Hormigas

por Javier González

Entre los reclamos y protestas que arreciaron la ciudad durante el transcurso de los últimos días, estuvo presente aquel dirigido a los profesionales y responsables de advertir, prevenir y planificar este tipo de situaciones. Ya nuestro anterior gobernador, cuando se produjo la aún más previsible inundación de 2003 salió a decir ante las pantallas del país que a él "nadie le había avisado". Y más allá que todos sabemos que él sabía, las complejas -o debiera decir nada complejas?- redes de la justicia nada hicieron por encontrar a los responsables de tanta agua y tanta muerte, de tanto daño causado a miles de santafesinos.

En esta ocasión, en este 2007, también se apeló a la imprevisibilidad de una lluvia excepcional para la época. En parte es cierto que en estos pocos días de marzo llovió más de la media anual en nuestra ciudad, pero la explicación -hay que aclararlo- no dejó satisfecho a nadie.

Lo que los profesionales y el Estado no sabían o no decían, intuitivamente o casi empíricamente lo sospechaban muchas personas.

Allá por noviembre de 2006

Andrés se mostraba muy alarmado. Había conseguido trabajo en la construcción de la circunvalación al noroeste de la ciudad y comentaba que había que monitorear el comportamiento del río Salado, porque estaba teniendo un crecimiento mucho mayor al que decía el gobierno y temía por el estado de las defensas. Investiguen, reclamaba, porque yo tengo miedo.

A principios del 2007

Ferrer, nuestro vecino jubilado, traía la novedad de que las hormigas estaban invadiendo nuevamente el barrio. Como en el 2003, las hormigas buscaban las partes altas de la ciudad, invadiendo jardines, árboles y canteros. Nada las combatía, ni el agua hirviendo de doña Celsa, ni los polvos venenosos ni los conjuros mágicos de la vieja Lydia.

Pero la situación era diferente a la de cuatro años atrás porque lo que aparecía amenazante no era el Salado sino el río Paraná.

La laguna Setúbal crecía día a día, devorándose las playas del este, desapareciendo con sus aguas marrones la escasa arena a las cuales se recurre para paliar un poco los efectos del caluroso enero santafesino.

Por ese entonces el Gobierno provincial se empeñaba en desmentirnos la percepción y por principios de marzo decía -por boca del Ministro de Asuntos Hídricos Alberto Joaquín- que militante políticos disfrazados de militantes sociales buscaban crear pánico en los vecinos de Santa Fe alertándolos sobre el peligro de una inundación inminente.

Quizás las hormigas, los militantes políticos disfrazados, Andrés o mi vecino Ferrer no terminaron de acertar cabalmente sus pronósticos, pero intuitivamente sabían -vaya uno a saber porqué- que alguna inundación se avecinaba.

El cambio climático no es sólo un tema para películas catástrofe, es una realidad y la causa no habrá que buscarla en la naturaleza sino en la lógica irracional y depredadora del capitalismo.

Solo nuestro entrerriano gobernador, Jorge Obeid intentó dejar "pegado" a Dios en la responsabilidad, quizás pensando que los jueces colocados por el poder político y económico, jamás se animarían a enjuiciarlo.

Casi como una confirmación de la crisis que atraviesa la Iglesia Católica argentina, sólo Monseñor Arancedo salió a defenderlo, "no le echen la culpa a Dios…" tronó la voz del representante eclesiástico.

Lástima que Gabo esté tan viejo, porque sólo él podría escribir una historia en la cual aparezcan involucrados un gobernador malhumorado y caprichoso, un monseñor cuestionado, una ciudad que se inunda, un intendente sospechado de corrupción, un venezolano que cobró muy buena plata por un plan de contingencia que nunca se aplicó, partidos políticos preocupados por cerrar sus listas de candidatos a las próximas elecciones, una ciudad amurallada para defenderse del agua pero sin bombas para evacuarla. Pero claro García Márquez escribe ficción y esto -lamentablemente- es parte de nuestra realidad.

Miles de personas siguen evacuadas, otras miles ocupan los techos de sus viviendas inundadas dispuestas a todo para evitar que otros pobres acaben con lo poco que el agua les permitió salvar. A tiros se defienden. Otros tantos realizan piquetes, cortan calles y avenidas, putean y son puteados, reclaman pero nadie escucha.

Otros menos se aprovechan, "cobran peaje", aprietan a otros vecinos, buscan consuelo en el alcohol y contribuyen, sin saberlo, a perpetuar la injusticia del sistema que los ha transformado en eso.

El agua sube, los políticos desaparecen. A diestra y siniestra, oficialismo y oposición pierden de golpe su capacidad verborrágica. Ya no hay grandes discursos, desaparecen los grandes proyectos, ya no hay polémicas preelectorales, ya no hay cámaras donde mostrarse.

Pero afortunadamente hay "democracia" y por ende elecciones. Y aunque sepamos que en realidad cuando votamos no elegimos nada, ellos también lo saben y entonces se pelean, se boicotean, discuten, se enfrentan, buscando ese lugar en la boleta electoral que, por pequeño que sea, les garantice un futuro tranquilo.

Pura adrenalina. ¿Cómo escapar a la irresistible tentación de pensar en un futuro sin penurias económicas, regada de billetes producto del "retorno" de la política?

No es el "Estado ausente", es el "Estado presente" el principal responsable de todas las penurias que asolan Santa Fe desde hace años. Un Estado rico, lleno de plata producto de la soja, ciudades inmensamente pobres y en decadencia, miles de trabajadores con empleos precarios y muy mal remunerados, sojeros en 4x4.

Hace años que burgueses y políticos del régimen han tomado partido, no están ausentes, están bien presentes a la hora de diseñar, apoyar y votar leyes y proyectos que gradualmente han ayudado a construir este presente nefasto. Y más allá que el 2001 había traído el reclamo de "que se vayan todos", todos se quedaron, se reciclaron, adecuaron su discurso y siguen en carrera, inmutables como si nada fuera responsabilidad de ellos.

Provincia millonaria, Santa Fe invencible, provincia sojera, ejemplo para el país, provincia desocupada, ciudad sin desagües, sin defensas, sin cloacas, sin bombas, ciudad inundada, revolución educativa.


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Fotografía: Sebastián Alarcón
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