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Utopismo perruno

Por Javier González

     Cuando en 1880, Federico Engels escribió "Del socialismo utópico al socialismo científico", lo hizo intentando desentrañar todos aquellos elementos,

Cuarenta a uno

    Mientras los políticos del régimen se sucedían en primaveras mediáticas, mientras los Neustadt, Grondona, Hadad, Morales Solá, Aguinis y cía. ocupaban la pantalla con agudas reflexiones sobre la sociedad argentina, los trabajadores, aislados en las luchas gracias a la repodrida burocracia sindical, asistíamos progresivamente a la pérdida de la mayoría de nuestras conquistas y de nuestros empleos.

    Millones de trabajadores vieron afectada su cotidianeidad de un día para otro, irremediablemente modificada mientras intentaban vendernos sueños primermundistas.

    Los del apellido raro viven en el barrio Yapeyú, en Santa Fe. Barrio humilde, laburador y violento. Violencia de pobres, la sucia guerra de las muertes diarias que nos dejó, como un pesadísimo lastre, el gobierno de la corrupción y del FMI.

    Yapeyú, como el resto de los barrios marginales, sabe de pibes que se juntan todas las tardes a compartir la misma desesperanza, la misma ausencia de proyectos, de expectativas y futuro cierto. El capitalismo los mata y usa como herramientas el poxirán o las armas que reparte la policía.

    Casi como en una infancia dilatada, las banditas se corren unas a otras, entonadas por la falopa, recreando las persecuciones de cowboys e indios, policías y ladrones o quizás, como está de moda en los hijos de la clase media, piqueteros y policías. Sólo que, en este juego, el que pierde no se queda mirando el desenlace de la teatralización callejera, sino que queda tendido sintiendo como se le escapa el aliento.

    Después el final es peor, porque el que pierde el aliento en la calle termina sobre la camilla de acero inoxidable de la morgue judicial, despanzurrado por pobre, expuesto sin tapujos, con el pudor absolutamente perdido, bajo la sierra y el bisturí.

    Vos sabés que increíble!, reflexiona el negro, uno de los encargados de los despanzurramientos, todos los fines de semana tenemos que abrir a alguno y son todos pibes de 18 o 20 años, muy jovencitos, pero sabés que es lo que más llama la atención?; que la mayoría tiene tatuajes en el choto.

    Los del apellido raro tenían otra vida, muy diferente a la actual. Él era tornero o algo así, tenía un oficio, trabajaba bien y tenía sueños y ganas de salir adelante. Pero claro, el primer mundo peronista no necesitaba de torneros, sino de yuppies jactanciosos, y él perdió el laburo y ya no lo encontró más. De un día para otro todo cambió. Los sueños se estrellaron contra la pared. Así y todo la siguieron peleando rebuscándoselas como podían. Ellos, los del apellido raro, saben de la indignidad de los planes Jefas y jefes de hogar y saben también del dolor que significa separarse de los hijos que ya no se pueden mantener y hay que ubicarlos con quien pueda hacerlo.

    Cuando hay que comer no queda otra que aguzar el ingenio, buscar las alternativas para salir adelante. Lamentablemente el contexto, para mucha gente, aparece nublado a las salidas colectivas y entonces se potencia lo individual.

    Los del apellido raro se enteran, seguramente por un vecino, que en la fábrica de no se qué cosas, no necesitan laburantes pero necesitan trapos, muchos trapos.

    Y los del apellido raro se deciden, no ven otra, y lloran, pero lo hacen. Munidos de tijeras cortan prolijamente en rectángulos lo poco que les va quedando de ropas. Al día siguiente lo van a vender.

    Y si mañana hacemos un asadito con los chicos?, dicen y la sonrisa se les instala en sus caras.

que bajo una aparente racionalidad, no hacían otra cosa que actuar como engaños, tornando al socialismo en algo irrealizable.

     De esta forma, combatiendo los engaños, liberaba al socialismo de su cuota de irracionalidad, de utopía, y lo reinstalaba como una teoría y práctica científica, racional y -obviamente- realizable.

     Muchas cosas han ocurrido desde entonces y el mundo ha adquirido características muy difíciles de imaginar para cualquier varón o mujer del siglo 19.

     Muchos años después de Engels, allá por comienzos de los 90, Francis Fukuyama actuaba de patético vocero del imperialismo anunciando el fin de la historia, de las grandes ideas totalizadoras que intentaban interpretar al mundo para transformarlo, inaugurando una década en la cual se trató de imponer un pensamiento único.

