Derecha y derechos humanos
(A propósito de la polémica entre Rogelio Alaniz y la agrupación H.I.J.O.S.)

por Luciano Alonso

A veces la principal dificultad para evaluar las prácticas y discursos que se generan en torno a la cuestión de los “derechos humanos” está en el convencimiento de que son una bandera de la izquierda o de lo que más confusamente se suele llamar “el progresismo”. Habitualmente, estábamos acostumbrados a ubicar la definición y defensa de derechos fundamentales en la tradición de los movimientos de emancipación en el mundo occidental. Desde las variadas formulaciones de los “derechos del hombre y del ciudadano” durante la Revolución Francesa, los derechos humanos aparecieron asociados a la izquierda social y política. Pero en la segunda mitad del siglo XX se fue produciendo un viraje en el cual las corrientes de derecha se implicaron cada vez más con esa problemática. Ese tránsito se completó hacia los finales de la Guerra Fría, cuando se vislumbraba la posibilidad de establecer en el área de influencia de los Estados Unidos lo que Ana María Ezcurra llamó “democracias de seguridad y mercado”, que garantizaran los derechos civiles básicos pero a la vez fueran funcionales al proyecto de relanzamiento de la hegemonía norteamericana.

Hoy, los derechos humanos no sólo son un campo de reclamo de las tendencias que luchan por cambiar las sociedades en un sentido de mayor libertad e igualdad, sino también de la derecha más conservadora. La defensa de los derechos humanos ha sido invocada para justificar todas las intervenciones militares neo-imperialistas desde fines de los años ochenta, y de hecho fue el único justificativo público de dos campañas militares occidentales: la fallida intervención en Somalía y la guerra de ocupación de Kosovo, en la ex Yugoslavia. En lo que hace a las políticas interiores, los distintos Estados aprovechan la instalación de un amplio consenso acerca de la defensa de los derechos humanos para legitimar el status quo, considerando condenables todas las violencias sin distinción de situaciones (algo bastante hipócrita, ya que recurren a muy variadas formas de violencia) y promoviendo la judicialización de la política (proceso en el cual siempre tienden a beneficiarse los intereses plasmados en el Derecho vigente).

Este es un buen ejemplo de lo que Michel Foucault llamaba “la polivalencia táctica de los discursos”: una misma serie de enunciados puede servir para propósitos diferentes. Articulada con unos o con otros elementos discursivos, puede ser aplicada a una estrategia de conservación o de subversión de una relación de fuerzas determinada, para la dominación o para la resistencia; para el poder o el contrapoder. Los mismos enunciados, como ser los relativos a la defensa de la vida, al derecho de habeas corpus, a la aplicación de justicia conforme al Derecho, a la memoria de las violencias, pueden entonces vincularse con otros tópicos diferentes y adquirir significados muy diversos. En ese sentido, algunos debates que se esbozaron en medios de comunicación de la ciudad de Santa Fe sin concretarse del todo en los últimos tiempos, y especialmente la polémica entre la agrupación H.I.J.O.S. (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) y el periodista Rogelio Alaniz, pueden ser comprendidas en función de diferencias en la concepción de los derechos humanos y específicamente como efecto de la emergencia de una política derechista de los derechos humanos, que en este caso está representada por el editorialista del diario El Litoral y la radio LT10 de la Universidad Nacional del Litoral.

En realidad, es sumamente molesto tener que considerar explícitamente las opiniones de Alaniz. En parte porque no son relevantes ni bien fundamentadas; en parte porque ponen al periodista en una situación en la cual precisamente él quiere ubicarse, elevando escritos que entran en la categoría del exabrupto a materia de debate público. Pero desgraciadamente no hay otra posibilidad que decir algo para tratar de comprender lo que ocurre y desmontar algunos tópicos que el mismo Alaniz trata de instalar. Es sabido que los medios de comunicación hegemónicos imponen de una u otra manera lo que se suele llamar “la agenda”. No sólo poseen el monopolio de hecho de la producción y circulación de información o crean un “efecto de realidad” que destaca algunas cuestiones y oculta la existencia de otras. Encima nos dicen directa o indirectamente de qué tenemos que hablar aunque nos resulte sumamente desagradable, so pena de dejar pasar los discursos más reaccionarios. Adicionalmente, en esta situación la cuestión parece focalizarse en una persona determinada, cuando en realidad es sólo un exponente (un emergente) de un modo más general de comunicación.

