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El poder en los tiempos del agua

Por equipo de investigación de El Mango del Hacha (*)

     "Parece que pasó hace tanto tiempo que... ¿cómo empezó todo esto?... el tema de la crecida de aguas empezó con las comunas, en el norte de la provincia. Fue dos semanas antes. Por eso después nos preguntábamos si se podía haber previsto, es decir, si en tal lado el nivel de agua venía subiendo, esa agua iba a venir para acá en algún momento. Cuando allá baja, acá sube. Lo de las comunas pasó dos semanas antes a raíz de la lluvia, empezó a juntarse mucha agua y la gente empezó a evacuarse. Dos semanas antes. Y acá empezó esa última semana de abril. El lunes 28 empezó el problema. O sea, se empezó a sentir más que entraba a tal barrio o afectaba tal otro. Y el martes 29 fue lo de barrio Centenario, lo del FONAVI, Barranquitas, lo de barrio Roma, San Lorenzo, barrio Alfonso, Estrada, Hospital de Niños inclusive, y ahí pensaron en el tema de la voladura. Porque a ese paso ya pasaba por la Casa de Gobierno".

     Cuatrocientos ochenta kilómetros al norte de Buenos Aires se encuentra la ciudad de Santa Fe, ciudad encerrada por ríos, plantada al interior de una horqueta formada por el sistema del Paraná por un lado y por el río Salado - uno de sus afluentes que viene desde el noroeste - por el otro.
(Mapa obtenido de: www.ellitoral.com).
Al este se encuentra la laguna Setúbal que es un ancho brazo del rió Paraná, y al cruzarla se arriba al inicio de un sistema de islas y brazos que termina veinte kilómetros más allá, en el cauce principal del río bajo cuyo lecho se oculta el Túnel Subfluvial que une las dos provincias desde hace tres décadas. Al oeste, el Salado se acerca oblicuamente hacia su desembocadura, mientras que el cierre inferior de la horqueta lo hace el llamado Riacho Santa Fe, angostada continuación de la laguna que pasa por detrás de la avenida Mar Argentino, avenida que se ha hecho famosa por la reciente voladura parcial realizada en ella a instancias de la catástrofe.

     La particular ubicación de Santa Fe ha empujado su crecimiento hacia el norte. A medida que la necesidad de ubicar la creciente población que actualmente ronda los cuatrocientos mil habitantes, y a arbitrio del caprichoso mercado inmobiliario, los barrios fueron construyéndose en la zona en la cual la distancia entre los ríos es mayor, en la parte norte de esa horqueta imaginaria a la que hacíamos mención. Otros flujos poblacionales fueron derivándose a la vecina ciudad de Santo Tomé - al otro lado del Salado - y a poblaciones ubicadas en la zona de islas como Rincón y Colastiné. Obviamente, en medio de este crecimiento desordenado fue imposible evitar que muchos barrios fueran tomando forma en zonas que deben considerarse parte de los valles aluvionales de los ríos que rodean a la ciudad, sectores que viven expuestos a los caprichos de la naturaleza.

     Si bien Santa Fe ha sido periódicamente castigada por fenómenos hídricos que provocaron evacuaciones, molestias y problemas, es la primera vez que se produce un hecho que pueda considerarse catástrofe sin temor a exagerar ni un poco. En esto ha tenido que ver, seguramente, el hecho de este crecimiento desordenado y también las respuestas parciales que se han ido dando, respuestas que poco a poco han ido convirtiendo a la ciudad en una gran pileta.

     El hecho es que ante esta invasión del hombre a los territorios del río, ante las inconveniencias que se provocaban de tanto en tanto en cada crecida más o menos importante, la repuesta ha sido la de ir amurallando la ciudad, la de levantar un anillado de defensas que cerrara las puertas al río. Ese amurallamiento, a su vez, acarrea nuevos problemas como el de sacar de la ciudad el agua que se acumula en cada lluvia habitual, al punto que ha sido necesario implementar un sistema de "lagos" o reservorios al interior de las murallas, para que desde allí la ciudad pueda ser vaciada por bombeo, todo esto porque el agua no puede drenar por medios naturales. Pero mucho peor que este problema cotidiano que ocasiona el anillado de cierre, ha sido el que ocasionó la apertura de una brecha sesenta días atrás, porque cuando la muralla cedió en apenas un punto, la pretendida defensa terminó convertida en una trampa que ocasionó muchas muertes.

     Es verdad que en este punto puede haber pesado cierta tendencia cientificista que hace creer al hombre que puede, a fuerza de tecnología, vencer a la naturaleza, convertirse él mismo en invencido dueño del mundo. Sin embargo, no conviene forzar hasta el extremo este análisis del hombre así en abstracto, ya que no es ese "hombre" así, casi antropológicamente definido, el que maneja las decisiones de este mundo. Bien vale tomar en cuenta que las obras más o menos importantes como las que se realizaron para amurallar la ciudad involucraron cifras millonarias, que hubo empresas que consiguieron sus contratos y dirigentes políticos que tuvieron su oportunidad de beneficiar a unos o a otros con los consiguientes beneficios que esa ubicación suele brindar.

     Mientras tanto - y sin que medie ningún debate serio - el estado santafesino ha decidido que Santa Fe se siga amurallando.

