Los cero cero por Miguel Espinaco No termina la década, ya sé: recién el 31 de diciembre del 2010 termina. No voy a repetir las encarnizadas y divertidas discusiones que llenaron las mateadas de oficina en el 99 y que atacaban desde el ángulo religioso y desde el matemático, la compleja pregunta sobre cuándo realmente terminaba el siglo. Lo que sí termina es este período que - a lo mejor por simple azar lingüístico o a lo mejor porque no se lo ha merecido - no ha llegado a tener nombre. “Así como existen los ochentas y lo ochentoso, los noventas y lo noventoso, se nos fueron 10 años en los que no dejé de preguntar cómo carajo se llamaba esta decena de años y nadie me supo decir” escribe un bloguero que en el mundo virtual de su blog se llama Tapperware y después pone entre paréntesis como buscándole la vuelta “(los "ceros"?, los "dos miles", algo referido a esta década va a ser "dosmiloso"? o quizás ya no importa porque en 2012 igual todo estalla y se acaba el mundo y queda solamente john cousack?)” Sea como sea, cada jueguito de números definidos por la decena, han dejado algo en la memoria colectiva. Los veinte fueron los años locos, los cincuenta McCarthy y el macartismo, los sesenta los hippies y también Vietnam, los ochenta Thatcher y su there is no alternative y también Reagan y también Travolta, los noventa el fin de la historia y el consenso de Washington y la aparición masiva de internet y la novedad del efecto tequila y de sus sucesores. Es cierto que estas visiones tienen sus toques particulares, empezando por las miradas en cada país. Acá, por ejemplo, los noventa son Menem y eso es bueno o es malo según quién lo cuente y los setenta aluden a cierto clima de violencia o a cierta locura imberbe, también según. Pero los cero cero ¿qué corno son? Los balances Es raro que no haya por estos días ánimo de sacar conclusiones y de definir y de poner cada cosa en su cajita. Por algún motivo, esas ganas que florecen en cumpleaños y en años nuevos, no parece alcanzar hoy por hoy a los cero cero, un decenio que cumple todas las condiciones para reclamar su balance. Es como si estuviéramos más cerca de los noventa de lo que verdaderamente estamos y entonces termina pareciendo que casi nadie se da cuenta, como si el tiempo se hubiera detenido. Si fuera así, si esa percepción de tiempo quieto resultara verdaderamente dominante, el problema no sería menor: sería un gran triunfo ideológico de los defensores del capitalismo que postulan que todo fue, es y será siempre igual a este presente de mercanchifles que venden y compran vidas envasadas en cosas. Para ver qué onda, me dedique a pasear por internet y encontré algunas referencias a este fin de ciclo, muy poquitas. Un tal Tom el Sueco escribe hace unos días en su blog español, que estos años se ha dado “la digitalización completa de nuestras vidas” y los compara con un momento en la Edad Media en la que “la imprenta de Gutenberg transformó nuestra cultura en una cultura escrita sobre papel. Lo electrónico y digital representa un cambio tan profundo que no somos capaces de entenderlo todavía, y tal vez sea mejor así.” (Tom, el sueco) Otros, apenas se atreven a hacer rankings varios, subjetivos y por ende criticables como cualquier lista de tops. Un tal Iván Adaime selecciona los 60 mejores discos de la década 2000-2009 (si, ya sé que no termina la década) y se queda con Katerine y un disco llamado Robots après tout, al que adula diciendo que se trata de “el pop esquizofrénico en su mejor nivel”. Ya lo escucharemos y veremos si le damos la razón a él o a Región cuatro que prefiere a Animal Collective, porque “es la banda con la discografía más interesante y sólida de la década” y a su disco Sung Tongs, porque sí. También hay, claro, listas de películas amadas u odiadas. Un señor o señora llamado Otras Tardes, elige Cartas desde Iwo Jima como la mejor, mientras que alguien que opta por no firmar su crítica despiadada, selecciona en el sitio Decine 21 las 100 peores películas de la década y elige como la peor de las peores a Catwoman, una película de 2004 con Halle Berry, que no tuve el gusto de ver (o habrá que decir el disgusto?). Obviamente que estos son apenas botones que aspiran a servir de muestra, la red está llena de foros y votaciones para elegir lo peor y lo mejor y seguramente los balances aparecerán en los noticieros a medida que se acerque el fin de año, poniendo cada cual su acento en los detalles que parezcan - o convengan - más salientes de los cero cero. Mientras tanto, si buscás y rebuscás, encontrarás la que podría ser la paradoja del decenio o - si sos muy afecto al humor negro - el mejor chiste de los cero cero: resulta que la Onu declaró que los años 2000, que comprenden el periodo de 2000 a 2009 ambos inclusive “ha sido declarada Década internacional por una Cultura de Paz y no-violencia para la infancia en el mundo” (Wikipedia). Pintoresco ¿cierto? La guerra global Quizás uno de los símbolos del decenio sea la guerra global, la guerra infinita, la guerra preventiva o como quiera llamarse, todos sinónimos de la violencia imperial que ha dominado estos años. Puede que la memoria fuerce a ubicar los comienzos de este relato en los atentados de las Torres Gemelas, que funcionaron como justificación todo terreno para las invasiones a bombazo limpio en Afganistán e Irak, como excusa para dividir al mundo entre democráticos y modernos muchachos por un lado y oscuros y primitivos asesinos por el otro, y como nuevo encuadre moral para filmar series como 24 horas, en las que el muchacho tiene no sólo licencia para matar, sino también para torturar y demás modernas antigüedades. Sin embargo, el comienzo de estas compulsiones capitalistas que impulsan a morfarse al vecino vienen de muy lejos y la misma guerra preventiva nació ya antes de los 00 y de las imágenes repetidas de los boeings penetrando edificios. Paul Wolfowitz, un