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El ghetto más grande

Por Miguel Espinaco

     La comparación salta a la vista, calza como anillo al dedo y sirve solícita a todas las explicaciones posibles.

     Debe ser por eso que alcanza con juntar en cualquier buscador de la web las palabras israel, palestina, muro y ghetto para descubrir cuantas veces el inevitable paralelo es utilizado para describir lo que está pasando hoy en Cisjordania, para devolver como un cachetazo las palabras-símbolo, para sorprenderse de que la víctima se haya convertido en victimario, en repetidor de los viejos castigos, para preguntarse también, para llenarse de por qués, para interrogarse hasta cansarse sobre las razones por las que apenas un puñado de
décadas después se repiten las palabras muro y ghetto aunque el escenario se haya mudado de Varsovia a Palestina y los actores hayan mutado las máscaras.

     "Vallas electrificadas, alambre de espino, focos de alto poder, sensores de última generación, fosos, trincheras, torreones de vigilancia, perros adiestrados y toneladas de concreto acentúan el ghetto en el que se ha convertido Palestina." escribe Juan Agullo de la Pastoral social de Panamá, mientras que la revista Clase contra Clase habla del "ghetto de Cisjordania" y La Jornada Virtual de Mexico de "un mega ghetto".

     Israel Shamir, un periodista israelí de origen ruso, dice para afirmar el mismo parangón: "estuvimos en contra del ghetto, cuando nosotros fuimos acorralados en él. Hoy en día, hasta el diario judío más liberal llama a establecer un par de ghettos de gentiles cercados con alambre de púas". Y Norman Filkenstein se apoya en los dichos de Baruch Kimmerling, un sociólogo de la Universidad Hebrea, que había descrito a Gaza como "el mayor campo de concentración que jamás haya existido", para afirmar que "Cisjordania, ligeramente por debajo de Gaza en esta escala de barbaridades, ocupará el primer puesto, con todos los honores, en cuanto el muro esté terminado".

     Para el escritor portugués José Saramago, esa barrera "nos obliga a recordar los ghettos" en los que eran obligados a vivir los judíos durante el régimen nazi. "Israel está haciendo perder el capital de compasión, de admiración y de respeto que el pueblo judío merecía por los sufrimientos por los que pasó. Ya no son dignos de ese capital".

     Es así. La comparación calza como anillo al dedo a todas las explicaciones que quieran intentarse para la trágica recurrencia del aislamiento, la represión y la muerte, simbolizadas en los muros de ahora y de antes. Quizás muchos, como Saramago, no puedan escapar a la tentación de agrupar en un mismo conjunto a los asesinados de antes con los asesinos de ahora - a los que en Varsovia eran los encerrados con los que ahora en Palestina son los encerradores - igualándolos con una especie vara racial, por el hecho de que los unos y los otros son el mismo pueblo.

     Otros tantos - puede ser - afirmarán que así es el hombre, que la repetición demuestra que estamos condenados por alguna suerte de estigma genético o divino a invadirnos los unos a los otros, a matarnos siempre, a encerrarnos en ghettos, a participar eternamente en una carrera delirante sin objetivo definido en la que siempre unos, más fuertes, dominarán a otros que, con menos fortuna, están condenados a quedarse inevitablemente del otro lado del muro.

     Sin embargo, bien vale recordar que el muro es solamente un paso más en la escalada que ya lleva muchos años, un dato más de la ocupación violenta que viene desarrollándose ya hace mucho tiempo en Palestina, una ocupación que - igual que la que hicieron los ejércitos de Hitler - reconoce causas bien materiales, intereses que pueden sumarse con calculadoras, negocios que están muy distanciados de cualquier violencia que pueda anotarse en la cuenta de una supuesta bestialidad genética de la raza humana o en las más místicas construcciones de la "maldad", pensada en términos de dioses y demonios.

