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Dos miradas para observar la guerra de las tarifas

Por Miguel Espinaco

     No está del todo mal llamarla la guerra de las tarifas.

     Es cierto que en un sentido puede resultar una exageración, pero como metáfora es bastante buena. Especialmente porque la mayor cantidad de víctimas resultará finalmente de los daños colaterales que sufrirán nuestros ya resentidos bolsillos.

     El asunto ya se veía venir. Los ritmos políticos de la construcción del poder de Néstor Kirchner - cronograma electoral de por medio - la velada pulseada entre sectores patronales, los preparativos para la renegociación de los contratos y las exigencias del FMI, anticipaban hace ya bastante tiempo que el tema de las tarifas iba a ser puesto en el tapete en este último trimestre de 2003.

     Los cortes de agua y de luz sirvieron de disparador e hicieron subir los decibeles de las declaraciones oficiales de un gobierno que ya ha hecho un estilo de pegar fuerte y de tirar de la cuerda para ubicarse en el centro del ring en pose de defensor del pueblo, que ya ha hecho una costumbre de esto de marcar una raya y decir de aquel lado están los neoliberales, los menemistas, las privatizadas, los jueces de la corte, Barrionuevo, cualquiera que haya acumulado el suficiente odio para convertirlo a bajo costo en enemigo público. Y al decir eso, es como si dijeran de este lado estamos nosotros, que vendríamos a ser lo otro, lo distinto, lo nuevo, los que tenemos huevos para defender a la gente. El mito es tan sencillo, que con alguna ayudita de los medios de desinformación pública, se lo logra vender al por mayor.

     Pero la cuestión es un poco más compleja que este cuentito casi para niños que nos venden. Lo que estamos viviendo es apenas - y tanto como - otro capítulo de la complicada pelea por la torta entre sectores empresarios, de esa misma pelea que se incubó durante la convertibilidad con su esquema de precios relativos condicionado por el dólar fijo, de esa misma pelea que después la larga recesión desde el 95 fue trayendo progresivamente a la superficie, al quedar claro que no todos iban a poder seguir disfrutando al mismo tiempo del festín de superganancias de los noventa.

¿Fulbito para la tribuna?

     Puede ser que el análisis de la frase que lanzó el gerente de la transportadora de energía Transener, Silvio Resnich, - en medio de un fuego cruzado de declaraciones altisonantes - sirva para sacarle un poco de punta a este asunto. El tipo, sin más ni más, acusó al gobierno de "hacer fulbito para la tribuna" y de "hablar tonterías" sin resolver nada. La pregunta - para seguir con el tono futbolero de la metáfora elegida - es como si viniera al pie: ¿está haciendo fulbito el gobierno?

     Habrá que hacer un esfuerzo al responder. El riesgo es el de caer en una respuesta que termine reafirmando la lógica infantil del gobierno y de sus cuentitos con buenos y con malos de ficción. Digamos primero que está claro que el señor que esto dice es el gerente y el vocero de los que se llevaron la plata en camiones durante los noventa, pero eso no debería usarse de argumento para desestimar el debate. Y digamos también, que esa sensación de que todo lo que pasa en el convulsionado espacio del poder es una puesta en escena para engrupir giles, es por lo menos exagerada.

Dos formas de mirar la guerra de las tarifas

     La respuesta, entonces, no puede ser una sola, dependerá del punto de vista desde el cual el problema se mire, depende de cómo se lo enfoque.

     Por un lado, no es para nada cierto que el gobierno esté haciendo fulbito para la tribuna. Hay verdaderamente una puja que es la puja entre los distintos sectores empresarios que se disputan el laburo que te roban a vos, la ganancia que consiguen a expensas del sudor de la gente.

     Basta observar que la suba de las tarifas modificará la estructura de precios a favor de las privatizadas y en contra de las empresas que consumen servicios públicos, especialmente las que consumen grandes cantidades de energía eléctrica. Unas ganarán más y otras ganarán menos, tanto más y tanto menos en relación al impacto de la esperada suba de tarifas.

