El Mango del Hacha

Patria sí, colonia también

por Luciano Alonso

El viernes 11 de marzo pasado la corriente kirchnerista del peronismo realizó un multitudinario acto en la cancha de fútbol del club Huracán, en la ciudad de Buenos Aires. Según los organizadores hubo entre ochenta y cien mil personas, de las cuales unas diez o veinte mil quedaron fuera del estadio. Toda una demostración de capacidad organizativa y, por qué no, de convocatoria popular.

Más complicada es la definición de quiénes participaron: intentar definirlos como “el kirchnerismo del peronismo” ya es un problema conceptual; pensar que son la “izquierda peronista” no es menos confuso. Por lo pronto la izquierda peronista parece ser algo que siempre interesa más a quienes no son peronistas y buscan allí interlocutores, en tanto que éstos pueden aliarse sin tanto análisis con sus antípodas políticas con tal de compartir un imaginario y una retórica bastante imprecisas, una voluntad de poder o, en el extremo, una caja.

El acto se realizó en conmemoración del 38º aniversario del triunfo electoral de Héctor Cámpora en 1973, con el explícito objetivo de recuperar esa fecha como hito de un proyecto político que se retomaría hoy. Hablaron Andrés Larroque (La Cámpora), Fernando Navarro (Movimiento Evita), Edgardo Depetri (FT), Francisco Gutiérrez (intendente de Quilmes) y Agustín Rossi (presidente del bloque de diputados del Frente para la Victoria). Al decir de los medios de comunicación menos afectos al gobierno, la corriente “kirchnerista” en su conjunto, la coordinación y hasta algunas de las agrupaciones emblemáticas tuvieron internas para dirimir quiénes iban a aparecer allí o al menos en el estrado. Como no podía ser menos, cerró la lista de oradores la mismísima Presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner, aunque anunció que no lo hacía como jefa del estado sino como compañera (el discurso completo se puede consultar acá hasta con errores de sintaxis y todo; porque si algo tiene de bueno el kirchnerismo, además de su política de derechos humanos, es su política comunicacional).

Más allá de que la ocasión ameritó el recordatorio de Néstor Kirchner, la tónica general fue la de plantear el acontecimiento como un apoyo a lo que ahora se da en llamar “el modelo”. Los cánticos destacados por diarios como La Nación y Página/12 –obviamente no los mismos, como ya es de rigor– oscilaron entre la glorificación de la personalidad y los clásicos de la liberación nacional, pasando por el “clamor” por la reelección: "¡Néstor no se murió, vive en el pueblo!", “Borombombón, borombombón, para Cristina la reelección” y "Patria sí, colonia, no". La intención de “bancar a la presidenta” se plasmó en el coro "Che, gorila, no te lo decimos más, si la tocan a Cristina, que quilombo se va armar".

No es de esperar que en una movilización masiva se realicen planteos muy sesudos sobre las líneas políticas a seguir, pero se supone que lo que se dice es un indicador de lo que se propone como proyecto social. Quitando las intervenciones de los primeros oradores, el discurso de Cristina Fernández debería ser pensado como una prefiguración del “modelo de país” que supuestamente persigue la tendencia que impulsa su permanencia en la Casa Rosada. Lamentablemente su alocución fue al menos poco precisa, por no decir anodina.

Insistiendo en la equiparación entre el 11 de marzo de 1973 y la actualidad a través de una figura retórica, por la cual enlazaba sus veinte años de entonces con la misma edad de su hija allí presente (y según los dichos de su madre, apenas preocupada por el calor), Fernández hizo un discurso emotivo pero falto de contenido. Mencionó como ejes de su propuesta la asignación universal por hijo, la intención de “seguir industrializando el país y agregando valor” y “seguir poniendo en la educación pública en todos sus niveles el esfuerzo y los recursos”, la protección del “trabajo nacional, la producción nacional y el desarrollo de nuestra industria”, los derechos humanos como “bandera de toda la sociedad” y el sentimiento de una nacionalidad integrada a América del Sur, el MERCOSUR y la UNASUR. Entre la adulación de la juventud y una postura de consejera en función de la experiencia que darían los años, Cristina aludió a muy confusamente a lo que sería la institucionalización del modelo: “El gran desafío es que el campo nacional y popular pueda institucionalizar; pero no, eso no se hace a través de una ley o de un decreto. La institucionalización de un modelo de país es cuando se hace carne en el conjunto de la sociedad porque visualiza que ese es el camino más acertado como país y como nación” (sic).

