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Los consejos de Seguro

    Probablemente sea como afirman algunos, la carne es el objeto del deseo por excelencia. No hay deseo sin carne y no hay carne sin deseo. Cuando hablamos de deseo hablamos del contacto entre carnes vivas tapizadas de piel tibia, sexo que le dicen, y cuando hablamos de sexo debemos hablar de palabras dichas y escritas, de te quieros en todos los tonos posibles, abrazos tremendos de esos que intentan meterse al otro adentro de tanto amor. Todo bien cuando pinta el amor, ¿pero que hay del deseo de los pobres marineros que en 1492 zarparon hacia una muerte segura y se pasaron cuatro meses y pico esperando que un monstruo marino se los morfe con carabela y todo, o que el mundo se acabe en la esquina del vértigo?. En esa época los deseos sexuales de los marineros eran tan poderosos como lo son ahora, y eso que no gozaban de la iconografía que disfrutamos hoy en día, internet, mangas, animés, playboys, siete días, Zulmas Faiad, y Nélidas Lobato. Quédese con la imagen de Nélida Lobato, o elija alguna imagen fuerte de mujer que apunte directamente al centro de sus bajos instintos e imagínese por un momento lo que tenía en la cabeza un habitante varón de la europa de finales del siglo quince, con todo ese tiempo encima sin posibilidades de descargarse, por que de eso se trata el deseo de los hombres, aquellos y estos. Cuando digo hombres me refiero a varones, nosotros, que andamos por ahí ansiando penetrar a medio mundo. Tengamos en cuenta, para ubicarnos mejor en aquellas épocas, que el vaticano aun no había decidido que las mujeres pertenecían al género humano.

    Cuando los españoles estos llegaron acá hace 512 años se encontraron con indios e indias, indiecitos e indiecitas, en paños menores, enmarcados en una vegetación paradisíaca que solo sumaba exuberancia al inolvidable encuentro entre dos mundos. Súmese a esto la excitación propia de la travesía y el inesperado resultado, encontrarse en aquellas playas exóticas rodeados por personas desvestidas, porque los precolombinos tenían la sana costumbre de vestirse poco, por eso es muy probable que la primer cosa en la que pensaron aquellos esforzados marineros, incluidos Colón, Triana y los hermanos Pinzones, fue en ponerla, mojar el bastón, descargarse, y aparte, tampoco tenían la posibilidad de conocer las teorías del sicoanálisis respecto al sexo porque todavía no las habían inventado, de haberlas conocido hubieran podido canalizar tantas ganas en otras actividades y de haber sido así la niña la pinta y la santa maría habrían desembarcado repletas de obras de arte, ositos de peluche o larguísimas bufandas.

    Aquellos hombres primitivos llegaron a estas tierras con tres cosas en mente, alimentarse, embriagarse, y ponerla, el orden es lo de menos, aunque es probable que lo primero, la prioridad absoluta haya sido descargarse, ¿y quienes estaban ahí como esperándolos con las carnes al aire y la piel con gotitas de rocío en los bellos?, aquellas mini Nélidas Lobato marrones con plumas y todo. Claro, ahora es fácil emitir juicios de valor cuando tenemos tantas maneras diferentes de canalizar por otros medios el esperma urgente.

    A nosotros los hombres nos cuesta mucho reconocer los límites cuando nos vamos al carajo, y es precisamente cuando estamos en el carajo que pedimos disculpas por habernos ido, (nótese que el carajo era ese lugar del barco desde donde el vigía de turno divisó tierra). Disculpe doña india, no quise violarla de esta forma brutal. Cuantas veces habrán repetido aquella frase esos gentiles hombres que vinieron a penetrar, descubrir y a civilizar a personas que no necesitaban ser descubiertas y mucho menos civilizadas. Ellos no tenían la culpa de ser lo que eran, y los indios tampoco. Esos hombres barbados eran el producto de una sociedad decadente que se toparon de golpe con la virginidad en su pureza más transparentemente humana ¿cómo sofrenar ese potro? póngase sólo por un instante en la cabeza de aquellos seres sucios hambrientos enfermos de sífilis y otras pestes por culpa de un capitalismo incipiente que se recicló hasta la náusea que nos provoca hoy, y la deuda no hay que pagarla un carajo, y la puta que los parió a los bonistas y a los del fondo monetario internacional y a Cavallo y a Redrado que cobraba sobresueldos, y al forro de Rivadavia.

Libertad a Seguro



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