     Los domingos de elecciones son raros. Uno ve desde antes de las ocho de la mañana colas en las escuelas; los tempraneros que quieren desocuparse ya están ahí, sacándose ese problema de encima. Hace apenas unos meses parecía imposible que la gente fuera a votar, pero ya se vislumbra que otra vez estarán ahí, ahora "decidiendo" si Menem, si Kirchner o si algún otro. Ese domingo 27 de abril que había amanecido gris y con llovizna parecía nada más que otro día de elecciones, sin embargo después contaron que ya ese domingo había sido el principio de la inundación que trastornaría vidas y sueños a miles de santafesinos. Después se hablaría, se comentaría, muchas veces las cosas que parecen triviales toman forma después, se vuelven importantes, definitorias. Después se habla mucho y ya es difícil saber a ciencia cierta qué pasó y qué no, pero bien podría ser cierto que el gobernador Reutemann, el ministro Berli y el intendente Alvarez se reunieron a media tarde en la zona del hipódromo frente a la brecha por la cual - y eso sí lo aseguran demasiado testigos - ya pasaban "diez centímetros de agua". Es indiscutible que a esa altura los vecinos ya reclamaban y estaban preocupados. Tal vez fue también cierto que Reutemann le preguntó a Alvarez qué vas a hacer con esto? Tal vez también fue cierto que el intendente contestó no te hagás problemas Lole, yo para mañana lo soluciono.

     Se ha dicho mucho sobre la ausencia de planificación en el estado, sobre el desmonte de todas las estructuras de monitoreo en las cuencas superiores del río Salado y sobre la falta de un plan serio de evacuación, previsiones que hubieran demandado de una inversión previa en personal técnico y en estructuras de difusión y capacitación social montadas durante años en los que, sin duda, hubieran parecido un gasto inútil, pero que a la hora de la catástrofe hubieran hecho la diferencia entre la vida y la muerte.

     Mucho menos se ha hablado de la prueba a la que estos hechos someten al sistema capitalista de conjunto, a este sistema que organiza el trabajo en base a la ganancia y que, por lo tanto, excluye de la categoría de "trabajo útil" a todo aquel que no garantice una abultada renta al capital involucrado. Bien vista, no es demasiado extraña esta omisión en tiempos de sueños neokeynesianos y de nostalgias del estado benefactor, pero a la hora del análisis no puede obviarse el hecho de que en este sistema en el que hay montados innumerables posibilidades para que los individuos se protejan y protejan sus bienes ante las eventualidades - un ejemplo común es el del seguro del auto que se paga previsoramente aunque no se choque - la sociedad de conjunto no tiene formas de organizar la previsión, ya que los que tienen el dinero y las posibilidades de organizar trabajo pagando salarios, lo harán sí y sólo sí esa inversión resulta rentable para sus arcas. Y ya se sabe que pagar sueldos a un técnico que mide cotidianamente el río y analiza los datos en su computadora o a un señor que organiza un plan de evacuación para una situación que bien puede no ocurrir nunca, no son apuestas rentables para el llamado capital privado.

     Lo cierto es que el paso que ha dado el neoliberalismo es el de atar a esta lógica al mismo estado, que hasta ha perdido el rol de parche de esta deficiencia congénita del capitalismo para convertirse en un auxiliar subsidiador de las necesidades rentísticas de ese capital privado. El estado santafesino no ha escapado a esta tendencia y utilizando subsidios directos, contrataciones de obra, derivación de trabajos a consultoras de todo pelaje y privatizaciones varias, ha reformulado su función central que pasó a ser la de convertirse en una gigantesca máquina para hacer negocios.

     Siempre estaban esperando la voz de él. Cuando estaban con los planos, las fotos satelitales, la prefectura y todo, empezaban a hablar: "si esto se hiciera así podría pasar tal cosa"...y un silencio, y siempre esperando a que él dijera "sí-no". Las decisiones de comprar bizcochos o de volar la Mar Argentino siempre las terminaba tomando el gobernador. Que Simón diga. "Vamos a preguntarle al gobernador, vamos a preguntarle al gobernador", coreaban los funcionarios como peones. Con lo de la voladura él dijo "yo, seguramente me voy a comer un juicio por ésto, pero si hay que hacerlo se hace". Y dijo él, y allá fueron a buscar a los expertos y la dinamita y pin-pan-pun se dinamitó. Todos, los que decían que había que volar y los que no querían opinar, lo miraban a él. "Todo lo decide él, y los demás ¿son chirolita?".

     Cuando se habla del gobierno provincial se habla de Reutemann, ex corredor de fórmula uno pero también "hombre del campo" santafesino,
un político de esos de la nueva ola neoliberal que impulsó a personajes conocidos a la arena política. Reutemann es indudablemente un invento menemista, pero su propia personalidad, su imagen de hombre simple que habla como alguien de la calle, su perfil de ciudadano común al que no es raro ver corriendo en joggin por la costanera o manejando su propio auto por las calles de Santa Fe, obligan a decir que en cierto modo Reutemann también se inventó a sí mismo y se impuso como una figura nacional de relieve. Su conversada candidatura a presidente que se meneó durante gran parte del año 2002, fue cimentada en su perfil que calzaba con la exigencia popular de que se vayan todos los políticos y también, contradictoriamente, en su trabajada imagen de administrador político serio con antecedentes en una provincia sin grandes déficit y que pagaba salarios en término, bien mirado por los poderes internacionales y con buena llegada en el FMI. Sus no, repetidos cuarenta y un veces en una sola conferencia de prensa ante los medios nacionales, fueron vividos por muchos como una deserción que desilusionaba, por otros como una confirmación de su lealtad al menemismo y por muchos otros como una prueba más de su pureza política que le impedía entreverarse en el enchastre nacional en el que supuestamente se dirimía la pelea entre Menem y Duhalde.