     El ex secretario de energía Daniel Montamat nos da una pista cuando después de afirmar ritualmente que "debe establecerse una tarifa social", explica que "el resto de la tarifa puede ser compartimentada en función de la actual estructura de costos de la economía".

     Lo que este señor está diciendo - delicadamente envuelto en tecnicismos - es que la tarifa debe surgir de una negociación entre los sectores burgueses, de modo que no afecte la tasa de ganancias de unos en detrimento de la de otros, problema complicado que no siempre puede resolverse con debates civilizados. Las escaramuzas de esta semana, los cortes, las promesas de un verano sin luz y las frases duras, pueden verse como los preparativos, como los escarceos previos a esa negociación que diseñará las estructuras de costos y por ende el reparto de ganancias entre los patrones argentinos.

     Pero la cosa depende, claro, del punto de vista que se use para observar lo que pasa, de la vara que se use para medir. Visto desde los sectores populares, visto desde el punto de mira de los que laburan - incluidos obviamente los que no laburan porque no les dan trabajo - Kirchner está sí, definitivamente, haciendo fulbito para la tribuna, porque más allá de la pelea, los aumentos tarifarios ya están resueltos.

     El diario La Nación atribuye a una fuente oficial la afirmación de que "la intención del Gobierno es negociar con las empresas, pero las últimas declaraciones de éstas no ayudan al diálogo", y asegura también que se lo escuchó decir al mismísimo presidente Néstor Kirchner: "yo entiendo la situación de las eléctricas y vamos a buscar una solución, pero si un gerente me acusa de estar jugando al fulbito y al otro día se da el ajuste, yo quedo muy mal". Toda una confesión de parte, no?

     De cualquier forma, no es necesario ser adivino ni creer ciegamente los off the record del diario La Nación, para descubrir que el gobierno de Kirchner ya está dispuesto a ceder al chantaje, pero eso sí, con algunas condiciones. Este señor Montamat, que hablaba sobre las estructuras de costos, no sale a hablar por casualidad. Como al pasar, dice que el 37% que piden las privatizadas es mucho, pero que "es cierto que hoy no cubren los costos". El acuerdo con el Fondo Monetario y el presupuesto ya preveían una inflación para el 2004 que incluía el aumento de tarifas y Lavagna, ya hace tiempo que puso un número a partir del cual conversar: el 10%.

La tregua

     El capítulo que viene en esta guerra que es y que no es a un mismo tiempo, traerá seguramente insistentes comentarios alrededor de que los aumentos no afectarán a los consumidores más pobres, poca cosa, porque es sabido que hasta que los que no paguen directamente el aumento pagarán el traslado a los precios de esos aumentos. Como la pelea ha alcanzado su límite, da la impresión de que ese próximo capítulo - mucho más oculto y silencioso que el anterior - ya habría comenzado.

     Es que en los últimos días todos se pusieron de acuerdo en bajarle el tono a la pelea pública. El Ministro de Planificación Federal Julio De Vido se reunió con Henry La Fonaine, con José María Hidalgo y con Fernando Pujals, los representantes de los tres accionistas extranjeros, la española Endesa, la francesa EDF y la norteamericana AES. Se reunieron - obviamente - para que la sangre no llegara al río, porque tanto la pelea real como el fulbito para la tribuna, se desarrollan en realidad en un marco muy acotado.

     Es que nadie, ninguno de ellos, quiere alborotar demasiado el avispero. Saben que la opinión pública puede dejar de ser en cualquier momento una dócil masa de maniobras y devenir en actor, en voz propia, y eso los aterra y los une, les hace olvidar sus diferencias. El pequeño cacerolazo en Palermo fue una señal y ellos saben que es mejor no andar jugando con fuego.

     Saben que la incitación verbal contra los que son vistos como responsables de haber hundido el país durante los noventa, puede convertirse en un boomerang que haga tambalear la estantería, en un acicate que reabra - por ejemplo - el debate sobre la propiedad de las empresas de servicios, y en un riesgoso estímulo que lleve hasta el límite de su propia negación al llamado capitalismo serio del que habla Néstor Kirchner.

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