Erase que debiera haber existido un hombre pequeño que viera las cosas desde abajo y desde adentro.
El Beto Cortina a la edad de treinta años medía escasos siete centímetros.
Cuando nació fue literalmente eyectado desde la entrepierna de su madre hacia una ventana que gracias a dios estaba cerrada, el pequeño Beto quedó estampado contra el vidrio, lo despegaron con cuidado y con una espátula y lo metieron en la incubadora.
La partera sufrió un ataque de nervios, quería matarlo a toda costa al grito de maten al anticristo porque la extraña criatura se había quedado pegada al vidrio igualito al salame aquel que se hizo crucificar por los romanos hace una ponchada de años. Cuando rompió en llanto descubrieron que aquel ser no era un sea monkey, y mucho menos el anticristo, de todos modos lo tuvieron en el hospital quince días para decidir entre médicos notables si el pibe era o no humano.
El Beto era un niño normal pero muy pequeño, todo en el era mínimo, a los tres meses medía dos centímetros, los padres estaban chochos, económicamente el mini bebé era baratísimo. Los problemas surgieron cuando creció porque el pequeño Beto era naturalmente inquieto y al muy ladino le gustaba esconderse para sorprender a los incautos. Por ejemplo, doña Dora Cortina, su madre, se disponía a cebarse unos mates y cuando abría el tarro de la yerba su hijo se le aparecía de adentro del recipiente dándole un susto tremendo.
En la casa del Beto toda la familia debía extremar los cuidados para no aplastar por accidente al mini niño. A los cinco años estuvo al borde de la muerte por esconderse dentro de un sánguche de milanesa, su abuela, Milagros Cortina se dispuso a morfar el bocadillo apretándolo como hace casi todo el mundo, impidiendo de esta forma que el Beto escapara, el pibe gritó, pero la abuela que era media sorda no lo escuchó y casi se lo morfa si no lo hubiera escuchado la hermana, Gladis Cortina, que le arrebató de un manotón el emparedado mortal a la vieja.
Cuando el Beto cortina cumplió seis años medía casi cuatro centímetros y debía ir a la escuela, el problema era cómo. A la final se decidió que asistiera al aula en el bolsillo de uno de sus compañeros, pero el pibe se escapaba y armaba unos quilombos de tal calibre que hacían imposible el dictado de clases. Entonces se decidió mandarlo a la escuela en una jaula para pájaros, el animo de Beto decayó como decae el animo de un ave privada de su libertad, ahí sus padres pidieron un crédito para instruirlo en casa con un profesor particular que lo educó hasta los quince años, cuando Beto ya medía seis centímetros y medio, después se enamoraron y se fueron a vivir a una isla de la Polinesia donde se dedicaron a escribir y a rascarse el higo mutuamente hasta que uno de los dos se cansó y se fue.
Libertad a Seguro