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La larga marcha de los progres

Por Javier González

     "Los mediáticos discutidores de la política siempre nos tienden una trampa a los trabajadores. Todos sus análisis sociológicos y políticos se reducen a comentar el juego de roles que llevan adelante las "personalidades" del mundo político. Se analiza la política con la lógica de la interna peronista. Como si no fueran todos muy parecidos, se plantean como diferencias insalvables entre un Menem y un Kirchner lo que son apenas matices,diferentes criterios para la ejecución de los planes capitalistas. De esta manera, personalizando, nos esconden a los reales responsables. Nos muestran a los títeres y nos esconden a los titiriteros."

     (del libro "Memorias apócrifas de Polino", aún inédito)

     El progresismo en Argentina vive soñando con alianzas de superamigos dispuestos a solucionarnos los problemas. Así primero fue Chacho Alvarez que se alió a José Octavio Bordón, un conservador al que un importante sector de los trabajadores y la mal llamada clase media, se encaprichó en presentar como a un hombre progresista. Por aquellos años, o lo que duró la elección del 95, Bordón-Alvarez formó el tándem que, al decir de un Sociólogo de la UNL, venía a construir "un importante y necesario espacio ético". Esta era la excusa. Del menemismo no veían nada más que su cara más visible: la corrupción. Bordón y Alvarez no venían a ser otra cosa más que el menemismo sin corrupción. Al popular "roban pero hacen" frase muy extendida -y no casualmente- se le oponía esta construcción apoyada fundamentalmente en ámbitos universitarios (Atilio Borón mediante) que podría traducirse en un "es preferible que no hagan nada pero que no roben". Fracasado el intento progre de Bordón, se comenzó a generar la expectativa en una suerte de "Alianza de la Justicia" o frente de "Super buenos": Chacho Alvarez, Fernandez Meijide, Ibarra. Con la carpa blanca de la burocracia sindical docente (que tuvo mucha repercusión y adhesión más allá de las reales intenciones de Maffei y compañía), este grupo fue transformándose en la nueva ilusión argentina. Así el nuevo sueño progresista fue el de construir una amplia alianza que incluyera a todos los sectores "que enfrentaban al menemismo". Esta política culminó en las elecciones de 1999 con el triunfo de De la Rúa-Alvarez. Los resultados todavía están frescos en la memoria colectiva: Meijide, baluarte de la anticorrupción, corrida por sus manejos turbios, Alvarez, el misterioso, abandonó el barco cuando empezó a notar que hacía agua, se dedicó a jugar al tenis mientras muchos trabajadores argentinos caían enfrentando a la policía asesina de de la Rúa y Reutemann. De él solo tuvimos un afiche en el cual sus ojos vigilantes prometían seguir protegiéndonos (el gran hermano de Orwell, un poroto al lado de Chacho) y alguna memoria o autobiografía mediática a modo de pedido de disculpas posterior a la caída del gobierno.

     Fracasada esta experiencia, la nueva esperanza estuvo puesta en Carrió, De Gennaro y Zamora. Como una especie de grandes alquimistas en busca de la piedra filosofal, los progresistas argentinos soñaron con mezclar en justas dosis (para no tener posteriores sobresaltos), la prédica de Carrió, la abnegada abogada de Telecom a la cual Dios le encomendó llevar adelante su "afirmación por una república igualitaria", la experiencia burocrática sindical de de Gennaro "enfrentándose" a los gordos de la CGT (no estaban la CTA y el MTA de Moyano juntos?) y el tinte izquierdoso del que suelen vestirse los progresistas, que sólo podía aportar un Luis Zamora, el mismo al que años atrás definían como un loco que nos hacía quedar mal a todos cuando quiso echar a Bush padre del Congreso Nacional. Ahora Zamora es el buen pibe de Barrio que viaja en colectivo y no roba ni un peso.

     El que se vayan todos que ganó las calles en el verano del 2001, el que echó a de la Rúa, Rodríguez Saa (aunque con una pequeña ayuda de mis amigos), y al resto de los payasos, se fue diluyendo en los argumentos de una tramposa democracia republicana. Este nuevo trío no prosperó en una alternativa electoral.

