¬ Página Anterior Ir a la Portada Página Siguiente ®

"No fue nada más que entró el agua y se fue"

Por Miguel Espinaco

     Podríamos probar. Hablar en un aséptico pretérito imperfecto y volver a contar lo ya contado hasta el hartazgo, hablar de la catástrofe que Santa Fe "vivió" y hacerle de ese modo un lugar en los libros, en las anécdotas que se cuentan en la sobremesa y en los bares. Podríamos intentarlo a modo de exorcismo, con el mismo gesto del que seca la casa o del que intenta renombrar el nuevo lugar de los nuevos pocillos para encontrarlos por reflejo a la hora de levantarse, esa necesidad de construir otra vez algo que resulte propio, que se vea como terreno conocido, como una base segura desde la cual lanzarse cada día a la difícil aventura de la vida.

     Podríamos jugar a que la normalidad ha vuelto, a que aquí no cabe la insistente repetición del mito en el cual Cristo sigue siendo crucificado eternamente y Sísifo empuja y empuja la piedra cada vez fracasando. Jugar a que el pasado terminó y no insiste en convertirse en este presente que perdura a través de los días, de las caras que faltan, de la rutina truncada.

     Afuera es más fácil. Afuera parece que no pasó nada, o que pasó y que ya no, que es casi decir lo mismo. Las escuelas y las universidades están libres de evacuados y las clases repiten su automatismo de vilcapugios, de reglas de tres simple, de aplazos y recreos, de cuántas materias rindo en el próximo llamado. En los trabajos y en las esquinas se habla del tema del día que sólo de vez en cuando coincide con el tema de los días de los que fueron las víctimas del agua que dejaron entrar, de los que perdieron casi todo. En las avenidas, los semáforos sincronizan su onda verde y el tiempo corre al ritmo de los cambios de colores y de los autos que pasan y pasan. Afuera es más fácil, afuera parece que ya no pasa nada.

     Los barrios que estuvieron bajo el agua ya son apenas otro paisaje urbano como tantos, con gente que va y viene, con paredes que se llenaron de carteles que decían vote a tal o vote a cual, con guardapolvos blancos y bicicletas y autos y silbidos. El pasado podría subrayarse en una foto: este barrio estuvo bajo agua, diría en el epígrafe. Pero el presente insiste. La gente habla y cuando habla llora, despierta de sueños en los que entra el agua del Salado, busca y no ve lo que era suyo.

     Y es como si el agua se siguiera llevando las cosas, todavía.

Mercedes

     El barrio es un barrio de casitas bajas. Ahora que uno se fija en esas cosas, se nota bien cómo baja el pavimento desde Avenida Freyre en esas primeras cuadras para el lado del oeste. Es un poco, nada más que un poco, un ángulo que antes de la inundación pasaba desapercibido, pero que en esas pocas cuadras hace la diferencia de tres metros que alcanza para cubrir las casas, para taparlas de agua.

     Por lo demás es un barrio como tantos. Allá vive un señor que es contador y su señora que cose, y a veces también están los chicos, que estudian medicina uno y ciencias económicas el otro.
El de más allá es profesor de educación física y el señor aquel es jubilado del ferrocarril. Hay una Maruca y una Pili que charlan en la puerta y chicos que juegan, como en cualquier barrio. En la casa de alto vive Mercedes.

     Ella se ríe y sus compañeros de trabajo pudieron llegar a sorprenderse de que al volver, después del agua, mostrara fotos sacadas en el bunker de la planta alta de su casa, fotos en las que chicos y grandes hacían morisquetas a la cámara como si se tratara de fotos de una fiesta. Pueden llegar a sorprenderse de que recomiende que para los jazmines nada mejor que el agua del Salado, de que cuente a quien quiera escuchar que uno de ellos volvió a crecer con todo, uno solo dice, porque los otros dos se fueron con el agua, y yo anoto que de los jazmines y de todas las cosas dirá se fueron, no como si el agua las hubiera llevado, sino como si su ausencia resultara de una vocación, de una decisión tomada por las propias cosas.

     Ella se ríe, y saluda excesivamente a todos, y hace bromas, pero ni bien le propongo hacerle una nota sobre la inundación ella se quiebra y ya no puede decir lo que quiere decir, como si no hubiera palabras.

