Breves de sábado (21/07/07)

Calidad institucional

por Miguel Espinaco

Al final, después de tanto que te pongo pingüino, que te pongo pingüina, llegó el lanzamiento formal de Cristina Fernández como candidata a presidente.

La semana pasada comenté al pasar esto de que Cristina había sido ungida a candidata sin internas ni nada parecido y un par de días atrás escuché que un periodista me respondía sin querer, y sin saber que me respondía desde la radio, que tampoco Lavagna y tampoco López Murphy y tampoco Lilita habían resultado de ninguna interna democrática. El argumento puede ser catalogado, es cierto, de mal de muchos y de consuelo de tontos, pero más allá de eso aceptemos que también diluye un poco el pecado kirchnerista en los usos y costumbres que parecen haberse normalizado en esta democracia por televisión.

Este problema, que podría bien ser llamado un problema de calidad institucional - para parafrasearla a la candidata - me hace elegir este aspecto del discurso en este breve comentario con el que acostumbramos a dar inicio al programa cada sábado.

Entonces, mejor dejar de lado las cuestiones de forma que tanto se aluden en estos casos, la sobriedad del escenario, los papelitos tan de yanquilandia, las críticas opositoras sobre el acto hollywoodense y el mensaje vacío de contenido, este asunto de la cábala que la hace lanzar su candidatura en el mismo teatro que dos años atrás cuando fuera candidata a senadora, el apoyo de los industriales y esos guiños mediáticos un poco ridículos que hoy por hoy hacen parte de todas las campañas políticas. Mejor dejar de lado todos estos temas secundarios para decir algo de este asunto de la calidad institucional.

Estaba claro ya que su mensaje, signado por todo este enjuague de la novedad del cambio para seguir en la misma dirección, estaría marcado por la continuidad del rumbo económico al que llamó "acumulativo y de inclusión social" y al que mostró como la antítesis de los noventa, y que también estaría marcado por esta cuestión de la institucionalidad que tanto ha preocupado a los críticos del gobierno.

Habrá que ver cómo se desarrolla este discurso que Cristina Fernández apenas esbozó en este acto de lanzamiento. Vale la pena observar sí, un par de cuestiones que hacen sospechar que cuando la candidata habla de más calidad institucional no está hablando de más democracia justamente, sino de menos. "Hemos reconstruido el sistema de toma de decisiones - dice - Quienes ocupaban el sillón de Rivadavia no podían o no querían representar el interés del conjunto. Había una percepción popular de que por distintas presiones quienes estaban en el poder no tomaban las decisiones y esto llevó a un deterioro insoportable de la autoridad presidencial".

O sea, el ángulo para explicar el deterioro institucional es el de marcar que el presidente no podía gobernar porque no lo dejaban las presiones, los demás, que ¿quiénes eran?: el legislativo que votaba por "presión del Fondo" y la Corte Suprema, que convalidaba "la depredación del Estado".

El argumento parece un poco tirado de los pelos, sino peligroso, en un país en el que la constricción de la democracia ha sido llevada adelante por medio del hiperpresidencialismo, antes que por lo contrario. Los sucesivos poderes ejecutivos han manejado a los legislativos a control remoto y cuando el prestigio no alcanzó, han legislado con decretos de necesidad y urgencia o a fuerza de banelcos. Las cortes supremas han sido manipuladas sin pudor alguno.

No seré yo, claro, quien haga una apología de la división de poderes. Es sabido que eso tiene más de cáscara que de contenido, es sabido que en la democracia capitalista el único verdadero poder es el dinero.

Sin embargo vale la pena observar la dinámica del discurso: si aceptamos como hipótesis de trabajo que el proceso Kirchner es un resultado de aquel 2002 en el que se cuestionaba la representatividad y la delegación de poder vía procesos asamblearios - su resultado y su proyecto de enterrador, digamos - se puede observar con claridad que el hilo de razonamiento de la candidata heredera tira todavía más para atrás desde aquel cuestionamiento social, más hacia el corralito ideológico de la delegación en un líder que, allá arriba, a lo mejor arregla todo y así nos va.

Pero más preocupa todavía su visión sobre las elecciones: "no pueden ser más una ruleta rusa, donde si gana uno vamos para allá y si gana otro vamos para otro lado." dice la candidata que sostiene que hay que perseverar en un rumbo, en el que ella propone, obvio.

Pero digo yo: en el manual del buen burgués liberal las elecciones no eran justamente eso? digo, si eran algo ¿no eran justamente eso? ¿si gana uno vamos para allá y si gana otro vamos para otro lado?


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