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Los abandonados del Lole y el Turco

Por Javier González

     A la mañana siguiente el espectáculo era realmente terrible. Caminando hacia el oeste, hacia los barrios más afectados por la inundación en busca de familiares y amigos de los que no se tenían noticias, era impactante observar a cientos de hombres, mujeres y chicos caminando con la vista perdida y acarreando lo poco o casi nada que se había rescatado de la crecida del maldito Salado. ¿Que hacer? No estaba el Estado presente en lo que ayuda refiere, pero si lo estuvo a la hora de "facilitar la inundación" y pocos tenían dónde recurrir. Fue así que las hordas humanas ocuparon galpones vacíos, casas en alquiler, locales comerciales, improvisando una suerte de viviendas colectivas.

     Este es el caso de unos talleres pertenecientes a una reconocida empresa privatizada. El inmenso galpón y las oficinitas ubicadas en planta y en un entrepiso sirvieron para que muchas personas se instalaran tratando de sobrevivir a los efectos de la inundación.

     Actualmente, ya entrando en el 2004, es uno de los desconocidos centros de evacuados que aún funciona, desconocido porque el saliente gobierno de Reutemann lo esconde, y lo hace tan bien que hasta la propia gente de Obeid -que prepara el camino para ocupar los puestos de gobierno- se sorprende de su existencia.

     Sólo una Asistente Social, a la cual no se le paga desde hace meses, es la incansable responsable de las 80 personas que habitan los galpones.

     - No doy más, dice G y en su cara es más que evidente el cansancio y el agotamiento. G está cansada también de tener que dar "la cara por el Gobierno", de recibir insultos y puteadas y encima que la tengan con promesas de cobro, con expedientes que están "a la firma del Lole" desde hace meses.

     G no puede manejar las deficiencias de una formación adquirida en la Escuela dependiente de la Secretaría de Promoción Comunitaria del Gobierno Provincial. G no puede eludir su identificación con el estado y el gobierno porque la misma escuela los prepara para ser su cara visible en los barrios. Esto le señalan los Operadores en Psicología Social a los que recurre el gobierno para que "le salven las papas con los casos más jodidos". Es que este Centro de Evacuados no es una panacea, "aquí han quedado los más rezagados, la lacra de la lacra" dice otra Asistente social de Promoción Comunitaria. La afirmación genera conflictos con los psicólogos sociales que discuten fuertemente con ella.

     - Es evidente que las cosas no están bien acá, dicen estos últimos, pero hay que indagar las razones por las cuales estas 80 personas han "perdido" la capacidad para planificar sus futuros.

     Planificar la esperanza, dicen siempre los psicólogos sociales a sus interlocutores. Parecido al concepto de Erich Fromm, cuando allá por la década del 60 se puso de lleno a apoyar la candidatura presidencial de Mc Carthy (no el macartista), con la esperanza, positiva y que se construye andando, de modificar el rumbo que los Estados Unidos -y el mundo- llevaban.

Llegando al Centro

     El barrio donde está ubicado el Centro de Evacuados es un barrio de clase media, de casas bajas y muy cercano a una de las principales avenidas de Santa Fe. Caminando por sus veredas o circulando en automóvil por la calle es muy fácil seguir de largo sin reparar en su existencia. Al principio los vecinos ayudaron mucho, pero a medida que los medios de comunicación comenzaron a dejar de lado el tema de la inundación, poco a poco todo fue volviendo a la cansina y lánguida tranquilidad santafesina.

     Las puertas del galpón sólo se cierran por la noche. De día están abiertas y al asomarse hacia la profundidad de los talleres, se descubre un mundo totalmente diferente a la cotidiana parsimonia barrial. La primera visión es la de un lechón que atado a las columnas reticuladas del tinglado, mira desde el fondo y chilla a todo el que entra reclamando sus últimas comidas antes que la inexorable cadena alimenticia, lo convierta en cena de navidad para los habitantes del centro.

