Los deseos de Seguro estaban bien encaminados, Delfina volvió al hogar pero su retorno no fue como él esperaba que fuera. La poetisa escribió una larga lista de reclamos que pegó en silencio sobre la puerta de la heladera. Después de leerla Seguro juntó sus pertenencias llamó un flete y se fue. Así las cosas, la pareja de artistas vuelve a separarse y aquí se unen, otra vez de vuelta, merced a la literatura.

Los consejos de Seguro

presentados por Adrián Alvarado.

Gonzalo se sacó la careta y la tiró lejos, miró de frente a la multitud azorada y se despachó con cuatrocientas verdades, después los diarios tergiversaron sus dichos y Gonzalo no dijo lo que dijo.

Pedro lo escuchó y cuando intentó repetir lo que había escuchado sacó de contexto las palabras de Gonzalo y Gonzalo otra vez no dijo lo que había dicho.

Luciano grabó el discurso de Gonzalo, en su casa lo pasó a un papel, después con un megáfono salió a la calle repitiendo literalmente los dichos de Gonzalo y terminó en cana. Estando preso conoció a un verdulero que le había pegado a un tipo que quiso robarle la moto, ambos, Luciano y el verdulero habían escuchado el discurso de Gonzalo; se enroscaron en un debate de proporciones que incluyó al resto de los detenidos y cuando le trajeron la comida se retobaron en patota y encerraron a la autoridad policial en sus propias celdas y salieron a la calle con la inercia del ímpetu libertario a romper y quemar cosas y gente y la chispa que encendiera aquellos espíritus simples se desvirtuó de nuevo y en medio del caos Gonzalo, Luciano y el verdulero se preguntaron que habían hecho mal para que todo se haya ido al carajo de aquella forma y no tuvieron respuesta alguna.

El efecto dominó fue más fuerte que el amor y el despelote fue rey y reina la anarquía.

Dios, bien, gracias.

Libertad a Seguro.


Desde muchos años atrás yo había sabido que era necesario meter en la misma bolsa a los católicos, los freudianos, los marxistas y los patriotas. Quiero decir: a cualquiera que opine, sepa o actúe repitiendo pensamientos aprendidos o heredados. Un hombre con fe es más peligroso que una bestia con hambre. La fe los obliga a la acción, a la injusticia, al mal; es bueno escucharlos asintiendo, medir en silencio cauteloso y cortés la intensidad de sus lepras y darles siempre la razón. Y la fe puede ser puesta y atizada en lo más desdeñable y subjetivo, en la turnante mujer amada, en un perro, en un equipo de fútbol, en un número de ruleta, en la vocación de toda una vida.

Juan Carlos Onetti.
Extraído del libro "Dejemos hablar al viento".

Hubo que dicen que ha habido un tren, una montaña y un lago y un cielo azul profundo, que era la cara amigable del espacio. Dicen que hubo existido un hombre que intentó volar y no pudo, una mujer que parió cien hijos sordos y un elefante que cabía cómodo en la palma de una mano y escribía extraños mensajes con su mínima trompa.

Mareas de gente acudían llenas de carencias y preguntas a exponerle sus pesares, el elefante bonsái escuchaba con aparente atención, pestañaba un rato y mojaba su trompa en un pequeño recipiente que contenía sumo de remolacha. Acto seguido daba unas vueltas por la hoja y sin decir agua va se ponía a escribir.

En general los mensajes eran breves excepto el de aquel fatídico día que no aguantó más y escribió hasta morir solo para provocar la muerte de sus captores.

El paquidermo se llamaba Jacinto, así se había bautizado a sí mismo. Vivía con su dueño, un alquimista ciego que se jactaba de haberlo creado, en realidad, Jacinto había nacido, como corresponde, de la feliz unión de dos elefantes normales. Cuando nació nadie se dio cuenta porque casi no se veía. Sus padres trabajaban en un circo, mejor dicho, los hacían trabajar en un circo, y nunca supieron que habían parido un hijo.

Una silenciosa noche de agosto, Agustina, la ecuyere barbuda, deambulaba insomne cuando escuchó un lamento casi inaudible en el establo de los paquidermos, tardó 45 minutos pero a la final lo encontró al Jacinto, inmediatamente se lo llevó al carromato y le dio de morfar, que por eso lloraba pobre criaturita. Después de hartarse con una ínfima porción de leche con chocolate escribió en la mesa "Gracias" con la trompa sucia pero a esa altura Agustina, la ecuyere barbuda, ya estaba completamente ebria y limpió la mesa con elefante y todo y se acostó llorando.

Jacinto salió del remolque como pudo y se fue. Tardó toda la noche en salir del terreno que ocupaba el circo y media mañana en llegar al casco urbano, allí lo encontró el alquimista ciego cuando lo pateó sin querer, escuchó un grito, se agachó y tanteando el piso con las manos encontró al petit elefante, se lo guardó en el bolsillo y se lo llevó a su casa.

Cuando descubrió que el bicho escribía pensó en hacerse rico, puso un aviso en el diario y la gente acudió en tropel, ellos hablaban, Jacinto escribía y se llevaban la esquela por una suma fija de dinero.

El Vaticano se hizo eco de tan singular oráculo y acudieron disfrazados unos curas que secuestraron a la criatura, cautivo Jacinto se puso triste y no escribía nada hasta que el mismísimo papa le preguntó algo, el elefante lo miró un rato y se puso a escribir, escribió y escribió hasta caer muerto al pie de la ultima página. Después de leer aquel texto el papa de turno se suicidó. La misma suerte corrieron todos los que leyeron aquellas palabras hasta que a alguien se le ocurrió quemarlo pero no pudo.

Libertad a Seguro.



Opiná sobre este tema

La Mente
del mono
sabio
no sabe
del porque
ni del como
no le importa
al mono sabio
la mirada
y el mensaje
del oleaje que no trae
más que mugre
en la mañana
del mono sabio
que se despierta
y se rasca.

Delfina Contreras

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