¿Paz y seguridad?

por Miguel Espinaco

- No es un problema de plata - me dijo Adrián cuando le conté que quería escribir algo sobre la muerte del agenciero de la avenida Facundo Zuviría.

Yo le había dicho que era increíble que cada vez que pasan cosas como ésta, la reacción de ese bloque social - que el discurso en boga ha denominado sin más ni más como "la gente" - repita las demandas de más policías y mejores leyes para reprimir el delito y ni se les ocurra hablar de las causas, ni se les pase por la cabeza pensar en un programa de acción que no se limite a levantar más altos los muros y las rejas y a poner más gente armada en las calles para terminar (?) con la violencia.

Es sorprendente, le había dicho, porque las noticias coexisten, son casi simultáneas. En una página, uno se entera de que en un robo de los que hay tantos, un agenciero de quiniela es asesinado de un tiro en la cabeza, en la otra lee que Santa Fe registra los más altos índices de pobreza de este país de pobres, que de ciento doce mil niños y niñas menores de 14 años en Santa Fe, setenta y seis mil son pobres o sea que, dicho de otro modo, apenas tres de cada diez no son pobres.

En una noticia del noticiero, uno ve que en el robo a una panadería de barrio, unos delincuentes llegan a la locura de encerrar a dueños y a empleados en el horno y que no mueren por pura suerte. La siguiente noticia le relata que un niño de 10 años ha muerto de hantavirus en un barrio de desplazados por la inundación, un barrio sobre el cual el propio Ministro de Salud provincial debió reconocer que tiene servicios deficientes de luz, de agua y de atención sanitaria.

¿Es tan difícil sumar dos más dos?

- Está bien. No es que sea solamente un problema de plata - le dije - pero es un problema que empieza a solucionarse con plata. ¿Cómo puede ser que a estos sectores que reclaman por su inseguridad, ni se les ocurra pensar que en una ciudad con más del 35% de desocupación juvenil, hace falta un seguro de desempleo que integre socialmente a cantidades de marginados?

Claro, es cierto. No puede hacerse una implicación directa y concluir que a más pobres más delincuentes, como si fuera una regla de tres simple; el problema es más complejo. Sin embargo, está bien claro que es la estabilización de la pobreza la que provoca marginalización, desplazamiento del centro social, la que empuja a los bordes de la civilización (y del otro lado la barbarie, no es cierto?).

Muchos jóvenes santafesinos que ya andan cerca de los 30, no han tenido nunca un trabajo estable, muchos que han sido trabajadores en alguno de los tantos puestos de trabajo perdidos, acumulan la frustración de ya no ser, y muchos niños acompañan el carro de su padre, corren para juntar las bolsas de basura y cuando lleguen a los 20 - con un poco de suerte - ganarán un puesto en el escalafón de la miseria: ascenderán a conductores del carro.

Es muy raro, sí señor, que los mismos que reaccionan sintiendo pena por ese niño ex inundado, después llevado por las autoridades a convivir con el ratón de cola larga transmisor del hantavirus y ahora muerto de puro pobre, reaccionen con un odio algo primitivo ante hechos como el de Facundo Zuviría, considerando "negro" al asesino. Es muy raro, porque es justamente en barrios como el de ese chico muerto donde se reproduce la marginalidad, son las usinas, las máquinas de fabricar frustración, de fabricar niños que si no mueren antes serán a partir de su adolescencia, carne de cañón para una vida fuera de la legalidad.

Los medios y el miedo

No es que yo no entienda: la muerte a la vuelta de tu casa, la sensación de que podría haberte podido pasar a vos, la reacción animal, fight or fly, golpear o escapar para esconderse, para protegerse del peligro: el miedo como mecanismo de autodefensa.

Está claro que el tema no es sencillo. Estos tiempos de medios de comunicación veloces como disparos, estos tiempos de noticias que te informan hasta el exceso, que te emborrachan de realidad hasta la náusea, han parido el concepto de seguridad como un ideal de masas, como una utopía que - amarga contradicción - hay quienes creen que merecería defenderse armas en mano.

Lo que pasa es que en estos tiempos casi todo lo que sucede, sucede en tu casa: la muerte de un agenciero en Facundo Zuviría, los atentados de Al Qaeda, el hijo de Blumberg, una niña desaparecida en Entre Ríos, casi todo pasa en el living de tu casa y entonces el miedo, que casi nunca ha sido un buen consejero. Inútil es en estos casos hablar de estadísticas, explicar por ejemplo que son muchísimas las niñas que no desaparecen, o que la mayoría de los agencieros de quiniela no mueren asesinados, el miedo no tiene que ver para nada con la frialdad de los números que tienen la costumbre de incluir un montón de cosas que no salen en la tele.

Los que sí salen en la tele, son los personajes como Carlos Larriera. Uno los ve, como lo vi yo hace unos días por canal 13, y no puede menos que preguntarse si el tipo es o se hace. Habló en una mesa con algunos comerciantes alrededor de la famosa inseguridad y todos sus aportes al debate consistieron en repetir con cadencia de clase de formación cívica, que "los tres poderes" tienen que cumplir con sus obligaciones.

En un momento de la charla, comentó que el problema ahora era el grado de violencia, que vos le dabas la billetera, las joyas y el reloj y lo mismo te golpeaban o te disparaban. La culpa, obviamente, se la endilgó a la droga, olvidando que no es poca la "gente bien" que consume y no por eso se dedica a asaltar a pobres quinieleros armas en mano, olvidando que hasta muchos presidentes han gobernado sus países con alguna que otra ayuda química, sin llegar por ello a la violencia explícita. Basta recordar a Collor de Mello, de quien se dice que usaba la cocaína en supositorios para no afectar su prístina nariz presidencial.

