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La frágil memoria del progresismo

Por Miguel Espinaco

     Después de la dictadura militar fue el Partido Intransigente y Alende que no se vende. A la caída en desgracia del menemismo le siguió el nacimiento y la muerte sin resurrección de los frentegrandistas y los frepasistas que llevaron al poder a De la Rua.

     El llamado "progresismo" argentino tuvo tantas caras que uno pierde la cuenta; entre ellas se contabilizan sin ninguna duda las huestes sindicales de la CTA, Elisa Carrió, el economista Claudio Lozano, el Jefe de Gobierno Aníbal Ibarra y el Chacho periodista. Kirchner y su trans-verso transversalista, se ha convertido en la gran esperanza para esta gigantesca corriente de opinión que sueña con un capitalismo de rostro humano.

     No es que el sueño de la redistribución tenga en sí mismo algo de cuestionable. De alguna manera, era casi inevitable que la "distribución negativa" del ingreso que resultó de la ofensiva neoliberal de estas últimas décadas hiciera pensar a mucha gente que el problema se solucionaría - sencillamente - retrocediendo el reloj de la historia.

     En una nota publicada en la página web América Latina en Movimiento, se analiza y se critica este punto de vista: "lo que se proponen las administraciones progresistas del Cono Sur, aunque no lo formulen exactamente en estos términos, es (..) salir del neoliberalismo para retornar a la etapa previa a la aplicación de este modelo. Actúan como si el neoliberalismo, hoy en crisis, hubiera sido una suerte de paréntesis, especialmente destructivo y demoledor, luego del cual pudiera volverse a la situación anterior" ( Raúl Zibechi - "La imposible reconstrucción del Estado benefactor") El autor advierte que es necesario "no perder de vista" las causas profundas que condujeron al neoliberalismo, al que ve como a un conjunto de mecanismos que "permitieron al capital reanudar, en una escala sin precedentes, su proceso de acumulación luego del desborde social de los sesenta y setenta" o sea, como a una respuesta apuntada a mantener y recuperar la tasa de ganancia.

     Es evidente que este problema de los límites que fija el capital y su compulsión a la reproducción eterna - a fuerza de la explotación hasta el delirio del trabajo humano - debe tener algo que ver en el hecho de que nuestros progresistas vernáculos se olviden de sus planes de redistribución.

     Debe ser por eso que justo cuando todos hablan y hablan de la superación del viejo "modelo", el único plan concreto del supuesto modelo nuevo desaparece de los discursos, como por arte de magia.

El olvidado seguro

     El proyecto del llamado Seguro de Empleo y formación, fue presentado el 26 de julio de 2000 con el apoyo de 500.000 firmas que lo respaldaban. En diciembre de 2001 se realizó una campaña de votación con urnas en las calles - similar a la reciente contra el ALCA - y la propuesta recogió la adhesión de casi tres millones de votantes.

     En palabras del economista Claudio Lozano, la propuesta "recupera tres grandes discusiones. La primera es la necesidad de entender que si de lo que se trata es de hacer un país democrático hay que garantizar que todo aquel que nazca o viva en nuestro país pueda acceder a las prestaciones elementales, esto es, salud, trabajo y educación. La segunda discusión tiene que ver con que las nuevas tecnologías reclaman una formación mayor que la que se planteaba históricamente y, además, exige formación continua. Y en tercer término, la cuestión del tiempo de trabajo." El plan preveía un seguro de empleo - en los hechos un subsidio de desempleo con contraprestación educativa - de trescientos ochenta pesos (posteriormente esa cifra fue llevada a cuatrocientos cincuenta) y un salario universal por hijo de sesenta pesos. Según el mismo Lozano, la implementación del proyecto insumiría "un financiamiento de 11.150 millones de dólares por año".

     En las charlas de difusión del plan - una de las cuales se realizó en el Paraninfo de la Universidad Nacional del Litoral de Santa Fe en noviembre de 2001 - el citado economista, actualmente diputado nacional "transversal", postulaba la viabilidad de lo que llamaba un shock redistributivo. De acuerdo a sus consideraciones "una de las razones por las cuales hay baja recaudación en la Argentina es porque el grueso de la tributación de los impuestos se recauda sobre el consumo, y el consumo, como ya sabemos, está planchado. Si nosotros ponemos 11.000 millones de dólares en cobertura previsional, seguro y asignación por hijo, esto implica más consumo. Consecuentemente, levantaríamos la actividad económica en término de demanda, y habría mayor recaudación. Los números nuestros nos dan que se recaudarían cerca de 5400 millones de dólares por el solo hecho de levantar la demanda".

