Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve y ese balde azul que ya no resiste el chorro que antes era gotera se está rebalsando.
- La puta que llueve. Dice Horacles y prende un cigarrillo detrás del que acaba de tirar transformado en pucho exactamente en el centro del balde azul transformado en vaso comunicante.
- Sin querer pecar de gay, me atrevo a sugerirle que dé cuenta de ese techo. Le digo, haciéndome el chistoso.
La mirada que Horacles me asestó no necesitaba de palabras pero las dijo igual.
- Que hay con los putos, infame.
- Nada, no tengo nada con los putos ni en contra de ellos, pretendía ser gracioso nada más.
- Usted no es gracioso Seguro, usted es patético.
Sabía que acto seguido me castigaría con un prolongado e incómodo silencio y esta vez el silencio fue tan prolongado que cuando paró de llover yo tenía el agua a la altura de los talones pero no me atreví a emitir palabra.
- Usted sabe pero debería pensar en lo que sabe e intentar descubrir lo que significa. Todo eso que tiene en el marulo está lleno de significantes, de los cuales usted solo tiene una ligera sospecha. Ser puto es muy griego, muy renacentista, muy dosmilcuatro. Ser puto en este país de homofóbicos es un karma que pocos aguantan sin manejar la posibilidad del suicidio o el heterosexualismo a ultranza, Bonnelli incluido.
Para ser puto en este país hay que ser muy macho. Lo pienso pero no lo digo, el horno no está para bollos, Horacles está embalado y temo que me agarre a trompadas en cualquier momento.
- Piense en Juan Castro que no resistió verse convertido en una rara mezcla de Polino y el Ova Sabatini. Piense que a los griegos ni se les pasaba por la cabeza decirle puto a Sócrates, piense en eso pero no piense en la roma que los judíos detestaban, piense que el dogma católico tiene al homosexualismo entre sus pecados mortales. Piense en los sabios homosexuales que quemó la inquisición. Piense en los milicos que son todos putos y lo ocultan los muy cobardes.
Más malo que puto solo, pienso avergonzado y me da risa, entonces me tuve que ir, en realidad, mientras reía Horacles me miró de nuevo y me dijo, - Tomatelás.
Esa noche no dormí. Al día siguiente escuché que a Juan Castro le mandaron un cura al hospital. Pensé y sospeché que entendía.
Si Horacles lo dice.
Libertad a Seguro