     Bien visto, el muro es apenas concretización de lo preexistente en los dos sentidos que puede asumir esa palabra en este contexto. Concretización, porque hace menos virtual la política de asentamientos que el Estado Israelí venía llevando adelante, dibuja claramente en los mapas las líneas de invasión y ocupación con una marca visible. Y concretización también, porque erige en cemento la marca del disciplinamiento que se le impone a la rebelión palestina,

La vida cotidiana

     El muro es más que un problema macropolítico. La vida diaria de miles de personas ha sido y será afectada por su construcción que en sus primeros 145 kilómetros "ha significado el cierre de vías, la pérdida de más de cien mil olivos, la destrucción de casas, comercios y escuelas, la pérdida de acceso a tierras para cultivo, sitios de trabajo y servicios de salud, y el aumento dramático de la dependencia de la población aislada de la ayuda humanitaria".

     Maa'rouf Zahran, alcalde de la ciudad autónoma de Qalquilia, relata que "todos nos vemos afectados. El desempleo ha subido hasta casi el 70%. El 80% recibe en estos momentos paquetes de comida de las instituciones internacionales: la UNRWA, el Comité Internacional de la Cruz Roja, o las organizaciones de caridad islámicas. Esta situación insostenible ha provocado que 3.000 familias se fueran, bien a otras ciudades o a los pueblos de alrededor. Por cierto, el estar rodeados por los cuatro costados (salvo una puerta de 8 metros de ancho para que entremos y salgamos) hace que las distancias entre la ciudad y los pueblos se haya multiplicado. Por ejemplo, antes se tardaban 5 minutos en ir de Qalquilia a Habla (pequeña localidad rural situada al suroeste). Ahora es más de media hora de rodeo para llegar hasta el control militar de entrada, donde siempre estamos sujetos a la arbitrariedad del soldado de turno para que nos deje o no pasar."

     Yamal Hasukah alcalde del pueblo de Zeita situado en el distrito de Tulkarem, opina que ya era bastante con que les hayan quitado la tierra "de una forma que no hicieron ni los británicos ni los jordanos, que también ocuparon nuestras tierras. Aunque a mí me han quitado sólo una parte de la tierra, también me han roto las tuberías de agua para regar y los cables de conexión a la red eléctrica. Y ahora me dicen que no los puedo pasar ni por arriba ni por abajo. Entonces ¿quién me paga a mí un generador eléctrico?"

     Nidal Sheikh Ahmed, administrativo del ayuntamiento de Qalquilia cuenta por su parte, que "para que los colonos tengan acceso, el Ejército ha encerrado a tres pueblos palestinos -Ras Tira, Da'aba y Wadi Rasha- con un sistema de doble verja. Así, nosotros quedamos atrapados en cárceles construidas en nuestro propio territorio".

a la resistencia de los que buscan no ser expulsados de sus tierras, a los que quieren no seguir siendo ciudadanos de segunda en su país expropiado.

     Y lo preexistente - la prehistoria del Muro - es igual que en el Nazismo la vieja lógica del capital y de la ganancia, el robo del trabajo ajeno, la concentración de los recursos naturales en las voraces garras de los dueños del poder y del dinero, la necesidad de extender el territorio de explotación para sostener la rentabilidad y la necesidad consecuente de domesticar, de disciplinar a los asaltados para que se dejen robar dócilmente.

La prehistoria del Muro

     La discusión sobre los dos estados que convivirían en paz en algún futuro probable o imaginado ha ayudado a generar el mito de las dos naciones, cada cual con su territorio y sin molestarse mutuamente. Visto así, el asunto se limitaría a una disputa limítrofe, lo cual está muy lejos de ser cierto.

     La verdad es que el Muro atraviesa las tierras que siempre fueron de la Nación Palestina, porque en esas tierras fue enclavado un estado artificial llamado Israel. Para erigirlo allí, los habitantes Palestinos fueron expulsados en sucesivas etapas. El muro, entonces, no constituye el primer empujón de palestinos hacia espacios cada vez más constreñidos, en todo caso sí, es el más nítido empujón, el que más claramente se dibuja ante el mundo con su imagen terrible.