Las palabras de la presidenta sonaron vacías de contenido político porque en ningún momento planteó políticas más profundas que caracterizaran al “proyecto nacional y popular” o esbozó qué sería su “institucionalización”. Y sobre los objetivos, a esta altura cualquiera que no sea uno de los reaccionarios descerebrados del gabinete de Macri en la ciudad de Buenos Aires dice que hay que apostar a la mejora de la educación o al desarrollo industrial, aunque más no sea por instinto de supervivencia para las próximas elecciones. Pero además Cristina Fernández instó literalmente a los jóvenes a no pensar, a no debatir y a dejarse guiar sin más vueltas por lo que se supone son los intereses populares (que si no son objeto de discusión entonces deben ser los que ella identifica como tales): “…no pierdan tiempo, no se enrosquen ni se dejen enroscar en discusiones bizantinas que no tienen nada que ver con lo que le importa a la gente y con lo que le importa a la sociedad. No cometan errores que sí hemos cometido nosotros cuando éramos jóvenes” (de paso, ¿cuál es “la gente” del kirchnerismo? ¿Los desocupados, los obreros, los profesionales liberales, las clases de servicio, las clases medias acomodadas, los empresarios, los estudiantes, los cartoneros, mi prima Adriana?).

La falta absoluta de precisiones sobre el modelo que se convoca a defender contrasta nítidamente con la explicitación del mismo que la propia presidenta había hecho poco más de medio año atrás. En su discurso del 18 de agosto de 2010 en ocasión de festejarse el 126º aniversario de la Bolsa de Comercio de Rosario, Fernández fue abrumadoramente clara. Además del problema que representa suponer que se necesita ser más explícito con aquellos que no congenian con uno que con la propia tropa, o de pensar que a los muchachos de a pie no se les puede explicar lo que se les dice a los “hombres de negocios”, ese texto representa quizás la expresión más precisa y ordenada de lo que significa “el modelo” en boca de la máxima autoridad del estado argentino.

Durante 42 minutos Cristina Fernández se dirigió a las autoridades provinciales santafesinas, a la dirección de la bolsa rosarina y a un nutrido conjunto de empresarios y corredores (véase). Partiendo de considerar a la Bolsa una “institución tan emblemática de todos los argentinos” y mechando a cada tanto chistes o comentarios personales, desgranó una larga retahíla de consideraciones sobre el desarrollo económico del país. Primero presentó los números que daban cuenta del incremento de la actividad económica, se congratuló porque el sector agrario estuviera pasando por un buen momento y planteó que el crecimiento está vinculado con “medidas fiscales muy fuertes” que serían la palanca de la intervención estatal. Luego planteó que se estaba invirtiendo o programando invertir en infraestructuras de transporte. Afirmó también que en lo que sería el marco general de la economía argentina había que considerar las tarifas competitivas de servicios y combustibles, el proceso de desendeudamiento y la acumulación de reservas por el Banco Central.

Como objetivo central de la intervención estatal planteó la generación de superávits fiscal y comercial. Recordó que se está pasando a nivel mundial por un momento de extraordinaria bonanza para las exportaciones de alimentos por la mejora de los términos de intercambio. Aludió también a la dinamización del mercado interno con el ingreso de los trabajadores y jubilados, justificando en el propio interés de los capitalistas su incremento (en un giro que recuerda la afirmación de Keynes de que la burguesía debe ser salvada de sí misma).

No faltaron los puntos específicamente dedicados a los conflictos con los productores, rentistas y comercializadores del agro, como cuando destacó que todos los sectores económicos pagan impuestos y derechos de exportación. Admitió la incapacidad del estado para cobrar a los propietarios cargas como ganancias e IVA, con lo cual justificó los impuestos a las exportaciones. Pero además se preocupó por defender explícitamente a los sectores petrolero y bancario, diciendo que pagaban más impuestos y retribuían mejor a sus trabajadores que los productores agrícolas –lo que no es inexacto, pero muestra muy bien el posicionamiento del gobierno respecto de las distintas facciones del capital–.

Además de esos y más detalles acerca de lo que se pretende en términos económicos, la presidenta tuvo una serie de comentarios y disgresiones dignos de mayor atención. Presentó sus consideraciones como un puro problema técnico, ajeno a cualquier cuestión ideológica: “Hablo de números porque este es un lugar de números, por eso hablo de números, me encanta. Porque si hay algo que entienden todos los que están sentados acá, es de números. Y entonces, yo soy una política y no vengo a hablar solamente son eslogan o con clisés. / (…) Y no es una visión economicista de las cosas, es simplemente dar respuestas al sector que nos pide en números y tenemos, entonces, que contestar también en números”. En una parte más avanzada de su exposición insistió en ello, pero le agregó claramente la idea de que no debe discutirse la transformación de la sociedad: “No hay nada más fácil que discutir con números. Es más difícil cuando es con ideología. Ahora, si nos ponemos a discutir que si los medios de producción tienen que estar a cargo de los empresarios, del pueblo, de esto o de lo otro, ahí nos vamos a agarrar de los pelos, no vamos a llegar a ningún lado y seguramente nos vamos a equivocar”.

En otra sección elogió su propia política salarial para con el CONICET y las universidades (¿?), pero como puerta para proponer su orientación hacia la cobertura de las necesidades empresarias: “son universidades con mucho orgullo públicas y gratuitas y lo seguirán siendo, pero que tienen que aplicar esos conocimientos como está sucediendo en muchos casos para mejorar la actividad económica y agregarle valor conocimiento, que no está mal que ningún científico o ningún universitario ni ningún académico se manche las manos porque contribuya con el empresario a darle mayor rentabilidad con ciencia y tecnología”.