     Lo que más bronca me da, me dice, pero no termina, y la frase se rearma entre las lágrimas. Con que públicamente hubieran dicho disculpen, por lo menos, pero ni eso, dice, y yo intuyo que habla del gobierno que sigue echándole la culpa a la maldita naturaleza y a sus descontroles, que sigue diciendo que el problema fue el record de lluvias, nada más que eso.

Luisa

     Villa del Parque es un barrio distinto al barrio de casitas bajas de Mercedes. Las calles son de tierra, las casas son más pobres, los zanjones - uno a cada lado - desdibujan el paisaje urbano, la obra en construcción de un desagüe, que interrumpe la calle, antes que una promesa es una invitación a un nuevo miedo, porque si llega a llover ahora no se sabe. Y nadie sabe, porque todos quedaron asustados.

     Luisa me presenta su casa que tiene en el frente un pequeño almacencito. Me presenta a su familia y se queda callada y esperando. Se que no me va a tutear aunque le insista y entonces ni siquiera se lo pido. Se que el diálogo, al principio,
va a versar sobre el pasado por la sencilla razón de que ese pasado es el presente, por eso cuando hago un comentario sobre el tamaño de la pantalla del televisor que está encendido, ella ya comenta que fue lo único que lograron salvar, que su marido lo sacó con el agua hasta la cintura. Y es así que ella ya está hablando de ese día, que al fin y al cabo, todavía es este día.

     Y me cuenta que en esa pantalla vio, la noche de ese lunes, las imágenes que hoy - a seis meses - los noticieros repiten y repiten, me cuenta que pensó lo que debe estar pasando ahí sin imaginarse que en su barrio iba a pasar lo mismo al otro día a eso a las diez de la mañana.

     Y me cuenta que estaba trabajando y que las chicas decían que no iba a pasar nada, que iba a ser como todas las otras veces, pero que ella estaba intranquila y que algo presentía. Y que después estuvieron autoevacuados en la casa de una consuegra a la que no le había llegado el agua, y que antes había salido de arriba del techo más o menos a las cuatro y media.

     Y me cuenta cómo fue que salió su hija, que la vino a sacar un cuñado que consiguió una canoa porque los botes volvían repletos con gente que traían "de más al fondo" y que a la más chica la había mandado a la casa de un ex vecino que vivía del otro lado del parque porque no tenía noción de lo del otro lado, no tenía noción de que ahí también había agua.

     Y me cuenta que cuando volvieron encontraron una desolación terrible, y que encontraron la mugre, y la pudrición, y el barro, y todo así tirado. Lo poco que tenían todo así tirado, destruido.

     Y todavía habla de ahora y por eso lo que dice es una pelea en contra de las lágrimas. Todavía está hablando de hoy cuando comenta que después fue sacar todo lo que había sido suyo para tirarlo ahí afuera, cuando dice que venir todos esos días que venía a limpiar era encontrarse con todo eso ahí tirado, con todo eso que había sido suyo.

Mercedes

     Tuve que volver diecinueve años atrás en mi vida. Ahora de nuevo a convivir con albañiles porque hay que hacer todo de nuevo, y encima, para hacer eso tengo que hipotecar mi casa después de que ellos me la llenaron de mierda. Vos no te imaginás cómo es, todo cambia de lugar, ahora me tengo que levantar más temprano porque las cosas que antes encontrabas así, automáticamente, ahora no es igual. Y decí que yo salvé bastantes cosas porque tengo la planta alta.

     Un pibe del barrio tenía una colección de estampillas y no las quiso tirar. Un día le dijo a la madre ahora me toca a mí, y enterró su colección en el patio de su casa. Yo lo entiendo, no sabés la pena que me dio tirar los cuadernos de mis chicos, por ejemplo.

     Yo digo, con que públicamente hubieran dicho disculpen, pero nada. La gente que no estuvo inundada, los amigos, los que ayudaron, esos te llaman por teléfono para ver cómo estás. ¿Qué te pueden dar? Es gente como vos, pero te llaman. Lo que hacen es una falta de respeto también a esa gente.

     En el barrio, ahora nos saludamos más con los vecinos. Tuvimos más tiempo para conocernos con la gente con la que nos encontrábamos en el embarcadero. Pero está todo mal, especialmente los viejos, vos ves demencia senil acelerada.

     Unas vecinas hablaban el otro día y una le decía a la otra que Don Juan todavía está buscando el lavarropas, pero qué querés, Don Juan se suicidó hace unos días y ellas dicen eso. Es demencia senil, pobres. La que decía eso antes tenía a su perra y a sus plantas, y sus plantas no están más y la perra se le murió en los brazos.