     Cuando se deja de reparar en el "babe" navideño y en los pocos chicos que juegan entre la basura, se empiezan a notar las miradas que, desde lo que fueran oficinas, se dirijen hacia nuestro grupo. Las cortinas, que hacen las veces de improvisadas puertas, se descorren para saludar a los psicólogos sociales. Allí el extraño soy yo y me lo hacen saber con sus ojos desconfiados. Pero a medida que se suceden las presentaciones, la cortesía se instala detrás de los mates azucarados, tan azucarados y tan característicos de los barrios santafesinos.

     No hay mucha gente, por lo menos no los 80 que, dicen, viven en estos galpones.

     - Lo que pasa que la mayoría se va a trabajar a los terrenos que les dió el gobierno, a construir las "casas de plástico". Las casas de plástico consisten en un sistema constructivo canadiense basado en el PVC, que por estos días el Gobierno del Lole importó para solucionar el problema de las viviendas arrasadas, desarraigando a un importante número de personas que deberán ir a construir una nueva identidad en el norte no inundable de la ciudad, algo que ha despertado la furia y la xenofobia de un importante sector de vecinos que timidamente empieza a organizarse para echar a los futuros habitantes.

     - No podemos permitir que miles de personas que han perdido todo sean instalados en terrenos que no poseen servicio alguno (cloacas, gas, electricidad) y encima están calificados por la Municipalidad como de importancia paisajística, dicen los vecinos autoconvocados (siempre una buena definición para no definirse) a los medios que levantan la noticia, "no queremos que se nos llene de negros de mierda" reconocen algunos autoconvocados cuando los medios ya no están.

El zapatero trucho

     S es zapatero. "Es un trucho", dicen sus vecinos del Centro. "Ves la faja que tiene puesta?, el hijoputa se la pone cada vez que hay que ir a laburar al terreno, dice que está herniado". S es indiferente a los cuchicheos de sus detractores, sigue lustrando zapatos y colocándolos en unas mesitas que improvisó frente a su oficinita. S prácticamente no me dirige la palabra, por las dudas G, la asistente social, me previene: "no le vayas a creer nada, es un mitómano".

El inundado trucho

     El que sí se acerca es A, un hombre de unos cincuenta y pico de años, torso desnudo, jean cortado a modo de "pantaloncito" y zapatillas. Se queja del calor y me ofrece un mate. Es muy formal en los modos y se lo nota esperanzado con la posibilidad de una nueva casa.

     - Ojalá se dé pronto... imaginate lo que es, de no tener nada, de haber perdido todo a tener una casita nueva y un terrenito.

     Pero hay un problema insalvable para A y es que él nunca se inundó.

     - Mirá, aclara G, A no es inundado, A está medio loco. El tenía mucha guita, era dueño de una casa muy importante de rulemanes o de repuestos de autos, no sé, y se fundió. Perdió el negocio, dejó a su familia, dejó el departamento -que todavía es de él- y se fué a vivir a la calle. Con la inundación vino a vivir al Centro de Evacuados y él no entiende que no es inundado, que no le van a dar nada. No sé que va a pasar cuando todos se vayan de acá, porque él no va a tener donde ir.

     Me quedo absolutamente sorprendido por todas estas historias, dignas de una película del neorrealismo italiano, sus personajes y el mundo increíble que se vive en este Centro de Evacuados.

Las noches de R

     R golpea timidamente la puerta de la oficina y espera unos segundos. Alcanzo a ver su figura trasparentada por los vidrios y no dudo en identificarlo: solo R es el propietario de semejante "gorra" que aunque deformada por los vidrios, es inconfundible.

     - Pasá!, le grito sabiendo de su incipiente sordera.

     R abre la puerta muy despaciosamente, casi como en una película de Boris Karloff sus dedos asoman y por un momento consiguen hacerme dudar si detrás de aquella mano está realmente R.

     - Buen día, dice. Vine a buscar la llave.

     La llave no importa para nada en esta historia ni el porqué del arribo de R. Lo importante es lo que R comienza lentamente a dejar salir por su boca: algunos retazos de su historia.

