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Las elecciones según Pablo Por Javier González Las elecciones son todo un tema. Para los partidos que sostienen al sistema de explotación, las elecciones son una fiesta. Fiesta del engaño, festival de guita que se gasta en costosos segundos de publicidad televisiva, radial y callejera. Millones de pesos aportados por anónimos empresarios dispuestos a hacer un esfuercito económico apostando por tal o cual candidato, con la vista siempre puesta en la cosecha futura. Millones de pesos, el combustible que echa a andar la maquinaria del engaño, cuyos engranajes trabajan aceitados a fin de convencernos de que cuando ponemos el voto estamos eligiendo. Pero no elegimos, sino que nos limitamos a seleccionar -como si se tratara de un muestrario de pintura- sólo los colores disponibles, los colores de moda o los menos feos. Para los partidos que promueven reformas más o menos importantes al sistema, las elecciones significan siempre una oportunidad de meter 1 o 2 diputados, 1 o 2 concejales, o incluso pelear una gobernación o una intendencia. Pelear desde adentro, dicen. Hay que introducirse en las mismas entrañas del enemigo para, desde allí, acabar con él. Sin darse cuenta que cuando se está mucho tiempo entre la mierda, se termina oliendo a mierda y ya no existen diferencias para el que mira desde afuera. Para los partidos revolucionarios, las elecciones son una discusión interminable; una duda siempre vigente; un termómetro que sólo sirve para medir el grado de conciencia de la clase obrera en un determinado momento histórico. "La historia se fija siempre en la anécdota más sencilla, la menos relevante" nos dice uno de los autores de "Hay un positivo". Y la historia de Pablo está signada por las anécdotas. El día de las elecciones, Pablo se levantó temprano pero no desayunó en silencio -como decía la canción- sino más bien en forma bastante ruidosa. La alegría de Pablo era manifiesta. La Argentina salía de la oscura tormenta de la dictadura genocida y el futuro parecía dar señales claras de que con la democracia nos íbamos a poder educar, curar y que por fin muchos -ya por ese entonces eran muchos- iban a poder comer. Hasta cerca de las 8:00 hs todo aparecía muy claro para Pablo: los problemas de la Provincia y del país se iban a resolver si poníamos el voto radical en las delgadas urnas democráticas. Pero las certezas de Pablo iban a chocarse con las certezas de otros que, en la larga fila formada delante del cuarto oscuro, aprovechaban los últimos minutos para militar el voto. Y la duda se hizo carne. Porque cuando Pablo le comentó a su compañero de fila que iba a votar por los radicales, éste se sonrió, lo miró con la cara de los que saben y le dijo que no, que estaba equivocado, que los radicales eran un desastre, que acá tenía que ganar el pueblo, que el partido del pueblo y de los que laburan era el peronismo y que si votaba por Vernet y por el Tomás Camilo, los frutos iban a verse enseguida. Y Pablo se convenció. Votó por Vernet y festejó contento el triunfo. Pero si las esperanzas tardan en caerse, los puentes no, y aquel lluvioso día, Pablo se encontró llorando junto a muchos curiosos que venían de los cuatro puntos cardinales de la ciudad para ver los humeantes "fierros" del puente colgante hundirse en la laguna. "La próxima vez será diferente", se dijo el desilusionado Pablo. El día de las elecciones, Pablo se fue temprano para cumplimentar con sus deberes cívicos. Estaba convencido: los radicales iban a cambiar el rumbo de la provincia. Pero cuando lo comentó en la cola, un tipo que le resultaba conocido le sonrió y le dijo que no, que estaba equivocado, que los radicales eran un desastre, que acá tenía que ganar el pueblo, que el partido del pueblo y de los que laburan era el peronismo y que si votaba por Reviglio y por el bataráz Martínez, los frutos iban a verse enseguida. Y Pablo se convenció. Votó por Reviglio y festejó contento el triunfo. Pero si las tristezas tardan en desaparecer, los juguetes de Vanrrell, los depósitos del Banco Provincial y los restos del puente colgante, no. Y Pablo, el desilusionado Pablo, dijo: "ahora sí, la próxima vez voto por los radicales y ni las lágrimas de Vanrrell van a hacerme cambiar de opinión". Y las lágrimas de Vanrrell realmente no cambiaron la opinión, pero la Ley de lemas -creada por peronistas y radicales- sí. Porque si hasta ese entonces las leyes electorales favorecían el acceso al gobierno de los partidos patronales, a partir de la ley de lemas se consolidaron el robo, el engaño y la permanencia de los corruptos negocios del estado. El día de las elecciones el que sonreía era Pablo que se encontró con una cara conocida en la larga cola para votar. Esta vez supo quien era y lo recibió con un chiste: -¿Sabés cómo le dicen a Uds. los peronistas? El otro apenas insinuó una mueca. -Pollo al spiedo!, porque están quemados hasta el peperucho y siguen dando vueltas. No!, le dijo su interlocutor. Y con la cara que ponen los que saben le respondió: "Reutemann es distinto. Reutemann no va a robar porque tiene plata. Tiene campos. Siembra soja y soja es alimento para el futuro". Y Pablo dudó, pero se convenció: ¿quién si no un empresario puede sacarnos de la debacle en la que estamos? Y la ley de lemas permitió el 1-2. Pero esta vez el cartel indicador no señalaba 1° Alan Jones, 2° Reutemann, sino primero Reutemann, después Obeid. El Lole conseguía en política lo que la Fórmula 1 y Frank Williams le habían negado. Pero si los piojos tardan en desaparecer por más permetrina al 1% que uno se eche en el marulo, el Banco Provincial, la Dipos y la vida de los luchadores sociales, no. Como tampoco tardaron en desaparecer las fotos, los libros, los muebles y la cotidianeidad de miles de santafesinos bajo las aguas del Salado. Pablo tiene hoy 58 años y durante su corta o larga vida pudo conocer la tortura, que aparece cuando la Tradición, la Patria y la Familia se unen para gobernar; y pudo darse cuenta que el partido del pueblo y los laburantes es en realidad el partido de la General Motors; que los radicales, los progresistas y los pesepitos, más que un desastre son cómplices; que la ley de lemas es una cagada porque permite que con un 15% de votos y el apoyo de algún empresario adinerado, se gane una elección y se gobierne una provincia; que si se deroga y se vuelve a la ley electoral anterior, corremos el riesgo de favorecer la aparición de los Vernet, los Reviglio, los Usandizagas y los Cachi Martínez; que si se sanciona una nueva ley a lo Alemania, quienes la redactan y quienes se benefician con ella son los mismos de siempre; y que -como dice Galeano- "si entre todos no le damos una patada a esta gran burbuja gris, nos vamos a quedar sentados, mirando como nos matan los sueños". ![]() Opiná sobre esta nota |
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