Larriera dice que si funcionan los tres poderes (lo que traducido significa, si los tres poderes disciplinan y reprimen como corresponde) el problema se soluciona. Es una suerte que no dependan de estos personajes los avances en otras ciencias, digamos en la medicina por ejemplo, porque los pacientes vivirían tomando aspirinas y calmantes varios mientras la infección los destruye.

De las causas de la delincuencia, ni asomo, de las razones por las que la inseguridad crece aunque más leyes y más policías, tampoco: a estas sobredosis de "sentido común" estamos expuestos los consumidores de medios de difusión masiva.

Uno ve la tele y comprende un poco más lo incomprensible.

Contradicciones

Los comerciantes de la avenida Facundo Zuviría han salido una vez más a movilizarse exigiendo seguridad porque son víctimas de variados robos cotidianos y ahora, la muerte de Isaac Vainmann resultó un acicate para el miedo, la gota que colmó el vaso, como diría después el gobernador Obeid, mientras cambiaba al jefe de policía para responder - con aguzado oído preelectoral - al malhumor social afectado por el homicidio. Otras organizaciones se sumaron más tarde al reclamo y entre todas, realizaban ayer por la tarde una movilización bajo el lema "paz y seguridad, por una ciudad digna de ser vivida". Los puntos del petitorio solicitaban comisiones, estudio de las leyes procesales e incluía el blumberista reclamo de que haya una política "de derechos humanos no sólo para los victimarios sino para las víctimas, que son las que realmente sufren este flagelo".

Las dichos de unos y de otros, no desafinaron de la norma en estos casos. Obeid habla de saturación policial y de más tareas de inteligencia sobre presuntos grupos delictivos, los comerciantes hablan de cambiar la legislación y de medidas judiciales.

Yo entiendo, no es que no entienda, el miedo es una pasión bien comprensible. Me extrañó, sí, que otras inseguridades no entraran en el horizonte de los actores de este drama, que otros miedos que completan el escenario no se hayan siquiera mencionado en el guión. Y entonces fui allá, a la avenida Facundo Zuviría, a hablar con algunos comerciantes.

- Buenas movilidades, gente bien entrenada y capacitada, no la capacitación que tiene la policía hoy, con mucha gente que no está capacitada para estar en la calle, buenos equipos de comunicación y paradas estratégicas - me dijo un comerciante que era lo que hacía falta.

- Que no entren los ladrones por una puerta y salgan por la otra, esas cosas - me decía otro que trataba de sintetizarme los puntos que se habían abordado en la más reciente reunión que reunió a la gente del barrio.

Las formas, el lenguaje que ha adoptado el famoso lema de la seguridad, las frases que el discurso de moda ha instalado, los eufemismos que resumen la tentación de levantar el cerco cada vez más alto con la esperanza de estar más "seguros".

Hablé con ellos, claro, de las otras inseguridades. Les dije que me había llamado mucho la atención que no se hubiera mencionado el tema de la pobreza, que Santa Fe tenía un record de pobreza en un país de pobres y que la marginalidad, la exclusión, la falta de perspectivas y la frustración que esa situación produce, es caldo de cultivo para la delincuencia, les recordé lo del chico muerto de hantavirus.

- Todo es parte de lo mismo - me dijo el primero, y recordó con pena a la gente que ve en los basurales - pero estoy en contra de los planes trabajar.

Habló de la necesidad de enseñar oficios a los chicos pobres y de que "los políticos les enseñen", propuestas lejanas y abstractas para salir del paso ante mi pregunta, nada tan concreto y tangible, nada tan inmediato como lo de la gente entrenada y lo de las buenas movilidades.

- No, de eso no se habló nada - me dijo el otro, asombrándose conmigo de ese hecho y asombrándose un poco de su propio asombro, porque él no se había dado cuenta.

El miedo es mal consejero, te decía, y acentúa esta fragmentación social y nos vuelve incoherentes, irracionales, repetidores de un discurso que se contradice a cada paso: "yo no creo que la policía, los políticos, los jueces, desconozcan a los delincuentes. Yo no creo que no los conozcan, los conocen a todos. Conocen a los delincuentes que roban, a los que estafan, a los del juego clandestino, de las prostitutas, de todo en general", me decía el comerciante que pedía más presencia policíal. Debería sorprendernos aunque sea un poco, que ga todo esto y acto seguido exija a esos mismos políticos que den más armas legales a esos mismos jueces y que saturen las calles con esa misma policía.

Deberíamos hacer un esfuerzo todavía, por sorprendernos de que a los comerciantes, a los vecinos que temen por su seguridad en este sistema que fabrica pobres dispuestos a pelear a mano armada con otros pobres para robarse o para no dejarse robar, no se les haya ocurrido todavía exigir al gobierno subsidios de desempleo para todos los que los 90 dejaron en la marginalidad.

Esa medida, obviamente, no solucionaría el problema de inmediato. Los problemas de la marginalidad no se solucionan sólo con plata - ya lo dije - pero un ingreso que alcance para vivir permitiría a mucha gente volverse a sentir "gente" y limitaría el campo propicio en el que se multiplica la delincuencia. La sola propuesta serviría, por lo menos, para que descubramos nuevas contradicciones al escuchar las excusas de los dirigentes políticos si los vecinos pidieran esto. Veríamos, seguramente, cómo los mismos que se llenan la boca hablando del "modelo de los 90" como si ellos no hubieran tenido nada que ver, los mismos que rápidamente escuchan el clamor popular para movilizar más policías, se apurarían a presentar elegantes y variadas explicaciones para no atender nunca jamás, el problema de la pobreza que supieron conseguir.



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