Los consejos de Seguro

presentados por Adrián Alvarado

No tenía por costumbre compadecerse de si mismo, no tenía por costumbre  renegar de su destino, ni siquiera creía en eso, tampoco le echaba la culpa a terceros, había crecido rápido, con en los ojos la mirada de los que se ven obligados a madurar a fuerza de pesares.

A los nueve tomó la determinación de no transformarse en lo que se habían transformado sus hermanos mayores, en el barrio la droga corría con pies seguros y quien no era adicto la vendía o ambas cosas al mismo tiempo y el tiempo no sobraba, la mayoría no llegaba a viejo.

Supo adoptar la postura de ser político sin saber siquiera lo que significaba, no hablaba mal de nadie, esperaba que los otros hablaran primero y recién entonces tomaba partido pero no decía nada, lo conocían y lo respetaban. 

Empezó a pensarlo a los catorce, sabia que podía salvarse solo pero quería hacer algo para que las cosas en el barrio cambiaran, tuvo que esperar porque lo que empezaba a planear debía ser llevado a cabo después de los dieciocho.

Terminó la secundaria como pudo y cuando obtuvo la mayoría de edad buscó el arma que durante dos años supo guardar con celo y el día de su cumpleaños salió en busca de su objetivo.

Sapo negro le decían, el dealer más antiguo del barrio, el tipo monopolizaba el mercado de las drogas y las putas a fuerza de violencia y dinero, entró por la puerta sin golpear, lo conocían, fue hasta la pieza del sapo y lo mató de dos tiros con silenciador y almohada en la cabeza mientras dormía la siesta, después se entregó.

El plan era simple, en la cancel estudió y enseñó, solía decir que estaba becado y así era, esa fue la forma que encontró para seguir una carrera universitaria, cuando terminó la condena ya era abogado pero no era otro, era el mismo de siempre y con la misma determinación volvió al barrio a convencer a los que estuvieran dispuestos a escucharlo que no hay mal que dure una vida.

Libertad a Seguro


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En medio del vendaval acomodabas las latas de los estantes de la cocina con la etiqueta para adelante y lavabas los platos despacio como para que se terminaran nunca, enfrentarlo de nuevo no podías, pero tampoco era posible ignorarlo indefinidamente, pensaste estrategias que no tenían muchas posibilidades porque carecían de solidez, entonces tomaste la única decisión posible, te secaste las manos con un repasador, juntaste sus cosas y las dejaste al lado de la puerta, cuando vino tocó la banda sin decir esta boca es mía.

Después te arrepentiste pero te duró poco.


Amagó a salir
y se quedó
volvió a sentarse
en la silla
y prendió
la tele
de nuevo
la apagó y se quedó ahí
sentado
mirando el reflejo
de su cara
en la pantalla.


Una presa espera ser el almuerzo de alguien.
Alguien sabe que no nació para ser presa de nadie.
Nadie es libre hasta que demuestre lo contrario.

Delfina Contreras

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