     Reutemann gobernó Santa Fe durante los últimos doce años. Ciertamente, fue gobernador desde 1991 a 1995 y desde 1999 hasta el año que corre, pero durante los cuatro años en los que estuvo Jorge Obeid él mantuvo las riendas del partido y de las cámaras legislativas, por lo que en los hechos siguió siendo el jefe político de la provincia.

     Fueron años en los que el estado se convirtió en una máquina de subsidios. Ayudado por el rol cómplice de la dirigencia sindical - especialmente por UPCN el principal gremio estatal, dirigido por Maguid - ancló los sueldos estatales al tiempo que creaba estructuras especiales al interior del gobierno, llenas de "asesores" y funcionarios con sueldos privilegiados, dedicados fundamentalmente a aplicar los programas de los organismos internacionales para "reformar" el estado. En la misma línea proliferaron las consultoras privadas - mecanismo mediante el cual se realizan muchos pagos de dudosa entidad - a las cuales se les encargaban los proyectos que años atrás hacían, a mucho menor costo, los organismos propios del estado. Sin ir más lejos, los proyectos de los tramos I y II de la defensa oeste que fracasó en la catástrofe, fueron diseñados por las consultoras Incosiv y Consulser.

     Las privatizaciones se constituyeron en otra forma de subsidio. La venta del ex Banco Provincial significó - a más de una venta demasiado barata nada menos que a los hermanos Rohm - un subsidio gigantesco a los empresarios que tenían deudas "incobrables" que rondaban los quinientos millones de dólares. La escalada privatista no terminó ahí, la concesión del negocio del agua potable y las cloacas en las principales ciudades de la provincia - las rentables - a la empresa Aguas Provinciales, una subsidiaria de la francesa Suez de Lyonnaise des eaux, fue una concesión hecha al increíble precio de cero dólares, a cambio de obras que en su mayor parte y en sucesivas renegociaciones, fueron quedando sin efecto. La venta del servicio eléctrico finalmente no se realizó - a pesar de que la ley a tal efecto ya había sido votada - porque cambiaron las condiciones económicas al producirse la devaluación, de modo que el fracaso resultó antes de un desistimiento de los eventuales compradores que de un cambio de opinión del estado que regalaba todo.

     Las contrataciones de obra no han sido una excepción. Resulta por lo menos llamativo que la obra hidrovial que combinó la construcción de una autopista de circunvalación y de un terraplén, los ya famosos tramos I y II, fueran construidos por la empresa Gualtieri, conocida por sus gigantescas deudas impagas en el Banco de la Provincia de Buenos Aires y sospechada de ser un grupo testaferro de Duhalde. La empresa Gualtieri - una de ésas de la patria contratista - que se cansó de ganar licitaciones del estado bonaerense, aparece ahora enredada en un entramado de sospechas en esta obra licitada por el gobierno de Reutemann que Gualtieri obtuvo presentando el menor precio que, por obra y gracia de maniobras posteriores, terminó convertido en el más caro.

     Los subsidios directos completamente desembozados tampoco estuvieron ausentes. La empresa General Motors obtuvo exenciones impositivas, terrenos y disminuciones de tarifas que acumulaban unos 300 millones de pesos, con la promesa - a la postre incumplida - de crear mil doscientos empleos en la localidad de General Alvear, al sur de la provincia. A pesar del grosero incumplimiento, el estado repitió generosamente el subsidio, esta vez mediante la compra directa de automóviles al por mayor para funcionarios y para la policía provincial. En cualquier lugar de la provincia se pueden ver los chevrolet corsa devenidos móviles policiales, exhibiendo no sin algo de cinismo, una calcomanía que dice "hecho en Santa Fe".

     El ámbito del Comité de Crisis de tanto que ardía en silencios y en comentarios, comenzaba a crujir. Todos los sectores tenían su oficina con sus internos. Las secretarias, todas, permanecían de 7 de la mañana a 11 de la noche y después algunas hacían guardias. Algunos hombres, voluntarios a quienes pusieron a atender el teléfono, las sacaban de apuros cuando algunos "tipos se ponían pesados, hartos de que nadie les solucionara nada". Las telefonistas y los de administración hacían causa común con el evacuado y terminaban diciéndole a la gente "usted tiene razón, venga, vamos a pegarle juntos a fulano". Después de estar tanto tiempo y de tanto desgaste, el Ministro de Gobierno, Carranza, dispuso que hubiera en el comité un solo personal afectado por área de gobierno, para relevar gente y ayudar. "Había una oficina que se encargaba del voluntariado. La gente era tanta, la gente que se ofrecía, por teléfono, que venía personalmente, de otras provincias, de ésta, entonces había una oficina que se encargaba del voluntariado, organizado o no, o sueltos. Salud se encargaba de la parte de salud pero al voluntariado lo tomaban ellos. Muy orga. Eran los que estaban más armados. No sé si fueron totalmente efectivos, pero que estaban organizados estaban organizados. Salud fue lo más armadito, no sé si fue eficiente, pero fue armado. Y lo más desarmado fue Promoción Comunitaria. Porque había muchos que daban órdenes, entonces daban distintas y algunos daban unas y otros daban otras. Estuvieron siempre, eso no lo voy a negar, las autoridades, en primera línea, en segunda línea, siempre estuvieron al pie del cañón, pero no se supieron organizar para la emergencia. No sé si el resto del año se saben organizar para el momento calmo, pero para la emergencia no se supieron organizar. El Magic estaba organizadito, le copamos todas las oficinas, pero ellos no. Los de Hacienda y Ganadería estaban ahí y nos ayudaban, pero su función comenzaba después. Ellos nos preguntaban ¿a quién no encontrás? y nos buscaban a la gente. Yo creo que porque eran tipos muy especiales, unos entrerrianos muy especiales. La gente de Comunicación también. Su función era arreglar los teléfonos; si se caían al agua, se denunciaba la pérdida y se le daba al funcionario el nuevo celular. Tenían permanentemente telefonía para enganchar a todo el mundo, teléfono fijo, celular, radio, handy, todo todo y un monitoreo de todo teléfono. No eran muchos pero eran muy efectivos, eran muchachos eficientes. Ellos estaban para eso, entonces siempre los encontrabas, y aunque también tenían problemas de evacuados en la familia y eso, pero como era ése el trabajo lo pudieron hacer pocas personas, lo garantizaron bien. En resumen numérico: Salud tendría permanente 20 personas, la gente del Magic estaba toda. De hacienda 0, la municipalidad también 0. La parte operativa los primeros días éramos 20, después la policía, la prefectura y el ejército dejaban a uno permanente. Prefectura nos sacó muchas veces las papas del fuego. El ejército también. Les pedíamos cosas como un favor personal: "usted me tiene que solucionar ésto, usted que es tan uniformado, usted me tiene que solucionar ésto." "Y así solucionamos muchos problemas que se compraron. Por ahí pienso si lo hicieron de ineptos o de jodidos, y por ahí pienso que lo hicieron de ineptos y de jodidos. Creo que son ineptos. Muchos de ellos son soberbios.".

