Nazi el que lee por Miguel Espinaco A quién más, a quién menos, se le ocurrió la comparación. Los tipos arman cercas y muros, empujan a la gente desde sus casas hacia campos de concentración, los encierran, los aíslan, los matan, los hacen pasar controles en los que tienen que desnudarse ante un soldado que les grita en otro idioma, les voltean las casas con topadoras o con tanques. Al final, a cualquier salame se le termina ocurriendo poner blanco sobre negro y exclamar cómo se parecen a los nazis: Gaza, Cisjordania y el ghetto de Varsovia tienen muchos puntos en común y trazando ese paralelo brutal, la crítica política encuentra el símbolo en el que viajar para hacerse comprensible, para convocar a otras voces a sumarse a la crítica. Por mucho menos, el Estado Israelí y las organizaciones que por el mundo le hacen de sucursales informales, han puesto el grito en el cielo y acusado de antisemita a cada uno de sus críticos. Se puede hablar pestes de los crímenes de Pinochet sin que se te tilde de antichileno y decir barbaridades de George Bush y seguir escuchando jazz como si tal cosa, pero cualquier crítica al Estado de Israel es crimen de racismo. El asunto termina funcionando como una especie de chantaje que convoca sin disimulo a la autocensura. Así las cosas, los críticos que han osado comparar los tanques de Israel con los del Tercer Reich, han visto caer los más duros epítetos sobre sí. Yosef Levi-Sfari, cónsul portavoz de la Embajada de Israel en Uruguay, nos explica que en su país la crítica es bienvenida, pero que hay “determinadas críticas” que no sólo son antisemitas, sino que han sido declaradas formalmente antisemitas por la Agencia Europea de Derechos Fundamentales. Estas muestras de “neoantisemitismo convenientemente camufladas en esta época de corrección política como un supuesto antisionismo" serían - siempre según Don Yosef Levi-Sfari - “la comparación entre las acciones israelíes y los crímenes nazis y la negación del derecho a la autodeterminación del pueblo judío al acusar a Israel de racismo” (“ A quienes comparan a Israel con los nazis” – Embajada de Israel Montevideo) Casi nada. Digamos nada más que si no fuera por estas dos cuestiones, Israel no merecería muchas más críticas que cualquier otro estado burgués común y silvestre que se dedique más o menos ordenadamente a mantener la disciplina del trabajo para que los empresarios sigan ganando plata. Pero ocurre que estas dos cuestiones son justamente el plus del Estado Israelí, el ser racista al punto que tiene una ley de retorno para los judíos que nunca vivieron en Israel y una ley de no retorno para los palestinos que sí vivieron allí y fueron echados, y su especialización en gestionar métodos de terror contra la población civil palestina. Pero el enojo del portavoz va más lejos. Acto seguido, en lo que podría ser tomado también como un reconocimiento de culpas, nos pregunta con el tono de quien dará el argumento inapelable “¿Por qué es sólo Israel el blanco de sus diatribas? ¿Alguien los ha escuchado vociferar contra la limpieza étnica cometida en la provincia de Darfur en Sudán, con más de medio millón de víctimas hasta hoy? ¿Elevaron nuestros criticones sus voces al cielo, comparando las ejecuciones públicas de homosexuales en Irán por sólo serlo, con la matanza de homosexuales identificados por un triángulo rosa a manos de los nazis” ¿Habrá que tomarlo nomás como una tontería? ¿O habrá que cambiar el dicho y decir ahora mal de muchos, consuelo de asesinos? La lógica racista Es cierto lo que dice Marek Edelman, un sobreviviente del gueto de Varsovia que sería ahora declarado sin duda terrorista: “si se ha creado Israel ha sido gracias a un acuerdo entre Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS, no para expiar los seis millones de judíos asesinados por Europa, sino para repartirse los negocios de Oriente Medio” (citado por Santiago Alba Rico en “Israel: un defecto de fábrica”), pero también es cierto que esta afirmación no escapa a las generales de la ley en lo que respecta a la creación de estados a través de la historia; si un busca y rebusca encontrará que las fronteras fueron dibujadas precisamente para eso: “para repartirse los negocios”. Sin embargo Israel tiene un plus, decíamos, una nueva antigüedad que conserva hoy - como escribe Alba Rico - “toda su actualidad destructiva”. Es que la Resolución 181 de la ONU, que en 1947 decidió la partición de Palestina en un estado judío y un estado árabe y en la que se apoyó la declaración fundacional de Israel, se basaba en criterios raciales. La comparación con los nazis, que parece surgir naturalmente de esta común divisoria de aguas y de muchos de los métodos de terror y aniquilamiento aplicados por el Estado de Israel, ha resultado en algunos casos en una deriva problemática que se hace necesario resaltar. Pamela Dragnic escribe una viva descripción de la situación de los palestinos en la que relata “el lento genocidio que ocurre