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El jaguar mítico Por Javier González Chile, es para un sector de la burguesía, el ejemplo a seguir. La supuesta prosperidad económica, su política de "integración" a la economía estadounidense, su aparente carácter de "socio serio y responsable" -tal como lo expresó el presidente "socialista" Lagos-, hace relamerse a los sicarios vernáculos, soñando con la posibilidad de que la Argentina siga el mismo camino. ¿Pero qué cosas encierra esta supuesta prosperidad económica que hace soñar al socialismo de Lagos con una sociedad desarrollada con la cual festejar el bicentenario chileno en el 2010? El fin de la vía pacífica La fracasada experiencia de transición pacífica del capitalismo hacia el socialismo, supuso también el fin del sueño de una sociedad socialista, en los términos en que se concebía por los años 70. El programa político de Salvador Allende fluctuaba en la contradicción reforma o revolución. Según sus seguidores, la política de Allende pretendía ser realista, es decir que sabía -y esto lo puso de manifiesto en más de una oportunidad durante sus discursos presidenciales- que en Chile no se llevaba adelante una revolución socialista, pero sí que las importantes reformas que proponía ubicaban al país en ese camino. En tanto la política actual del presidente Lagos, primer presidente "socialista" después de Allende, es absolutamente pragmática, en el sentido en que la socialdemocracia latinoamericana pareció zanjar las discusiones allá por inicios de los 90: "el socialismo es introducir dentro de una determinada realidad histórica, sólo los cambios posibles". El programa de Allende incluía algunos puntos tendientes a combatir la pobreza mediante planes sociales y de salud, "nacionalización" de la economía, y -fundamentalmente- construir el llamado "poder popular", es decir el involucramiento y la participación del pueblo en el gobierno y el estado popular. Pero su caída durante el trágico 11 de setiembre de 1973 cortó de plano el proceso e inició el camino de lo que algunos definen como la primer economía neoliberal del mundo, anticipándose a la Inglaterra de Margaret Thatcher y a la yanquilandia del afortunadamente fallecido Ronald Reagan. Los objetivos del plan fueron la destrucción de las organizaciones obreras -alejando el peligro de tener "otra Cuba" en América Latina-, el avasallamiento de todas las conquistas sociales, y la imposición de la cultura del miedo, cultura paralizante del "no te metas", destruyendo la memoria colectiva. Para los propiciadores de la mano dura, la realidad "exitosa" del modelo chileno es consecuencia del "orden" impuesto por la dictadura pinochetista. Si bien muchos de ellos, como el mismo Grondona, se ocupan de aclarar que una dictadura no es algo deseable, que en realidad es preferible realizar este camino por vía democrática, lo cierto es que -lectura implícita- nos están diciendo que aquí se necesita un cierto orden, un cierto "disciplinamiento" de la protesta social. El éxito concertado Si bien fue la dictadura militar chilena la encargada de realizar el "trabajo sucio" que necesitaba la burguesía para llevar adelante su plan económico, en realidad, las supuesta bondades del modelo actual son más bien un "logro" de su pseudo-democracia. Los Chicago-boys, que diseñaron la política neoliberal -y que no sólo asesoraban a Pinochet sino también a nuestro Martínez de Hoz-, tuvieron gran éxito en avasallar las conquistas sociales y en concentrar la riqueza en muy pocas manos. Pero, no obstante el apoyo patronal, que decidió dejar de lado sus políticas de desabastecimiento implementadas durante el gobierno de la Unidad Popular, la crisis económica se hizo notable a comienzos de los años 80, llegando a su pico en 1982. El crecimiento promedio de la economía chilena durante los 17 años de dictadura militar, nunca superó el 2,4%, mientras que a partir del gobierno de Aylwin (1990) hasta el pragmático Lagos, este índice ha sido en promedio de 5,8%, llegando incluso al 7% anual. La política de "consenso social" llevada adelante por los sucesivos gobiernos de la Concertación, se planteó de entrada como "la política de lo posible" a la hora de ser concesiva con los trabajadores, pero sumamente "facilitadora" cuando de negocios de la burguesía se trata. Todo en sintonía con la famosa "teoría de la cascada o del derrame" que supone que si le va bien a la burguesía, esto se traslada inmediatamente hacia abajo. "El mito chileno -el jaguar de América Latina- descansa sobre un increíble ritmo de crecimiento entre 1990 y 1997, que alcanzó el 7% anual. Su inflación es sólo de un 3,6%, su déficit presupuestario de menos del 1%, una deuda externa controlada y un crecimiento que se mantiene en 2,2%, el más alto del continente, junto al de Brasil (1,5%) los únicos dos que permanecen positivos", comenta la periodista chilena Nira Reyes Morales. En cuanto a los índices que tienen que ver con la desocupación, el Banco Mundial señala que antes de la crisis de las economías asiáticas, llegaba al 5,3% y que actualmente ronda el 10%, que si bien se encuentra lejos del récord argentino, no es una cifra como para festejar. "Según los parámetros del Banco Mundial la pobreza ha disminuido. Entre los años 1987 y 1998 la extrema pobreza (menos de 1,5 dólares por día) pasó de 13% a 4% y la pobreza (menos de 3 dólares por día) pasó de 40% a 17%. Pero la ausencia de una política de redistribución de ingresos y la falta de medios para tratar el problema de la pobreza en todas sus dimensiones ha provocado el endurecimiento de cierto tipo de pobreza, llamada "pobreza dura". Los últimos indicadores muestran bien la brecha de las desigualdades: el 10% de los hogares más ricos recibe el 41% de los ingresos y el 20% de los hogares más pobres