     Cuando se habla del gobierno municipal de algún modo también se habla de Reutemann. Han sido hombres de su propio riñón político los que han comandado el Palacio Municipal durante los últimos años. Obeid, Rosatti y el propio Álvarez,
han sido nombres impulsados por el multifacético Lole y han repetido el montaje de estructuras al servicio del negociado.

     Basta recordar que el gobierno municipal de Obeid edificó el servicio de transporte público que terminó siendo el más caro del país, que fuera publicitado en su momento como el paso a la flota más moderna pero que resultó un negocio de renta garantizada que, merced a una fórmula polinómica de cálculo, ajustaba periódicamente los precios del pasaje - hacia arriba por supuesto - culminando en una crisis de demanda de proporciones gigantescas (ver en ediciones anteriores - revista 1 - "Todos los que hablan del transporte público").

     El intendente Rosatti, por su parte, edificó su perfil apareciendo en pose de estar trabajando, en cuanta nota televisiva pudo conseguir. No era raro verlo, de infaltable casco, con el fondo de una cuadrilla que tapaba un bache e informando con precisión de técnico sobre las características de la obra en cuestión. Sin embargo, conviene no olvidar que una de las perlas de su gobierno fue la privatización del estacionamiento en el micro y macrocentro santafesino, mediante una cuestionada concesión a la empresa SES.

     El actual intendente, Marcelo Álvarez, se encontraba por los días de la inundación, involucrado en una dura disputa por la licitación del transporte colectivo. El debate, detonado por la crisis en la que había entrado el sistema vigente, enfrentaba al gobierno municipal - que pretendía abrir rápidamente el proceso licitatorio antes de que culminara su gestión a fin de año - y algunos grupos políticos y empresarios que preferían patear la pelota para adelante. El negocio - siempre el negocio - era el sino del estado municipal que, mientras tanto, unificaba las secretarías de obras y la de servicios públicos y en el mismo movimiento hacía desaparecer, o dejaba virtualizadas por el simple expediente de dejarlas sin presupuesto, dependencias enteras que podrían haber sido importantes en la crisis, como la de asuntos hídricos.

     Aquellos días, al inspirarse y al expirarse, el aire parecía hacerse cómplice del tráfico de información, parecía el responsable de desvirtuarla, de enrarecerla, de aseverarla. Los "dicen que", los comentarios, parecían ser traídos por ese aire y llevados a los rincones más escondidos. Aire soplón hasta en los pasillos. La impronta del intendente en su fugaz paso por el Comité de Crisis se definió por los fugaces comentarios que generaba su presencia en el lugar. Se notaba que no estaba, que no estuvo, y que no estaría nunca jamás. Comentarios como "lo que pasa es que vino a mostrar que se compró botas". Porque desde el sillón de la sala de espera, sentado con la pierna derecha apoyada sobre la izquierda, dejaba ver los beltros azules y amarillos impecables de sus botas nuevas, sucias un poquito donde apoya el pie. Botas para la emergencia, para cuando hubiera que meterse en algún charco. "....No, dicen que está ido mentalmente porque tiene problemas su mujer, pero qué sé yo...". Había funcionarios sacados que esperaban que apareciera, pero no para que asumiera responsabilidades, sino para ahorcarlo. Fue dos o tres veces al comité. Lo miraban con desprecio. Todos, desde los funcionarios hasta el ordenanza, mientras le acercaba una taza de café, lo miraban como diciendo "llegaste, y ahora qué querés hacer, qué hacés ahí". Ahí era afuera, porque no llegaba a los despachos, el tipo estaba ahí haciendo pasillo, como esperando audiencia. Nadie le daba bolilla, ni funcionario ni empleado, ni nadie. Y después ya no fue más. Igual que su amigo Rossi. Fue el primer día vestido de camuflado, se puso en funciones con chaleco y bombacha y a la noche le quisieron pegar. No hubo quien frenara al muchacho evacuado que subió lleno de furia e impotencia, que lo inquirió y que le quiso pegar. Al otro día no fue, Rossi no fue más. Un día y medio duró. De la Municipalidad el único que estaba era Maspons, poniendo la cara por otros, con una gran carga sobre sus hombros... En los mismos pasillos del Magic los ecos se encargaban de hacer rebotar, de oído a oído, las palabras que parecieron tener el timbre de su voz, escapadas de la reunión del comité de emergencia del lunes a la siesta: "si no cerramos el corte ése vamos a tener que evacuar a 80000 personas", temprano parece que lo dijo, rodeado de funcionarios, de oídos que llevaron sus palabras hasta los pasillos del comité de crisis y su voz hasta las calles con poca visibilidad de la ciudad.

