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Colaboración

     Este relato - cuenta el autor - sale de una pregunta "pública" que le hizo un amigo de Buenos Aires y el quiso compartirlo con sus "amigos, deudores y otros turros". Por alguno de esos motivos llegó a nuestro mail. Con la debida autorización, lo ofrecemos a nuestros lectores.

El nuevo "El Cairo" y el viejo Saigo

Por Eduardo Mancilla

     Mi estimado Padre Farinelo (nick), veo que ud. me está provocando, me está tirando la lengua con sus preguntas al voleo, como quién no quiere la cosa, a sabiendas de que, no se necesita de mucho para hacerme comprometer con mis añoranzas. Pero como ud. está en Buenos Aires, voy a complacerlo, con todo respeto.

     El Cairo, está en la céntrica esquina de calles Santa Fe y Sarmiento (hasta aquí, respondo su falaz y camaleónico requerimiento).

     En el centro, Santa Fe es la calle de los bancos, está a una cuadra paralela de la peatonal Córdoba y Sarmiento la cruza, transversal, con perdón de la palabra. Un poco más al Noreste ambas calles, caen pesadamente, hacia el marrón río Paraná.

     Es una zona híper-transitada durante el día y un poco más tranquila y obscura cuando el sol descansa.

     Rodeada completamente de edificios importantes e inoportunos, porque no permiten ver más allá de sus balcones malboneros. Sus moradores, en muchos casos bajan para sumergirse en ésta nave del olvido que es el lugar que nos convoca.

     Era un bastante feo bar, estéticamente desagradable, grandes ventanales lo encerraban como para no dejar escapar el fantasma que lo recorría a cada minuto. Hacia falta extremar la visión para saber quienes estaban tomando el sagrado cafecito u otros brebajes espurios, eso habla muy mal de la higiene de los vidrios.

     Desde el año ´84 al ´87, fui todas las tardecitas a la salida del laburo, las 18,30- era la hora señalada, la hora "D". Había un público que era, como yo, el que salía de sus quehaceres laborales y gente joven que hacia tiempo antes de surfear la facultad de Humanidades y Artes a 2 leves y "smogosas" (mezcla de smog y asquerosas) cuadras de ahí.

     En ése entonces pretendía estudiar Antropología y pero mis genes militantes, no me lo permitieron, Karlitos Marx mediante.

     Por la noche, la fauna cambiaba, (como en la sabana Kenyana) ahí estaban los noctámbulos bohemios, los estudiantes, los intelectuales que se empilchaban de tal, con el sólo pretexto de levantar minas, como lo reconocían el mismísimo Alejandro Dolina y el hoy ángel Adolfo Castelo. Había siempre ambiente de buena onda, mesas con parroquianos heterogéneos, jóvenes y no tanto compartían las mismas mesas, y tal vez las mismas utopías. El Cairo era de izquierdas, no había lugar para otra cosa, aunque cuando se trata de carnaval, todos los disfraces son aceptados y se aprieta el mismo pomo.

     Durante la mañana, otro mundo, puntos de saco y corbata, señoras que bajaban de los edificios tradicionales para tomar sus desayunos en cámara lenta, ocasionales transeúntes que no congeniaban con el espíritu nocturno del lugar, haciendo trámites bancarios, actos aberrantes, para dilapidar aun más, del poco tiempo del que se disponía.

     En los alrededores de El Cairo, había, también, muchos bares de renombre, verdaderos pesos pesados, y escucha bien lo que te digo porque son todos seculares: El Savoy (debajo del malogrado Hotel del mismo nombre), La Capital, La Sede, El Olimpo, El Imperial, Capote, El Ancla, La Buena Medida, Los 20 billares.

     Una competencia feroz porque cada uno tiene y tuvo su frondosa historia y sus etapas épicas, según el paladar de la dama o el caballero.

     Hay una figura de éstos parajes, un lugar común que han hecho famoso a Rosario y esa es la "rama femenina". Hoy como ayer, para donde ud. mire viene una mina que raja la tierra, que nubla la visión, obligando al disimulado quiebre de cuello con su consecuente tortícolis en ciernes. Esto es en todos los barrios, en todas las cuadras, en todas las esquinas, para no herrarle.

     El rosarino de los bares, es un tipo chamuyero, iluso, procaz, ingenuo, fabulador, noble, utópico, a tal punto de que todos hemos participado de alguna que otra batalla memorable y eso, hay que contarlo, hay que socializarlo, el ocasional interlocutor se encargara de mitificarlo y de inventar su propio Guiness.

