Malvinas

El síndrome del no se puede

por Miguel Espinaco

Hace pocos días - el 2 de abril - se cumplían 23 años de la ocupación argentina de las Islas Malvinas.

Un par de días antes, la dictadura había visto dibujarse en la Plaza de Mayo el descontento de la multitud. Una movilización convocada por la CGT para el 30 de marzo de 1982, había dejado claro que la base social que había sostenido al autodenominado Proceso de Reorganización Nacional se había resquebrajado definitivamente, se había esfumado junto con la plata dulce.

No vale la pena utilizar esta efeméride para recordar una vez más la irrepetible cara neutra de Gomes Fuentes arrojando bravuconadas al principito por televisión, ni para intentar contabilizar los whiskies que consumía el presidente Galtieri. Ni siquiera para acordarse de Pinky y de Cacho Fontana recaudando ayudas, gran parte de las cuales terminaban extraviadas en los inextricables mecanismos de la corrupción militar.

Vale la pena sí, recordar a los que vieron marcada su vida - y a quienes directamente la perdieron - en medio de la guerra que, como ya había escrito León Gieco, "es un monstruo grande y pisa fuerte".

Pero eso tampoco es suficiente. Al fin y al cabo la guerra siempre deja antes que nada muerte, destrucción, dolor, vidas marcadas. Y eso es cierto para cualquier guerra, para las justas y también para las injustas, para las que resultan derrotas y también para las otras.

Un salvavidas de plomo

Malvinas, tierra cautiva,
de un rubio tiempo pirata.
Patagonia te suspira.
Toda la Pampa te llama.
(La hermanita Perdida - Ariel Ramírez y Atahualpa Yupanqui - 1980)

El funcionamiento del capitalismo no es cosa sencilla. Los que tratan de encarrilarlo a cada rato para eternizar su mecanismo de robo, están obligados a cambiar la línea constantemente. Así, son demócratas un tiempo, campeones de la instalación de instituciones democráticas sólidas o de formas más o menos transicionales, de dictablandas que muestren alguna combinación de zanahoria y de garrote en dosis variables.

Ocurre que los sectores que en la sociedad ponen el hombro, acostumbran a confundir instituciones democráticas con libertades democráticas (que es parecido, pero no es lo mismo) y se ponen a crear partidos, sindicatos, organizaciones barriales y demás yerbas y a reclamar que en el bien organizado "libre" mercado, les roben menos del trabajo que realizan.

Entonces sucede como en casi toda Latinoamérica en los 70: aparecen las dictaduras dedicadas a domesticar a los protestones, a hacer callar a los que rezongan, a aniquilar a los que luchan. Pero la cosa no termina para nada ahí.

Las dictaduras son como esos perros malos que desconocen al dueño. Al tiempo, generan su propia estructura de robo, el poder militar de uso ilimitado del que gozan, los convierte en serios competidores que impiden el funcionamiento del mercado, exigen regalías para hacer negocios, peajes al gran capital, ponen en tela de juicio la "libertad" de robar de los propios tipos que los pusieron ahí y llegan al punto de que sus bandas, que servían para cazar protestones, se empiezan a dedicar al rentable secuestro de empresarios. Para colmo de males, sus crímenes se vuelven demasiado públicos a pesar de los cerrojos y las complicidades mundiales, y terminan siendo impresentables en los templos democráticos de los imperios centrales.

En los años 80, entonces, comenzaba para el imperialismo mundial, para los cerebros centrales del funcionamiento capitalista, el operativo desmonte de las dictaduras. Desmontarlas, exige la implementación de complicados mecanismos de relojería, porque destapar la olla muy de pronto podría hacer emerger los reclamos acallados en las masas, antes de que se rearmen los mecanismos "democráticos" de contención, las instituciones capaces de domesticar con el discurso y con la esperanza de un lejano futuro mejor, los políticos de profesión profesionales del verso y el engaño al por mayor.

El ejemplo chileno puede mostrarse como un experimento bastante exitoso de desmantelamiento dictatorial. Un articulado juego de presiones y aflojes, permitió al imperialismo arbitrar entra la dictadura pinochetista y su natural tendencia a sobrevivirse como aparato rentable, y las masas cansadas y su natural tendencia a sacarse de encima a esos criminales en serie. En Argentina sucedió lo contrario, porque la dictadura militar intentó a su modo conseguir una sobrevida. Pero el remedio resultó peor que la enfermedad.

