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A un año de la muerte de Santillán y Kostecky

Por Miguel Espinaco

     En muchas ciudades del mundo se ha recordado hoy aquel hecho. El asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kostecky fue una divisoria de aguas organizada para desmovilizar, fue la cara armada de la máquina de engañar que montan los sostenedores de esta farsa de democracia. Reproducimos el editorial que leimos en el programa de radio del 30 de junio del año pasado.


     Decir que los hechos del miércoles demuestran la intención del gobierno nacional y de los políticos de la trenza de declararle la guerra civil al pueblo movilizado puede resultar tan fuerte, tan duro, tan impactante, que se corre el riesgo de que termine pareciendo solamente un recurso periodístico para llamar la atención, de que aparezca apenas como una exageración polémica.

     Sin embargo, es innegable que la situación que detonó en diciembre era mucho más que enojo popular contra un gobierno determinado. La consigna de que se vayan todos que germinó por esos días, la denuncia focalizada en el sector de políticos que se había alternado en el poder sin solución de continuidad entre dictaduras y democracias, el cansancio ante una situación que se había prolongado en el tiempo y que se traducía en miseria y en despojo, es nada más que la superficie de una situación que en su trasfondo esconde un gigantesco conflicto civil entre desocupados que quieren trabajar y empresarios que necesitan un ejercito de reserva para contar con trabajadores baratos y flexibilizados, un conflicto civil entre ahorristas que quieren que les devuelvan su plata y banqueros que pretenden una ley de punto final para consolidar el desfalco, un conflicto civil entre un pueblo que pretende decidir su destino y un aparato de políticos atornillado a sus sillones que acepta como máximo que voten muy de vez en cuando y que se dejen de joder.

     Ese conflicto civil era ya tan evidente a principios de este año, que el recién asumido gobierno de Duhalde se presentó en sociedad postulándose como la alternativa al caos, como única opción al desarrollo de ese conflicto en guerra civil. Apenas tardaron días en pasar de la devolución de los depósitos en la moneda de origen a la bonificación que quieren los bancos, de la prioridad para las necesidades sociales a la prioridad para las exigencias del fondo y de los grandes empresarios, del control de los precios a la aceptación pasiva de los precios que estipulan los grandes formadores. Apenas tardaron días en demostrar que no eran para nada neutrales en ese conflicto.

     Un poco más de tiempo les llevó tomar su puesto en la barricada y decidirse a volver a los métodos violentos que son el último resguardo de su orden de miseria. "Mi gobierno no puede tolerar que haya muertos" había dicho Duhalde algunos meses atrás, pero esa frase no era un gesto de humanitarismo o de pacifismo del ex vicepresidente de Menem, de quien fuera otrora el gran jefe de la "mejor policía del mundo". Para estos señores el uso de la violencia para definir el conflicto civil es, en última instancia, una cuestión de oportunidad y, por aquellos días, estaba bien claro que un muerto en la calle podía significar el fin de su endeble poder.

     Las maniobras del gobierno para esconder la mano después de tirar la piedra, no deberían dejar lugar a dudas de que los hechos del miércoles respondieron a un plan calculado fríamente, a un plan que evaluó oportunidades y conveniencias para decidir que había llegado el momento de matar para que sirviera de escarmiento a todos los que siguen luchando, para enviar un mensaje de muerte a piqueteros, a asambleístas, a caceroleros, para tirar por elevación a los que todavía miran la historia por la tele para que ni se les ocurra meterse, para que se queden en casa.

