Condón en la deuda

por Miguel Espinaco

La cita fue en Escocia, más precisamente en Gleneagles. Allí se encontraron los líderes del G8, selecto club de gerentes de las ocho más ricas naciones de este pobre planeta.

Empezaron a reunirse oficialmente allá por 1973 por iniciativa de los Estados Unidos, bajo la amenazante sombra de la crisis petrolera y la recesión económica mundial. Por aquellos días, se hacían llamar Grupo "Library" y funcionaban con reuniones informales de altos funcionarios que se juntaban para hablar sobre los temas del mundo. En 1975, Francia propuso darle más nivel a las reuniones y entonces realizaron la primera cumbre de jefes de estado que pasó a llamarse G6.

Sus primeros integrantes - Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Italia, Alemania y Japón - empezaron a reunirse cada año, y en el siguiente encuentro devinieron G7 al sumarse Canadá y, en 1998, hicieron un lugar más en la mesa al sumar a Rusia.

Desde la cumbre realizada en Birmingham en el año 98 del pasado siglo, las reuniones se han convertido en un centro de convocatoria para todas las manifestaciones de protesta. Desde los que denuncian la existencia de un foro tan antidemocrático, pasando por los movimientos sociales de todo tipo que enfrentan las políticas que allí se trazan, hasta los crecientes movimientos anticapitalistas que encuentran allí reunido una especie de estado mayor del capital, las citas del G8 se han transformado paralelamente en citas para la protesta mundial. En el 2001, después de las recordadas movilizaciones en Génova, los estrategas del capital decidieron mudar sus mitines a lugares algo más inaccesibles para hablar de negocios sin ruidosas molestias.

El tema de la deuda externa ha estado inevitablemente presente en las protestas. Los hombres del G8 decían al principio que no se podía condonar nada, que "las deudas deben honrarse" como diría alguno de los políticos argentinos que escuchamos a diario. Esta última semana, entre los ecos del atentado en Londres, leímos en los diarios que habían decidido perdonar la deuda de los países más pobres.

Parece una buena noticia, pero ni bien uno observa con un poco más de atención, descubre que apenas si están hachando las ramas arruinadas para que el árbol de la deuda les siga creciendo rejuvenecido.

Un viejo reclamo

Los reclamos por la deuda no son nuevos. Desde 1996 existe ya un programa denominado Iniciativa para los Países Pobres Altamente Endeudados que se suponía iba a aliviar los problemas.

El Banco Mundial y el FMI habían acordado en aquel año, un plan de reducción que debería permitir al país deudor devolver sus préstamos sin comprometer su crecimiento económico y sin aumentar los atrasos. La iniciativa pretendía reducir la deuda multilateral, bilateral y comercial a lo largo de un periodo de seis años hasta un nivel sostenible que los países pudieran afrontar. La inevitable condición era que el país aplicara las políticas de ajuste estructural aprobadas por el Banco Mundial y el FMI.

Muchas organizaciones no gubernamentales vienen exigiendo sin éxito a los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que se le perdone el 100% de la deuda externa a los países más pobres y hasta la iglesia católica se ha sumado a ese reclamo. El Arzobispo de Tegucigalpa, el Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, cuenta que ya en el año 2000 "entregamos al canciller alemán Gerhard Schroeder, 17 millones de firmas de todo el Continente pidiendo la condonación de la deuda externa".

Campañas sistemáticas como la impulsada por el cantante irlandés Bob Geldof han sido también parte de la demanda, que tuvo un impulso masivo con los recitales realizados en varias ciudades del mundo -los live 8 - a principios de este mes.

A pesar de la protesta generalizada y de las buenas intenciones declamadas en todas las tribunas por los políticos del G8, la situación viene empeorando. Según cuenta Mariana Martínez en BBC Mundo, "la factura anual del pago de la DE, entre 200.000 y 250.000 millones de dólares USA, supone cerca de tres veces la cantidad necesaria para satisfacer anualmente las necesidades básicas de toda la humanidad empobrecida, según las cifras de las Naciones Unidas, y representa más del triple de lo que supondría actualmente el coste total del famoso Plan Marshall".

Pero los números, a esta altura del partido, dicen poco. Juan Torres León aclara en su nota "La deuda eterna" publicada en Rebelión, que ni siquiera estamos menos peor, como muchos quisieran creer. "En 2005, los países pobres van a pagar más que en 2003", o sea que a pesar de las publicitadas iniciativas de los jefes del mundo, los países pobres están poniendo todavía más plata por año en los amplísimos bolsillos de los acreedores.

Poco y nada

El anuncio ha sido muy oportuno, es cierto. Después del impacto del live 8 por África, era necesario salir a decir algo y entonces los miembros del G8 anunciaron el perdón que incluye a Benin, Bolivia, Burkina Fasso, Etiopía, Ghana, Guyana, Honduras, Madagascar, Mali, Mauritania, Mozambique, Nicaragua, Níger, Ruanda, Senegal, Tanzania, Uganda y Zambia. Dicen, inclusive, que otros nueve países podrían beneficiarse de la condonación de la deuda en unos meses: Camerún, Chad, República Democrática del Congo, Gambia, Guinea, Guinea Bissau, Malawi, Sao Tome y Sierra Leona.

Sin embargo, ni bien se investiga más profundamente el anuncio, se nota que no da para bombos y platillos, que la cosa se parece más a una operación de prensa de dimensión mundial que a un alivio para los países endeudados.

