Colaboración

El profe José Luis Hisi de la Escuela Técnica 655 Paula Albarracín de Sarmiento (sí la vieja del viejo botón, y qué!) pidió a sus alumnos de 3er año polimodal (sí, ya sé, lo que era antes 5to año!) que escribieran un aguafuerte (si, si, como las aguafuertes porteñas de Roberto Arlt!) describiendo su día, su barrio, sus personajes, etc. Aquí están las consecuencias.

Aguafuerte de un día

por Nicolás Javo González

Nunca voy a olvidar aquella tarde calurosa de verano en la que en un programa radial el joven locutor dejó una interesante consigna: ¿Cómo definirías tu vida en una sola palabra?, interrogante que fue respondido a la brevedad por una oyente, que por su timbre de voz parecía ser de avanzada edad. Ella respondió diciendo que la palabra que definía su vida era "cotidiano". A este particular llamado se sumaron otros, que describieron sus vidas diciendo que eran aburridas, conservadoras, detestables y algunos que otros insultos que no valen la pena repetir. Pero ninguno me llamo tanto la atención como el llamado de esa dulce señora que utilizó esa terrible palabra: "cotidiano".

Cuando digo cotidiano me refiero a lo dura que es la cotidianidad, la misma rutina, los mismos personajes, las mismas calles, los mismos olores, son difíciles de soportar para cualquiera y más para aquellos que saben que no podrán escapar a esa vida. Y bueh, en cuanto a mí, es verdad que un día en mi vida es igual al de ayer y muy probablemente al de mañana.

Mi cotidiano día empieza exactamente a las 6 de la mañana cuando la dulce voz del despertador de mi celular repite la tan odiosa frase: "son las seis de la mañana, hora de levantarse", frase que es seguida por insultos como "la concha de su madre" que no solo provienen de mi, sino también de mi viejo, de mi vieja y también de mi hermano, y estoy seguro que si mi perro hablara también lo diría.

Enfrentándome a lo terrible que es peinarse, cepillarse los dientes, sacarse las lagañas y vestirse en solo 10 minutos y con el sueño que me juega en contra, salgo a tomar el colectivo. Cuando digo colectivo me refiero a aquel cacharro humeante con ruedas, que siempre viene retrasado y que hace que uno empiece el día con menos ánimos que el que tenía cuando mi abuela me llevo a ver la película "El Príncipe de Egipto" por tercera vez.

Pero bueno, hay quienes dicen que no hay que dejarse llevar por la belleza exterior, que lo que importa es lo de afuera y la verdad es que por más feo y arruinado que fuese el colectivo, el viaje es otra cosa. De hecho se podría decir que el viaje no es tan malo si descartamos la mala onda del chofer, el mal funcionamiento de la máquina de boletos y una que otra mujer obesa que en el cúmulo de gente se ve cada vez más apegada a vos, el pobre infeliz que se ganó su lugar en el cacharro, poniendo su transpirado culo en tu cara o, a veces, otras partes de su cuerpo que por ser malos recuerdos para mí no voy a nombrar.

El cotidiano viaje en colectivo es como un recorrido a través de la jungla, se pueden ver "monos", "elefantes", uno que otro "perezoso" e incluso hasta "lagartos". Pero nada es tan terrible como que al lado tuyo se siente un zorrino, ustedes me entenderán.

A los 6 minutos de emprender esta travesía sube al cacharro mi amiga "la Hebe" que a pesar de su constante fiaca abre paso por el colectivo tal cual una tigresa, desparramando monos para todos lados y ganándose las puteadas de una vieja cuyo peinado artificial obtura mi vista imposibilitándome ver en que cuadra debo bajarme. A esta mujer, que parece tenerla junada a la Hebe por pleitos pasados, la denominamos cabeza de honguito.

Rápidamente la Hebe se acerca a mi, instantáneamente nuestras miradas se cruzan como diciendo: "no me hables, no estoy de humor" y así permanecemos callados hasta el momento del desembarco, el momento mas difícil de la travesía en colectivo debido a que el mayor número de pasajeros se baja en la misma cuadra que nosotros. Pareciera a propósito.

Ni bien pisamos el último peldaño de la escalinata del colectivo intercambiamos las primeras palabras del día que por lo general suelen ser: "¿Qué hiciste el fin de semana?", pregunta que es respondida de dos maneras: "nada no tenía plata" o "nada, escavié", según a que altura del mes estemos.

