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Dos postales de la Argentina de hoy en día

Por Miguel Espinaco

     En La Plata pasó lo que pasa casi siempre, lo que casi nunca llega a los diarios excepto cuando como esta vez, hay algunas imágenes violentas para llenar los noticieros. Un grupo de desocupados se concentra frente a un supermercado Carrefour - un supermercado perteneciente a esa conocida cadena que registra ganancias de 2400 millones de dólares anuales - una delegación ingresa para solicitar la entrega de algunos juguetes para organizar el día del niño en las barriadas de la capital bonaerense, hay condicionamientos policiales para liberar los accesos que son respetados hasta que el enojo puede más.
Después, una escaramuza de palos y piedras que eleva el suceso a la categoría de noticia. Detrás de las imágenes que ocupan la pantalla, queda escondido que el reclamo era el reclamo de un grupo de padres que pretendía que sus hijos no estuvieran condenados a vivir el día del niño como un día de otros niños, de esos otros niños que aparecen felices en la tele, viviendo del lado de afuera de los muros de la exclusión.

     En Buenos Aires y en muchas otras ciudades - también aquí en Santa Fe - la otra postal. Filas de horas, improvisadas carpas, cadenas de oración de los que piden al santo del trabajo, a San Cayetano, a ese tal Cayetano que nació en 1480 en Vicenza y falleció un 7 de agosto de hace 447 años. Por esas cosas del mito, ese montón de años no importa demasiado y la fecha sigue sirviendo para renovar el reclamo de los que creen, el pedido para que el santo revierta los males que provoca el mercado capitalista, el rezo para que el trabajo se multiplique como alguna vez - dice el relato bíblico - se multiplicaron los panes.

     Las fotografías de esta Argentina de hoy en día pueden parecer muy diferentes, los que rezan y los que se movilizan,
los que piden y los que exigen, pero la raíz es la misma, es la cuarta parte del país desocupada, aunque las estadísticas se empeñen en disfrazar ese porcentaje no contando a los que cobran los miserables planes y a los que ya se cansaron de buscar trabajo, es la miseria que no alcanza ni para ser pobre.

     "El costo de la Canasta Básica Total, que mide el límite de la pobreza, tuvo una leve suba de 0,2 por ciento en julio, por lo que una familia tipo necesitó 724,82 pesos mensuales para no caer en la pobreza" informaban los diarios no hace mucho. Todo eso hace falta para no ser pobre pero, mucho peor todavía, hacen falta algo así como 400 pesos mensuales para poder "ascender" a pobre, para poder salir de eso que llaman indigencia, para escapar a esa categoría que integran los que ni siquiera pueden llenar la olla y que en Argentina son - según los datos más optimistas - cinco millones y medio de personas.

     Ante esta realidad inocultable, casi siempre se escuchan dos tipos de respuestas. Por un lado, el más primitivo pensamiento de derecha que pontifica que esa gente no quiere trabajar, que si les das una pala salen corriendo, cosas así, frases que se repiten apoyadas en un supuesto sentido común que por lo común no tiene ningún sentido. Del otro lado, los que apuestan a la creación de puestos de trabajo, los que se ilusionan con cualquier atisbo de crecimiento y sueñan con un reverdecimiento capitalista del pleno empleo, del ascenso social, los que sueñan que con políticos audaces y sensibles y con empresarios honestos y emprendedores, llegaríamos a una Argentina en que la pobreza y la indigencia pasarían a formar parte del arcón de los malos recuerdos, del pasado pisado.

     Con los primeros - verdaderos gurkas del razonamiento más elemental - ni siquiera vale la pena discutir. Si ellos no pueden ver la realidad ni creer los números que matemáticos tan serios publican en los diarios, ni aterrorizarse con las cifras - a pesar de que esas cifras estén hechas con las optimistas calculadoras oficiales - allá ellos; poco podremos hacer nosotros para convencerlos. El asunto de los puestos de trabajo sí es un asunto discutible, un punto interesante, porque ocurre que para crear puestos de trabajo para todos, el capitalismo tendría que dejar de ser capitalismo.

     Fijate. Hay un problema central que es la evolución de la técnica, porque el trabajo que antes lo hacían cien personas ahora lo hacen veinte, ya sea porque agregaron una máquina, un software más moderno, un proceso que antes no se conocía, lo que sea. Obviamente, la solución más racional hubiera sido que cada obrero trabajara menos tiempo y aprovechara esa mejora técnica para disfrutar de más tiempo de ocio, pero ocurre que las soluciones racionales no son las que distinguen al sistema del capital.. Como existe un patrón, el patrón opta por deshacerse de ochenta empleados y aumentar su ganancia. Esto, obviamente, no es una cosa que en la realidad pase tan sencillamente, ocurre en procesos convulsivos llenos de gente como Menem, de luchas en los mercados en los que desaparecen empresas, de privatizaciones y de la mar en coche, pero eso es en el fondo lo que ocurre, inventamos cosas para trabajar menos y, en el capitalismo, en vez de beneficiarnos, nos quedamos sin el trabajo y sin el salario.

     El nuevo cuento que subyace a la fábula kirchnerista, es que el crecimiento va a terminar con la desocupación en un proceso gradual. Sin embargo, la verdad es bien otra. Los analistas coinciden en que no se podría llegar al pleno empleo, aún cuando hubiera un crecimiento sostenido al 5 % anual durante 15 años, cosa que un sistema sometido a crisis periódicas "normales" es ya, por sí mismo, un sueño de ingenuos hasta la irresponsabilidad.

     Es muy importante este debate y apenas planeo plantearlo en este comentario, no para negar la importancia del legítimo reclamo de fuentes de trabajo, sino para demostrar que el problema de la pobreza, de la indigencia y de la marginación no podrá superarse sin un subsidio que alcance a todos, a absolutamente todos los que no tienen trabajo, un subsidio que tendría que lograr que todos crucen la línea de pobreza. Y para eso, no hay tiempo para esperar la creación de los prometidos puestos laborales.

     Ya lo sé, van a decir que no hay plata, pero prestá atención. Los que te van a decir que no hay plata son justamente los que se la llevan con pala, los sabios economistas del fondo que pelean su tajada y la de los bonistas, los grandes accionistas que ven como crecen sus ganancias, los banqueros mimados por el Ministerio de Economía, que se rehacen de la "pesificación asimétrica" después de que dejaron en banda a los ahorristas, los exportadores que se quejan de las retenciones pero que no dicen nada del boom sojero que les llenó las cajas fuertes, ni de que ahora el Banco Central les levanta el precio del dólar para compensarles la baja de los precios internacionales. Los que te van a decir que no hay plata son los políticos y los economistas que los representan a todos ellos, los que les cuidan el negocio. Los que te van a decir que no hay plata son, justamente, los que tendrían que meter la mano en sus repletos bolsillos para que ese subsidio universal y digno para los desocupados exista.

     Mientras se sigan saliendo con la suya, estaremos condenados a ver estas postales de la Argentina de hoy en día, a ver en las noticias los que exigen los restos del festín a las puertas de los supermercados, a descubrir filas de gente pidiéndole al santo que haga algún milagro de justicia en este sistema injusto.



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