El Mango del Hacha

Caras y caripelas

por Miguel Espinaco

Año de elecciones el 2011: en Santa Fe habrá cuatro.

La noticia no debería ser necesariamente agotadora.  En la democracia, las elecciones podrían ser vistas como un momento importante en el que el pueblo elige y que el pueblo elija no tiene nada de malo, claro.  Todo lo contrario.

El problema es que no es tan sencillo, no es una relación directamente proporcional en la que a más urnas más democracia.  Especialmente cuando las elecciones han devenido en una operación masiva de marketing, no muy diferente a la que empuja a elegir una marca de mayonesa en vez de otra.

El próximo 22 de mayo arrancará la serie con las internas primarias provinciales, que traerán la novedad de la boleta única, lo cual significa que en el cuarto oscuro ya no te encontrarás con una boleta por partido, sino con una boleta por categoría, cada una de las cuales incluirá a todos  los competidores con logo partidario y con foto.

Los defensores de este nuevo mecanismo se oponen a la vieja boleta sábana porque, dicen, uno vota a un candidato y termina votando a todos los que vienen atrás.  El argumento resulta a primera vista interesante, pero esconde algunas cuestiones que tienen que ver con cómo son concebidas las elecciones, con la idea que nos venden sobre cómo es que debieran ser elegidos nuestros representantes.

Digamos antes que nada que el mecanismo, las formas, las reglas con que se llevan adelante las elecciones, no alcanzan ni alcanzarán para modificar algunas cuestiones esenciales que tienen que ver con que el pueblo no delibera ni gobierna si no es a través de sus representantes.  Esto no cambiará ni con sábanas, ni con computadoras, ni con boletas re modernas en colores, porque esto es la médula de la democracia capitalista, su límite - mejor dicho - que permanecerá mientras la democracia sufra ese adjetivo.

Justamente por esa esencia, es que siempre las “decisiones populares” en el mundo capitalista tienen algo de parodia, algo de pas de deux en el que los movimientos están siempre guionados y entonces se desarrollan siempre no más allá de un escenario perfectamente delimitado.  Las opciones puestas en carrera,  manejan más imaginarios que cuestiones concretas, al punto que algunos son “el cambio” o son “progresistas” o son más “eficientes” o son los campeones del “salariazo” o del “crecimiento” o son más “modernos”, todas etiquetas que casi nunca resisten un análisis demasiado profundo.

Sin embargo las formas con que se implementan las elecciones también expresan diferencias de concepción que no son menores.

Los críticos de la vieja boleta sábana critican aquel amontonamiento de jugadores, en el que el tercer diputado o el cuarto concejal resultan al final una sorpresita casi nunca agradable, pero omiten que el sustento de aquel mecanismo era la suposición de una ideología.  Como en el viejo chiste, aquel votante imaginario decía “adentro mi general” y ponía en la urna la boleta peronista completa: el tipo ni dudaba de que si estaba el loguito o la foto de Evita, los candidatos eran del palo.

La idea de la sábana partía de esa premisa que en gran medida era una ficción, pero era por lo menos una ficción que suponía e invitaba a cierta cosmovisión al votante, a cierta idea general de cómo pensaba al país y a la sociedad.

La boleta única desplaza aquella concepción y pone el centro en la idea del candidato, que deviene ya no en un representante de los intereses de los votantes, sino en un gerente eficiente capaz de llevar bien las riendas de una organización – el estado – que no depende ya de las ideas, sino de las capacidades técnicas, de la honestidad y de las buenas intenciones, todas cuestiones definitivamente inconmensurables, imaginerías que se construyen por medio de la publicidad.  Por cosas así, los candidatos son elegidos por los partidos según como “miden”, o sea de acuerdo a la imagen que de ellos se ha hecho la ciudadanía al ser sometida a las sonrisas y a las seriedades que los asesores de imagen recomiendan en cada caso.

No es sorprendente entonces, que las vedettes de estas elecciones santafesinas – llevando hasta el delirio una tendencia que ya viene de antes – resulten las gigantografías, esas fotos de dimensiones increíbles que muestran caras y caripelas de candidatos que nos miran desde las paredes de la ciudad, tratando de convencernos de sus capacidades para ser elegidos.

Las ideas, ya se dijo, interesan bien poco.  Y si bien el hábito no hace al monje, lo que importa es que los hace parecer monjes.

Así que dale que va.


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