De elecciones pasadas y futuras por Luciano Alonso En países como Argentina la política partidaria tiene la extraña dualidad de ser siempre idéntica a sí misma y al mismo tiempo siempre variable. Inmóvil, podría decirse, porque desde la dictadura para esta parte no hay proyectos mayoritarios que salgan del marco general del capitalismo dependiente aceptado como posible. Increíblemente evanescente también, porque al perder los partidos toda referencialidad ideológica –allí donde la tuvieron– la esfera política se presenta como un flujo de ingenierías electorales en constante modificación: “hoy un juramento, mañana una traición”, dicen los versos ya a cada rato citados por los analistas. En un contexto de licuación del contenido sustantivo de las identidades políticas como fue la década de 1990, cuando el peronismo abrazó el neoliberalismo y su oposición no tenía ideas mucho más relevantes que la denuncia de la corrupción y la desocupación, los partidos políticos mayoritarios buscaron asegurar su continuidad con la reforma constitucional. Resulta llamativo que cuando esos partidos ya no significaban nada desde el punto de vista programático y social, la constitución los estableciera como canales de participación y acceso a la gestión. Es como si la ley viniera a evitar una erosión que ya había ocurrido; los partidos políticos se habían convertido en cáscaras vacías donde sólo se podrían meter mecanismos electorales. Los bandazos de algunos muchachos que pasaron de sigla en sigla, las alianzas más increíbles y el supino desinterés de la mayor parte de la población por cualquier definición partidaria son algunos de los síntomas de que la política de partidos está rota y que la definición de quienes van a tomar el control de uno u otro pedazo del estado depende de coaliciones electorales variables, al mejor estilo norteamericano. Por tanto, revisar las elecciones desarrolladas el pasado 22 de mayo en la provincia de Santa Fe constituye un ejercicio casi inútil. Sabemos positivamente que las elecciones no van a cambiar mucho, pero a la vez conocemos de antemano la volatilidad de los escenarios y por tanto tenemos la certeza de que lo que digamos será superado por los acontecimientos cuanto mucho para pasado mañana. Igual lo hacemos porque suponemos que no es exactamente lo mismo que nos gobierne un cripto-fascista que un socialdemócrata (bueno, esta afirmación no tiene mucho sentido viendo lo que hicieron en los últimos años los gobiernos socialdemócratas europeos, pero supongamos que tipos como Macri no van siquiera a pagar talleres educativos) y porque es necesario ver cómo la clase política arregla sus diferencias en la arena electoral para saber qué es lo que deja sin abrochar y el lugar donde puede haber una brecha de participación (comentario adicional: es un concepto discutible, pero si hay individuos que tienen capital relacional por su participación en la esfera política, si ocupan puestos dominantes en ella, si encima se reconocen compartiendo algo más allá de las diferencias y ellos mismos hablan de “los políticos”, si a su vez convierten ese capital relacional en capital económico o en capital cultural con facilidad y de allí sus fuentes de renta, si hay hasta trasmisión generacional porque los hijos y nietos aparecen enchufados desde chiquitos, ¿por qué no hablar de clase política?). El dispositivo electoral aplicado en la provincia es resultado tanto de la derogación de la Ley de Lemas y su reemplazo por el sistema de doble vuelta (internas abiertas + elección general) como de la más reciente instauración de la boleta única. Tanto el mecanismo de los lemas como las actuales internas abiertas sirvieron para desbloquear la crisis de los aparatos partidarios, incapaces de configurar programas y candidaturas propias sin desarmarse, al mismo tiempo que evitaron la dispersión del voto funcionando como aglutinadores (si, aunque usted no lo crea la Ley de Lemas evitaba la dispersión del voto en diversas clientelas y solidaridades, reuniendo en la suma final a todos los que de otro modo habrían ido en boletas fragmentadas al infinito). Como lo planteara Miguel Espinaco en la edición 151 de El Mango del Hacha, con la última reforma electoral hemos llegado al sumun del marketing político. Cuando una campaña de cartelería sale trescientos mil pesos, cuando los medios de comunicación más insignificantes como una radio FM de pueblo cobran de mínimo 500 pesos por hacerle una entrevista a un candidato (o para no hablar mal del él, aunque sea), cuando las empresas publicitarias son más efectivas que los cuadros militantes, cuando los recursos de los distintos niveles del estado pueden ser movilizados para demostrar dónde está y dónde debería quedarse el poder; no tenemos