Pizarnik

por Javier González

"Su poesía está fuera del tiempo y de las corrientes estéticas. Una punzante, urgente necesidad interior la empuja a imbricarse en la forma de sus poemas breves como su vida, sus grases netas y negras, sus palabras cinceladas".

Con estas palabras se refiere Silvia Baron Supervielle a Alejandra Pizarnik, en su prólogo a la edición de las obras completas de esta gran escritora y poetisa argentina.

El 25 de setiembre pasado se cumplieron 35 años de su muerte.

Acosada por sus propios fantasmas, o quizás por los fantasmas con las que la sociedad se encarga de perseguir a las mentes más brillantes, aquellas que desnudan con extrema sencillez y completo compromiso, la terrible realidad de la vida cotidiana.

Cuentan sus biógrafos que Alejandra nació un 29 de abril de 1936 en el seno de una familia de raíz ruso-judía, que su apellido en realidad era Pozharnik, pero que por esas cosas del destino -o más bien de los escribientes que registraban en grandes libros a los inmigrantes venidos del viejo mundo, escapando a la guerra y a la miseria- pasó a ser Pizarnik, y que gran parte de su familia pereció en el holocausto judío.

No debe haber resultado fácil para una mujer intentar el camino del estudio universitario por aquellos años de primer peronismo y "Revolución Libertadora", no obstante.

Alejandra eligió el camino de la filosofía y las letras en la Universidad de Buenos Aires. Esa búsqueda la lleva también a incursionar en el periodismo y en la pintura en el taller del pintor Juan Batlle Planas.

Esta búsqueda y estos fantasmas que comienzan a convivir con Alejandra Pizarnik, cobran vida en su obra literaria, la muerte, la melancolía, la tristeza y la noche ocuparán un lugar fundamental a lo largo de sus páginas escritas con mucho sufrimiento y tristeza.

A principios de los 70 realizó terapia con Enrique Pichon Riviere, padre de la Psicología Social en la Argentina. Con él compartió además su pasión por Isidoro Ducasse, Conde de Lautremont, ese personaje tan fascinante como enigmático.

Un día de setiembre de 1972, Alejandra decidió dejar de vivir.

Dicen que en el pizarrón que acompañaba sus días de internación en una clínica psiquiátrica habías escrito sus últimas palabras:

"criatura en plegaria/ rabia contra la niebla// escrito/ en / el/ crepúsculo// contra/ la / opacidad// no quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo// oh vida/ oh lenguaje/ oh Isidoro// septiembre de 1972".

Exilio (1958)

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.

Muerte por agua

Está parado. Y está parado de modo tan absoluto y definitivo como si estuviese sentado. W. Gombrowicz

El camino está nevado, y la sombría dama arrebujada en sus pieles dentro de la carroza se hastía. De repente formula el nombre de alguna muchacha de su séquito. Traen a la nombrada: la condesa la muerde frenética y le clava agujas. Poco después el cortejo abandona en la nieve a una joven herida y continúa viaje.

Pero como vuelve a detenerse, la niña herida huye, es perseguida, apresada y reintroducida en la carroza, que prosigue andando aún cuando vuelve a detenerse pues la condesa acaba de pedir agua helada. Ahora la muchacha está desnuda y parada en la nieve. Es de noche. La rodea un círculo de antorchas sostenidas por lacayos impasibles. Vierten el agua sobre su cuerpo y el agua se vuelve hielo. (La condesa contempla desde el interior de la carroza). Hay un leve gesto final de la muchacha por acercarse más a las antorchas, de donde emana el único calor. Le arrojan más agua y ya se queda, para siempre de pie, erguida, muerta.


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