     Preocupados porque el pueblo no vuelva a tomar las calles y las decisiones, los representantes de los grandes negocios capitalistas comenzaron a delinear una salida "institucional", lavando caras y sacrificando, por lo menos por algún tiempo, sus expectativas de obtener cargos. Por un lado reapareció el mítico Menem, que superando años y poniéndose por encima de la historia y del inevitable desenlace de la vida humana, se nos trata de presentar como el gran semental argentino que sigue haciendo parir mujeres.

     Antes de la inundación genocida del gobierno provincial, la discusión progresista estuvo centrada en la necesidad de llevar los votos a su corral. La excusa era como en otros momentos, la necesidad de "por lo menos sacar a Menem". Así el que no gane Menem fue más importante que el "que se vayan todos" sostenida ahora por unas pocas agrupaciones políticas. Hasta la misma Izquierda Unida participó de las elecciones con la esperanza, más que frustrada luego, de obtener buena cantidad de votos. Resultado de la elección, Menem ganó en Santa Fe, la Carrió hizo una muy buena elección desplazando a los socialistas de Binner, Kirchner salió cuarto, el radicalismo casi desapareció y la izquierda fue patética.

     La gran capacidad de los progres para vendernos a de la Rúa casi como que era un socialdemócrata en vez del inepto represor conservador que todos sabíamos que era por su historia política, se puso en marcha nuevamente, esta vez para vendernos que había que optar por Kirchner antes que el neoliberalismo corrupto de Menem. Así, Kirchner comenzó a construir su imagen progre centroizquierdista. Con la presencia de un desteñido Fidel Castro, un golpeado y contradictorio Chávez y un cada vez más corrido a la derecha Lula, el aplauso de los representantes de las grandes empresas marcó el reacomodo que estos equilibristas de la política acostumbran hacer. Los que votaron la entrega/privatización/negociado de las empresas del estado, los que legislaron a favor de las grandes empresas, los que realizaron los grandes negociados de la década del 90, aparecían ahora regocijados por la presencia de la "izquierda" latinoamericana en el Congreso.

El audaz señor K

     A pocos días de haber asumido, Kirchner ha conquistado el corazón de muchos trabajadores y a todo el sector del progresismo. En quince días descabezó al ejército, desembarcó en Entre Ríos previo arreglo con los distintos sectores para poder comenzar con el inicio de clases y embistió contra la Corte Suprema de Justicia, recibió a las Madres de Plaza de Mayo, se pronunció contra las aborrecibles leyes de Obediencia Debida y Punto Final de Menem y Alfonsín, fue a visitarlo a Lula y hasta tuvo el atrevimiento de regalarle la camiseta de Racing (dicho sea de paso, el mismo que perdió con Colón).

     Desde el 83, el Partido Justicialista viene gobernando la mayoría de las Provincias argentinas conjuntamente con la Unión Cívica Radical y algún que otro partido provincial. Teniendo en cuenta cómo los trabajadores hemos perdido progresivamente la mayoría de nuestros derechos, cómo la corrupción de los ricos empresarios y sus sicarios han socavado las bases sobre la que se asentaba la Argentina del Estado Benefactor, a nadie se le ocurriría pensar que estos partidos gobernantes son defensores de los derechos de los trabajadores. Está claro a todas luces que los intereses que defendieron y defienden son los intereses de los ricos y corruptos capitalistas.

La esperanza de los desesperanzados

     Depositar esperanzas en Kirchner es actuar pasivamente con la lógica de que tiene que venir un elegido, un salvador a solucionarnos los problemas, es dejar de lado el protagonismo, la participación activa, la organización. Es pensar que la solución a los problemas tiene que venir "de arriba". Depositar esperanzas en Kirchner es no tener en cuenta que el partido gobernante es un partido patronal. Depositar esperanzas en Kirchner es pensar que el capitalismo por sí solo y gracias a la bonhomía de los capitalistas, va a solucionar sus propias contradicciones. Es pretender "humanizar" un sistema que es en todo sentido aborrecible. Personalizar la política es enmascarar los verdaderos intereses que se defienden. Kirchner no es un trabajador más, es un empresario que fiel a las enseñanzas del duhaldismo, también licita en Santa Cruz obras públicas que ganan sus testaferros.

     La esperanza que los trabajadores depositan en Kirchner es en realidad la esperanza de los desesperanzados, la de los que no creen en su propia capacidad de transformación, de los que no tienen esperanzas en la lucha por un necesario cambio social que nos saque de este tobogán con que el capitalismo nos conduce a la barbarie.

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