en esas tierras” (Holocausto moderno – ayer víctimas, hoy victimarios). En su texto, desliza al pasar que “quienes lo cometen han sido las grandes víctimas del siglo XX” remitiendo a esa igualación entre víctimas de ayer y victimarios de hoy a la que alude en el título. En un mail que recibí con un trabajo con fotos que compara aquella represión y la de hoy – algunas de las cuales ilustran esta nota – un texto firmado por Pablo Cabrera apela a un título similar: “víctimas ayer, verdugos hoy” Es indiscutible que la confusión de asimilar ex asesinados con actuales asesinos, no nace ni de Cabrera ni de Dragnic, la impone el Estado de Israel que, como todo estado, se arroga la representación de su pueblo. Sin duda en este caso es peor, porque se trata de un estado genocida, pero no es el único caso: el estado de Videla hacía lo mismo con aquello de que los argentinos éramos "derechos y humanos" para hacernos a todos cómplices de sus homicidios. La comparación entre nazis e israelíes, entonces, puede derivar en la trampa en la que caen estos autores desde el título, puede derivar en la mezcolanza de entreverar al pueblo judío - gente común y silvestre - con las políticas de un estado diseñado justamente para usar al pueblo judío como masa de maniobras contra cualquier intento del pueblo árabe de "hacer la suya". Esta cuestión es central, porque no son las víctimas de ayer las que han devenido en victimarios, las víctimas de ayer siguen siendo víctimas, y muchos de sus herederos víctimas de la manipulación, porque en última instancia el terror del estado terrorista israelí contra los palestinos es también terror contra el propio pueblo judío, así como el terror contra el activismo armado y no armado de los setenta en Argentina, estaba planeado también en contra del pobre taxista que ponía disciplinadamente el cartelito de derecho y humano en su taxi: al final del cuentito, a él también le destrozaron el nivel de vida. Es cierto que los judíos que viven en Israel parecen lo suficientemente estupidizados como para comprar todo el discurso de la "amenaza de Hamas", con el consiguiente aval a la matanza provocada por el Ejecito de Israel: las últimas elecciones lo demuestran. Es cierto también que decir "ustedes que fueron víctimas son hoy verdugos", puede resultar conmocionante para ciertos judíos y puede ayudar a que cambien de opinión y a que condenen la matanza. Sin embargo esta pequeña victoria en el debate tiene un precio muy alto: el de involucrarse en la "lógica racial" que impone el estado de Israel. El problema no es menor, porque esa lógica racial - nosotros judíos, ellos palestinos, aquellos antisemitas - es la que le permite al estado de Israel manipular a millones para darle un barniz racional a su patoteo animal a bombazo limpio. Genocidio Nada tiene que ver la raza. Basta mirar cómo muchos poderosos señores árabes se hacen los distraídos ante el sufrimiento palestino, o como muchos judíos a lo largo del mundo se indignan por lo que hace el estado de Israel. Más cierto sería decir que los verdugos de ayer y de hoy son los mismos, los adoradores del dios dinero, los que organizan jaulas ideológicas para que los que laburan sigan estando al servicio de sus negocios, los que defienden a capa y espada la disciplina que hace que muchos trabajen para algunos sin chistar y los que, llegado el caso, no tienen objeciones a los métodos más brutales para domesticar a los que se salen del corral. Aunque parezca innecesario decirlo, habrá que reafirmar que ni los semitas son víctimas por definición, ni los arios son genocidas genéticos, ni siquiera los negros son número puesto para esclavos, de lo contrario habría que deducir que la llegada de Obama a la presidencia resultaría algo así como la consumación de la lucha de Espartaco. Es mejor entonces, por lo pronto, curarse en salud y dejar a un lado el mote de nazis, lo cual no debe traducirse en ninguna concesión en el debate al cónsul Levi-Sfari que nos preguntaba sobre la limpieza étnica cometida en Sudán “con más de medio millón de víctimas hasta hoy”, un número cuidadosamente citado, puesto evidentemente al servicio de las comparaciones. Porque como explicara el juez Rozansky, presidente del Tribunal que condenó a Echecolatz, en una nota concedida a Werner Pertot, “no podemos tarifar la dimensión del genocidio”( “Primera Plana" 01 de Octubre de 2006) y decir “si es menos de un millón, no es genocidio”. Como en Argentina, no es tal o cual hecho, tal o cual exceso la que determina el carácter de genocidio, es la política de exterminio que le sirve de marco, es ese plan sistemático que huelga demostrar en la historia del estado racista israelí, que en su algo más de medio siglo de vida ha producido millones de desplazados, muertos a mansalva y un pueblo arrinconado en ghettos económicamente bloqueados y sometidos a un perpetuo y doloroso asedio militar. Opiná sobre este tema |
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