Apuntes sobre socialismo

El estado emparchador

por Miguel Espinaco

Venía hablando de los parches para que el capitalismo funcione y quedé en escribir sobre el preferido de todos los parches, la intervención del estado para morigerar los efectos de la lógica del capital.

Un estado activo que participe en la economía, que fije normas antimonopólicas, por ejemplo, o precios máximos, o que haga las inversiones de infraestructura como caminos, diques, ferrocarriles o escuelas, es una idea que viene de lejos, pero que alcanzó su más alto punto con el estado benefactor edificado en la postguerra. Esta moda perdió viento en los ochenta y los noventa, cuando la ola neoliberal reflotó las teorías de la mano invisible que produciría beneficios que supuestamente se derramarían sobre toda la población. Pero ahora que el cuentito se termina por aquello de que la única verdad es la realidad, vuelve a aparecer esta teoría del estado activo, vuelve a asomarse en los discursos de los políticos, que buscan palabras capaces de aparecer como alternativas al desastre vigente.

En realidad, la idea de remendar al capitalismo para que no termine desfondándose, es siempre funcional al mantenimiento del sistema. Que es funcional al sistema significa que le sirve, que le es útil, que le es necesaria, significa que el capitalismo no podría funcionar sin estos remiendos que han venido siendo probados durante toda su historia. La intervención del Estado ha apuntado siempre a tres cuestiones fundamentales.

Por un lado, el sistema es caótico. Una corriente de economistas capitalistas de la década del 60, llamada estructuralista, se dedicaba a explicar el funcionamiento de este caos con algunos ejemplos simples. Decían, por ejemplo, que si en un momento daba ganancia fabricar sombreros, muchos capitales se orientarían a poner fábricas de sombreros. Pero como, lógicamente, la demanda de sombreros tiene un techo en la cantidad de cabezas disponibles, cuando toda esa producción se encontrara en el mercado no se iba a poder vender y muchos se iban a terminar fundiendo. Todo este desperdicio de trabajo que es la marca de nacimiento del sistema capitalista, podía solucionarse - según estos emparchadores - si la mano del estado se dedicaba a orientar las inversiones con subsidios, impuestos diferenciales o lo que fuere.

La segunda cuestión a la que apuntó este privilegiado parche de la intervención estatal, fue a la inversión de infraestructura. Corrientes ideológicas emparchadoras del capitalismo como el peronismo - hubo muchas en el mundo de postguerra - apuntaron a poner al estado a montar las empresas estratégicas como comunicaciones, ferrocarriles, rutas, puertos y energía. Todas estas grandes inversiones, funcionaron como la base necesaria para que la sagrada "iniciativa privada" del capitalismo pudiera funcionar.

El tercer y último objetivo, pero no por eso el menos importante, fue el de limar un poco las asperezas que produce la cada vez más desigual distribución de la riqueza que produce este sistema. Obviamente, estas asperezas se traducen en luchas que ponen en cuestión al capitalismo, porque los trabajadores empiezan a pensar que hay que cambiarlo. Por eso este objetivo que resulta algo más simpático, también es funcional al capitalismo. No es que surja de algún residuo de moralidad de los que manejan los grandes capitales, es nada más que una forma de defenderse de males mayores.

Los nacionalismos capitalistas que llenaron el mundo posterior a la segunda guerra mundial, esas ideologías que postulaban dar algo a los trabajadores, tenían claro que si seguían como se estaba hasta ese momento, corrían el riesgo de que los trabajadores patearan el tablero, mucho más porque por aquellos años era común que los trabajadores fueran socialistas y anarquistas que tenían claro que el capital era el enemigo que los mandaba a la miseria.

En Europa, la construcción de grandes estados que garantizaban el seguro social, subsidios por desempleo, salud pública, derechos laborales colectivos y universidades, respondió también, en gran parte, a este temor de los grandes capitalistas. Los trabajadores de Europa salieron armados y victoriosos de la guerra contra el nazismo, y la ideología dominante entre esos trabajadores era el socialismo. Había que dar algo para no perder todo, y los capitales dieron algo.

Esta tercera función está hoy bastante devaluada justamente porque los capitalistas tienen menos miedo ahora que antes, porque los trabajadores están desorganizados y confundidos, sin ideologías propias, y como resultado de todo eso, lo suficientemente controlados. Por eso esta función se reduce hoy a lo que llaman "planes sociales", que ni siquiera alcanzan para erradicar la pobreza extrema, y a algunas promesas que funcionan solamente en los acotados tiempos de esplendor, de crear puestos de trabajo genuinos, claro que con salarios cada vez menores.

En este recuento de las cuestiones a las que ha apuntado la intervención del estado, no mencioné todas las otras funciones que ha tenido el estado para sostener el funcionamiento del sistema del capital, para centrarme solamente en las que son presentadas como alternativas al caos capitalista, pero habrá que dejar enumerado que el estado funciona y funcionó siempre también como gran maquinaria ideológica para convencer a la gente de que las cosas fueron son y serán siempre así, y funcionó y funciona como gran maquinaria represiva para evitar que las luchas cuestionen al sistema del capital. Para eso, tiene una patota armada siempre a mano para que las cosas no se salgan de cauce que necesita el capital para reproducirse, explotación mediante.

Sin embargo, mientras algunos políticos ensayan discursos sobre terceras vías y capitalismos humanos que intentan recuperar algo de aquel estado activo - oportunamente adaptado a estos tiempos de globalización - los dueños del capital saben que el estado ha perdido mucho prestigio como parche posible y es bastante difícil convencer a alguien para que se embarque en esta alternativa devaluada. Por eso impulsan ahora como complemento, con mucha plata y con mucho verso, los llamados Organismos no Gubernamentales, las ONG.

Más allá de las buenas intenciones que pudieran tener quienes integran esas organizaciones, lo cierto es que sus esfuerzos son casi siempre desviados a la vía muerta de arreglar algunos de los muchos desarreglos que provoca el capitalismo. Pero los desarreglos se multiplican mucho más rápido que los parches.

En la próxima nos dedicamos al socialismo, la tercera alternativa que hemos marcado en este esquema de alternativas hecho para simplificar, aún a riesgo de que el esquema nos quede chico de sisa.

La seguimos en la edición noventa y siete.

Próxima entrega: Un par de confusiones


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