     La primera gran oleada de desplazados y refugiados palestinos se produjo como consecuencia de la guerra de 1948. En 1949, la Comisión de Conciliación de las Naciones Unidas, ya daba la cifra de 726.000 desplazados. En 1950, los palestinos sostenían que los desplazados por la guerra, alcanzaban 957.000 y el Gobierno de Israel reconocía un número de 520.000. Aunque esta última cifra fuera la verdadera, no cabe duda de que hablamos de mucha gente.

     La guerra de los seis días, en 1967, se convirtió en una nueva y bestial fábrica de refugiados, por lo cual en 1995 la cifra oficial alcanzaba a 3.172.641 personas, casi toda la población de la ciudad de Buenos Aires. Y a este número escalofriante correspondería sumarle todavía a los refugiados del interior, a los descendientes de la población palestina autóctona que no se fue y que constituye la quinta parte de la población de Israel, pobladores convertidos en verdaderos kelpers, sin derecho a nada, gente condenada a malvivir en los llamados poblados refugio en los que los servicios públicos no existen.

     El plan de instalar el estado de Israel con el rol de estado gendarme fue iniciado por una empresa inglesa a principios del siglo XX. La segunda guerra mundial, con el telón de fondo del terrible genocidio nazi, proveyó la excusa perfecta, la mascarada para que el darle tierras al pueblo sin tierras tuviera careta de ideal humanitario pero, pequeño detalle, las tierras que se le daban eran tierras que tenían ya un pueblo, entonces - como decíamos - había que echarlo. Y había que echarlo, porque más allá de la charlatanería democrática, el estado de Israel fue pensado como un estado confesional y por ende, como un estado racista.

     El 14 de mayo de 1948, durante la declaración de la independencia de Israel, Ben Gurión proclamó que el nuevo estado "garantizará la más completa igualdad social y política a todos sus habitantes, sin distinción de religión, de raza, o de sexo". Sin embargo, la declaración de la independencia estaba situada bajo el estigma del estado judío, objetivo central del movimiento sionista mundial. No era simplemente el estado de Israel el que se proclamaba, sino "un estado judío en tierra de Israel que llevará el nombre de Estado de Israel" y que "estará abierto a la inmigración judía y a los judíos que vengan de todos los países por los que estén dispersos".

     Gilbert Achar, maestro de conferencias asociado en la Universidad de París, analiza este aspecto que casi todos insisten en olvidar y sostiene que "la contradicción entre el igualitarismo esgrimido y la discriminación implícita era inherente al proyecto sionista de colonización, al establecerse sobre un territorio ya habitado por una población no judía". Maxime Rodinson llega todavía más lejos: "querer crear en el siglo XX - dice - un estado puramente judío o con dominio judío en la Palestina árabe, solo podía llevar a una situación de tipo colonial en el desarrollo (totalmente normal, sociológicamente hablando) de un estado de espíritu racista y, al final, a un enfrentamiento militar entre las dos etnias".

     Es así, que siempre aparece como traba en las negociaciones de paz el pedido al Estado de Israel de que "proponga una solución justa al problema de los refugiados palestinos, para llegar a un acuerdo conforme con la resolución 194 de la Asamblea General de la ONU" que es justamente, la que establece el derecho al retorno. Emanuel Nachshon, portavoz de la Cancillería Israelí, respondía sin eufemismos a este planteo: "el plan es inaceptable en su formulación actual, ya que conduciría a la destrucción del estado de Israel. No podemos aceptar el derecho al retorno, eso supondría dos estados palestinos".

     Las palabras de Emanuel Nachshon muestran el conflicto con total claridad: si se aceptara que los expulsados tengan el derecho elemental de volver a sus tierras se alteraría el equilibrio demográfico y el Estado israelí desaparecería como tal, porque desaparecería su razón de ser como estado confesional, o sea como estado racista.

