Las cárceles de la pobreza por Miguel Espinaco "En otros tiempos - cuenta Eduardo Galeano en el libro "Patas Arriba, La escuela del mundo al revés", en un capítulo que no casualmente se llama "La enseñanza del miedo" - la policía funcionaba al servicio de un sistema productivo que necesitaba mano de obra abundante y dócil. La justicia castigaba a los vagonetas y sus agentes los metían en las fábricas a golpes de bayoneta. Así, la sociedad industrial europea proletarizó a los campesinos y pudo imponer, en las ciudades, la disciplina del trabajo. ¿Cómo se puede imponer ahora, la disciplina de la desocupación? ¿Qué técnicas de la obediencia obligatoria pueden funcionar contra las crecientes multitudes que no tienen, ni tendrán, empleo? ¿Qué se hace con los náufragos, cuando son tantos, para que sus manotazos no echen a pique la balsa?". Las preguntas que desliza Galeano, han tenido otra brutal respuesta esta semana en Coronda. Depósitos para pobres El gobierno instaló rápidamente un cuentito para el consumo masivo: se pelearon rosarinos y santafesinos. El esquema apenas podría servir para delimitar las bandas enfrentadas, pero la división territorial resulta excesiva. Ni bien uno lee que la Coordinadora de Trabajo Carcelario explica que el primer asesinado - el "santafesino" Eduardo Verón - "era delegado de un pabellón en donde había rosarinos" y que uno de los rosarinos apuntados en la cacería logró escapar escondiéndose en la celda de un santafesino amigo, descubre que la hipótesis tiene mucho de maniobra distraccionista. "Sinvergüenzas, los entregaron. Les abrieron la puerta (a los asesinos), les dieron la tabla (con los nombres y celdas de cada preso) y les dieron las llaves" cuenta la madre de un Interno del Pabellón 11, citada por el diario La Capital de Rosario. La sospecha de que hubo una "zona liberada" para que se cometan los crímenes y blancos cuidadosamente escogidos, se hace cada día más fuerte. Raúl Kollman analiza en Página 12 el origen de los motines, en base a un reportaje realizado a Walter Montenegro - aquel agente exhibido amenazado y semidesnudo en los techos del penal de Córdoba - en el que concluye que los motines "tienen que ver con disputas de poder por los negocios dentro de los penales" y que el que dirige los negocios es justamente, el servicio penitenciario. En el caso de Coronda, ya se habla claramente de zonas liberadas y de internas entre los supuestos custodios del orden, que no habrían vacilado en usar a los presos como carne de cañón de sus disputas. Como aquella primera mentira - el cuentito de los del sur y los del norte - no se pudo sostener demasiado tiempo, ya salió al ruedo el nuevo taparrabos que seguirá escondiendo las vergüenzas. Lo que pasa, dirán ahora, es que hay una interna entre los defensores de los derechos humanos en las cárceles y los que quieren mano dura. No es raro que Rosúa Junior - director del servicio penitenciario - haya salido a ventilar a Blumberg en medio del debate para aparecer él del lado de los buenos. Pero la pregunta que formula Galeano (¿qué se hace con los náufragos? ¿qué técnicas de la obediencia obligatoria pueden funcionar contra las crecientes multitudes que no tienen ni tendrán empleo?) los iguala a todos en la misma respuesta. La defensa del sistema que fabrica la pobreza en masa, los lleva a defender la inevitable consecuencia de que los penales no sean más que "depósitos para pobres", como sintetiza la Casa de Derechos Humanos en un comunicado distribuido recientemente a la prensa. Vigilar y sojuzgar Loic Wacquant, un estudioso de la sociología doctorado en la Universidad de Chicago, escribió en un libro llamado "Las cárceles de la miseria" que tanto Estados Unidos como Inglaterra y el resto de la Unión Europea, países en los que se concentra su estudio, se encaminan a la construcción de un "Estado Penitenciario", que reemplaza, a su modo, claro, al llamado "Estado de Bienestar". Es decir, estados que mientras liquidan las conquistas, subsidios y beneficios sociales que funcionaban como una red de