     Sin embargo, a pesar de tantas cuentas optimistas, el mencionado shock desapareció misteriosamente de la escena nacional. La última referencia puede encontrarse en el diario La Nación del 6 de marzo de 2003, que levanta declaraciones de Víctor De Gennaro (CTA) en las que advierte sobre la necesidad de que "este gobierno, o el que venga, otorgue el seguro de empleo y formación de 450 pesos para jefes y jefas de familia desocupados".

     "El que vino" fue Kirchner, y a pesar de que no hubo noticias del mentado seguro de empleo, De Gennaro no ha vuelto a hablar del tema. Su socio piquetero Luis D´elía, entretanto, se enoja mucho con los que critican al gobierno al que según ha dicho, defendería hasta "a los tiros".

     En los primeros días de este mes, diputados de centro izquierda y dirigentes de gremios estatales presentaban en la Cámara de Diputados algunos cambios alternativos para incluir en el presupuesto 2004. Hablaban allí de "un programa que intenta reducir la pobreza y la desocupación a la mitad en 3 años y a cero el hambre en 2004". La propuesta avalada por Mario Cafiero, por María América González, por Alicia Castro, por Víctor De Gennaro, y por Claudio Lozano, destila una inevitable vaguedad que contrasta con aquel plan que tenía números concretos y propuestas articuladas apuntadas a redistribuir el ingreso.

Las razones de la desmemoria

     La evaporación del concepto de seguro de empleo y formación forjado por el mismo progresismo que hoy lo omite, puede verse como el paso de la oposición al oficialismo, o por lo menos al sueño de ser oficialismo de algún supuesto proyecto de partido transversal que sustente en el futuro a la administración Kirchner. Sin embargo esa visión corre el riesgo de quedarse en la superficie de las cosas, porque hay que ver que en el camino, la idea de capitalismo "redistributivo" fue desplazada por la de capitalismo "serio", una formulación que denota pretensiones de mucho menor vuelo.

     El problema no es menor y queda claro al pensar qué es lo que pasaría si el famoso seguro de empleo se implementara hoy mismo en la Argentina.

     Lo primero que salta a la vista, es que el seguro forzaría un reacomodamiento de los salarios. Evidentemente, nadie vendería su fuerza de trabajo por un valor que fuera menor al que le otorga el subsidio de desempleo, por lo que el piso salarial subiría automáticamente a cuatrocientos cincuenta pesos.

     El segundo hecho tiene que ver con la reacción de los mercados. Basta observar el aumento de precios navideños provocado por los mínimos pagos extra que decidió para estas fechas el gobierno nacional. Ocurre que en este sistema económico, las patronales siempre pueden tomarse revancha por la vía del aumento de precios, por lo cual la escalada amenazaría con pulverizar rápidamente - por el atajo de la inflación - el supuesto seguro y los salarios reacomodados por su existencia.

     Esta neutralización automática del mercado sólo podría evitarse con la aplicación de algún tipo de control que - por sus características moleculares - requeriría de la movilización de sectores obreros y populares. Pero, como es de esperar, los capitalistas no podrán mantener sus ganancias bajo este control (dirán seguramente que no hay "seguridad jurídica") y amenazarán con meter violín en bolsa para irse a hacer trabajar gente en otros países en las que cobren menos y en las que tengan menos pretensiones.

     Así las cosas, se habrá llegado a una encrucijada que habrá que resolver o bien volviendo todo atrás, o bien avanzando a métodos de control social de la producción, a alguna forma de socialismo, esa palabra que ha sido cuidadosamente separada del diccionario por los defensores del capitalismo con careta humana.

     Es por eso que la discusión no es poca cosa. Las propuestas redistributivas atraviesan más tarde o más temprano las frágiles paredes del capitalismo serio, los hechos colisionan con las palabras, los pases de magia se terminan cuando la realidad aparece inevitable.

     La redistribución del ingreso es una necesidad para que tantos tengan un plato de comida en la mesa, para que tantos vivan y sueñen, y tengan un futuro. Evitar esa redistribución es una necesidad del capital que necesita de la pobreza, de los salarios devaluados y de la disciplina social del hambre para seguir haciendo plata sobre plata, para sobrevivirse en su avara razón de ser. Entre los límites de esa contradicción se mueve hoy la historia y el futuro del hombre.

     El que lo olvida, está inevitablemente condenado a la desmemoria.

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