Apenas concluye nuestra monótona conversación levanto la cabeza divisando las largas 5 cuadras que todavía quedan por afrontar para poder llegar a la Paula, establecimiento escolar guadalupense. Como diría mi amigo el rolli, si uno quiere entender el mundo globalizado de hoy no hace falta más que echar un vistazo a la Paula, y la extensa variedad de culturas que se ven interactuando en ella.

A las 2 cuadras de caminata el calor genera en mi la famosa alergia rosácea, en la cual mi piel toma un color derivado de los cherrys y una detestable picazón atormenta mi culo y espalda, y como un perro pulgoso o un viejo leproso comienzo a rascarme, cosa que ante la Hebe disimulo a lo Humprey Bogart, re sobre actuado pero siempre como un caballero.

Durante lo que queda de trayecto ambos hacemos la famosa caminata bizca, con un ojo miramos las vidrieras y con el otro el camino que queda por delante.

De pronto los extraños personajes de Guadalupe empiezan a aparecer en las calles, muchas veces dudo si no brotan del suelo. Entre estos raros especímenes se encuentran los empleados de la estación de servicio SL, hombres alarmantemente flacos -yo revisaría sus recibos de sueldo-, sus rostros están llenos de granos y sus gestos no son precisamente el de un hombre feliz pero a pesar de eso son muy serviciales y muy atentos sobre todo a la hora de venderte algún producto.

Las 2 cuadras restantes en el camino hacia la Paula parecen una de las primeras películas de Clint Eastwood, sacando a los cowboys y los indios, no hay nada, solo un banco y su cajero automático.

Por fin llega el momento más esperado de mi relato, la llegada a la Paula, por lo general siempre caminamos una cuadra de más para encontrarnos con nuestros amigos entre los que se encuentran mi novia Tinita, la gordita, la dueña de la carnicería del barrio cuyo sueño es trabajar en la morgue, también se encuentra rosita, toda una lady y Cindi una chica cuyo mal humor espantaría a Freddy kruguer en su época menos decandente.

Al ingresar a la Paula, confirmo la teoría de mi amigo rolli, la Paula es un campo de batalla gigante, en el que parecieran encontrarse unitarios y federales, aztecas y españoles, indios y cowboys, bolches y capitalistas, unión y colon. Todo es una gran batalla de gritos y azotes, un lugar que se hace totalmente intolerante apenas se ingresa y para colmo tenemos clases, como si fuese poco lo que tenemos que tolerar y encima eso.

Mi curso en la Paula salvo algunas ocasiones es muy tranquilo, estamos divididos en 2 subgrupos, una división absurda pero a veces comprensible. Cada subgrupo, hace su vida pero no falta el palazo indirecto insultando al otro.

Los recreos en la Paula son una locura, pero entre tanta locura hay un lugar que me cuesta describir, pero si tuviera que compararlo con algo sería con un templo budista, ese lugar es el baño de hombres, apenas se ingresa, el humo del pucho surge de él tal como el humo de los sahumerios en un templo. Hacia los costados extraños personajes de medias sobre pantalones y gorras con viseras que forman un ángulo de 45 grados con la frente se mojan el pelito y se gritan en un dialecto raro el cuál paso a ejemplificar: La frase la "puta que te parió" frase muy comúnmente usada en nuestro dialecto en ese idioma se dice "q´ te paré", cosas raras ¿no?

Pasando los extraños personajes casi al final del templo se puede observar al "pepe", el buda de la Paula, el lider espiritual de toda aquella comunidad. Bah! por lo menos el único que siempre tiene puchos.

Por lo general los días en la Paula son demasiado depresivos por lo menos para mí y no veo la hora de salir de ese indeseable lugar.

A las 13:30 PM la felicidad brota en las caras, es momento de la vuelta a casa, para algunos un alivio pero para otros un sufrimiento.

La vuelta a casa en colectivo es muy similar a la de la ida solo que las mujeres obesas están el doble de transpiradas que a la ida y mi cara se moja contra sus panzas como la de los aborígenes del Amazonas con la lluvia ácida.

Al llegar a casa mi hermano un extraño ser de pelo largo como dice la canción, me recibe con un saludo obligado y su mirada sigue fija en la computadora mientras chatea con sus zorras como les dice él.

A partir de ahí mi día toma diferentes rumbos, si tengo quehaceres los hago o hago como si los hago, o si no dedico mi tiempo a una larga siesta en la que el despertar viene acompañado del llamado de mi novia, la cena y después a dormir de nuevo soñando con que mi cotidiano día al despertar sea un cotidiano día diferente pero tan divertido como siempre.


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