contención, refuerzan el aparato judicial, policial y carcelario para tener a raya a los sectores populares que van siendo expulsados del consumo y del sistema. Lejos de contradecir el proyecto neoliberal de desregulación y extinción del sector público - dice Wacquant - el ascenso del Estado Penal constituye algo así como su negativo, en el sentido de reverso, pero también en el sentido de revelador, porque traduce la puesta en vigencia de una política de criminalización de la miseria que es el complemento indispensable de la imposición del trabajo asalariado precario y mal pago. "Cárceles inmundas - escribía Galeano en 1999 - presos como sardinas en lata: en su gran mayoría son presos sin condena. Muchos, sin proceso siquiera, están ahí no se sabe por qué. Si se compara, el infierno del Dante parece cosa de Disney. Continuamente, estallan motines en estas cárceles que hierven. Entonces, las fuerzas del orden cocinan a tiros a los desordenados y, de paso, matan a todos los que pueden, y así se alivia en algo el problema de la falta de espacio". Esta descripción de las cárceles, plasmada con estilo literario por Eduardo Galeano, puede bien complementarse con el análisis que realiza Wacquant, apoyado en profusas estadísticas: "El pasmoso crecimiento del número de personas detenidas en California, lo mismo que en el resto del país, se explica en el 75% por el encierro de los pequeños delincuentes y particularmente los toxicómanos. Pues, y contrariamente al discurso político y mediático dominante, las cárceles norteamericanas no están llenas de criminales peligrosos y endurecidos, sino de vulgares condenados por derecho común por casos de estupefacientes, robos, hurtos, o simples perturbaciones al orden público, salidos en esencia de los sectores precarizados de la clase obrera". Wacquant señala en su trabajo el negocio de las cárceles privadas, pero insiste en que no se trata de un mero complejo carcelario industrial como sugieren algunos, sino de lo que el llama complejo comercial carcelario asistencial, punta de lanza del estado liberal paternalista naciente. "Su misión, dice este sociólogo, consiste en vigilar y sojuzgar, y en caso de necesidad, castigar y neutralizar a las poblaciones insumisas al nuevo orden económico según una división sexuada del trabajo, en que su componente carcelaria se ocupa principalmente de los hombres, en tanto que la componente asistencial ejerce su tutela sobre mujeres e hijos". Parodias de debate Dicho de otro modo, los teóricos del capitalismo y sus políticos ya contestaron a su modo aquella pregunta que se formulaba Galeano (¿qué se hace con los náufragos?) construyendo este Estado Penitenciario que abre una nueva posibilidad como fuente de ganancias y de corrupción, pero que más profundamente, responde a la necesidad de que no corran riesgo las ganancias del conjunto de los capitales, para domesticar y "contener" de esta forma brutal a los desclasados generados por el mismo capital. Dicho otra vez con palabras de Eduardo Galeano: "El mismo sistema de poder que fabrica la pobreza es el que declara la guerra sin cuartel a los desesperados que genera". En estos tiempos en los que el supuesto progresismo pasa por el discurso vacío mientras no hay una sola medida para distribuir la riqueza generada por el trabajo de los trabajadores, estamos condenados a escuchar apenas parodias de debate. En este rincón los Blumberg, o aquel taxista que no duda en decir trece negros menos a los que darle de comer, sin pensar que este destino de asesinados y asesinos es el rincón de mundo que le va quedando a sus hijos. En el otro rincón, los que hablan de mantener los buenos modos en las cárceles repletas. Casi nadie se preguntarán por qué las cárceles están tan llenas, ninguno de ellos irá tan lejos. Ni se les cruzará por la cabeza poner en cuestión la matriz sobre la cual se dibujan, inevitablemente, las sucesivas masacres que volverán a estallar en Coronda. O en cualquier otro lado. Opiná sobre este tema |
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