Un desvío en la hoja de ruta

     "Bordeado a ambos lados por zanjas de cuatro metros de profundidad, fortificado a intervalos regulares con torres de vigilancia, y techado con alambrada de espinas, esta gigantesca barricada, cuya tercera parte ya ha sido terminada, se extenderá a lo largo de 347 km. - el doble de la longitud que tenía el muro de Berlín - y se internará profundamente en Cisjordania, provocando el caos entre los palestinos que se verán atrapados entre el muro y la "línea verde" (la frontera israelí antes de junio de 1967). El resultado será, probablemente, la anexión de facto del 10% del territorio de Cisjordania y la expulsión de sus habitantes, por un lado, y por otro, el aislamiento de Jerusalén Este y de los cerca de trescientos mil palestinos que allí viven (el 14% de la población de Cisjordania). A juzgar por recientes declaraciones israelíes, el muro acabará constriñendo a los palestinos en algo menos de la mitad del territorio real de Cisjordania. Será entonces cuando Sharon, con las bendiciones de los EE.UU, decidirá llegado el momento de bautizar esa porción de terreno con el nombre de "Estado" Palestino. En la iniciativa de la Administración Bush conocida como "Hoja de Ruta" no hay ninguna referencia al muro, ni tan siquiera una solicitud para que se interrumpa su construcción." relata Norman Filkenstein, un norteamericano judío experto en Oriente Próximo, que ha realizado muchos viajes a la Palestina ocupada. En una entrevista publicada por el diario El Mundo de España, agrega: "el muro, como defienden los israelíes, no es para mantener la seguridad. Es una nueva delimitación de la frontera con Cisjordania."

     Silvan Shalom, canciller israelí afirma que "la única forma de mantener el proceso de paz es construir esa valla de seguridad. No habrá proceso de paz mientras haya terrorismo. Es una valla de seguridad, no una valla política", pero el argumento suena verdaderamente insostenible, porque el muro no se está construyendo sobre la Línea Verde sino más al Este, con lo cual quedará dentro del cerco un 10% del territorio cisjordano. La seguridad, en todo caso, será para los colonos que habitan los asentamientos ilegales que Israel ha venido promoviendo como parte de su política de faits accomplits que utiliza continuamente con el objetivo de posicionarse mejor en las futuras negociaciones. En un informe elaborado por las Naciones Unidas y presentado en la Comisión para los Derechos Humanos, también se afirma que el muro "se está utilizando para expandir el territorio de Israel".

     "Esta muralla de separación no separa a los israelíes y palestinos. Separa a los palestinos de los palestinos. Anexa a 300.000 palestinos a Israel", decía el negociador palestino Saeb Erekat, quien opina además que se trata de "una gran apropiación de tierras y no de una valla de seguridad. La continuación de la construcción de la barrera socavará la visión del presidente Bush de la hoja de ruta y el proceso de paz". Sin embargo, este punto de vista que puede considerarse optimista sobre las intenciones de Bush y de su hoja de ruta, es relativizado por Víctor de Currea-Lugo - médico cirujano, integrante de la Cruz Roja Española y portavoz de la campaña stop the wall en España - que escribió para Radio Nederland que "el muro no contradice la Hoja de ruta sino que la integra: un proceso de paz así busca disminuir las tensiones, deslegitimar la Intifada, justificar nuevas medidas de control, y seguir adelante con el muro mientras la comunidad internacional cae en el engaño de una paz prematura. Incluso, el cumplimiento de la Hoja de ruta llevaría a que en el 2005, no antes, estuviera en la mesa de negociaciones el asunto de las fronteras, para ese momento, ya definidas por el muro. La llamada "Hoja de ruta" sí que constituye una obra de ingeniera política que ha sido además bien vendida".

     Las insistentes declamaciones de los supuestos opositores al muro y su inacción manifiesta, hacen pensar que esta forma de ver al muro como parte del proceso de la hoja de ruta y no como su antítesis, es la más acertada.

     Hablar, es cierto, se ha hablado mucho. En una declaración del Consejo de Asociación en Bruselas, la Unión Europea pidió a Israel que "detenga y desmantele
la construcción de la llamada valla de seguridad dentro de los territorios palestinos ocupados, incluyendo dentro y alrededor de Jerusalén"
, ya que esta construcción estaría "en contradicción con la legislación internacional". El Papa "reprobó" la construcción de un muro entre los pueblos israelí y palestino. Las Asamblea General de las Naciones Unidas pidió a Israel que "detenga y vuelva atrás" la construcción del muro y denuncia que la valla "se desvía de la línea de armisticio de 1949 y contradice las estipulaciones de la ley internacional". Solo cuatro países -EE.UU., Israel, Micronesia y las Islas Marshall- votaron contra el texto, mientras 144 votaron a favor y hubo 12 abstenciones. Esta abrumadora mayoría forzó al Primer Ministro Ariel Sharon a denunciar una "mayoría automática" en la ONU y a declarar a modo de soberbia confesión de parte: "el mundo entero está contra nosotros y contra EE.UU. y estoy orgulloso de estar al lado de los norteamericanos".