Para el martes 22 de septiembre de 2009, la Federación Universitaria del Litoral y otras entidades habían organizado un panel a realizarse en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL para conmemorar los 25 años de la entrega del informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, con la participación de Graciela Fernández Meijide y Rogelio Alaniz. Aparte del hecho de que el evento se habría efectuado en período de veda electoral para las agrupaciones estudiantiles (lo que por supuesto no es inocente, aunque se lo presentara como un acto académico), serviría de presentación para el libro La historia íntima de los derechos humanos en la Argentina, de Fernández Meijide. En ese texto, entre varias otras cuestiones polémicas, la autora afirma que el número de detenidos-desaparecidos durante el período de terror de Estado de los años setenta no superó la cifra de ocho mil, en contradicción con la consigna histórica del movimiento argentino de derechos humanos que alude a treinta mil desaparecidos. El panel no se concretó, anunciándose por correo electrónico su suspensión sin explicación alguna.

Como respuesta a esa convocatoria, la agrupación H.I.J.O.S. Santa Fe y la Mesa por Juicio y Castigo enviaron un comunicado a los distintos medios de comunicación de la ciudad. El vespertino El Litoral lo reprodujo integralmente en su edición del día 22, como nota de opinión en la sección “Política”. En él planteaban la falsedad del debate instalado respecto de la cuestión numérica y acusaban a Alaniz de tener intervenciones públicas en el sentido de una “memoria completa” como la propugnada por los exponentes de la derecha, justamente cuando en Santa Fe se desarrollaban las audiencias del juicio oral contra los represores actuantes en la zona. Al día siguiente se publicó una respuesta de Alaniz y el día 24 el diario sacó otra nota más, esta vez sin firma, en la cual planteaba que el debate acerca de los números de la represión debía suspenderse entre tanto se expidiera la justicia.

La nota de Alaniz publicada como “Crónicas de la Historia” (¿?) el 23 de septiembre constituye una pieza al menos extraña, por no decir incalificable. El periodista arremete contra la agrupación con giros discursivos que no presentan ningún argumento, sino tan sólo una sucesión de insultos y referencias personales. El título del escrito (“Todos eran mis Hijos”) no tiene relación con el contenido y sólo cumple la función de mostrar la erudición literaria del enunciador como lector de Arthur Miller. Esa estrategia se repite sucesivamente con una alusión a “Viñas de Ira” de  John Steinbeck, una mención a Antonio Gramsci y una cita de Pier Paolo Pasolini claramente descontextualizada, como lo mostrara hace unos días Máximo Eseverri en un curso ofrecido en el Instituto Superior Nº 12. En ninguna de esas evocaciones de textos literarios o analíticos se recuperan los contenidos ni se aportan ideas para explicar a quienes se discute o a los terceros lectores lo que se quiere debatir, por lo que sólo se presentan como supuesta demostración de la cultura de Alaniz.

La nota arranca con el desmerecimiento de quienes suscribieran el texto atacado, sugiriendo que no pudieron hacerlo solos. Luego infantiliza en no menos de seis oportunidades a los miembros de la agrupación con una serie de epítetos descalificativos, tratándolos de chicos, niños, señoritos, personas que no han crecido ni madurado, etcétera. Obviamente, desconoce no sólo qué sería la Mesa por Juicio y Castigo sino incluso el hecho de que entre los miembros de H.I.J.O.S. hay profesionales de distintos rubros, algunos de ellos con titulaciones y antecedentes académicos superiores a los del propio Alaniz.