     Se lo nota cansado. Y efectivamente es lo primero que reconoce.

     - Lo primero que voy a hacer ni bien termine el trabajo es pedir una semana de vacaciones, no doy más, dice R ensayando una sonrisa que no alcanza a conformarse.

     - Se te nota, estás muerto.

     - Si, dice R. Lo que pasa es que no tuve tiempo para descansar la cabeza. Sabés que pasa....estoy...como se dice?...estresado.

     D, que a todo esto está presente lo mira conteniendo una sonrisa. Es que en el mundo de D no hay lugar para el estrés de un simple albañil. Descubro todo esto (o quizás es sólo el prejuicio) en un D que baja la cabeza y no interviene en la conversación.

     En efecto, R es un albañil de barrio Barranquitas que como todos aquellos que realizan "actividades intelectuales" también se estresa y reclama su derecho al descanso.

     - No doy más...,continúa R, lo que pasa es que yo me inundé...

     - Vos sos de Barranquitas?

     - Si, soy de Barranquitas oeste. Y me inundé. Estuve ocho días en el techo y eso no me lo olvido más. Para colmo el 24 de abril era mi cumpleaños y la familia quería festejarlo con unos porrones. Yo me estoy haciendo la casa y tengo una parte que tiene losa. Pero en esos días me llamó la empresa para hacer unos laburos y yo dije: bueh... me hago unos pesos y la semana que viene nos juntamos a comer. Laburé como un tarado, estaba muerto y bueno...después pasó lo que pasó. Yo estaba laburando y me llaman de mi casa, mi señora alarmada, a los gritos: se viene el agua! Se viene el agua! Me decía. Yo le decía, bueno voy para allá pero no te pongas loca. Claro... cuando a vos te dicen viene el agua, pensás bueno son 50 centímetros a lo máximo, pongo unos ladrillos, subo los muebles y listo. Pero no. Cuando llegué allá la cosa pintaba feo. Me llevé las cosas a lo de unos parientes, no todo sino lo más grande: la heladera, la cocina...saqué a mi mujer y a mi hija y las llevé de mis suegros.

     - Y cuanta agua te llegó?

     - Mirá...yo tengo una losa, que la hice a 2,70 y llegaba hasta ahí. Para colmo cuando vimos que la cosa venía fiera hablamos con un vecino, un policía- porque en mi cuadra son casi todos policías- y quedamos en que nos ibamos a turnar para cuidar las casas. Esa primera noche me quedé yo en el techo. Al otro día tenía que venir él pero no vino y entonces me volví a quedar yo. Cuando pasaron dos días le dije a mi hermano -que había venido de Buenos Aires a darme una mano- que la buscara a la mujer y le dijera al tipo este que viniera. Pero a eso de la tardecita vuelve mi hermano con la noticia de que el policía vecino se había accidentado cuando trasladaba sus cosas. Tuvo mala suerte, pobre, porque el vive en Barranquitas... oeste sería...(dice R y con la mano derecha hace un gesto como si estuviera cortando el aire), entonces cuando viene el agua saca todas las cosas y las lleva a Barranquitas... este (R vuelve a hacer el gesto en el aire pero esta vez con la otra mano), y claro... ahí también llegó el agua y le hizo pelota todo, entonces mientras el agua entraba el se desesperaba y trataba de subir todo al techo, ahí fué cuando se le cayó algo en la pierna y se la fracturó..entonces no pudo venir a cuidar las casas conmigo. Mi hermano se quedó conmigo todo el tiempo que pudo. De cualquier manera yo a la mañana salía en una canoa y estaba con mi gente pero a la noche tenía que volver a cuidar las cosas y no sabés lo feo que es pasar la noche en un techo, eso no me lo voy a olvidar más. Estaba todo oscuro, no se veía nada, pero absolutamente nada. Lo peor de todo es el silencio que hay y los gritos. Todavía sueño con los gritos. Toda la noche escuchando gritos que no se sabían de donde venían, gente que lloraba, pedía ayuda, comida, agua, chicos llorando y los tiros....

