Aunque no le guste que se lo digan

por Miguel Espinaco

Con mis convicciones, dijo, con mis ideas. Después agregó eso del inmenso y eterno compromiso con la patria y lo puso sobre todo, más arriba, pero ya se sabe que esas son apenas fórmulas de rigor, frases que sirven para que los discursos terminen en las alturas y para que entonces el aplauso surja así consecuencia inevitable.

Las convicciones y las ideas no, por lo menos no se sabe, por lo menos no se puede estar seguro. Puede que no, que no sean nada más que frases, puede que sí, que también sean sólo eso, como lo de la patria. En la época de la imagen, en la época en la que sólo es lo que es mostrado, no es fácil creer que haya algo que escape de la impostura, algo que no sea también un montaje para el escenario, una pose.

La culpa no es nuestra, no es de los que miramos la historia por la tele. Cristina Fernández es, al fin y al cabo, otro personaje de ficción y es complicado ponerle convicciones e ideas, sumárselas exige ciertas dotes de escritor de novelas que pone a andar los personajes, que les da vida.

Ocurre que el escenario es plano y apenas se distinguen los contornos, que uno se acostumbra a que esta gente diga las frases apropiadas y la cuestión de si las creen o no, no aparece pregunta pertinente: ¿cree Lopez Murphy que bajando el gasto público todos seremos felices? ¿cree Lilita realmente en sus metáforas de partos? ¿cree Cristina en el modelo de acumulación de matriz diversificada? "No somos marcianos ni Kirchner ni yo, somos miembros de una generación que creyó en ideales y en convicciones" dice Cristina casi como si respondiera.

Pero es difícil saber si la frase no estaba también en el libreto.

Gendarme de la rentabilidad de los empresarios

No es solamente, claro, pensar en caricaturas, imaginar a actores que se sacan las caretas y de golpe son otras personas que se ríen de lo que dijeron en el escenario para la gilada. Los caminos de la impostura son mucho más complicados, las personas se convierten en personajes casi a su pesar, pero no es sólo eso, tampoco es cierto que sean los mismos que eran antes.

Aquella frase de no somos marcianos termina con una negación casi inevitable: "tal vez estemos un poco más modestos y humildes - dice Cristina de Néstor y de ella - en aquellos años soñábamos con cambiar el mundo, ahora nos conformamos con cambiar este nuestro país, nuestra casa". Pero peor aún: el no somos marcianos implica la aceptación de que lo parecen y de que quizás lo son, de que en estos años se han ido alejando de los muchachitos aquellos de la universidad y se han hecho millonarios, personajes públicos, ricos y famosos.

Razón de más para dudar, razón de más para no estar seguro de si es lícito debatir con el discurso presidencial como si fuera el discurso de un vecino que de verdad piensa lo que dice, que de verdad dice lo que piensa.

"Yo no he venido a ser Presidenta de la República para convertirme en gendarme de la rentabilidad de los empresarios; que se olviden" decía Cristina Fernández en el discurso inaugural de su mandato "el acuerdo del que hablo es el acuerdo de las grandes metas", explicaba también, para distanciarse de lo que se supone que quiere decir pacto social, para ponerle el tono diferente a su propuesta, para darle un alcance más épico.

Pero ocurre que Cristina es presidente de un país burgués y ella no pretende terminar con el capitalismo, a lo sumo dice querer mejorarlo. Y ocurre que el rol del Estado burgués es precisamente el de ser gendarme de la rentabilidad de los empresarios, ni más ni menos. Ocurre que la constitución y la justicia son para eso, para defender la propiedad privada de los medios de producción que es la que permite robar legalmente la propiedad privada del trabajo ajeno que se convierte en ganancia.

Ocurre que las instituciones de la república son las que mantienen a cada cual en su rol para que el orden del robo perdure y ocurre que la presidenta que fuera parte de aquella generación que creyó en ideales debiera saberlo y tal vez se le olvidó o tal vez en su nueva ubicación social no le convenga recordarlo, vaya uno a saber.