     La personalidad de Reutemann impuso, sin dudas, ciertas características particulares al estado neoliberal de Santa Fe. Callado y desconfiado, su imagen pública no admitió nunca dirigentes que le hicieran sombra, nunca tuvo equipos claros ni se vislumbraron dirigentes de segunda línea con relieve propio. El Reutemismo parece siempre un juego de peones, de alter egos que delante de los micrófonos parecen sacerdotes intentando hacer comprensible al vulgo qué es lo que piensa el Jefe.

     Otros gobiernos de este tipo - como el de Menem, por ejemplo - si bien tuvieron la misma tendencia a erigirse por encima de las mismísimas instituciones de la democracia capitalista, lograron conformar equipos con segundas líneas con cierto juego propio, con suficiente poder como para tomar decisiones propias. Los Corach, los Kohan, las María Julia y los Alderete de la provincia no parecen existir en el universo del reutemismo.

     Esta particularidad parece no haber sido un detalle menor a la hora de la crisis, ya que las decisiones no podían descentralizarse con la rapidez necesaria y no permitían la flexibilidad requerida por la velocidad de los acontecimientos.

     "Nosotros somos dos familias y estamos debajo de un puente..." "...Nosotros estamos en la ruta y no tenemos nada para taparnos..." "... En el garaje de mi casa tengo tres familias pero no tengo para cocinarles..." "... Señorita, ustedes me podrían mandar un cajón, para mi hijo, pero que no sea muy grande porque mi hijo tenía 20 días..." Ya cuando eran de a trescientos los autoevacuados que llamaban por teléfono, cuando la realidad mostraba claramente que eran cuatro o cinco veces los evacuados, y que era imposible dar una respuesta que les solucione algo, y que se les iba a contestar algo que no existía o que no se les iba a poder contestar, las secretarias no atendieron más el teléfono. La responsable de Promoción Comunitaria comenta que "los teléfonos están sonando...". A lo cual se le contesta que hasta que no se organice seriamente el tema de los autoevacuados "seguirán sonando". "Bueno. Bueno. Ahora le vamos a preguntar al gobernador cómo se va a hacer el registro..." ("¿Eso también lo va a decidir el gobernador?, ¿Se va a poner él a anotar?, ¿Va a tener un 0800 donde va a recibir llamadas y va a ir anotando?, ¿El gobernador también decide eso? ¿Para qué estamos acá? Por eso no podemos solucionar cosas, ¡porque todo tiene que decidirlo el gobernador!")... Y se fueron atrás del gobernador y después de resonar y resonar, cuando algo estuvo previsto, volvieron a atender los teléfonos. Aunque, hasta el día de hoy, un mes y 20 días, no hay censo de autoevacuados.

     Decir que la inundación fue un fenómeno natural es una maniobra de dilación que el gobierno usa en cada manifestación pública y en cada considerando que escribe para ver si mintiendo mintiendo, logra que algo vaya quedando. Es, con mucha buena voluntad, apenas una verdad de Perogrullo, como si uno dijera que un choque de autos es un fenómeno natural porque dos cuerpos en movimiento en sentido contrario, "naturalmente" chocan.

     El fenómeno puede considerarse inesperado solamente porque no existían los organismos técnicos dedicados a preverlos. Las estaciones de monitoreo en el curso superior del Salado habían sido desmontadas por el gobierno nacional a la hora de ajustar el presupuesto y no existía asignación alguna a organismos determinados para que el comportamiento del río fuera modelado de forma de tornarlo previsible y evitar las sorpresas.. En ese estado de cosas, cuando se abrieron las brechas en el extremo norte del terraplén oeste, solo fue posible apelar al empirismo y al ensayo y error.

     Al no contarse con información precisa, con un "manual" que dijera qué hacer si el terraplén fracasaba, con funciones detalladamente asignadas con anterioridad, con pronósticos de crecida y velocidad de crecimiento y con mapeos certeros, el esfuerzo del personal técnico disponible resultaba dilapidado en medio de la desorganización y el caos. De esta forma, arribar a cada una de las conclusiones demandaba un tiempo precioso.

     Un manual de instrucciones - que hubiera resultado de un organismo dedicado a pensarlo y a hacerlo, un organismo con un costo que ni el capital privado ni el estado quisieron pagar - hubiera previsto por ejemplo, que ante la aparición de una brecha convertida en indefendible y ante cierto pronóstico de crecida, había que volar parte del terraplén oeste al sur del puente de la autopista Santa Fe Rosario, porque el nivel del agua en la ciudad iba a resultar inevitablemente más alto que el del río (esto sucede porque el pelo de agua en la ciudad tiende a igualar el nivel del río a la altura de la brecha de ingreso de las aguas, que es superior al nivel más al sur, dado que el puente construido con escasa luz de paso produce un efecto de endicamiento que demora el drenaje de la crecida).

     Con esa información disponible, la voladura se podría haber realizado a horas de la apertura de la brecha y se podría haber evitado la mayor parte del daño pero - como ese manual no existió nunca - hubo que razonar sobre los mismos hechos disparados a la velocidad de la crisis para concluir recién, con veinticuatro horas de demora, que convenía sacar el agua por gravedad eliminando partes del terraplén.