"La dictadura quedó prisionera de tres errores" - escribía Nahuel Moreno, inspirador de la corriente que derivaría en el Movimiento al Socialismo, en "1982 - comienza la revolución" - "quiso hacer un paseo militar para salvar su régimen contrarrevolucionario y terminó envuelta en una guerra con el imperialismo mundial. Quiso superar la crisis que la corroía y provocó que la crisis explotara. Y el peor de los tres errores, llamó a la movilización de las masas para una guerra patriotera y obtuvo como respuesta la irrupción revolucionaria antiimperialista de los trabajadores y el pueblo. Al volcarse Norteamérica al campo inglés, sólo podía ganar la guerra con medidas revolucionarias, que de ninguna manera estaba dispuesta a adoptar".

Política Obrera, antecesora del Partido Obrero, escribía en "Para luchar contra el imperialismo, ningún apoyo a la dictadura", publicado en su periódico el 5 de abril de 1982, que "la ocupación de las Malvinas es una acción distraccionista, de la que la dictadura pretende sacar réditos internos e internacionales para los explotadores argentinos y las burguesías imperialistas que los protegen", y en la misma línea de análisis, Phil Mitchinson, de la tendencia marxista representada por The Militant, conectaba la ocupación a la crisis económica y a la movilización del 30 de marzo que mostraba que "el régimen se enfrentaba a su derrocamiento y respondió - como ha sucedido tan frecuentemente en la historia - empezando una guerra. Uno de los principales objetivos de la Junta al invadir las islas Malvinas era desviar la atención de las masas".

Es posible que Galtieri y la junta hayan evaluado seriamente la posibilidad de cierta neutralidad norteamericana que les permitiera llegar a algún acuerdo honroso. La dinámica de los acontecimientos hizo imposible esta solución que derivara en un empate que hubiera sido visto como un logro del gobierno. Por un lado, el peso que tenían las islas en el imaginario nacional como símbolo de todos los robos imperiales, y por otro lado el escaso espacio que le quedó al imperialismo para que no quedara mancillado su honor y anotado un antecedente que seguramente muchos se aprestarían a seguir en el mundo. El gobierno del Proceso, quedó en el medio.

Algunos cronistas cuentan como el 10 de abril se habría decidido la posición norteamericana. Ante una visita del Secretario de Estado norteamericano Alexander Haig, el cronista deportivo José María Muñoz convocó desde radio Rivadavia, una marcha a la histórica Plaza de Mayo. Haig vio desde el helicóptero la marea humana y recordó al Irán de Khomeini.

Ya no se trataba de unas islas en el sur, la cuestión podía resultar en un proceso revolucionario con pronóstico reservado, De pronto, Galtieri ya no tenía amigos: los unos lo empujaban a enfrentarse al mundo del capital que lo sostenía en el poder, los otros lo empujaban a una rendición que lo sacaba para siempre del escenario.

La dictadura se había colocado un salvavidas de plomo.

Pacifistas y derrotistas

Si querés escucharé la BBC
aunque quieras que lo hagamos de noche
y si quieres darme un beso alguna vez,
es posible que me suba a tu coche.
Pero no bombardeen Buenos Aires.
(No bombardeen Buenos Aires - Charly García - 1982)

El deseo profundo de paz se opone necesariamente a toda guerra, pero ocurre que la guerra ocurre. Algunos dirán que el hombre es así y que qué le vachaché, discusiones bizantinas que sólo el fin de la historia del hombre viviendo a costillas del hombre, podrán saldar. Por ahora, las guerras tienen el color del dinero.

El orgullo imperial se traduce indudablemente en plata, porque orgullo y honor son capitales simbólicos que sirven para continuar el robo, para continuar haciendo trabajar a los otros para el disfrute de los que tienen el derecho de explotar. Las necesidades de sobrevida de la dictadura se miden también en plata, en negocios posibles, en arbitrajes futuros a punta de pistola. El robo violento de la guerra es la continuación del robo de la paz del mercado, por otros medios.

Ese deseo hace que las corrientes pacifistas aparezcan necesariamente en toda guerra, los que quieren la paz desinteresadamente, apenas porque en la guerra se muere y en la paz menos, apenas porque la paz es menos triste. No importa que en la escuela hayan cantado loas a San Martín - personaje violento, ya se sabe, que impuso sus ideas de que había que hacer naciones libres en América, a mano armada - ni que de vez en cuando se les suba la mostaza y digan sueltos de cuerpo que "en este país hace falta un Franco o un Castro". En una comprensible implicación de opuestos, la aparición de la guerra fortalece el deseo de la paz.

