Los consejos de Seguro presentados por Adrián Alvarado En la cruz del camino me miro los pies y tomo la dirección que la brújula del sinsentido me señala. Al boleo, como un barco a la deriva, me dirijo donde la corriente me lleva. Dicha corriente se empecina, tenaz, en dejarme siempre a la misma hora en la parada del transporte colectivo. El vehiculo me devora y entro. Me acomodo como puedo en esa suerte de tetris humano en que se transforma el habitáculo móvil que casi siempre viene lleno de gente, quienes como yo, se dirigen a sus lugares de trabajo. En general los que van parados en el colectivo se agarran de donde pueden para no ir a parar al piso donde terminarían sus días aplastados sin piedad, en ese trance estaba un servidor cierto día tratando de no perder el equilibrio cuando no va que el conductor frena de golpe y yo me veo obligado a manotear lo primero que encuentro y mi mano derecha lo primero que encuentra es la cabeza de una señora que no tenía pelo sino peluca, la cuestión es que con la cabellera artificial en la mano terminé en la falda de un obrero de la construcción quien sin mediar palabra me lanzó en dirección al lugar donde estaba la vieja pelada a los gritos pelados tomándose el cráneo desnudo, así como venía le encasqueté el pelo de artificio medio en la cara, noté en ese momento la mirada de un pequeño escolar que entornado los ojos me juzgaba, si lo hubiera dicho no hubiera sonado más fuerte, Que viejo pelotudo, decía el niño sin abrir la boca. Me bajé a mitad de camino decidido a tomarme un taxi, el gasto fortalecería mi poder adquisitivo, pensé, pero solo me dejó con los bolsillos vacíos, le quedé debiendo ochenta centavos al taxista que me dijo lapidario Se te escapó la tortuga viejo, a lo que yo contesté Y vos pelado deberías usar un gorro porque te están empezando a asomar los cuernos, me corrió pero no me alcanzó. Llegue a mi lugar de trabajo tarde, aturdido y abrumado pero dispuesto a remontar el día con dignidad y con una soga. Limpio ventanas de edificios, del lado de afuera. Libertad a Seguro Ignacio se despierta sonriendo y sonríe mientras desayuna. Sale silbando y se sienta al volante de su ilusión súper sport que últimamente anda consumiendo mucha golondrina, esto a Ignacio lo tiene sin cuidado sus esperanzas le alcanzan y sobran para comprar todas las golondrinas que quiera, es más si su ilusión se rompe, dios no lo permita, puede darse el lujo de comprarse una nueva, importada si quiere. Ignacio le tomó cariño a ese noble vehiculo, fue su primer ilusión y la compró con mucho sacrificio, juntó una sobre otra las esperanzas y se compró aquella ilusión celeste al contado, trescientas mil esperanzas llevó esa tarde de hace unos años en un portafolios marrón y fue sacando los billetes para ponerlos en el escritorio de un vendedor de ilusiones que no cabía en su asombro y que le hizo un descuento importante. Aire acondicionado, estéreo, levantavidrios eléctricos, full la ilusión, un chiche. Imagínense la cara y la actitud de Ignacio al salir del concesionario en su ilusión flamante. El se acuerda de eso todos los días, Ignacio es un tipo agradecido con la vida. Una vuelta, después de salir de una estación de servicio con el tanque lleno de golondrinas no va que tiene un accidente con otra ilusión que venía en contramano, el choque no fue gran cosa pero la mujer que manejaba su ilusión con imprudencia se lastimó la frente y tuvieron que llevarla al hospital, cuando Ignacio fue a verla ella le pidió disculpas entre lágrimas sinceras, el la tranquilizó y le dijo, galante, que concentrara todas sus fuerzas en recuperarse, ella le agradeció y le dijo que volviera. Ignacio volvió con una caja enorme de amor y ella se lo comió todo medio de golpe y después tuvo gases pero no le importó porque estaba llena de amor, el le trajo más. No nos olvidemos que Ignacio podía comprar todo el amor que quisiera. Cuando ella, que se llamaba Irma, salió del hospital tenía cuatro kilos de más, cuando se casaron pesaba casi el doble, esperaba gemelos. Después se compraron una fábrica de alegría en aerosol que terminó explotando porque los gemelos se casaron a su vez con dos gemelas ambiciosas que convencieron a toda la familia de ahorrar esperanzas gastando menos en seguridad y en personal pero esa es otra historia, fea. Libertad a Seguro Todo empezó con un balde de arena. Antonio lo vio al Osvaldo viendo si alguien lo veía, después se agachó y cargó el balde hasta arriba y se fue a su casa. Antonio había decidido hacer algunas reformas y para eso compró arena, cemento, cal y ladrillos, la arena se tuvo que quedar afuera porque adentro no entraba, Antonio pensó que habrían de robarle un poco pero nunca pensó que el Osvaldo, vecino de toda la vida se llevara un balde de aquella forma, Porque no me lo pide, yo se lo hubiera dado, decía Antonio, que era un tipo bastante generoso y casi solidario. Cuando lo vio venir con el balde por segunda vez ya no le gustó un carajo pero se quedó en el molde. A la noche se acostó intranquilo, con una mezcla de sentimientos encontrados, no entendía como le funciona la cabeza a algunas personas, Con que necesidad venir a robarme justo a mí si sabe que me pide y le doy, está loco, si lo llego a ver de vuelta le voy a tener que decir algo y no quiero, me dá vergüenza ajena, Esto se lo decía a la Nori, su mujer, con quien estaba casado desde los años sesenta, la Nori lo miraba y callaba. En eso estaban cuando escucharon ruidos de metales chocando sutilmente, por los visillos de la ventana Antonio lo vio al vecino cargando una carretilla de arena, no lo pensó dos veces, salió y se enfrentó con un Osvaldo frió que no intentó darle ninguna explicación, el tipo lo miraba, quieto, mientras Antonio exigía una respuesta. No lo esperaba nadie pero el palazo llegó, fue un solo movimiento, rápido, con una mano el Osvaldo agarró la pala y le dio con la parte de atrás de la herramienta en el costado derecho de la cabeza, de plano y con fuerza. Cuando la Nori salió el Osvaldo ya no estaba y Antonio yacía inconciente sobre el montón de arena, había sangre. A las doce de la noche la nori gritó que la ayudaran, que su marido se moría pero nadie salio, llamó a la ambulancia que no vino porque en calle de tierra no entraban, llamó a la policía y le dijeron que se arreglara, que ellos estaban para cosas más importantes, la nori dejó de llamar por teléfono y entró a su marido arrastrándolo y se quedó con el, abrazado y llorando hasta que sintió que ya no estaba más, entonces se durmió. Libertad a Seguro Opiná sobre este tema |
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