Por un lado, el perdón no es tan automático como sugieren los títulos de los diarios. La tradición de las reuniones del G8, dedicadas casi siempre a acordar manifestaciones llenas de alusiones a la lucha contra la pobreza y cosas por igual de simpáticas pero a no comprometerse a casi nada, parece haberse continuado con el supuesto perdón de la deuda.

Jubileo Sur, una red de campañas sobre la deuda, movimientos y organizaciones populares de África, América Latina, el Caribe, Asia y el Pacífico que reclama la cancelación incondicional de toda la deuda, aclara que la propuesta menciona que el 100% del perdón de deuda será otorgado solamente a aquellos "que continúan en curso con sus programas de repago de obligaciones...", o sea que los pobres países van a tener que ponerse al día en sus pagos antes de ser considerados elegibles para la cancelación y que "no está claro si se impondrán nuevos condicionamientos sobre estos países" que se sumarían a los de la Iniciativa del 96.

Pero por otra parte, la cifra es ridícula. Alcanzaría con recordar que 50.000 millones es el número que se jugó en pocos días en México en la crisis del Tequila, un salvataje para los capitales que habían quedado acorralados en sus errores de cálculo en la timba financiera. Pero hay más comparaciones posibles para medir la marginal dimensión de la supuesta ayuda de los poderosos.

Solo en el 2002 hubo una transferencia neta de U$S 95.000 de Sur a Norte, o sea que en un solo año, los deudores remesaron a los acreedores casi el doble de la deuda que supuestamente ahora perdonarán y que encima no les ocasionará un impacto financiero importante ya que, en todo caso, dejarán de cobrar en muchas cuotitas durante el largo período de devolución de las deudas condonadas.

Pero el número parecería todavía más pequeño si se lo comparara con los gastos militares: solo Estados Unidos - el número 1 de los 8 -gastó el año pasado nueve veces 50.000 millones de dólares, en fabricar armas para mantener en caja a los pobres del mundo.

Póntelo, pónselo

Muchas organizaciones han venido reclamando el perdón del 100% de las deudas del sur. Que se llevara adelante este reclamo sería un gran avance, aunque vale señalar que no impediría la resurrección del círculo de endeudamiento que se apoya en tendencias muy profundas del mundo del capital. De cualquier modo, lejos de hablar de esa medida que ni entra en la imaginación de los presidentes del G8, estamos hablando apenas de este poco y nada al que hacíamos mención.

Muchos, sin embargo, podrían alegar a esta altura de las circunstancias, que la condonación de algo es mejor que la condonación de nada, que - por poco que sea - se trataría de un avance respecto a las repetidas negativas del G8. Pero ¿se trata realmente de un perdón? ¿o es un reconocimiento de una incobrabilidad inevitable que los acreedores visten de perdón para salir en los diarios con cara de gente solidaria?

La cronista de la BBC que citábamos más arriba, explica que "la idea no es perdonar el 100%, sino un porcentaje del total de acuerdo a lo que el país pueda pagar…. lo que hacen es primero analizar la relación entre la deuda y el volumen de exportaciones y de allí deciden el monto a pagar……... La iniciativa tenía por objeto reducir la deuda multilateral, bilateral y comercial a lo largo de un periodo de seis años hasta un nivel sostenible que el país pueda afrontar". Dicho con más claridad, lo que se perdona es lo que los países de cualquier forma no iban a poder pagar, se baja la deuda hasta el exacto nivel "sostenible" que el deudor "pueda afrontar". No exagera Juan Torres León, cuando afirma que la pretendida condonación "se trata de un verdadero fiasco".

Pero el perdón tiene todavía otro efecto que no debería ser desestimado sin más ni más y tiene que ver con lo ideológico, con la forma en que este perdón parcial funciona preservando el mecanismo general de la deuda. Como escribe Jubileo Sur, el supuesto perdón "cubre solamente 38 de más de 160 países del Sur agobiados por deudas reclamadas por financiadores internacionales. Al guardar silencio sobre el resto del Sur, el G8 continúa perpetuando el mito para su conveniencia, de que la deuda es un problema solamente para los países más empobrecidos".



Opiná sobre este tema

Perdonar es divino

Sin duda, la posibilidad de perdonar es una demostración de fuerza. Quien puede matar puede también perdonar y es tan poderoso por lo uno como por lo otro.

Sin embargo el mito de los 8 fantásticos que mesa de por medio y birome en mano son capaces de resolver las grandes contradicciones del mundo del capital es apenas eso: un mito.

El deterioro de los precios relativos entre lo que produce el sur y lo que produce el norte, la sobreacumulación de capitales ávidos de ganancia y mecanismos como el de las deudas externas, son resultados automáticos de la lógica capitalista. Los más poderosos gerentes del mundo - aunque sean realmente los más poderosos - son sólo los encargados de trazar las estrategias para que el sistema sobreviva y lo hacen condicionados por las reglas de ese mismo sistema.

El problema del capitalismo no se reduce a un problema de distribución de la riqueza, aunque obviamente ese resulte su efecto más evidente y perverso. Se trata de una maquinaria de robo del trabajo ajeno con métodos más disimulados pero con resultados parecidos a los de la esclavitud. Una extensa red de ganadores - empresas, banqueros, accionistas - lo sostiene, pero también lo sostienen muchísimos perdedores que son convencidos de dejarse robar, a través de mecanismos ideológicos.

La idea de que los problemas se resolverían con empresarios "humanos" que no fueran compelidos por la ley del mercado a robar trabajo ajeno, o de que 8 señores sensibles en el G8 podrían cambiar la historia devolviéndoles algo de lo robado a los países pobres, son ejemplos de las fantasías que se distribuyen para que el sistema sobreviva.

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