     No sólo El Cairo hizo leyenda en ésta comarca, en todos los barrios hay catedrales similares aunque no con el "marketing" y la dimensión mediática de éste monstruo. Mi viejo, el famoso "cabezón Valerio", siempre me hablaba, con devoción, del bar "Saigo" que llevaba el apellido japonés de sus dueños orientales, originales.

     Estaba ubicado en la ochava sudoeste de Avenida Corrientes y Avenida Pellegrini. Hoy, tristemente desaparecido junto a su vecino no menos célebre cine "Sol de Mayo", que en vez de butacas tenía sillas plegables de madera, como en los clubes de barrio, según me comentaron, es para una película de Federico Fellini o de Giuseppe Tornatore, te juro padre Farinelo, que si éstos dos tipos hubieran nacido en Rosario, hoy serían famosos porque tendrían algunas historias interesantes para describir.

     Anécdotas realmente increíbles, salían de la memoria y de los labios de mi viejo, era como un viaje a través del tiempo, el loco Angirama, Pomito, pancita Biagioli, el tuerto Pingolo, Camote, Lulú Giménez (que medía como dos metros y falleció extremadamente joven, lo conocí muy bien, era fans de Santana y Pink Floyd, una rareza), también solía frecuentar Raúl Lavié, el cantor de tangos. Muy interesante cóctel de lúmpenes, marginales y proletarios.

     Tuve la suerte de conocer el Saigo de muy chico, y tengo vagos recuerdos de él pero aun resuenan en mis oídos el sonido mágico e irreproducible del choque de marfil de las bolas de billar, donde el casin y la carambola reemplazaban a los libros y las minas de El Cairo. Los ciudadanos de El Cairo, invertían sus magras rupias en libros mientras que los "gomias" del Saigo, en artesanales tacos de madera que, irremediablemente, como mi viejo, se dejaban olvidado y desaparecían, como lo hacia el gran Houdini.

     Al parecer, las paralelas jamás se tocan, aunque al final de la noche….., y con unos vinachos encima, veremos.

     Dicen los duendes que, en las calurosas madrugadas rosarinas, el ruido del choque de las bolas, podían ser oídas, amparadas en el silencio del entorno nocturno, a seis cuadras a la redonda…….! Faaa..!!!

     El Saigo, era un bar "leproso", "ñubelista", quizás por la proximidad al parque Independencia. Era habitado por una secta integrista, fundamentalista, casi talibán, donde las mujeres sólo se asomaban para increpar a sus maridos, atascados entre los ajadísimos diarios La Tribuna, las tazas de café, los vasos de semillón, de ginebra Llave y el polvillo de tiza azul que pintaba sus manos y dedos o para buscar la ganancia de la redoblona de la tómbola de Montevideo o la Oro, por la tarde, ahí era donde paraban los que "levantaban juego", por supuesto, clandestino e ilegal, como debía ser, para poder ser aceptado.

     Ayer, las fronteras estaban más cerca del centro y más lejanas de la vida placentera y burguesa.

     Con varias capas geológicas encima, ahora sólo los une el recuerdo de lo que fue y Google.com.ar.

     Hoy renace de sus cenizas, nunca mejor dicho después del incendio, un nuevo El Cairo, un boliche del siglo XXI, coaptada por la internet y los multimedios. Los shopings y las desigualdades sociales, las nuevas mentes súper colonizadas y el fin de las utopías.

     Que será de la vida del nuevo El Cairo? por ahora, no me animo a ir. Debe ser que estoy todavía aferrado a un tiempo que fue mejor? donde había un resquicio para la esperanza y una resistencia hacia la aplastante sociedad de consumo virtual?

     Creo que no se ha escrito mucho sobre el Saigo, o más bien, nada. Sólo está en la memoria de los ya pocos sobrevivientes de esos días de gloria y victorias mínimas.

     Tal vez, los "caireanos" tengamos más prosa y más instrucción burguesa para explayarnos sobre ésos momentos, lo que nos hará, definitivamente perdurables en el tiempo y en los procesadores de texto.

     Pero los Saigueanos llevarán hasta el fin de sus días, la sencillez proletaria de esos momentos imborrables, teñidos de juventud y de necesidades materiales.

     Tal vez, estoy pensando en sentarme a tomar un cortadito con mi viejo para que me relate un poco más sobre los épicos días de EL SAIGO.

     Aguante Newell´s, que no, ni no…..!


Eduardo Mancilla

Dedicado a mi viejo



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