     - Es verdad, entonces lo que todo el mundo cuenta de los tiros?

     - Sí, terrible. Toda la noche se escuchaban tiros y el helicóptero que pasaba por tu cabeza iluminando con un reflector. No podías moverte, ni siquiera saludarlo porque te bajaban. Yo tengo en mi casa una parte con losa y otra con chapa. A eso de las 6 de la tarde dejaba el techo de chapa -que está más alto- y me mandaba a la losa que tenía agua, unos 20 cms y ahí me quedaba porque en medio de la noche cuando se escuchaba cualquier ruidito a chapa se armaba el tiroteo y te disparaban de todos lados. No... ni loco me quedaba en las chapas. Mirá que una tarde habíamos salido con mi hermano en la canoa y volvíamos como a las 7. Yo empecé a escuchar ruidos raros en el agua y le dije a mi hermano, che... esos son tiros? Nos quedamos quietos en la canoa, sin remar, y si....eran tiros, nos estaban tirando los vecinos pensando que eramos choros. Ahí me paré y empecé a gritar: Che boludo, no tiren que soy R! Los vecinos dejaron de tirar y me saludaron. Creímos que venías a afanar, me dijeron.

     - Cobraste la guita que dió el gobierno?

     - Si cobré todo, pero no te alcanza para nada..la casa te queda hecha pelota...dentro de todo yo salvé lo más caro.

De mujeres golpeadoras

     Lo que resta visitar en el Centro de evacuados son las improvisadas habitaciones dormitorio del entrepiso. Subiendo unos cuantos escalones de la escalerita metálica que conecta las plantas, el aire comienza a hacerse irrespirable. Unos cuantos escalones más y el olor es insoportable. Mi cabeza gira buscando la causa, pero G -interpretando mis movimientos- me confirma que viene de la habitación de V.

     La historia de V no cabe ni siquiera en la más imaginativa de las cabezas. V es una mujer jóven y en su perfecta dicción deja translucir que su origen no es el barrio de Santa Rosa de Lima, uno de los barrios más populosos de la ciudad. Ni su hablar ni su recientemente adquirida xenofobia -muy común por estos días en la clase media santafesina- son características de los barrios. V pertenece a una familia de "clase media acomodada" como le gusta decir a Doña Rosa, una familia trabajadora cuya empresa familiar ha permitido que ella y sus hermanos estudiaran en colegios privados. Una vez finalizados los estudios secundarios de sus hermanos, la familia se empeñó en costear una educación universitaria en la onerosa " Universidad Católica". El mismo futuro estaba pensado para V, pero un hecho determinaría que ese futuro universitario se cortara de cuajo junto al contacto familiar. V se puso de novia con un muchacho mucho más grande que ella, "un negrito de Santa Rosa", un obrero mal pago y sin futuro. Esto le cerró a V la posibilidad de acceder a los estudios universitarios, máxime cuando quedó embarazada. La vergüenza familiar fue tal que V fue literalmente expulsada por sus padres a los que hace años no ve. Para colmo sus penurias no terminan allí, ya que transcurridos unos años, con dos hijos a cuesta, viviendo en "un barrio de negros" y teniendo que lidiar cotidianamente con esa plata que nunca alcanza para nada, las peleas y la violencia no tardaron en instalarse en su hogar.

     - Empezamos a andar mal con mi marido, muy mal...confiesa V.

     - Y bueno...pasó de todo... y en esas idas y vueltas que traen las separaciones y las reconciliaciones volví a quedar embarazada. Eso determinó que él se fuera de casa, porque le dijeron que el bebé no era suyo sino de otro muchacho con el que yo salía para darle celos. En esto los vecinos estuvieron prestos a decir cualquier cosa, porque es un barrio de mierda.

     - Y después la inundación...

     - Si, después la inundación, me quedé sin nada. Mi marido se llevó a mis dos hijos y me dejó la última porque nunca la quiso reconocer.

