Y ahí está el pesebre viviente con todo y estrella de belén. San José tiene barba de verdad, María pone su mejor cara de virgen y no le sale. Jesús es un pibe del barrio que llora porque la cuna donde lo pusieron es de pasto y pica. Los reyes magos tienen coronas de cartón y en sus bolsas traen bollos de papel de diarios viejos para hacer bulto y yo pienso que es muy oportuno regalarle noticias viejas al recién nacido hijo de dios para que vea y para que tenga, pero claro, pobre pibe, que culpa tiene si es solo una criatura inocente hasta de la inocencia misma.
En el pesebre hay animales de verdad, una vaca introvertida, cuatro gallinas, una oveja sucia que no se queda quieta, un chivo que no se aguanta las ganas de comerse la cuna del niño, un gato siamés y un perro negro como la noche que me mira con unos ojos color caramelo de miel casero, como los que solía hacer mi madre. Y me mira el perro, que está sentado con cara de circunstancias. Me mira y me explica con la mirada que esto no es un acto de fe ni una puesta en escena de poca monta, esto es real como la sidra, un pibe ha nacido y es chiquito y hay que cuidarlo, hay que quererlo, el perro lo sabe y me lo dice con la mirada y el chico llora y el perro me pide que haga algo y yo lo hago, voy y me meto y agarro al pibe bajo la mirada atónita de José, la virgen tan santa que era me agarra de un brazo y me dice Que hacés pelotudo, uno de los reyes magos, creo que era Gaspar me quiso quitar al pequeño Jesús pero no lo dejé, quizá fue un exceso pero tuve que patearlo, tampoco era necesario que le pateara la entrepierna, lo que pasa es que a veces las patadas salen así, a lo loco, y terminan en cualquier lado. La cuestión es que Gaspar terminó en el piso agarrándose las bolas y llorando mientras la oveja sucia conmovida le lamía las lágrimas. La virgen María, completamente fuera de sí, me agarró de los pelos, en ese momento mi amigo, el perro negro, se le prendió feroz de las nalgas aguantando valiente los puntapiés que le propinaba San José, a todo esto el chivo aprovechó la confusión y se morfó el pesebre propiamente dicho.
A todo esto Melchor y Baltasar habían sido presas de un ataque de risa. No podían parar los pibes.
Así las cosas hasta que sonaron dos estampidos de arma de fuego y entonces fue el silencio, el niño nos miró a todos y dijo Abrase visto tamaña insensatez, clarito lo dijo y nos dejó con la boca abierta, después nos enteramos que el padre era ventrílocuo.
Y la noche nos encontró abrazados de puro amor etílico, el espíritu del vino estará en nosotros hasta mañana cuando nos sintamos vacíos de alma, viendo con el ojo de la fisura como crece el infierno de la resaca y la lucidez.
Felices fiestas, que no sea nada.
Libertad a Seguro y a Delfina