Ese desmérito del oponente se complementa con un conjunto de afirmaciones absolutamente egocéntricas. Alaniz se coloca desde el inicio del artículo en el centro del problema; insinúa que personalmente ha elegido dejar en la memoria de los demás una imagen de sí mismo más excelsa que la que quedará de aquellos a los que critica o que la historia lo juzgará más benévolamente que a los otros (es decir, que la historia lo registrará); se pone en posición de víctima y sugiere que la ofensa que pueden infringirle es peor que la cadena perpetua; aduce que todos los represores le dicen algo cuando lo ven (evidentemente se considera un personaje famoso, odiado por necios de “ambos” bandos); o deja constancia de que hasta sus enemigos lo consideran muy inteligente. Al menos en diez ocasiones hace comentarios directa o indirectamente elogiosos hacia sus propias posiciones.

También menciona con insistencia los “escraches” de H.I.J.O.S. y prácticamente parece anhelar que la agrupación se manifieste contra él. Adicionalmente, la redacción del escrito esboza que el reclamo de cadena perpetua para los represores parece excesivo (“pero si a Videla le reclaman cárcel perpetua, ¿qué castigo me corresponde a mí…?”), o que los miembros de agrupaciones político-militares eran tontos (“El comisario Rebechi… me dijo que yo no era guerrillero porque era muy inteligente y, por lo tanto, más peligroso”), o que los desaparecidos y asesinados por el terror de Estado no fueron muertos en serio ni siquiera para los organismos de derechos humanos (“Para… [Hebe de Bonafini] cifras dignas son las que hubo en las Torres Gemelas. ¡Allí sí que hubo muertos en serio!”). En suma, no trata en detalle ninguna cuestión y pone como centro de la discrepancia una única nota que habría escrito acerca del número de desaparecidos (“¿Treinta mil desaparecidos?”, El Litoral, 8 de agosto de 2009).

Con seguridad que los desaparecidos durante el período de terror de Estado de los años setenta no fueron tantos como 30.000, pero seguro tampoco habrían sido los 7.954 que registró la CONADEP, aún cuando supongamos que es fácil distinguir entre asesinados y desaparecidos o tener en claro la atribución de todos los sucesos violentos del período. Pero a Alaniz no le importa la discusión razonada del problema y mucho menos la posibilidad de su carácter irresoluble desde el punto de vista histórico, ya que asume como verdad irrefutable un dato incierto. Su estrategia discursiva pasa por relativizar los alcances del terror de Estado (creer que esos crímenes se pueden medir exactamente, como supone cuando alude a una evaluación del nazismo con “datos rigurosos, con nombres y apellidos, fotos de familiares, testimonios” y que eso soluciona la cuestión, es simplemente demostración de impericia historiográfica). Y eso se combina con la presentación de una violencia supuestamente equivalente y simétrica de izquierda y de derecha, o sea, con la forma más burda de la teoría de los dos demonios.

Además de todas las observaciones esbozadas aquí –que merecerían un más detallado análisis– su propia alusión a la nota del 8 de agosto oculta que Alaniz viene difundiendo metódica y constantemente posiciones cada vez más derechistas en sus columnas de opinión. Por ejemplo, en el año 2008 sus artículos sobre los asesinatos de Rucci (“Las puertas del infierno”, El Litoral, 20 de setiembre) o de Mor Roig (“El asesinato de Mor Roig”, El Litoral, 27 de setiembre), marcaron una tendencia inocultable: la afirmación de los muertos de la derecha como personas con nombre y apellido, capaces de errores y aciertos, en suma, seres humanos, mientras que los muertos de la izquierda son sólo un número y además controversial y menor al que defienden los familiares de los caídos. Como para compensar un poco semejante desbalance, el 11 de octubre de ese año publicó una nota que por estar dedicada en su mayor parte al imperio de la Triple A y las bandas paramilitares mencionaba por sus nombres a dos miembros de la izquierda (Tita Clelia Hidalgo y Julio Troxler, en “Fue una pesadilla”, El Litoral), pero en el mismo artículo citaba a ocho muertos de la derecha, mostrando una vez más que sus categorías ideológicas sesgan hasta en los más mínimos detalles la información que vuelca. El comunicado de H.I.J.O.S. exageraba cuando decía que los planteos de Alaniz se acercaban a los de Cecilia Pando u otros personajes de la derecha más reaccionaria, pero simplemente por una cuestión de grado y no por una de naturaleza.