Antihistórica y utópica

En realidad tampoco tiene demasiada importancia si actúa o si cree, si dice lo que piensa o si miente para quedar bien con la tribuna, si supone realmente que el Estado puede ser neutral o si apenas le conviene que sus gobernados piensen eso. Es seguro, sí, que muchos están convencidos de que el Estado es de todos y de que entonces la presidenta puede aspirar con todo derecho - en el Estado capitalista - a ser cosa distinta que gendarme de la rentabilidad de los empresarios.

Su pasado, ese que ella agita como una bandera cuando se reconoce miembro de una generación que creyó en ideales y en convicciones, dice otra cosa. La organización Montoneros opinaba, por ejemplo, que el objetivo era "la destrucción del Estado capitalista y de su ejército, como previos a la toma del poder por el pueblo" ("Montoneros: El llanto para el enemigo") pero no es necesario situarse en opiniones tan radicales para encontrar este mismo enfoque. Rodolfo Puiggros, un historiador que en 1973, con Cámpora, fuera nombrado Rector de la Universidad de Buenos Aires y que era un referente de aquellos ideales y convicciones, sostenía que "la conciliación absoluta entre la burguesía y el proletariado es antihistórica y utópica. No existe ni puede existir un Estado equidistante entre las clases, por más que los dirigentes de ese Estado deseen que sea así. El equilibrio que buscaba Perón: la unidad y la compenetración de propósitos entre patrones, obreros y Estado, era sumamente inestable y aleatorio. Tarde o temprano tenía que romperse".

Es cierto que no es sólo la nueva presidenta la que imagina posibles, cosas que treinta años atrás les hubieran resultado evidentemente antihistóricas y utópicas. "Es la regulación que el Estado establece sobre la economía, sobre la distribución de la renta, lo que moldea el poder de compra de los distintos sectores sociales y esto es lo que determina quién acumula excedentes y para qué" nos explica un renovado Mario Firmenich en una entrevista titulada "Es necesario un contrato social explícito donde el sujeto social es la nación entera" ("Prensared - julio 2005"). Según su nuevo enfoque teórico - no tan nuevo, ciertamente - la distribución de la renta no es un resultado de la explotación en el proceso de producción, sino que la establece un presunto Estado que flota por sobre los sujetos sociales y por sobre las clases.

Ernesto Jauretche, que fuera dirigente montonero, opina en el mismo sentido aunque no intenta un nuevo enfoque, sino que se excusa en la situación actual: "estamos en un Estado capitalista que no vamos a poder modificar por muchísimo tiempo. ( ) No nos queda más remedio que estar dentro de este sistema. Perfeccionarlo, para que sea menos injusto, para que la distribución de los ingresos sea menos agresiva" ("El Estado es un campo de batalla").

Sin embargo el Estado es lo que es, una formación histórica del capitalismo que sirve para sustentar jurídicamente la explotación del hombre por el hombre en tanto sirve para perpetuar y hacer "legal" el robo del trabajo ajeno, que puede ser más o menos agresivo, pero seguirá siendo robo. Es una herramienta hecha para sostener eso, con sus instituciones para convencer y con sus instituciones para imponer, y para cambiarla habrá que cambiar la cuestión esencial que lo hace imprescindible, la supervivencia de un sistema en el que algunos trabajan, otros esperan la reactivación en medio del hambre y otros son accionistas y viven bárbaro.

Ni Cristina Fernández - ni antes su esposo - han dado señales de pretender cambiar esa característica esencial, lejos de eso la entonces candidata se encargó de reunirse con todos los grandes empresarios que sacan ventaja de este estado de cosas, para tranquilizarlos.

Mientras sea así, tendrá que conformarse con ser gendarme de la rentabilidad de los empresarios, aunque no le guste que se lo digan.


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