Sin embargo, esa posición pacifista fue como casi siempre, manipulada hacia el derrotismo por los políticos de la burguesía entre los que habrá que incluir al Papa Juan Pablo II que llegó oportunamente - tres días antes del cese del fuego - a preparar al pueblo argentino para la rendición. Los partidos de la burguesía, el radicalismo y el peronismo representantes de los intereses de banqueros y empresarios directamente extranjeros o bien nacionales, pero enredados en gran cantidad de negocios con la banca y las empresas del imperialismo, no querían para nada un enfrentamiento con sus socios, no empujaron ninguna medida seria para imponerse en el conflicto y después de la rendición aprovecharon para sindicar de aventura y de locura no solo el conflicto de Malvinas, sino cualquier intento de enfrentar a los dueños del poder del mundo.

Ese comportamiento era sin duda esperable. Las medidas que hacían falta, involucraban expropiaciones y llamados a la solidaridad internacional que habrían hecho tambalear el andamiaje sobre el que se montan los negocios, no sólo en los mercados internacionales usufructuados preponderantemente por las empresas de los países centrales, sino el propio andamiaje capitalista nacional explotado por las empresas a las que le interesa el país. Si usted arma al pueblo para que expropie a los que extranjeros que le sacan el jugo hasta el hartazgo… ¿cómo evitará después que ese pueblo siga haciendo justicia con los empresarios compatriotas que le hacen lo mismo? podríamos preguntar, parafraseando alguna frase de John William Cooke.

Sin embargo, algunas corrientes de izquierda como The Militant, y sectores que se autodenominan progresistas forjaron una ideología para ese derrotismo. El Argumento central era que si Argentina se imponía o lograba un acuerdo que mejorara su posición respecto de la soberanía de las islas, la dictadura sobreviviría muchos años y con ella el terror que imponían en el país. Con esto se sumaban a la propaganda del gobierno inglés que - aprovechando el claro el desprestigio de la dictadura a la que hasta unos días antes le habían vendido armas - descubría de pronto que se había convertido en fascista.

Nadie se preocupaba por responder la pregunta que seguramente se habrá hecho Haig mirando la plaza colmada desde su helicóptero, cómo detener el peligroso proceso que había despertado el antiimperialismo latente y había puesto en riesgo la sagrada ecuación del robo cotidiano. Nadie se molestó por intentar imaginar cómo haría una eventual Junta triunfante en la guerra, para mandar a la gente de nuevo a sus casas a esperar aterrorizada que llegaran los falcon verdes.

Guerras y guerras

Brezhnev took Afghanistan.
Begin took Beirut.
Galtieri took the Union Jack.
And Maggie, over lunch one day,
Took a cruiser with all hands.
Apparently, to make him give it back.
(Get your filthy hands off my desert - Pink Floyd - The final cut - 1983)

La ocupación militar a Malvinas detonó en el pueblo argentino montañas de reflejos surgidos de un largo imaginario construido de a sus piernas rendido un león y de libres del mundo que responden. La procesión que andaba por dentro, estalló primero en sorpresa y más tarde en adhesión, adhesión que en muchos se convirtió a posteriori en arrepentimiento y en un poco de vergüenza, en el recuerdo vago y negado de una noche de borrachera.

El odio, la sensación de redención, la necesidad de salir de pobres y olvidados del sur del mundo, el orgullo, la pasión sintetizada en los gritos contradictorios de la plaza que aplaudían a Galtieri cuando hablaba de la lucha y de la valentía y lo silbaban cuando pretendía arrogarse una representación del sentimiento del pueblo que su dictadura había masacrado y aterrorizado.

Las ideologías políticas buscaron darle forma a ese sentimiento y es desde esas ideologías que hay guerras y guerras.

Los nacionalistas, por ejemplo, creen en la existencia de los países como comunidades casi tribales que conviven a veces y guerrean otras contra las demás tribus. Todo el bagaje patriotero y algo xenófobo fue desplegado por ellos para dibujar un modelo de "argentino" apropiado para la guerra: el coraje, la patria y el heroísmo venían como anillo al dedo para desdibujar cualquier diferencia al interior del país, para hacer olvidar que el sentimiento y el odio que estallaban con Malvinas tenían que ver con años de opresión y explotación llevada adelante por yanquis y por ingleses como símbolo, pero acompañados desde el interior del país por sus socios nacionales y nada populares.

La orientación política de estos sectores traía, claro, un enorme problema. Esos socios nacionales del amo extranjero, base de sustentación de la dictadura y de los partidos políticos mayoritarios, no querían de ningún modo ganar la guerra. El resultado es que el pueblo queda desarmado políticamente, creyendo el cuentito escolar de que "todos somos argentinos".