Insistió reiteradamente en que son necesarios mayores niveles de inclusión social a través de la capacidad de consumo, para defender que un modelo económico no se sostiene “Sin cohesión social, sin una clase empresarial con fuerte responsabilidad social, sin una dirigencia política con alto grado de formación y de saber de qué se trata la gestión del Estado” (vaya, no se encuentran la movilización popular o la participación de otras clases en ese listado).

Pero en el sumun de la sinceridad dijo dos cosas sistemáticamente calladas tanto en Huracán como en cualquier acto semejante: que no se está pensando en un país independiente y que este modelo capitalista debería regir a la Argentina por los próximos cien años. Sobre el primer punto expresó que a lo más que se puede aspirar es a tratar de evitar las crisis globales: “¿Por qué no vamos a poder hacer lo mismo… [respecto de la industrialización], no para tener independencia, porque es imposible en un mundo globalizado y tan interdependiente? Hoy nadie es independiente, somos independientes de los Reyes de España, nada más y desde 1810. Después somos un mundo profundamente interdependiente. / ¿Qué es lo que tenemos que hacer entonces? Mejorar todos y cada uno de los instrumentos que nosotros tengamos en el país, cada una de las actividades que tengamos en el país para tener razonable autonomía frente a los cambios permanentes que tiene el mundo”. Respecto del segundo punto, dijo claramente: “Ese es el modelo de país que yo quiero, es el modelo de país que me imagino para los próximos 100 años, el que podamos discutir con firmeza, pero con serenidad y con respeto”. Si el primer aspecto puede ser discutible –aunque bueno, ¿no era “Patria sí, colonia no? ¿la Patria es interdependiente respecto del FMI o del G-8?–, el segundo punto es inapelable: quienes creen que por el kirchnerismo se llega a algo así como el socialismo o a alguna forma de sociedad no capitalista deberían tomar nota de cuál es el “modelo”.

En resumen, el programa planteado en el discurso de la Bolsa de Comercio destaca por:

  • La importancia del mercado interno y el papel de los salarios en el sostenimiento de la demanda.
  • El rol del estado en la dotación de infraestructuras, el aseguramiento de la competitividad y la constitución de fondos anticíclicos (reservas y desendeudamiento).
  • La mediación estatal entre las distintas facciones del capital.
  • La necesidad de una clase capitalista sensata y de una dirigencia política firme al frente del estado.
  • La adecuación del sistema científico-universitario a las necesidades empresarias.
  • La imposibilidad de la independencia y la ausencia de toda política antisistémica.
  • La política entendida como una pura técnica, opuesta a la ideología.
  • Un modelo de país “para los próximos cien años”, sin proponer transformaciones en las estructuras sociales y sin siquiera plantear la posibilidad de su debate. O sea, un modelo capitalista dependiente, con niveles salariales que resulten óptimos para dinamizar la economía y ruegos porque los términos de intercambio sigan siendo favorables.

Cabría preguntar dónde quedó el contenido pro-revolucionario que La Cámpora o el Movimiento Evita ven en el kirchnerismo (o, como se suele decir ahora, en el “cristinismo”). A aquellos que intenten disculpar a la presidenta diciendo que fue a la Bolsa de Comercio de Rosario a decir cosas que su auditorio quería oír, pero que otra cuestión serán las políticas efectivamente seguidas, habría que preguntarles si esa supuesta astucia no se replicaría en lugares menos paquetes como el Club Atlético Huracán. Se hace así patente la inutilidad del planteo de Larroque sobre los “miles de jóvenes que son soldados de Cristina. Son los soldados de la batalla cultural y sus armas son ideológicas: a la Presidenta le pedimos que nos lleve a la victoria por Néstor y por todos los compañeros” (fuente). No se sabe a cuál victoria conduce, pero no parece que se incite a los militantes a discutir ese punto así como ninguna otra cosa que tenga que ver con el verdadero sentido del proyecto político para el cual se los quiere movilizar. Y la constante apelación a los compañeros desaparecidos y muertos roza casi el insulto hacia los que dieron la vida por algo más trascendente que una serie de medidas anticíclicas.

Se puede argumentar razonablemente que la línea política de Cristina Fernández es preferible a los proyectos impresentables de Macri, De Narváez, Duhalde, Carrió, Cobos y muchos otros. Se puede cargar con tantas derrotas que resulte hasta agradable tragarse el sapo del kirchnerismo, como la única alternativa posible hasta tanto aclare el mal tiempo. Se puede también llegar a la conclusión de que no hay horizonte social más allá del capitalismo dependiente y que debemos agradecer a los chinos que sigan incrementando su demanda de soja para ir tirando hasta la próxima crisis social y ambiental.

Lo que no se debe –dados los costos humanos, políticos y de desarrollo que se derivarían de eso–, es confundir el proyecto capitalista dependiente que encarna el grupo reunido en torno a Cristina Fernández con el camino de liberación y socialismo que aquella “juventud maravillosa” quería abrir el 11 de marzo de 1973.


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