de qué asombrarnos si las opciones electorales más exitosas son simplemente aquellas que tienen bien engrasados los dispositivos de propaganda y trabajo territorial asegurado por los dineros públicos y los aportes empresarios. Las elecciones santafesinas no tuvieron entonces mayores sorpresas. Es decir, que en el seno del Frente Santa Fe para Todos (¿por qué no era lisa y llanamente el Partido Justicialista?) haya ganado Rossi y no Bielsa, o que en el Frente Progresista Cívico y Social (todavía estoy buscando lo de “progresista” y lo de “social”) ganara Bonfatti y no Barletta, no asombra más que si hubiera ocurrido exactamente al revés. Y ni siquiera sorprende que Miguel Torres Del Sel sacara tantos votos; sorpresa hubiera sido que el Partido Obrero superara el 3%. Esa es la característica más descollante del 22 de mayo: la confirmación de que la política derechista y el impacto mediático son mucho más atrayentes en términos electorales que la insistencia en una línea partidaria filo-trotskista (no digo troskista nomás porque si Lev Davídovich Bronstein los ve le agarra un ataque…). Para muchos compañeros el extraordinario desempeño de Torres Del Sel dejó a la vista dónde estaba “el voto de la derecha”. Es difícil sostener tan claramente eso, porque en realidad deberíamos convenir en que casi todo el arco electoral es de derecha. Pero como derecha e izquierda son posiciones relativas, de manera tal que podemos pensar que Monseñor Arancedo está a la izquierda del Opus Dei o cosas similares, seamos un poco menos duros y convengamos que ese era el perfil de don Torres y que por su lado los ganadores de las internas en los dos “Frentes” (o sea, en las dos máquinas electorales con mayores recursos estatales y apoyos empresarios) eran menos de derecha que sus contendientes y por tanto podrían calificar como “centristas”. Antonio Bonfatti y Agustín Rossi representarían lo menos jodido de las dos coaliciones, aunque una lectura atenta muestra que los opositores más derechistas o conservadores que tuvieron se llevan la mayor cantidad de adhesiones. Los dos ganaron por la dispersión de votos en otras tres listas dentro de cada frente. Si Barletta y Giustiniani hubieran arreglado en su momento o si algunos muchachos peronistas no tuvieran el increíble olfato para situarse cerca de quienes van a ganar que los ha caracterizado desde 1946, el progresismo de Bonfatti y Rossi sería claramente minoritario al interior de cada frente. Peor incluso es el balance comparativo de esas internas en las ciudades de Santa Fe y Rosario. Tanto a gobernadores como a intendentes las listas más votadas de ambos fueron las más derechistas en Santa Fe y las más centristas en Rosario. Por ejemplo, en Santa Fe Rossi salió tercero y primero en Rosario, la candidata de la línea Binner/Bonfatti fue electa para representar al Frente Progresista en la ciudad del sur mientras que el candidato de la línea Barletta irá a la intendencia de la capital provincial, etcétera. Mejor no sacar muchas conclusiones de esto… Lo de Miguel Torres del Sel es inefable (no inentendible). Es un buen índice de lo que es la política en estos tiempos y del consecuente vaciamiento ideológico, si suponemos que su figura tiene semejante arrastre electoral porque es conocido en el mundo del espectáculo. Mientras la fórmula gubernativa de Unión PRO Federal cosechó más de 235 mil votos (un 13% del total), su lista de diputados provinciales apenas pasó los 66 mil. Que sólo uno de cada cuatro votantes de Del Sel haya acompañado su lista de diputados habla probablemente de su éxito farandulesco. Encima, ni siquiera se trata de un buen cómico con algo de crítico o con cierto aire artístico. Sin embargo, no es tan claro que tras esa opción electoral sólo haya cholulismo. Probablemente su voto no sea un ejercicio des-ideologizado ya que como cómico don Miguel ha sido sexista, chapucero, xenófobo, discriminador, es decir, una maravilla que condensa los peores modales de la derecha reaccionaria. Por otra parte, el hecho de que el comediante obtuviera caudales importantes de votos en zonas que en 2008 se caracterizaron por la oposición al esquema impositivo de la famosa resolución 125, quizás no hable de su propio poder de convocatoria sino del de su compañero de fórmula Osvaldo Salomón. De hecho, en la jurisdicción de la Comuna de Chabás (que usó su página web oficial para hacer propaganda del PRO), el binomio Torres Del Sel / Salomón sacó más del 46 % de los votos (por suerte es una comuna, nomás…). Fue por arriba del 20-22 % en localidades como Armstrong, Las Rosas, Venado Tuerto, Villa Gobernador Gálvez y Casilda. Inversamente, estuvo por debajo de su media en el norte provincial (incluida la ciudad de Santa Fe) y llegó a porcentajes