     Con antecedentes en mano, planos y fotocopias sobre los escritorios, en Hidráulica, puestos manos a la obra, se dedicaban a estimar lo que sucedería en la ciudad. Al mismo tiempo que algunos del gobierno provincial se dedicaban a hacer analogística y otros se enloquecían estimando, el equipo técnico terminaba su ese lunes buscando y rebuscando datos siempre escasos. El martes a media mañana ya había un plano de la ciudad marcado con un trazo que mostraba hasta dónde iba a llegar el agua. Con esa raya se podía ver sí, lo de los 100000 evacuados, que el agua iba a alcanzar Avenida Freyre en muchos puntos, que el parque Garay iba a quedar inundado... El martes a la mañana hay que mandar a los hidromensores para tener algún dato cierto del Salado, pero cuando van a sus casas a buscar las botas para el trabajo de campo se encuentran con que sus casas ya estaban inundadas. Ese martes a las 11 de la mañana avisaron que el agua en el Hospital de Niños iba a llegar a los dos metros de altura: al rato sucedió. Se previó que el miércoles iba a llegar el pico, como después fue. Ese dato bien valdría un agradecimiento a un ignoto vecino de barrio Los Troncos, porque el martes a la mañana, en Avda. Gorriti y Furlo se instaló una escala y cada dos horas, el desconocido vecino pasaba por teléfono los datos de la medición. Artesanía de última generación, podría decirse, la escala estaba plantada en un canal que tiene vinculación con el Salado, un canal de desagüe pluvial. El vecino informó el pico que se registró, a las 10 de la mañana del miércoles. El pico en el INALI, que mide cerca de la desembocadura, se registró a las 18. Durante todo ese miércoles la crecida transitó por el oeste de Santa Fe, siete kilómetros que miden el desastre.

     La inexistencia de un plan de evacuaciones maximizó la perdida de vidas y de bienes materiales. Obviamente, un plan de contingencia serio requiere también de un organismo que dedique a eso todo su tiempo de trabajo, y eso significa sueldos que ni el sector privado ni el oficial estaban dispuestos a pagar. Hay que tomar en cuenta que el área inundada afectó viviendas en las que habitaban 150.000 personas que a su vez contaban con 30.000 vehículos, por lo cual organizar previamente el desplazamiento en emergencia y los lugares de evacuación significa contar con planes estrictamente diseñados que respondan al hecho de quién toma cada tarea, quién informa a la opinión pública y cómo, quienes coordinan el movimiento de gente y vehículo en campo, en qué lugares se ubican los evacuados y quienes los atienden mientras la situación de evacuación permanezca.

     A todo esto habría que sumarle la necesidad de información continua y repetida a quienes están viviendo en zonas inundables para que todos y cada uno de los habitantes sepa qué tiene que hacer llegado el caso.

     La inexistencia del plan de contingencia, de la que tanto se habla por estos días, no puede entenderse solamente como una cuestión de imprevisión "social", al modo del "todos tenemos la culpa" que gustan repetir los dirigentes políticos a la hora de los problemas. Para armar esta plan hacía falta plata, presupuestos del estado para hacer diseños, difusión y simulacros periódicos. Y por supuesto que no la hubo.

     En una ciudad en la que un altísimo porcentaje de las víctimas de la inundación ya no tenía sustento ni siquiera para comer todos los días, puede resultar un exceso de ingenuidad resaltar este defecto. Pero sirve para dejar claro que esta catástrofe para nada natural fue un concentrado del desastre capitalista agravado por la ausencia del estado parche. Deja claro cómo la misma ausencia de un plan de contingencia cotidiano que habilita la muerte diaria por miseria puede mostrarse en de golpe, todo junto, en un desastre de agua en el que la misma muerte ataca por sorpresa.

     Es lunes, y es la siesta en Santa Fe, y es el paisaje de la zona del hipódromo, el paredón a un lado, la subida a la Circunvalación Oeste al otro, la calle Gorostiaga que va hasta la entrada del golf bordeando el paredón. Ya está entrando agua, una buena cantidad de agua que ya arrastra y que viene desde atrás, desde el río del que es parte, que entra por la calle Gorostiaga entre el muro abrupto en que termina el terraplén y la pared del hipódromo, cinco o seis metros apenas para que pase el agua. Por los portones no entra nada todavía y todavía se puede entrar en auto para ver desde el hipódromo el bordo superado en cuatro o cinco puntos. Hay una camioneta de la municipalidad, y mucha gente, y hay una máquina con la que ya va a ser imposible intentar cerrar las vías que se viene abriendo el agua, hay una cuadrilla trabajando y hay vecinos que intentan ayudar poniendo bolsas, están el director de vialidad y un ingeniero Romero de Obras Públicas hablando y señalando, hay unos camiones de Vialidad y gente trabajando, tratando de cerrar. Un muchacho del barrio trabaja y al mismo tiempo se desespera y al mismo tiempo grita para que lo escuchen, grita que desde las ocho de la mañana les viene diciendo que a ese cierre había que hacerlo al revés, por el lado de atrás de la brecha, dice, desde las ocho, dice, que les vengo diciendo. A un costado el director de hidráulica habla con el ministro. Se pudrió todo, le dice, esto va a ser una catástrofe, y Berli le contesta como mintiéndose, como para quedarse fuera, en un tono bajo que no, que él va a seguir consultando. Un vecino trata de proteger su casa con bolsas y no le cree a un ingeniero que le dice que el agua va a llegar hasta acá, con la mano levantada bien arriba y con la palma hacia abajo. Un camión de culata tira piedras sobre el cierre que se estaba improvisando, pero son piedras tan chiquitas que no alcanzan ni siquiera para convocar a la esperanza. Alguien comenta que en el ministerio, al mediodía, se había hablado de tapar con un contenedor con piedras y se hace, pero es como querer parar un río con un barco. El agua corre ya hacia el sur, paralela al terraplén, y ya viaja por la cuneta de la Avenida Circunvalación, del lado de adentro de la ciudad. Seguramente el bordo termina de romperse porque el agua ahora es demasiada. Un ingeniero mira una tapa celeste que sobresale apenas del raudal de agua y memoriza, porque más tarde va a servirle para algún cálculo, un cuidador del hipódromo forcejea para sacar a un caballo de la locura de la correntada, el agua se dedica minuciosamente a llevar la piedra del contenedor y después, por fin, a arrastrar el barco de metal pintado de amarillo, a llevarlo río abajo, ciudad abajo, hasta hacerlo encallar cien metros más al sur contra el terraplén impotente.

