Apuntes sobre socialismo El mito del estado socialista por Miguel Espinaco Los esquemas son así, sirven para definir un mundo en el que los conceptos calzan como anillo al dedo. Pero hacer esquemas conlleva siempre algunos riesgos que no son menores. El que nos trajo hasta aquí, fue pensado para separar las alternativas al capital entre las que apuestan a retroceder al pasado, las que quieren mantener emparchando y las que proponen cambiar por algo diferente y novedoso. Ya, como todo esquema, suena desde el vamos un poco forzado - por no decir un poco tramposo - pero peor aún, nos quedaron tantas zonas grises que tuvimos todavía que descontaminar el concepto socialismo para que no se nos mezcle con los parches de los distribuidores del ingreso y con los que confunden socialismo con estado. Decía entonces, en la anterior entrega, que iba a hablar de los que fueron llamados "socialismos reales" durante el siglo veinte, porque para definir con alguna precisión de qué voy a querer hablar cuando hable de socialismo, voy a tener que contraponerle unas cuantas cosas que esos países no fueron, justamente porque no fueron socialismo. Voy a referirme a cuatro aspectos y otra vez los esquemas, pero si no cómo. Por eso, aunque los cuatro están muy conectados el uno al otro, los voy a tomar uno a uno tratando de hacerle a cada cual su propio casillero. En esos cuatro aspectos voy a tratar de resumir todo lo que no tuvieron de socialistas estos países que se decían socialistas, empezando por la cuestión del estado - obviamente - pero siguiendo por la ausencia de democracia de productores y consumidores, por la sobrevivencia de la explotación y por la inexistencia de internacionalismo, todo para intentar llegar a una conclusión más o menos provisoria del por qué del fracaso de este primer experimento histórico de socialismo. Y ojo, digo fracaso del primer experimento histórico y no muerte del socialismo como dicen los que defienden al capitalismo y quieren convencerte de que el capitalismo es algo así como eterno. La verdad, es que al capitalismo le tomó unos trescientos años instalarse como sistema dominante, y lo logró a fuerza de marchas y contramarchas, de triunfos y derrotas, de avances y retrocesos, de modo que con ese antecedente, no hay razón que autorice a decir que el socialismo está muerto, a no ser que uno trabaje de enterrador y quiera apurar el velatorio. El primer aspecto que voy a señalar, entonces, es el del estado, y lo primero es definir qué es el estado. Para Marx, es nada más que el poder organizado de una clase para resolver sus asuntos y para someter a otra. O sea no es algo neutral que nos pertenece a todos, ni algo que está por sobre todos los individuos que son iguales ante su potestad. El estado es la organización del poder de algunos que se le impone a los otros, valga el ejemplo del estado argentino para dejar claro esta cuestión, ver cuál fue su función durante estos últimos tiempos. Desde la segunda guerra mundial y hasta mediados de los setenta fue el estado que construyó la infraestructura que necesitaban los empresarios para implementar la industrialización sustitutiva de importaciones, después - dictadura mediante - fue el estado privatizador que necesitaban los empresarios del nuevo capitalismo globalizado para multiplicar sus capitales hasta que el esquema dejó de ser funcional, y más tarde fue el estado devaluador que acomodó los tantos al nuevo y rentable escenario exportador. Las desapariciones en masa de personas, las llamadas desprolijidades en las privatizaciones, las coimas en el senado después, y el siempre dudoso reparto empresario de la obra pública, dejan claro que el estado sirve para imponer las cosas que les interesan a los dueños de ese estado, y por si hiciera falta, demostró que no importa mucho la legalidad con la que ese estado funcione: lo que importa es que les sirva para lo que les tiene que servir. Bueno, esto es el estado en el capitalismo. En el socialismo, que apunta a una sociedad sin clases y sin explotación, este poder organizado para dominar no tendría razón de ser, el estado concebido como herramienta política para controlar a los explotados y obligarlos mediante el monopolio de la violencia a aguantar las cosas como son, pasaría a ser nada más que un artículo de museo. Es lógico, claro, concebir cierto tipo de estado político durante la transición al socialismo, de algún modo la clase revolucionaria tiene que garantizar esa transición al socialismo contra los que quieren volver atrás las cosas; ciertamente, en todas las revoluciones ha sido así y no parece que en el futuro pueda ser distinto. Pero en el socialismo, ese estado no debería ser más que un momento, un período, ese estado sería un estado en extinción, un estado en tránsito a su propia desaparición, a la absorción de sus funciones administrativas por el conjunto de la sociedad. Está claro que esto no es ni cerca lo que pasó en lo que llaman "socialismo real" que, como te decía antes, no tuvo nada de socialismo. El estado se convirtió en el mito que entró por la ventana en el ideario socialista, en una iglesia a la que había que rendir pleitesía y, de ese modo, terminó traduciéndose en un monstruo opresor que crecía en vez de decrecer. El poder político terminó estando en manos del sector social que lo administraba para su propio beneficio, que lo usó como poder organizado para dominar al pueblo trabajador. El por qué de este resultado que agigantó y endiosó al estado en vez de comenzar los pasos para extinguirlo, es aún materia de debate y lo seguirá siendo. La situación política, la debilidad en términos económicos de los países en los que estas salidas se experimentaron, los errores de quienes dirigieron esas revoluciones y la capacidad del capital y de sus tendencias de sobrevivir al mismo capitalismo, son explicaciones parciales que habrá que seguir explorando. Lo cierto es que el dominio de una burocracia sobre esos estados que volvieron en algunos casos y en otros están volviendo al capitalismo, resultó una verdadera contrarevolución. Ahí están los gigantes estados del este europeo, que terminaron siendo el reducto de la KGB contra los trabajadores, la cárcel de pueblos enteros a los que se les impedía construir su propia historia. Ahí está la Cuba de Castro, entregando la economía a las transnacionales europeas, incapaz de ofrecer claridad sobre si la misma idea de revolución sobrevivirá a su líder. Ahí está China, garantizando la propiedad privada. Es cierto que la justificación de esos estados fuertes fue la de defender las revoluciones de los ataques de los que querían volver al capitalismo, pero también es cierto que terminaron siendo maquinarias para dominar a los propios trabajadores a los que reclamaban pertenecer. Como no estaban en vías de extinción, terminaron poniendo en vías de extinción al socialismo, devolviendo el poder a los capitalistas y ensuciando de paso el nombre del socialismo, mezclándolo en el imaginario colectivo con las alternativas que proponen un estado fuerte que corrija el caos capitalista, ese sueño de los emparchadores. Algo parecido pasó con los sindicatos. De herramientas de poder para la lucha sindical de los trabajadores se volvieron herramientas de poder contra los trabajadores, maquinarias para que los trabajadores puedan ser mejor explotados. Y en el desarrollo de esta funcionalidad procapitalista, muchos burócratas terminan siendo ellos mismos empresarios, ellos mismo usufructuadores directos del trabajo ajeno. Dije que iba a tratar de arrimar a una definición del socialismo contando lo que no fueron los mal llamados socialismos reales que marcaron el siglo veinte. Socialismo, entonces y para empezar, no es ese estado dictatorial que decide sobre la vida y la muerte, socialismo es un estado político que decrece hasta desaparecer, porque si hay democracia de productores y consumidores, si la sociedad decide cómo se trabaja, cuando y qué se produce, no hace falta esa maquinaria de control tanto legal como policial, no hace falta ese estado. Pero este asunto de la democracia de los productores y de los consumidores nos remite al segundo punto, y en eso me meto en la entrega que viene. Hasta entonces.
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