     La habitación de V no tiene iluminación artificial, porque nunca se preocupó por conectar la zapatilla y el portalámparas que le dió el Gobierno. No obstante la luz natural deja entrever un ambiente sumamente degradado, montones de ropa sucia, basura, restos de comida y el olor insoportable de un colchón podrido, en el cual su pequeña hija hace sus necesidades. Es que la vida de V se transformó en un infierno, víctima de un agudo estado depresivo que le impide tener iniciativa alguna para salir de su trágica situación por propio "voluntarismo". Pero esta depresión, que precisa de intervención profesional urgente, no justifica para nada la violencia, los golpes y las mordeduras que V propina a su hija de 5 años. Las cosas han llegado a un extremo tal que la nena ha perdido el control de sus esfínteres y se ve obligada a usar pañales, pero V no tiene ganas de cambiárselos por la noche y ocurre lo consabido: el colchón que se pudre de tanta mierda y meada y el olor insoportable que nos recibe cuando subimos la escalera.

     Uno de sus vecinos amplía lo de la violencia: "Ella se saca y le pega, le echa la culpa de todo. Y pobre nena, es tan linda...llora tanto la pobrecita...Encima ahora la muerde, pero la muerde y le saca los pedazos, eh, la muerde hasta hacerla sangrar. Se la come!"

     Los relatos son tan escalofriantes que me cuesta creerlos ciertos, pero las marcas en el cuerpo de la nena son una indiscutible muestra de la violencia a la que la somete su madre.

     Este es uno de los puntos conflictivos entre los profesionales. Por un lado es una situación con la que hay que terminar en este momento porque está en riesgo la vida de un menor, pero, por otro lado, juega mucho la culpa entre las asistentes sociales. Saben por experiencia que dando intervención al estado, posiblemente, solo le agreguen más penurias, tanto a V como a su hija, y el problema siga sin resolverse.

     V mira y sus ojos denotan una profunda tristeza, depresión y una incapacidad para darse realmente cuenta del abismo que -dicho sea de paso- ella también ayudó a construir.

De mujeres golpeadas

     La última visita es a F, una mujer golpeada por un marido borracho que viene solamente cuando se entera que ha cobrado alguna de los subsidios del gobierno. Come, chupa, coge y le pega. F tiene miedo, quiere que él se vaya y la deje, que la deje vivir para volver a comenzar. No va a ser fácil trabajar el miedo y la naturalización de la violencia y los golpes que hace F. Su historia, como la de la mayoría de las mujeres que son golpeadas y violadas por sus maridos, sabe de la incompresión de un contexto que la culpa. Ella también como muchas recurrió, en una primera instancia, al cura del barrio que, coherente con su dogma, descargó en ella las culpas de la violencia: "seguramente vos harás algo que a él le molesta".

     F ha sabido de toda una vida bajo las dádivas del estado y del partido. Estado, partido y gobierno son una misma cosa para esta chica que no ha conocido otra forma de encarar la vida. Está siempre a la espera de que el EstadoGobiernoPartidoPeronista venga en su auxilio. Ha internalizado la corrupción punteril del peronismo y a ella recurre retroalimentando y reproduciendo la miseria.

La incertidumbre

     Corren tiempos de cambios en Santa Fe, de cambio de nombres pero no de política.

     "En situación de catástrofe no se construye el socialismo", había dicho una compañera, al comienzo de toda esta mierda, a algunos exultantes militantes de izquierda que, enviados de Rosario y Buenos Aires para construir el partido, se asombraban día a día de tanta pendejada solidaria.

     Las ilusiones democráticas de la clase media santafesina se diluyen tan rápido como se unificaron detrás de un impresentable Binner.

     "Acabar con 20 años de peronismo" fue la consigna que el progresismo santafesino intentó agitar. La ley de Lemas, el aceitado aparato peronista y una situación de catástrofe -en la cual se acentuaron los rasgos conservadores-, dan por tierra con el intento de desalojar al PJ de la Casa Gris. Ganó el devaludado Obeid con un 15% de los votos y en estos días de diciembre se prepara para retomar la posta que le deja el Lole.