     La brecha se abrió en el extremo norte del terraplén oeste. Ahí terminaba la obra abruptamente en una pared de cemento que daba fin a la defensa, en una pared que disminuía la cota de protección desde los 17,40 metros IGM hasta los 14,90, que es el nivel de la calle Gorostiaga, que da paso a la entrada de la cancha de golf del Jockey Club. Del otro lado de la calle está el paredón del hipódromo.

     En el plano del proyecto de la obra del tramo II, sobre el dibujo del perfil de la defensa y de su paredón de cierre, se lee una inscripción que dice textualmente "Sector de cierre provisorio - únicamente en crecidas extraordinarias y con interrupción del tránsito". El intento de cerrarla fue tardío y no se logró hacerlo. Por ese espacio, por la calle Gorostiaga, ya entraban diez centímetros de agua en la tarde del domingo 27 de abril, y el lunes por la tarde el agua ya pasaba a gran velocidad, como se observa en la foto.
Por obra de la fuerte correntada, la pared de cemento en la que el terraplén terminaba y una parte del terraplén en sí, se rompieron agrandando la abertura, un fenómeno que se llama "ruptura de presa". Pero el no cierre de la calle Gorostiaga no fue el único problema.

     El tramo II debió ser continuado por el tramo III que nunca se realizó (está siendo licitado por estos días). Ese tramo continuaría la defensa unas cuadras más al oeste y preveía cerrar el anillado muchos kilómetros al norte. Sin embargo, mientras el tramo III no se realizaba, un terraplenado de unos 2000 metros hasta la cota natural más elevada habría evitado la entrada de agua. Según datos que han circulado por diversos medios, ese terraplenado habría demandado apenas 605.000 pesos y 31 días de trabajo. El improvisado bordo (un terraplén hecho por apisonamiento de tierra) que oficiaba de defensa provisoria, no alcanzó para frenar al río.

     Por eso, el hipódromo de Santa Fe se convirtió en el primer bolsón de agua en esta ciudad que en sólo veinticuatro horas se convertiría casi toda en una gran pileta, literalmente ocupada por un brazo del Salado.

     "Y yo estaba ahí, en la oficina, midiendo, viendo, explicando el sentido de por qué y adónde hacer las voladuras, porque toda esa franja iba a quedar bajo agua, y que igualmente había que esperar a que el agua suba más para que una vez que se dinamitara el agua se dirigiera de la ciudad al Salado, que el desnivel tenía que ser tal que evitara que el agua se dirigiera del Salado a la ciudad, y estaba sumergida realmente en el tema de cómo sacar el agua... y de pronto le digo a una compañera que trabajaba al lado mío "vos te inundás" y recién ahí me acordé de mi suegro que también se iba a inundar, que ya estaría inundado y ya era el martes de noche éso y yo ni me había dado cuenta. Fue como que nosotros nos salimos del mapa, como que nos sacamos a nosotros mismos del mapa con la locura de esos días ......."

     La lentitud en la toma de decisiones tiene que ver obviamente con la conformación del estado santafesino en el marco de los dictados del neoliberalismo, todo ello agravado por sus propias especificidades a las que hacíamos mención más arriba.

     No está de más hacer notar una vez más que no había organismos capaces de informar con cierto tiempo ni con el suficiente trabajo de prevención acumulado durante los tiempos de normalidad como para responder a la emergencia. La provincia cuenta con una estructura que se llama de "obras hidráulicas", lo cual desde el mismo nombre muestra que está orientada no a manejar el recurso y la prevención hídrica, sino a conducir las "obras" que refieren al tema, en total consonancia con los objetivos del nuevo estado. La municipalidad, por su parte, había desarmado su sector de asuntos hídricos y mantenía solamente una cuadrilla dedicada a las tareas de bombeo para el desagüe pluvial, mientras que su sector de Ingeniería recibió la primera consulta oficial cuatro días después de la catástrofe.

     Así como el gobierno no tuvo nunca el reflejo suficiente como para dictaminar oficialmente un asueto al personal público para que pudiera volcarse a resolver sus problemas personales y los colectivos, tampoco realizó una convocatoria ordenada para poner en funcionamiento el aparato técnico del estado. De ese modo, personal con alto grado de capacitación quedó sin tareas asignadas, intentando cada uno hacer lo que se pudiera en el marco de la desorganización y el caos.