ínfimos en las localidades de la costa. Toda una definición territorial. Más terrible aún que el desempeño electoral de los muchachos de la diestra es la absoluta incapacidad de los agrupamientos que se autodefinen como de izquierda para juntar cuatro gatos, incluso contando la abrumadora disparidad de recursos económicos. Que Nuevo encuentro, el grupo de Castells, el PO y Proyecto Sur sumen 5800 votos a concejales en Santa Fe (algo así como el 2,5 % de los votos emitidos) es un signo de impotencia sin parangón. Otra vez, Rosario aparece un poquito más corrido que el resto de la provincia, ya que allí Carlos Del Frade sacó un 4 % de los votos a diputados provinciales encabezando la lista de Proyecto Sur, porcentaje que promediado con los resultados del resto de la provincia caía al 2 %. Se apuntan entonces al duelo por la gobernación dos fuerzas correspondientes a coaliciones preexistentes, con la particularidad de que los candidatos ganadores de las internas abiertas deberían tener más puntos de contacto entre ellos que con sus propios compañeros. Eso último es una clara demostración de que la transversalidad fracasó no bien Néstor Kirchner y familia decidieron que no podían gobernar sin los feudos del justicialismo y enterraron la posibilidad de una “gran coalición” verdaderamente progresista (me atrevería a decir que el único lugar donde la transversalidad existe es Santo Tomé, pero eso es otro cuento). El trayecto hacia las elecciones generales del 24 de julio no va a ser fácil para ambos candidatos. Las presiones de sus “compañeros” para lograr lugares de privilegio en eventuales gabinetes o en las futuras listas a diputados nacionales deben ser por estas horas impiadosas y constantes. El caso más resonante por sus repercusiones nacionales fue la crisis del Frente Progresista. Estalló con el descarado apriete a los socialistas por parte del radicalismo más derechista (Barletta, Boasso y sus correligionarios del comité nacional) para que se avinieran a sumarse al acuerdo electoral de Ricardo Alfonsín con el impresentable Francisco De Narváez en la provincia de Buenos Aires, y nada hace creer que las manifestaciones de unidad expresadas en los últimos días sean sinceras. Para mayor confusión ideológica del amable público, la dirección nacional del Partido Socialista emitió una declaración el día 28 de mayo con la cual trató de “marcar la cancha” del progresismo e impugnar a personajes como De Narváez, aduciendo que su programa político “debe ser algo más que una oposición al liberalismo conservador”. Expresión extraña por parte de quienes están aliados con alguien como Mario Barletta, que vendría a ser un claro exponente de aquello que dicen querer evitar. Rossi tampoco las tiene todas consigo. Históricamente el peronismo ha demostrado una extraordinaria capacidad de reacomodamiento y acumulación, sin importar tendencias o personalidades, por lo que cabría esperar que cierren filas tras el ganador aunque más no sea porque el tipo va a manejar la caja y eso es lo que suscita mayores solidaridades. Pero la presencia de Torres del Sel es un llamado a la traición y hoy por hoy nadie sabe si algunos muchachos radicales y peronistas no terminan apostando a una “tercera vía” para nada simpática. La forma más fácil en la cual Bonfatti y Rossi podrán mantener la tropa unida, será probablemente a costa de derechizar más sus planteos y sus potenciales equipos de gobierno. Por fin, asoma un pequeño problemita que ha desvelado un poco al tribunal electoral. Entre votos blancos y nulos hubo desde un casi 10 % a gobernador hasta más del 21 % a diputados provinciales. Si tenemos en cuenta que la inmensa mayoría de los votos nulos fueron tales por no marcar ninguna opción (o sea, prácticamente por votar en blanco) y contamos además que hubo una abstención de casi el 28 %, resulta que en las elecciones primarias votaron alguna lista de diputados apenas el 51 % de los inscriptos en padrón. Para ejercicio democrático es a lo menos anómalo; desde 2001 que no había semejantes niveles de negativa a elegir entre las opciones electorales disponibles. Son posibles infinitas lecturas, pero todos esos votos en blanco o abstenciones ¿no tienen ninguna perspectiva? ¿Suponen un desencanto con la política, un desencanto con la democracia o una frustración de expectativas? Las elecciones provinciales que vienen ya están jugadas, gane quien gane. Las nacionales casi que también, por más macanas o aciertos que se manden Pino, Margarita, Cristinta, Mauricio o Ricardito. Lo que queda como balance es un conjunto de problemas que superan estas coyunturas electorales, que no tienen fácil solución y que podrían resumirse en tres grandes cuestiones:
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