

El ejemplo viene bien, porque hay quienes opinan que eso del socialismo es muy bonito pero que la sociedad es muy compleja para que funcione un mundo así. Sin embargo, la empresa capitalista es bastante compleja, organiza una línea de producción que empieza - supongamos - en un grano y termina en harinas, organiza diferentes trabajos que se acoplan para que haya un flujo de producción sostenido y ajustado a la demanda.

Pero la empresa puede ser todavía muchísimo más compleja. Del grano podrían derivarse varios productos diferentes y entonces ya no se trata de una línea de producción sino de varias y encima la empresa podría administrar servicios, como un colectivo que lleva y trae al personal o un comedor, o podría estar integrada verticalmente a otras empresas que distribuyan el producto o lo vendan, o a explotaciones agropecuarias en las que se obtenga el grano, o horizontalmente a empresas que produzcan por ejemplo los envases.

Todas esas actividades se intercambian al interior de la gran empresa sin que el dinero aparezca ni dibujado. Un control centralizado - y nada democrático, pero ese es otro tema - decide qué se produce y cómo, a dónde hace falta invertir trabajo y a dónde no.

Este ejemplo de la fábrica capitalista sirve también, de paso, para algún comentario sobre la racionalidad y su opuesto, la irracionalidad más terrible que campea en el mundo del capital.

En nuestra empresa del ejemplo alguien planifica para que la utilidad se maximice. Estima cuanto va a vender y resuelve cuántas hectáreas sembrar, cuántos envases producir, cuanto tiempo de trabajo - del que surgirá la famosa plusvalía - va a tener que comprar en el mercado de trabajo y todos los etcéteras que se te ocurran. Puede ser que para la planificación se use alguna unidad de medida que parezca moneda, pero lo cierto es que sección agrícola no le cobrará los granos al sector molino, ni el sector molino cobrará la harina al área de envase, los precios no existen porque al interior de la empresa capitalista no existe la moneda.

De esa planificación al servicio de la utilidad capitalista surge cierta racionalidad, al punto que si el planificador acierta se trabajará lo menos posible para conseguir la mayor cantidad de producto, algo parecido a lo que pasa en nuestra familia campesina a un menor nivel de complejidad.

Está claro que ese "trabajar lo menos posible" no tendrá para la empresa capitalista el objetivo de que los productores tengan más tiempo de ocio, no señor, sino la finalidad de obtener más plusvalía porque comprando menos tiempo de trabajo se obtiene más ganancia, pero aclaremos lo mismo que esa crítica moral no hace mella a la mayor racionalidad de la que hablábamos: al fin de cuentas ellos planifican para eso, para ganar más plata.

Afuera del mundo planificable de la empresa, el capital funciona en la imposibilidad de planificar, se las arregla en la irracionalidad más misteriosa, y por eso todo se resuelve en grandes crisis y en guerras comerciales y de las otras. El mundo del mercado con supuestas manos invisibles, el mundo de la ficción del dinero, es en verdad un mundo imprevisible e inmanejable hasta para sus propios propagandistas que dicen confiar en sus supuestos automatismos y así estamos.

Obviamente el que haya elegido estos ejemplos, no significa que pretenda reivindicar a la familia campesina y a la empresa capitalista, pero demuestran la posibilidad de un mundo sin dinero. Tampoco pretendo hacer pensar que la simple universalización de sus funcionamientos resolvería el problema de la anarquía del capital: ni se me ocurriría sugerir el ridículo de que la solución sería que el mundo funcione como una gran familia ni mucho menos como una gran empresa.

El problema de la superación del mundo del capital es una cuestión mucho más complicada y el problema de la transición a ese mundo - que es nada menos que el problema de las revoluciones - está rediscutiéndose a la luz de los caminos que tomaron los socialismos realmente existentes. Sin embargo, a pesar de las dificultades que puedan aparecer, el asunto aparece cada vez más como de vida o muerte: el mundo del capital no parece darse mucha maña para sobrevivirse.

El automatismo capitalista, los vaivenes del mercado, la mano invisible, son apenas la muestra discursiva de que en el mundo del capital la raza humana ha perdido la capacidad de discernir su futuro, ha renunciado a la opción para aceptar ser llevada de la oreja por un mecanismo del que no sabe demasiado: hoy una burbuja bursátil, mañana un negocio que agranda el agujero de ozono y un calentamiento global y después una baja masiva de precios y quiebras en cadena y más tarde guerras para rebuscársela en el pedazo de mundo que queda en pie, si es que algo queda.

Estos apuntes apuntan a dejar algo anotado sobre las posibilidades del socialismo, a salvarlo del bastardeo que ha sufrido, a ponerlo de nuevo en el temario, pero solo son palabras. Que el socialismo sea o no sea dependerá de la historia que, de acá para adelante, está todavía por hacerse.

Será hasta más vernos.


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