recibe el 3,7% de los ingresos", sigue diciendo Nira Reyes Morales. La llamada "pobreza dura" es aquellas de los llamados "excluidos del sistema" que están condenados a vivir de los planes asistencialistas porque sus posibilidades de salir adelante son nulas en una economía que los expulsa. En este sentido se señala que este tipo de pobreza, si bien es -supuestamente- baja para las economías capitalistas de estos rincones del mundo, resulta "peligrosa" porque se "institucionaliza" y se hace crónica e irreversible. Las supuestas "bondades del modelo" se afirman sobre la fragmentación de la clase obrera, la destrucción de sus organizaciones y la superexplotación de miles de chilenos que sufren hoy las consecuencias: temor, angustia, stress, y -según el sociólogo Tomás Moulian- sometimiento acrítico al modelo. Individualismo crónico y sometimiento La reconversión capitalista iniciada en la década del 70 tuvo en Chile a una de las naciones pioneras en la aplicación del recetario neoliberal. Estas recetas, más allá de buscar recomponer los niveles de ganancia de los capitalistas llevándolo a los índices alcanzados en la posguerra- buscaron también modificar de raíz la estructura económica y social, provocando las consecuentes transformaciones en la cultura y vida cotidiana del conjunto de los trabajadores chilenos. Los cambios en el modo de producción capitalista provocaron la fragmentación, la destrucción de los movimientos y organizaciones sociales y "la individualización de lo social", es decir la imposición de un individualismo que abandona la lucha organizada, la lucha sindical contra la patronal para plantearse en forma aislada, con el convencimiento de que "cada trabajador debe dirigirse en forma individual a su patrón". En otras palabras la pérdida de identidad como clase en función de imponer un individualismo acérrimo que fuera posibilitador de la pérdida acelerada de las conquistas obreras. El auge del "individualismo exitoso", aquel que pretende obtener ventajas personales en desmedro de políticas colectivas, vino de la mano del "involucracionismo", es decir de las políticas destinadas a lograr el involucramiento de los trabajadores en su propia explotación. Eficientismo, colaboracionismo de clase con la supuesta convicción de que "el estado es de todos los chilenos" -en el caso de los trabajadores públicos, o que "la empresa somos todos", en el caso de los trabajadores del sector privado, abandonando la lucha organizada y ayudando a aumentar la propia explotación que permitió a los capitalistas la recomposición de la tasa de ganancia. La caída de la burocracia soviética y la derrota del allendismo favorecieron a un contexto en el cual la incertidumbre permitió la aceptación del llamado "pensamiento único". La necesidad de la burguesía de someter a la luchadora clase obrera chilena, se concretó con políticas de similar tenor a las introducidas en nuestro país por el peronismo: disminución del empleo, lo que facilita a los empresarios realizar una baja generalizada de salarios; privatización de las empresas del estado; dependencia tecnológica; endeudamiento externo; flexibilidad laboral, mediante la suspensión del pago de indemnizaciones, aumento de la jornada laboral y no pago de horas extras; desplazamiento del enfrentamiento patrón-trabajador hacia una lógica de acendrado individualismo en el que un trabajador "debe desconfiar y competir con sus compañeros"; y como señala el economista chileno Juan Radrigán A, "el reemplazo de trabajo masculino por trabajo femenino que, a igual nivel de capacitación, es remunerado con un salario menor". Para el sociólogo chileno Tomás Moulian, Chile -a diferencia de otros países sometidos al experimento neoliberal- no presenta resistencia al modelo. Las fuentes del sometimiento pueden explicarse a partir de comprender que "el chileno medio, ese trabajador precarizado no está estimulado por la vía de mayores ingresos sino por la vía del crédito. Ese trabajador quiere vincularse al mundo del consumo. La única forma de integración es el crédito de consumo; las cinco millones de tarjetas que están dando vueltas. La especulación con el dinero es el verdadero objetivo de las grandes tiendas. Este es un sistema fantástico porque no tienen que subir los salarios y mantienen a la gente usando dinero ficticio para consumir. La tarjeta de crédito de consumo es la carta de ciudadanía de los pobres". La reconstrucción Lamentablemente muchos trabajadores, tanto chilenos, como brasileños o argentinos, han "comprado" este ideario, abandonando una tradición de lucha, sin darse cuenta que por el camino del "involucramiento" y el "colaboracionismo" no hay salida. Juan Radrigán, en un estudio sobre el modelo económico chileno, comenta: "al decir de Franz Hinkelammert (economista y teólogo alemán), estamos cortando la rama del árbol en la que estamos sentados y, por muchas razones, lo hacemos felices". Afortunadamente existen otros muchos trabajadores que, recuperando esa tradición de lucha y hurgando en la memoria colectiva, rompen con el modelo cultural "tinellista" y apuestan a la creación de nuevas herramientas de lucha. Sin dudas que la destrucción de las redes solidarias ha sido grande, pero también, no es menos cierto, que el camino de la reconstrucción se enriquece día a día. En el caso chileno, concluye en una entrevista el sociólogo Tomás Moulian, representante del progresismo trasandino, "el problema es mucho mayor a la existencia de enclaves autoritarios. Aquí el problema es pensar un nuevo país, una nueva constitución, un nuevo contrato social. Lo que Chile requiere es una nueva constitución, un sistema político y económico de nuevo tipo. Lo que hoy tenemos es un remedo de democracia representativa".
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