     Es evidente que, en razón de ese desorden, las conclusiones técnicas llegaban con excesiva demora a los niveles políticos de decisión y esos mismos niveles se comportaban caóticamente en un comité de emergencia en el que pululaban dirigentes preocupados por el "costo político", funcionarios indecisos y empleados y secretarias que con más buena voluntad que orden trataban de responder las incesantes demandas de los teléfonos.

     Fue así, que a pesar de que se llegó a la conclusión técnica de que había que desagotar la ciudad por gravedad - volando partes de los terraplenes - a media tarde del martes 29, la decisión política se concretó recién cerca del mediodía del miércoles. Fue así que, a pesar de que ya se manejaba al mediodía del martes que el agua alcanzaría valores cercanos a los de cota 17 - lo cual queda claro cuando se decide evacuar el hospital de niños - y a pesar de que con esos valores era seguro que la catástrofe se extendería hacia el sur de la ciudad, en ningún momento se tomó la decisión política de evacuar.

     Lo vieron entrar ese martes al Magic, ahí donde funcionaba el Comité de Crisis, tambaleante, apesadumbrado. Es que el Hospital de Niños pareciera que fue lo que más lo afectó al gobernador. Su hospital, su chiche, su quintita. Encima ahí fue donde lo putearon. Se puso a poner bolsas y todos lo insultaban. Y llegó Hammerly a hacerlo zafar de la situación y lo putearon a él también. Y también ponía bolsas Hammerly. Todos ponían bolsas, todos a la par, y todos puteaban y en un momento se dieron cuenta de que mientras ponían las bolsas y las trababan, el agua las sobrepasaba. Estaban haciendo algo inútil. Hasta que se dieron cuenta de que tenían que sacar a los chicos, y los empezaron a manotear como podían, hasta que llegó el tanque que llevó a los que quedaban adentro del hospital. Con previo corte de luz y gritos y el agua que subía y subía y las pilas de bolsas que no se vieron más. Ese día se lo vio ido, le hablaban y él estaba en otra, se quedaba pensando, levantaba la cabeza y pensaba. Él suele ir hablando solo por los pasillos. Miraba a las secretarias y repetía "más de 5000 evacuados... más de 5000 evacuados", y otro día se decía en voz alta a sí mismo o a quién sabe quién: "más de la mitad de fuerza de seguridad estuvo bajo agua.... más de la mitad de la fuerza de seguridad estuvo bajo agua...", iba repitiendo, el Lole, sólo iba, hablaba solo. Y él ya no era un celular, ya era dos celulares. Y cuando llamó "Eduardo" él venía del Hospital de Niños, con su joggin azul y su chaleco antibalas, y se sentó en el pasillo y apesadumbrado se puso a hablar con "Eduardo". Y llamó "Carlos" también, para hablar lo de bajarse de la candidatura y el gobernador que le decía "hacé lo que quieras, yo estoy en otra ahora".

     La forma de pensar de los políticos será siempre una pregunta que recibirá respuestas hipotéticas, pero bien vale intentarlo, porque son los políticos paridos en este país capitalista subdesarrollado en el que nos ha tocado vivir.

     Es evidente que ya el martes 29 al mediodía se conocía con certeza técnica que el agua llegaría a las proximidades de la cota 17 y que ese dato confirmaba que la inundación llegaría hasta el sur, hasta los barrios San Lorenzo, Alfonso Chalet y Centenario. Es muy posible que a última hora del lunes, mientras el agua ya casi trepaba a la calle Iturraspe - acceso al puente Santa Fe Rosario - muchos dirigentes políticos de los de primera línea que se reunieron allí ya sospecharan que eso iba a pasar, pero el martes al mediodía ya no cabían las dudas, ya había sobre la mesa de trabajo del Comité de Crisis un mapa de la ciudad con la zona que se iba a inundar perfectamente demarcada. La decisión de evacuar el hospital de niños no deja dudas sobre esta afirmación.

     La pregunta que cabe es por qué no evacuaron. Si el gobernador, si el Ministro de Obras Públicas, si el Director de Obras Hidráulicas, si el Director de Vialidad Provincial, si el Intendente, si el Secretario de Obras y Servicios Públicos municipal, si el Director de Defensa Civil, si todos ellos sabían, por qué no se tomó la decisión de evacuar?

     Acá no caben las frases incomprensibles de Reutemann que se preguntaba por qué si había técnicos que sabían no informaron, ¿qué iban a hacer? ¿iban a salir con un megáfono? ¿iban a hablar por teléfono a las radios para salir entre las grabaciones de vecinos protestando, gritando como locos con predicciones apocalípticas que nadie iba a creerles?

     La verdadera pregunta es por qué ellos no lo dijeron, por qué no usaron su peso público para advertir a la población. Porque eran ellos y solo ellos los que debían y podían organizar la evacuación, pero no lo hicieron. Y como ni siquiera nos dijeron todavía por qué no lo hicieron, solo cabe recurrir a las especulaciones periodísticas, a las respuestas hipotéticas.

     Y no se puede evitar entonces pensar en las charlas sobre el "costo político" mientras los teléfonos ardían y había gente que ya estaba muriendo, no se puede evitar pensar en que si hubieran evacuado habrían puesto a cien mil personas en el centro de la ciudad a mirar por la tele como sus casas quedaban tapadas hasta el techo y está claro que eso produce mucho enojo, no se puede evitar pensar en que a la hora de las decisiones - a diferencia de la mayoría de la población que salió a ayudarse sin especulaciones - cada uno se dedicó a pensar en su propio futuro de político mientras la ciudad se hundía.

(*) Trabajaron en esta investigación Miguel Espinaco, Daniela Pierotti y Adrián Alvarado

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