Sectores de la izquierda marxista se ubicaron también claramente del lado del triunfo argentino, pero poniendo el foco en que - a pesar de las originales intenciones de la dictadura - la guerra se había convertido en un enfrentamiento colonial que ponía en cuestión la dominación de los países imperiales. La corriente liderada por Nahuel Moreno - que más tarde conformaría el Movimiento al Socialismo - planteaba que "en la nueva etapa la tarea principal había dejado de ser denunciar al gobierno, y que pasaba a ser el apoyo total a la guerra, el enfrentamiento al imperialismo inglés y el insertarnos en el inevitable ascenso de masas antiimperialista y revolucionario que originaría. (..) Denunciamos al gobierno por incapaz de ser antiimperialista consecuente y llamamos a reemplazarlo para imponer un gobierno que llevara la guerra contra el imperialismo en todos los terrenos, apoyándose en la movilización del pueblo". Jorge Altamira, desde Política Obrera proponía medidas económicas contra el imperialismo, contrastando abruptamente con la diplomacia de la dictadura encabezada por Nicanor Costa Méndez que llegaba al colmo del ridículo al seguir pagándoles la deuda a los agresores: "si se da una guerra, no es por patrioterismo sino por auténtico antiimperialismo que planteamos: guerra a muerte, guerra revolucionaria al imperialismo. Esto es no sólo una guerra naval en el Sur, sino ataque a las propiedades imperialistas en todo el terreno nacional, confiscación del capital extranjero y, por sobre todo, armamento de los trabajadores".

Los sectores nacionalistas reducían todo a términos militares, al heroísmo y al valor, como si esas virtudes se desarrollaran por pura voluntad, sin considerar las situaciones concretas, sin tomar en cuenta que ni siquiera en ese terreno, Galtieri y la Junta pondrían toda la carne en el asador. En palabras de Nahuel Moreno, la dictadura "ni hizo una guerra en serio ni se retiró sin dar batalla. Se condenó a sí misma a la derrota militar, la cual, para un régimen militar, es la peor de las derrotas".

Los muertos de después

Tras su manto de neblinas,
no las hemos de olvidar.
"¡Las Malvinas, Argentinas!"
clama el viento y ruge el mar.
(Marcha de las Malvinas - Carlos Obligado y José Tieri - 1939)

Sin embargo, es necesario considerar que de estas políticas no se sacaron todas las conclusiones que habrían cabido después de la derrota. Si había que posicionarse claramente a favor de que Argentina triunfara en la guerra del Atlántico Sur, la derivación inevitable es que la derrota debe haber ocasionado algún tipo de retroceso. Nahuel Moreno señala que "no se supo hacer un análisis correcto de las consecuencias de la derrota" pero no está pensando en las consecuencias negativas, sino "fundamentalmente de la caída de Galtieri y la subida de Bignone" que da inicio a un período de libertades democráticas al que caracteriza como revolución democrática.

Esta insistencia en hacer hincapié en los aspectos positivos hacen perder de vista el hecho de que la derrota argentina, significó en el terreno nacional un síndrome de "no se puede" enfrentar al imperialismo, que facilitó a los partidos del capital el convencer al pueblo de que "no se puede" dejar de pagar la deuda, de que "no se puede" salirse del mundo de los financistas que viven a costillas nuestras. En el terreno internacional, por otra parte, la derrota de Malvinas fue otra ayudita para que la maquinaria militar yanqui saliera de su trauma post Vietnam.

Los muertos de después han sido relativamente efectos de aquella derrota. Es cierto que el peso de este hecho se ha tornado casi invisible hoy, después de que la caída del muro de Berlín y con él, de las dictaduras estalinistas del este que se hacían llamar socialistas, abriera las puertas a la ofensiva del fin de la historia y del neoliberalismo brutal. La desnutrición, la pobreza, la imposibilidad de salir del círculo vicioso de la dependencia expresada preponderantemente - pero no únicamente - por la deuda externa, tiene que ver mucho con el resultado de la guerra de Malvinas. Los que asumieron honestamente una posición derrotista, temiendo que la dictadura se prolongara si las tropas argentinas no eran expulsadas de Malvinas, deberían tomar nota de que la derrota resultó en una continuidad de la dictadura en el terreno económico, en la supervivencia de la cárcel que ata a los países semicoloniales a la eterna transferencia de ingresos a las capitales del mundo. La cárcel tuvo después - es cierto - barrotes más disimulados y carceleros amables con saco y con corbata y desde ya que no esta mal considerar eso un avance.

Pero es necesario también anotar que quedaron huellas, que quedaron marcas que hicieron más sólida la cárcel, que la hicieron sobrevivirse.



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