     Don Juan era una institución en el barrio. Siempre que pasaba les decía algo a las viejas, pero el tipo ya se estaba viniendo abajo. Los hijos hicieron de todo y le estaban dejando linda la casita, como podían, porque ellos eran comerciantes inundados, imaginate, ella tenía una peluquería que quedó abajo del agua, pero le fueron arreglando la casita y se la estaban dejando linda.

     Dicen que Don Juan iba haciendo una lista de lo que le faltaba, porque claro, la casa estaba quedando bien, pero no estaba el lavarropas y él tenía su organización de viudo con su lavarropas. Y no tenía el galponcito, ni sus herramientas, todo eso. Así que se ahorcó, dejó todos los documentos y la plata acomodados sobre la mesita de luz, se colgó de un tirante y se ahorcó. Y eso fue hace unos días, hace apenas unos días.

     Y después escuchás como estos tipos lo quieren minimizar, como si hubiera sido nada más que entró el agua y que después se fue, como si hubiera sido nada más que eso.

Luisa

     Lo nuestro nos costó. Teníamos algo hecho y de pronto no tenemos nada y tener que volver a empezar hasta con el negocio es como.... ya no tenemos más ni plata como para empezar eso, tuvimos que pedir prestado un freezer porque los que teníamos quedaron en el agua.

     Nos costó. Para poder recuperar las cosas nos tuvimos que ir metiendo en cuotas, porque no teníamos esperanza de nada, y lo poco que nos dieron no nos alcanzó. Y si nos alcanzó a lo mejor para un mueble, nos faltaba para el lavarropas que se fue, o para el secarropas que quedó abajo del agua.

     Porque quedó todo tirado, como ser la ropa quedó toda en bolsas y teníamos todo desparramado. Nos cuesta ahora seguir toda esta vida. Vemos que por ahí había cosas que teníamos y que ahora ya no las tenemos, como los recuerdos. Nosotros teníamos muchos recuerdos y eso es lo peor. Nosotros tenemos unos de los chicos, el mas chico que tiene 22 años, él empezó a jugar al fútbol a los 7 años. Teníamos fotos desde que él empezó. Los trofeos, todo eso, todo se arruinó. Sabés la cantidad de cosas, fotos de cumpleaños de quince, todo.

     Aparte del sacrificio que uno hizo para tener su casa, para poderla tener más o menos, y algún día poderle sacar un provecho de algo. Quisimos poner la escritura para darle de garantía a uno de los chicos para que alquilara y no sirve, después de la inundación no sirve, porque es zona inundable. ¿Qué podemos hacer ahora?

     Son las cosas que uno siente. Tener que salir a mendigar cosas, que uno a lo mejor lo tenía. Tenía poco, pero era de uno, y después tener que salir a pedir. Estábamos construyendo esta casa, lo que se podía. El cielorraso que habíamos hecho, el de la pieza de la nena, se arruinó todo. El agua tapó toda la casa, medio metro arriba.

     Aparte no somos nosotros solos los afectados. Fueron los hijos, porque uno vive ahí atrás, la otra de las chicas vive en Barranquitas, la otra vive allá en el norte, la otra allá en el Hipódromo, así que en la familia somos todos afectados, no somos nosotros solos.

     En el barrio la gente está mucho más amigable, ahora busca conversar, pero viven asustados. Porque ahora escuchan la campana de la iglesia y piensan que se está llenando de agua. Esa es la sensación que tiene la gente. Vive rogando para que no llueva, porque la gente tiene miedo, y está continuamente mirando televisión para ver que es lo que dicen, si sube el agua, si baja el agua, están a la expectativa.

     Y ahora, a quién podés echarle la culpa? Ahora ya está todo hecho, a quién le podés echar la culpa, si ellos mismos dijeron que ellos no tienen la culpa.....no sé. Ahora ya no hay de qué quejarse, ya está. Uno mismo que trabaja en la salud, a uno le exigen que les cuide la salud a los demás y ellos no nos cuidaron la nuestra.

     En el dispensario es mucha la gente que busca sicólogos y no hay. La gente grande, pregunta muchísimo por los sicólogos. Yo me acuesto un ratito a la siesta, es una hora que yo duermo, pero estoy soñando con que se me caen los chicos al agua, con que van por algún lado y tienen agua alrededor.

     La verdad es que eso no es normal.

¬ Página Anterior Ir a la Portada Página Siguiente ®