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El atentado Por Miguel Espinaco Parece mentira. Justo cuando parecía más invulnerable, más omnipotente, justo cuando parecía convertirse en un dios inigualable y atroz, justo cuando sus dientes agarraban al mundo y lo masticaban con algo de placer y con algo de crueldad. Es cierto que las apariencias engañan. Pero esta apariencia era tan convincente, tan llena de violencia imparable, tan saturada de convicciones vendidas al por mayor, de mentiras inventadas con garantía de credulidad. Pero claro. Todo ese tamaño puede también convertirse en un problema. Al fin y al cabo la compleja maniobrabilidad del gigante es un estorbo para la agilidad y para la reacción, para los reflejos del que cuida sus espaldas. Los gestos, torpes movimientos de elefante contados en cámara lenta, tardan una eternidad en definirse. Tantos cuentitos repetidos por la CNN y por Hollywood, tantos misiles arrojados por control remoto, tantos agentes de inteligencia vigilantes, observadores, atentos, conocedores de vidas y milagros de cada quien, tantos ordenadores sumando gente, dólares, cadáveres, opiniones. Tanta espectacularidad de fuegos de artificio. Siempre cabe la posibilidad de seguir pretendiendo que sucede, de seguir creyendo ciegamente en una inmunidad casi mítica, en una coraza impenetrable. Unos aviones rutinarios, unos vuelos entre los tantos que llenan los radares de los demasiados aeropuertos usados como armas, pueden ser también la prueba del vil cerebro del dios omnipresente, una pieza más movida por él en un tablero que tiene todos los movimientos calculados. La gente habla y dice. Tantas cosas. Y entre palabra y palabra destila terrores, paranoias y sospechas. Ya se sabe. La gente habla y el gigante está enterado. No puede evitarlo, porque la palabra sirve también para el comercio, sirve también para que existan con un nombre las cosas que se compran y se venden, sirve para darle forma y contenido a la máquina de engaño. Sabe y no puede. Del mismo modo que no puede evitar que vuelen los aviones rutinarios. Entonces dos se encuentran. O puede ser que fueran más, puede que fueran varios, pero por ahora alcanza con que dos, con que uno diga me contaron que una señora encontró un maletín con mucha plata, con verdes dólares fajados como en las películas, un maletín de aquellos. Alcanza con que diga me contaron que lo fue a devolver porque tenía una tarjeta y era un hotel céntrico con suficientes estrellas, y que un señor que era notoriamente árabe le quiso dar una recompensa, algunos de los verdes dólares fajados, pero que la señora no, faltaba más. Puede ser que hubiera otros escuchando y sorprendiéndose, pero por ahora alcanza con que sean dos los que se encuentran, con que uno escuche interesado cómo el otro le dice que el señor notoriamente árabe y notoriamente contrariado porque la señora no acepta el fajo de billetes dice le voy a dar un consejo que es más importante que la plata, no tome coca cola, desde el día tal no tome coca cola. Y alcanza con dos para que el segundo que escuchó con atención todo el relato revele que él oyó algo parecido, tan definitivamente parecido que entonces nada más puede ser cierto a no ser que falsedad organizada. Detalles. En su relato la señora era un hombre y el día de la sospecha no era el mismo y los árabes dueños del maletín, del dinero y la tarjeta, malvivían en un hotel de mala muerte escondido en algún barrio. Nada más que eso, nada más que detalles. Parece mentira, dicen ahora, sorprendidos. Justo cuando parecía tan invulnerable, los dos que se encontraron y que se contaron la anécdota simétrica se van tan desconvencidos, tan alucinados por la sencillez, tan sorprendidos por la distracción del dios omnipresente. Uno piensa (hay terrores, paranoias, sospechas) que no es descabellado, que la fórmula de la coca cola y todo eso, que por qué no, que puede ser. Y piensa adulteraciones, posibilidades. En el límite de la cordura, se dedica a suponer consecuencias terroríficas. El otro (nada más que porque sí) prefiere deshojar la sutil trama que teje las convicciones, pensar los tantos usos que tienen aviones y palabras, imaginar misteriosas células dormidas de oscuros personajes que extravían maletines para atentar de palabra, arrojando bombas de versiones usadas como armas. |
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