Torturadores on line por Javier González Lo que no llama la atención para nada es el color. Y bueno, es que era de esperar que utilizaran el azul o el celeste, celeste de bandera patria, azul de cielo, azul de mar, el mismo mar donde arrojaban a las víctimas de su sadismo. Cabía esperar también alguna musiquita pedorra, algún febo asoma, los redoblantes y los pum pum de las marchas que musicalizaban los actos escolares de entonces. Era de esperar también que se victimizaran, que invirtieran las cosas de tal modo que ellos, que fueron los verdugos, intentaran mostrarse como heroicos y mansos corderitos con la cabeza en el cepo. Entrar a cualquiera de las páginas web que exaltan a la aborrecible dictadura militar argentina del 76 es adentrarse en ese mundo plagado de canallas y tergiversadores de la realidad. Para quienes vivimos ese momento histórico es inevitable recordarlos. Es inevitable recordarlos así, apuestos y gallardos varones y mujeres, bien vestidos, perfumados, listos para asistir a la misa que los redime de los pecados que no creen haber cometido pues la "guerra contra la subversión" ha sido bendecida por altos jerarcas de la Iglesia como Monseñor Plaza, Torterolo o el nuncio apostólico Pío Laghi. El discurso de antes, cuando mandaban en las calles con sus patotas armadas, y el de ahora ha cambiado, pero no tanto. Poner orden al caos, eso decían cuando se disponían a hacer tábula rasa con la militancia revolucionaria. Hablaban de orden, pero construían el caos diariamente, con sus ford falcon y sus torinos, secuestrando gente, en "operativos" de frenos chirriantes y aparatosa exaltación de la violencia, arrebatándola de las calles, de sus casas, de sus vidas. Imponer una férrea, disciplinada e intachable moral a la juventud, decían. Mientras ponían orden en sus nuevas cuentas bancarias engrosadas por los bienes de las personas que ellos desaparecían, mientras hacían fiestas con las "chicas de Sofovich" , mientras secuestraban, torturaban y mataban adolescentes que "inmoralmente" luchaban para cambiar la realidad. Cómo no recordarlos así, con ese aplomo que les da el hecho de pertenecer a la institución, con esa facilidad para los discursos y ese tono de barricada, tan marcial, con el que hablaban en los actos públicos. "si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla!" decían con la arrogancia y el valor que les daba el whisky y la certeza de que no eran ellos los que iban a soportar el frío, la muerte y el abandono en Malvinas. El silencio es salud empezaron a decir algunos civiles y militares tiempo antes del golpe, preparando el terrenos donde sembrarían la desesperanza. Porque justo es recordar que "los ellos" no fueron sólo los que portaban uniforme, fuera azul, verde, negro o púrpura, sino también todos aquellos "civiles" que querían acallar las voces que gritaban por una sociedad distinta y que crearon grupos paramilitares y firmaron decretos de exterminio. Ayer los aunaba la certeza de pertenecer. Pertenecer a la institución, a la reserva moral de la patria, al David que combatía al Goliath comunista infiltrado en las personas y en las cosas. Pertenecer tenía sus privilegios, reuniones con empresarios: negocios turbios, bolsillos llenos. Combatieron feroz y valientemente contra libros indefensos y personas maniatadas. Su sofisticado armamento fueron el fósforo, la picana eléctrica y los fusiles fal. Se autorregalaron medallas por su valor en combate y combatieron con valor la "tercera guerra mundial" encargada por un dios invisible que todo lo justifica y su representante en la tierra, los Estados Unidos. Hasta el neoliberalismo siempre Hoy como ayer levantan las banderas de la argentinidad, apuntaladas en las figuras deshumanizadas de San Martín y Belgrano, de los cuales se sienten herederos. Pero entre otras "desmemorias" olvidan que "la bandera de Belgrano", por aquel entonces, se compraba en Taiwan gracias al modelo económico que implementaron y que lentamente acabó con los restos de la industria nacional. De heroísmos y cobardías. Se cargan la mochila del heroísmo pero ninguno tiene el valor suficiente para contar qué hicieron con los niños apropiados, con los bienes robados, con los cuerpos acribillados. No tienen entereza para reconocer que participaron de un genocidio planificado y ejecutado hasta el detalle. No tienen moral para equipararse a la militancia revolucionaria, porque más allá de sus errores políticos, los militantes dieron sus vidas por cambiar la realidad, para que dejen de perder los que siempre pierden a costa del privilegio y la barbarie que los uniformados defendieron, violando los derechos y las personas, torturando muertos vivos y asesinando con sadismo. Algo ha cambiado en este último tiempo. Dispuestos a salir de la oscuridad de sus vidas, hoy aparecen en los medios y en la internet, mintiendo descaradamente como siempre, amenazando anónimamente, conspirando, soñando con las "épocas doradas" de la represión. Hoy se hacen visibles en actos de "gente bien" que reclaman por calles seguras por donde sacar a pasear sus privilegios, calles sin pobreza, calles sin piquetes. Pero a diferencia de la militancia revolucionaria que se jactan haber "hecho sonar", no buscan acabar con la pobreza sino encarcelarla, no buscan un mundo más justo sino un mundo justo a la medida de sus bolsillos y a su infame idea de sociedad. Opiná sobre este tema |
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