señor que después sería subsecretario de defensa de Bush y décimo presidente del Banco Mundial, describía en un memorándum en 1992 los esbozos de la guerra preventiva que consistía en bombardear a quien convenga y con la sola excusa del por las dudas. En 1999, la Cumbre de la OTAN ya establecía su capacidad para intervenir fuera del territorio de sus países miembros por "amenazas a nuestra seguridad nacional que pudieran dificultarnos la construcción de una economía fuerte, competitiva y en crecimiento" o por "movimientos migratorios masivos que pudieran amenazar las fronteras de países de la OTAN" o por "proliferación de armas de destrucción masiva en países fuera de la OTAN" (citas de Ángeles Maestro en Rebelión http://www.rebelion.org/noticia.php?id=32882) Ya eso era un manual de guerra preventiva. Sin embargo fue en estos últimos diez años en los que la fórmula de la pretendida defensa antes del supuesto ataque, alcanzó su más extremo desparpajo: “bajo los principios hace tiempo establecidos de defensa propia, no descartamos el uso de la fuerza antes de que ocurran los ataques, incluso cuando reina la incertidumbre sobre el momento y lugar del ataque enemigo'', escribían los escribas de Bush en 2006 (citado por Clarín), renovando las Estrategia de Seguridad Nacional de 2002 que ya sembraban por el mundo bombas de uranio empobrecido y dejaban como secuela miles de lamentables “daños colaterales” Seguramente, cuando la historia recuerde los cero cero, las matanzas realizadas en nombre de la guerra al terrorismo, infinita y preventiva, el ataque a las libertades individuales y a la grandilocuencia de los personajes de las series norteamericanas cuando hablan de las enmiendas y cuando dicen “este es un país libre”, serán la marca de estos tiempos, serán lo que este decenio deje para recordar. Si hay un futuro mejor desde el que pensar estos años que serán pasado, seguirá seguramente la polémica entre los que trazan paralelos entre los tiempos de Bush y los tiempos de Hitler y los que dicen que es una exageración, que al fin de cuentas, “Hitler se lanzó a la guerra contra muchos países, pero en cada caso dio un pretexto (...) lanzó una guerra de agresión contra el mundo, pero no proclamó al principio su derecho a hacerlo ni una teoría de guerra preventiva (...) no defendió abiertamente la tortura ni las cárceles clandestinas, las evidencias secretas, la detención sin fin y sin acusaciones, los tribunales secretos, etc. Simplemente negó que tales cosas existieran.” escribe alguien que se identifica como “un lector” en una revista llamada Revolución (Bush y Hitler: Paralelos escalofriantes), para marcar una diferencia que, por cierto, es aún más escalofriante que los paralelos ya que el gobierno de Bush justificó oficialmente “la tortura, las cárceles clandestinas, los tribunales secretos, las evidencias secretas, los presos detenidos sin la posibilidad de comunicarse con el mundo exterior, el envío de presos a países donde los torturarán con la vaga posibilidad de que “confiesen” algo “útil” para una “guerra contra el terrorismo” que teóricamente no tiene fin.” Pero claro, como esta segmentación del tiempo es nada más que una vanidad del almanaque y su capricho no puede convertirse en ley, habrá que decir que no estaría bien decir que los cero cero son sólo Bush y lo que su imagen representará en la historia, que también son las luchas contra eso y también la crisis y también la indignación y también la crítica que entre otras cosas fuerza al imperio a cambiar los modos, por lo menos los modos, porque lo demás – ya se sabe - es compulsión, necesidad de animal que vive de la muerte ajena y entonces, ya se viene viendo que los años diez tal vez resulten los años de este extraño pacifismo de la “guerra necesaria” y también, claro, inevitablemente, los años de los que luchan para que eso no sea. Y por casa? En Argentina habrán seguramente otras prioridades para definir la época. Acá, los cero cero empezaron, en el terreno político, en el 2001 de los saqueos del hambre, del que se vayan todos, del corralito, de los muertos y del helicóptero llevándose a De la Rua. Es cierto que, como decía al principio de esta nota, el decenio no ha sido nunca bautizado, no hereda un nombre grandilocuente como los noventa que uno ya sabe de qué habla cuando lo habla, ni tiene una definición más allá de la contraposición rabiosa que intentan sus actores, mucho más en las palabras que en los hechos. Puede que su única definición sea, entonces, ese intento de no ser lo que fueron los noventa, de ser - por contraposición - el dibujo idílico de un capitalismo opuesto al neoliberalismo delirante de privatizaciones, fmi, convertibilidad y desocupación creciente. Poca cosa para lo que parecía prometer la rebelión de asambleas y piquetes: el crecimiento al ritmo de la devaluación, los salarios bajos y la soja, la pobreza mantenida en caja con algunos planes financiados con las sobras del festín, el discurso encendido contra lo que fue, para dibujar un presente que se ha soñado a sí mismo como una vuelta a los tiempos keynesianos (que se escriben con K) sólo para dejarnos ver que ya keynes está viejo y tiene alzheimer y que no puede ser más que un triste remedo de lo que alguna vez fue. Ya lo dije: esta segmentación del tiempo en decenas es una vanidad y todo eso, así que tampoco acá alcanzó a durar tanto la fantasía de que el futuro queda en el pasado, pasado que por estos lares se entona con la música de la marchita. Entonces, casi seguro que los años diez no serán aquí sólo de bicentenarios, casi seguro que serán también de gritos y de peleas entre los que quieren terminar de poner orden como el capital manda y los que quieren conseguirse una vida que merezca ser vivida, bien a pesar de los capitalistas serios y también de los otros. Opiná sobre este tema |
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