     Pero Engels estaba muy lejos de prever todo esto, mucho menos de imaginar que bien al sur, 124 años después, casi como una reinterpretación de su lógica, se iba a intentar presentar las cosas en forma inversa, como si fuera posible pasar de la realidad a la utopía irrealizable, como si el capitalismo real pudiera dar paso a un capitalismo utópicamente humano.

El asesino silencioso

     El capitalismo real es el que todos conocemos, el de carne y hueso, el que consagra a la propiedad privada como valor supremo y eterniza la relación patrón-trabajador, explotador-explotado.

     El capitalismo real es el de la muerte diaria y silenciosa de millones de seres humanos y el que condena a la clase media a una vida gris, rutinaria y mediocre.

     El capitalismo real es el que deja sin futuro a miles de chicos en Santa Fe, obligándolos a vivir bajos los semáforos de las grandes avenidas, limpiando parabrisas por unas monedas, con el riesgo de terminar la vida a los 8 años bajo las ruedas de algún cansado laburante que no tiene más remedio que manejar muchísimas horas simplemente para poder "parar la olla".

     El capitalismo utópico es aquel de los bienintencionados que pretenden humanizarlo, limar sus asperezas negando sus contradicciones.

     Pero el capitalismo utópico es también un recurso de aquellos que intentan negar la realidad, de disfrazarla para que la naturalicemos, para que creamos que sólo es posible disminuir algunos males pero no terminar con ellos de raíz.

     El discurso Kirchnerista y del progresismo en general habla de construir un capitalismo humano con una burguesía nacional inexistente, el utópico capitalismo de un país serio, normal, de todos los argentinos, con un proyecto nacional con igualdad y justicia que integre a Macri y al último de los piqueteros.

Un cuadro político

     El Ministro del Interior Aníbal Fernández siempre soñó con llegar a ser el Ministro del Interior Aníbal Fernández.

     Días pasados, este cuadro político peronista nos recordaba que "la redistribución de la riqueza era un objetivo formal del gobierno al igual que la reducción del impuesto al consumo y el aumento de los gravámenes a los que más tienen".

     También nos decía que, en lo que va del año, la recaudación fiscal había sido todo un récord. Sin amilanarse -como si se tratara sólo de algunas monedas- habló de 7.160 millones en enero y 6.400 millones en febrero.

     Pero por las dudas, antes que a algún despistado se le ocurriera reclamar la puesta en práctica de la humanización capitalista, el locuaz ministro aclaró: "No están dadas la condiciones que garanticen que se vuelva al status quo del gobierno de Juan Perón, en dónde la relación entre el que más tenía y el que menos tenía era de 7 a 1 cuando ahora es de 40 a 1".

     Y advirtió: "Quienes salgan a decir que están en condiciones de distribuir mejor la riqueza estarían mintiendo como un perro".

     Más claro échele ginebra, decía mi abuela.

No redistribuirás
Los cambios enunciados (por el gobierno de Kirchner) y los demás necesarios para configurar un país soberano, con dosis adecuadas de libertad, justicia y racionalidad, son imposibles de realizar mientras los dueños del país sigan siendo los bancos, los propietarios de las empresas privatizadas, los concesionarios de servicios públicos y los que captan la renta de los recursos naturales (en especial del petróleo); amparados por la "filosofía" económica que impone el Fondo Monetario Internacional. Alfredo y Eric Calcagno, Medidas de soberanía económica, Le Monde Diplomatique N°46, abril de 2003.

     Dicho de otro modo, no obstante las continuas referencias oficiales a la justicia social, la redistribución de la riqueza, esencial para pensar un supuesto capitalismo humano, es para el mismo gobierno impracticable, imposible. Pero evidentemente no lo es a la inversa, es decir, concentrar la riqueza en pocas manos es algo viable y de hecho se incrementó agresivamente, fundamentalmente durante la década menemista, a la par de la desocupación y la destrucción de las organizaciones y las conquistas obreras.

     El capitalismo humano, el capitalismo serio de un país normal, con reglas claras, termina siendo un espejismo. Y entonces hay que volver 124 años atrás cuando Engels, citando al utópico Fourier decía: "En la civilización, la pobreza brota de la misma abundancia".

     Obviamente, abundancia para muy pocos y miseria generalizada.

     Mientras tanto, y a pesar de las difamaciones y acusaciones de Aníbal Fernández, mi perro Boris nunca prometió el paraíso de un capitalismo humano.



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