El mismo Alaniz trata de presentarse como un demócrata, combatiente del fascismo en sus diferentes formas (de paso, su uso de ambos conceptos es tan confuso que más vale obviar todo comentario; véase simplemente su “Democracia y fascismo”, El Litoral, 15 de noviembre de 2008). Aunque constantemente alude a autores que han realizado una autocrítica y cuyas posiciones podrían ser objeto de otros debates, se muestra a sí mismo como una persona coherente a lo largo de toda su vida, siempre vinculado con el pensamiento progresista y a la vez opuesto a la violencia. Ahora bien, ¿qué hay de “progresista” en los escritos actuales de Alaniz? Hagamos un ejercicio muy simple, repasemos: si tus posiciones son parecidas a las que enuncian los políticos o comunicadores sociales de derechas; si tus artículos merecen sólo loas de señoras que llaman por teléfono a una radio para hablar de la “careta” de los organismos de derechos humanos y de su defensa de los delincuentes; si en la Web los únicos que levantan completo tu artículo son unos tipos que tienen el blog “Cristiandad y Patria” (http://cristiandadypatria.blogspot.com, consulta 8 de octubre de 2009); si los que te critican son personas centristas o de izquierda; si sos el redactor más importante de un periódico claramente conservador, entonces… ¡no sos progre, sos de derecha!

Por supuesto, siempre queda la posibilidad de que el carácter derechista del discurso sea un efecto buscado por el medio de comunicación más que por el periodista. De hecho, el diario El Litoral ha sido bastante más consecuente en su oposición a organismos como H.I.J.O.S., contra el cual editorializó ya el 28 de marzo de 1999. Pero además el periódico manejó con clara intencionalidad el desarrollo de la polémica. Primero publicó el comunicado completo de la agrupación, luego la respuesta de Alaniz y por fin cerró el debate, con una nota más adocenada aunque también posicionada en un discurso de orden. Además, para ilustración de la nota de Alaniz incorporó una foto de un escrache que no corresponde a una acción realizada en la zona santafesina. Cualquier imagen más pertinente hubiera desentonado con el texto, ya que precisamente los escraches de H.I.J.O.S. Santa Fe han sido muy distintos de los que Alaniz dice conocer (de paso, ¿vio alguno? ¿No tiene en mente además escraches de otras muchas agrupaciones de distinto signo, que para él son todas iguales?). Que el vespertino local sustenta la teoría de los dos demonios, que es un medio hegemónico con características conservadoras y que se inscribe en un entramado de relaciones de poder y enuncia un discurso de orden, son afirmaciones sostenibles. Pero Alaniz, como periodista, tiene también intereses concretos de diversa naturaleza que lo llevan a congeniar con esa línea editorial (más allá de sus ingresos monetarios o cosas así, sobre por qué los periodistas hacen lo que hacen puede verse el didáctico libro Sobre la televisión, de Pierre Bourdieu).

Quizás el error de H.I.J.O.S. estuvo en intentar una comunicación alternativa a través de un medio hegemónico. Es cierto que sólo enviaron un comunicado, pero eso dio lugar a que el diario lo aprovechara para controlar la polémica y habilitara los exabruptos de su periodista estrella. De lo que se trataría es de saber dónde está la derecha y hasta qué punto ella misma permite que se le discuta lo que ha establecido como verdad por el simple hecho de controlar los medios de su producción y difusión. Los discursos alternativos sobre la problemática de los derechos humanos, como sobre cualquier otra cuestión, tienen que encontrar entonces medios alternativos de circulación.


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