     G está muy preocupada por su situación: hace meses que no cobra y nada sabe de su futuro y el de la gente del Centro de evacuados.

     Los viejos funcionarios salientes abren el paragüas: "Nosotros ya nos vamos y no sabemos nada", dicen mientras preparan una cuidadosa retirada que por 4 años los tendrá agazapados a la espera de volver a dar el zarpazo.

     "Nosotros recién venimos y no sabemos nada" dicen los "nuevos" funcionarios de Obeid, como si ellos no hubieran gobernado cuando el turco era menemista, como si ellos no fueran parte del gobierno inundador, como si ellos no formaran parte del mismo partido que gobierna hace 20 años.

     G consigue entrevistarse con los funcionarios que asumen.

     "No me vengas con anécdotas", dice una alta funcionaria obeidista, kirchnerista y católica acérrima, cuando la asistente social comienza a contarle lo vivido desde el maldito 29 de abril y de su boca sale una catarata de palabras.

     Es que a estos funcionarios no les interesan las consecuencias de lo que con su granito de arena ayudaron a construir. Las "anécdotas", para ellos, son las penurias cotidianas y las incertidumbres de los que siempre pierden, los "condenados" a vivir siempre de las sobras.

     La política de Obeid es clara: quiere que el molesto problema de los inundados desaparezca para siempre y la solución encontrada por sus nuevos funcionarios es la de apagar con celeridad la vida de estos últimos centros de evacuados. Las empresas a las que les interesa el país también colaboran con esta política. La empresa de cable corta el servicio de TV que entretenía a los chicos y conectaba a los grandes con otra realidad, y la Privatizada dueña de los talleres moviliza a sus abogados que sutil y elegantemente promueven el desalojo.

     La ayuda profesional también es retirada por el EstadoGobiernoPartidoPeronista, que abandona a los "abandonados", a los culpables de todo, de la inundación, de 20 años de peronismo y de ser los mismos "negros de siempre" que corren a comprarse un centro musical con el subsidio/soborno que "regala" el Lole antes de irse.

Las perspectivas

     A pesar de toda la mierda, los asistentes sociales y los psicólogos sociales siguen trabajando aunque no les paguen porque "los expedientes que están a la firma" se demoran en los sillones donde los funcionarios sientan sus culos gordos y fofos.

     "Hay que trabajar muchísimo sobre la conciencia crítica de todas estas personas. Nosotros le decimos siempre: ustedes no son responsables de su situación, aquí hay culpables y esos culpables tienen que pagar por lo que hicieron. Hay que organizarse, hay que luchar para que se haga justicia, para que se indeminice a todos, para que se conozca todo lo que el gobierno oculta".

     Mucha gente laburó solidariamente cuando las aguas arrasaron con un tercio de la ciudad. En los primeros días hubo mucho por hacer y también mucho por putear a un gobierno y un estado desaparecidos a la hora del rescate de las víctimas. Las primeras decisiones se tomaron como pudieron y por días la organización quedó en manos de grupos de personas que no se conocían entre sí pero que se juntaron solidariamente para ayudarse los unos a los otros. Después vino el reflujo, se militarizó la ciudad y el estado retomó el control de todo. Burocracia, desarme de los grupos solidarios. Lentamente se trató de volver a una calma que no es tal, que a cada momento se rompe cuando grupos de inundados y piqueteros expresan timidamente su disgusto con la política del Lole y Obeid. No obstante falta mucho para que estos movimientos cristalicen en políticas unificadas bajo un programa común. Los efectos de la inundación tanto en lo que respecta a la salud de miles de personas como a lo político, está lejos de ser algo salvado, por el contrario es algo absolutamente vigente y actual que hace necesaria la realización de un balance sobre todo lo que han dejado las aguas marrones del Salado.

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