Los consejos de Seguro

presentados por Adrián Alvarado.

Los hermanos Lanzani son once. Tenían un circo, hoy viven en un garaje con los restos de la carpa, los caños, la lona y la yegua Yazmín que María Helena Lanzani, la ecuyere, cabalgaba alrededor de la arena central allá lejos y hace tiempo.

La tradición circense de los Lanzani comenzó allá por 1930, un mal momento para el show bussines y una excelente válvula de escape para todas aquellas victimas del desbarajuste económico que no encontraban consuelo. La gente no tenía dinero para pagar las entradas pero a Constanzo Lanzani, el mayor de los hermanos, se le ocurrió no cobrar, al final de la función cuando a la gente todavía les hacia cosquillas tamaña experiencia salía Constanzo, y con un discurso maravillosamente conmovedor les sacaba a los espectadores lo que no tenían, todos buscaban en los bolsillos algo para participar de la propuesta que consistía en que el publico lanzara el dinero a una finísima red de casi dos metros de diámetro que Constanzo blandía cual cazador de mariposas. Este acto final con participación colectiva era la cúspide del entusiasmo, al punto que una vez un masculino fue presa de una loca alegría, de puro contento que estaba lanzó a su hijo de seis meses al medio de la red, Constanzo no se inmutó, continuó hasta el final sin mosquearse, después al pibe no lo vinieron a buscar nunca, a la final lo terminaron criando, vivió en el circo hasta que se ganó una beca en Europa se fue y no volvió nunca más, Andrés se llamaba el ingrato.

Así subsistía este maravilloso grupo humano que como ya dijimos estaba conformado por los once Lanzani, dos enanos en sillas de ruedas, un burro circuncidado, una mujer barbuda que en realidad era un tipo travestido, diez perros de variadas razas que jugaban un partido de fútbol con un globo que se reventaba enseguida y la mayor atracción del circo el hombre bala, José Vélez el Majestuoso se hacía llamar el inmodesto. Con este pintoresco personaje surgían constantemente conflictos que siempre desestabilizaban un poco más las bases de la empresa.

María Helena Lanzani era la menor de los hermanos y oficiaba de ecuyere como ya dijimos, era una bella amazona que montaba a su yegua Yazmín de todas las formas posibles. Ella estaba enamorada del hombre bala pero él no reparaba en ella porque sus gustos en materia sexual eran otros, Maria Helena no se resignaba e insistía en humillarse cada vez que se le presentaba una nueva oportunidad de seducirlo.

Resulta que un día uno de los enanos paralíticos se enojó mucho con José porque este lo humilló delante de todos diciéndole: "La naturaleza te ha dotado de una batuta considerable pero el destino quiso que no pudieras usarla porque seguramente en la vida anterior fuistes un enano de mierda", así le dijo el taimado. El enano, que se llamaba Aníbal, juró vengarse y lo hizo, un día antes de la función cargó el cañón del hombre bala con una carga extra de trotil. Esa noche fue apoteósica, José Vélez salió disparado a una velocidad vertiginosa, dejando atrás una explosión como pocas veces se ha visto bajo una carpa de circo, el publico se quedó sin aliento porque la enrarecida atmósfera era irrespirable pero igual aplaudieron con lágrimas en los ojos en parte a causa del humo y en parte a causa de la profunda emoción que estaban experimentando. José Vélez el Majestuoso tuvo la suerte de caer en un arroyo doce kilómetros al sur pero quedó bastante maltrecho y Maria Helena se dedicó a cuidarlo con exagerado esmero al punto que descuidó su propio acto. Los hermanos ya no podían ver a su hermana en esas condiciones entonces decidieron deshacerse del hombre bala, lo mataron, lo cortaron en pedazos, lo hirvieron y se lo dieron de comer a los perros jugadores de fútbol. A Maria Helena le dijeron que se había ido a hacer un tratamiento a Cuba, le mandaban cartas inventadas y todo pero a la final ella se enteró y se armó la podrida. De movida decidió no trabajar más y después fue matando los perros uno a uno como si tuvieran ellos la culpa pobres bichos. Después la debacle fue insostenible, sin hombre bala, sin ecuyere y sin perros el circo ya no podía seguir funcionando y así fue, hoy viven en un garage enfrente de casa, de vez en cuando alguno se cruza a padir sal o azúcar.


Y ella tiene una remera con un animé hembra que se baja la bombacha para alguien. Nube le dicen, o Celeste, algunos le dicen Nieve y ella se siente reconocida porque se llama Cielo y tiene unas ganas bárbaras de ser popular y habla mucho. "Apenas llegué empecé a desembuchar, nada, y ella con una frase me dejó de cara, lo que pasa es que a veces me subo a la moto y no puedo parar hasta que alguien me baja de una patada y me quedo ahí en el asfalto esperando esa ambulancia que viene siempre después".

Cuando era chica el padre solía contarle cuentos que improvisaba en esos momentos maravillosos en que el alcohol pega bien. La sentaba en la sillita, ponía una frazada en el piso y se ubicaba frente a ella sentado en posición de loto, le pedía el visto bueno a su hija y se mandaba, contaba historias cortas con personajes que tenían voz propia y compleja sicología, ella se quedaba quietita escuchando con los ojos cada palabra y cada gesto de su padre hasta que la madre los llamaba para comer.

Una noche el cuento se extendió mas allá de la cena porque no hubo cena, su madre se había ido para siempre y el cuento de esa noche tenía que ver con eso y ella que era una niña entendió todo, después su padre se abandonó haciendo la plancha en la pileta de la desidia y la tristeza y ya no le contó mas cuentos y la nena dejó de ser nena bien temprano, de golpe la que tuvo que contar cuentos fue ella porque el ánimo del padre decaía, el padre se apagaba mal, hasta que un día se levantó hecho una tromba y encaró lo que le quedaba de vida con tanta fuerza que se partió la cabeza contra una columna de alumbrado.

Ella, Cielo, quedó sola pero siguió con la costumbre de contar. Un día que el hambre apretaba se le ocurrió salir a contar cuentos en los bares, el mecanismo era simple se sentaba a la mesa de alguien y preguntaba si querían que les contara un cuento corto, la mayoría decía que si y Cielo se mandaba, después, al final, pedía una colaboración o un convite y se retiraba con la frente alta a otra mesa. Así safó un tiempo, después pegó una beca en Alemania y ahora está revendiendo entradas para los partidos del mundial de fútbol en bicicleta.

Libertad a Seguro


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Es en ese roce
en esa sonrisa
en ese beso
donde estamos,
después no importa.

El sonido
de los remos
golpeando
con fuerza
el agua
de palabras
es trabajo
que no te paga nadie.

Delfina Contreras

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