     Primero la culpa era de los piqueteros, pero las fotografías arruinaron la fiesta de imágenes que habían fabricado. La puesta en escena - que requirió evidentemente de demasiados escenógrafos como para presuponer casualidades - incluyó vidrieras y autos rotos, colectivos presuntamente secuestrados a punta de pistola para que los piqueteros aparecieran como hordas desquiciadas ante los televidentes incautos, incluyó la cuidadosa y repetida toma fílmica de un grupo de policías encerrados entre dos columnas de piqueteros como si fuera posible hacer una emboscada con ruidosas columnas de cientos de manifestantes que se escuchan llegar con cuadras de antelación, incluyó a los multimedios dispuestos a leer partes de guerra en vez de noticias y a jueces que aparecían con la suficiente tardanza en el lugar de los hechos, como para que su intervención resulte nada más que un trámite formal.

     Sea como sea, la tesis de los piqueteros conspiradores pasó a la historia, entonces hubo que sacar rápidamente del inacabable recipiente de mentiras con que cuentan estos señores, otras argumentaciones que se adaptaran a los datos revelados. Si los piqueteros revoltosos ya no servían como chivos expiatorios, había que recurrir a nuevos escondrijos para velar la directa e innegable responsabilidad del gobierno de Duhalde en estos hechos. Uno de esos escondrijos fue la conocida hipótesis del policía loco que esta vez le tocó a un hasta ahora desconocido comisario llamado Franchiotti.

     La otra hipótesis escondrijo no fue creada por el gobierno, sino por algunos dirigentes que se presentan como opositores. Elisa Carrió se pregunta si es esto funcional a la permanencia de Duhalde para que pueda comandar una salida electoral y se responde que no: "esto pone en situación de caída a Duhalde - dice - pero además deja un vacío que va a ser llenado por poderes concretos encarnados por la vieja política". Muchas gracias, debiera contestar Duhalde, ya que su opositora no lo incluye en la vieja política y lo pone a salvo de las culpas. Los conspiradores ya no serían los piqueteros, sino algunos fantasmagóricos poderes concretos que, debemos suponer, para la Carrió no tienen nada que ver con Duhalde.

     Luis D´Elía, dirigente piquetero de la CTA, afirma que es el menemismo el que "estuvo fogoneando todo esto". "La represión y muerte de dos compañeros piqueteros es funcional a Carlos Menem. Esto no hace más que debilitar al ya débil gobierno de Duhalde". Vos te preguntarás con total coherencia, con estos opositores para qué queremos oficialistas, porque son esos supuestos opositores los que han fabricado el más gigantesco taparrabos para las impudicias del Duhaldismo en el poder. Así como el gobierno de Duhalde se esconde detrás de Franchiotti y de su supuesto acceso de locura, sus opositores le arman otro escondrijo detrás de la devaluada imagen de Menem. Ni los unos ni los otros se atreven a recordar que fue el mismo presidente que hace meses había dicho que su gobierno no podía tolerar que haya muertos, el que dijo hace apenas días que había que impedir "por los medios que sea necesario" que siguieran los cortes de los accesos a la capital ofreciendo así un paraguas político a la represión, lo importante para esta gente es no hacer olas, la cuestión es echarle la culpa a otro para sostener al gobierno.

     Dejemos para los contadores de anécdotas las discusiones sobre los halcones y las palomas que habría en el gobierno, las peleas entre los que quieren mano dura y los que no. La historia se ve en los hechos, y los hechos demuestran que el gobierno de Duhalde, el que ejerce el control centralizado de los medios de represión, ha decidido escalar en el conflicto civil de la Argentina y lo hace desde la trinchera en la que siempre estuvo, del lado de los banqueros, del lado de los grandes empresarios, del lado del Fondo Monetario que exige que el pueblo se rinda para que los capitales vuelvan a reiniciar el saqueo del país. Esa escalada en el conflicto civil - que puede ser llamada guerra civil sin recurrir a eufemismo alguno - solo puede ser frenada por el pueblo movilizado, por un pueblo que no consuma las mentiras que fabrican desde el gobierno y desde la supuesta oposición, por un pueblo que tenga claro que estos tipos no son de fiar, que por más que pongan cara de buenos en la televisión, no dudan ni dudarán nunca, en defender sus intereses a mano armada.

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