     Decirse, es cierto, se ha dicho mucho. Sin embargo, la inmunidad internacional con la que cuenta el estado Israelí, que viola resoluciones del Consejo de Seguridad en cantidades industriales y que desoye las críticas del "mundo entero", que a pesar de ello nunca es ni embargada ni mucho menos atacada por los misiles de la "comunidad internacional", dibuja un escenario en el cual la hoja de ruta incluye necesariamente estos "desvíos" que preparan el terreno para que, si la fuerza de las luchas y de la historia impone - llegado el caso - la "concesión" de un estado palestino, ese eventual estado sea casi nada, sea apenas lo que quede después de la política de hechos consumados que aplica el estado israelí.

¿Un estado o dos estados?

     No es una discusión sencilla. Muchos opinan que la creación de una línea limítrofe entre dos futuros estados - uno judío y otro palestino - podría resultar en una respetable finalización del conflicto. Sin embargo, esta visión pierde de vista el hecho de que no habría forma de resolver el problema del derecho al retorno mientras sobreviva un estado con bases raciales como el israelí. Por otra parte, la actual política del gobierno de Tel Aviv no alienta expectativas sobre la posibilidad de convivencia con los palestinos; toda su "naturaleza" de estado gendarme lo empuja a pisotear inclusive esa perspectiva parcial.

     En este punto del análisis, no es difícil caer en el pesimismo que alienta a Norman Filkenstein cuando declara que cree "que el conflicto entre árabes y palestinos sólo puede empeorar". Esta visión lineal a la que invita la terrible situación actual, podría relativizarse preguntándose qué se habría respondido durante los años del terrible genocidio nazi, final y felizmente superados.

     Posiblemente más ajustada - en tanto ofrece perspectivas alternativas - sea la visión que expone Emilio Guerrero en su nota "Peligro de guerra en el camino de Damasco" publicada por la revista Nuevo Rumbo número 8. Para Guerrero, se trata de "un caso típico de rechazo orgánico a la prótesis imperialista" y la guerra "que sufren la nación palestina y los habitantes dentro del Estado de Israel tiene dos soluciones mutuamente excluyentes: la derrota total del movimiento palestino o la eliminación del Estado israelí. Entre ambas salidas históricas, se mueven los "planes de paz".

     Es evidente que esta disyuntiva histórica se resolverá en las luchas que se desarrollan a cada momento en tierras palestinas y en el marco más general de las luchas mundiales, porque la sobrevivencia del capitalismo y del subsecuente imperialismo, se convierte en un escollo firme para cualquier solución justa.

     Mientras tanto, el papel del pueblo israelí en este debate y en esta lucha, alcanza una dimensión central. Los sectores pacifistas, los que se escandalizan con razón de que el ejército israelí juegue hoy el repudiado papel de los nazis, los que repudian los asentamientos y los muros, los que pregonan la convivencia pacífica con el pueblo palestino, no pueden seguir defendiendo la existencia de este estado racial pensado como "un estado judío en tierra de Israel....abierto a la inmigración judía" y cerrado, por lo tanto, a los palestinos que fueron expulsados de las que eran sus casas y sus tierras.

     Porque lo cierto es que, más allá de que la solución resulte en uno o en dos estados, aquellas palabras de la declaración de la independencia, que prometían que el naciente Estado de Israel "garantizaría la más completa igualdad social y política a todos sus habitantes, sin distinción de religión, de raza, o de sexo" no podrán cumplirse mientras sobreviva el Estado de Israel como estado confesional y por ello, como estado discriminador e inevitablemente violento.

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