Abelardo Ortuza y Pires entrenaba conejos de riña. En aquella época y en aquel lugar el alma retorcida del cerebro de los hombres buscaba sosiego en diversiones violentas. Abelardo Ortuza y Pires mantenía a sus familias con lo que ganaba en las riñas de conejos.
Casi once meses y sesenta peleas a muerte llevaba invicto Panegírico tal el nombre de aquel noble conejo. Abelardo había entrenado a aquella criatura con un método poco tradicional. La mayoría de los entrenadores de animales para la lucha acicateaban a las bestias con cuanto vejamen existiera. Estos productos de riña desbordaban furia pero no poseían astucia. Abelardo entrenaba a sus animales basándose en la estimulación continua y sistemática a los centros de inteligencia, estudio y recreación en perfecto equilibrio lograron que el conejo Panegírico fuera lo que fue, el mejor conejo de riña de todos los tiempos.
El día de su trágica muerte a más de uno se le piantó un lagrimón. Ese conejo para Abelardo significaba casi todo, y cuando murió le quedó casi nada.
Escenario: dos de la mañana, reñidero a pleno, gran lucha gran, Panegírico el conejo favorito versus "Amanecer de ciego", el conejo negro del pardo Venturinho. Ese día Panegírico fue padre por nonagesimaoctava vez y un conejito nació muerto. El destino que maneja los hilos de la vida de los conejos le jugó en contra al campeón.
Los pedazos los juntaron en medio de un gran silencio. Y en silencio Abelardo hizo un estofado con los restos de aquella criatura brava.
Vaya este sentido homenaje al gran Panegírico.
Libertad a Seguro