Cavallo, el ingenuo por Miguel Espinaco El tipo recibió variados adjetivos, es cierto. Durante un tiempo, nuestro recurrente ministro escuchó palabras que sonaban bien benévolas, algunas hasta cargadas de admiración por eso de que había domesticado la hiperinflación con su convertibilidad y porque nos llevaba en primera clase derechito al primer mundo. Pero eso duró poco. Las cosas cambiaron y enumerar la ristra de calificativos que recibe actualmente sería un trabajo bien arduo, una compilación de tamaña lista de improperios sería una tarea que solo podría encarar con cierto éxito Jorge Corona y sin duda le llevaría varios tomos y le exigiría un buen trabajo de investigación para descubrir insultos que ni siquiera él, tan desvergonzado cómico, conoce. Puede ser sí, que nadie lo haya catalogado como ingenuo y puede ser también que esa calificación resulte en realidad algo excesiva y hasta un poquito exculpatoria. Al fin y al cabo, durante la hiperinflación menemista (es raro, pero no muchos se acuerdan de que hubo una hiperinflación menemista) muchos integrantes del staff gubernamental estaban desesperados por tomar medidas urgentes, temerosos de enfrentar desórdenes como los que habían apurado la salida de Alfonsín. Cavallo no, Cavallo decía tranquilos, quédense piolas, esperen que este singular método de guerra civil haga su trabajo de zapa, esperen el momento oportuno, el límite del agotamiento, la rendición por cansancio, para que yo aparezca y cha channn, traiga las soluciones con cara de geniecillo que va a salvar al mundo. Por aquellos días, el tipo parecía tener claro que en este método de robo del trabajo ajeno llamado capitalismo siempre hace falta cierta dosis de violencia, que las palabras son útiles solamente si son las palabras del policía bueno que te ofrece un cigarrillo después que el otro te gastó bastante el cuerpo, pero en el 2001 no, en el 2001 ya se le había olvidado, parece, al punto que hoy Duhalde y Kirchner bien podrían decir qué ingenuo el pelado, mirá vos che, creer que se podían bajar masivamente los sueldos, hundir más el nivel de vida y conseguir el ansiado superávit sin abrir antes las puertas del infierno, creer que se podía sin mostrar antes el abismo para que después la realidad ésta del afano diario y repetido, terminara pareciendo casi buena. A la vejez viruela. A lo mejor las luces de la fama lo habían encandilado, o a lo mejor creyó que el apoyo que le habían dado Alfonsín, el Chacho, el Lole y tantos otros para que volviera a ser superministro, le daban el suficiente capital político para convencer a todos de "vivir con lo nuestro" que a esa altura ya era casi nada, mucho menos si se deducían antes los pagos de la deuda y las ganancias de los amigos que lo habían puesto en el poder. La explicación podría ser también que ya estaba un poco viejo para las lides de la lucha de clases - del lado de los patrones, claro - la lentitud de reflejos. O a lo mejor el tipo, de tanto escuchar hablar bien de él mismo en los Estados Unidos, terminó creyendo que sus ecuaciones eran realmente el motor de la historia, vaya uno a saber. Déficit cero significa que no tiene que aumentar la deuda nacional, ni de las provincias, debemos dejar de vivir de prestado y limitar los gastos a lo que podamos recaudar, dijo Cavallo y lo aplaudieron. Entonces, se dedicó entusiasta a aplicar un nuevo ajuste que entre otras medidas - todas antipopulares - bajaba el sueldo de los empleados públicos y de los jubilados en un patriótico doce por ciento. Creyó, seguramente, que el euro aumentaría más rápido y entonces su factor de convergencia haría su trabajo para sacarlo suavemente de la convertibilidad, con la fina elegancia de las matemáticas desplegadas en un papel cuadriculado. Creyó, seguramente, que los anuncios hechos por De la Rua en coincidencia con el día de la independencia, despertarían un fervor nacionalista a prueba de toda estupidez. Creyó que las palabras tiernas alcanzarían -me daría su cartera señora por favor - creyó que iba poder convencer al asaltado así, a mano desarmada. Duhalde y Kirchner lo hicieron Desde su regreso al Ministerio de Economía hasta el corralito, el efímero renacer del Doctor Cavallo duró bien poco. Las palabras no alcanzaron para frenar el enojo popular y él, que había disputado con Menem la paternidad de la criatura que en los noventa habían dado a luz, tuvo que hacer mutis por el foro junto a su nuevo jefe, De la Rua. La bronca talló el que se vayan todos, pero no fue suficiente para construir una puerta de salida diferente. Con un fondo de imágenes de caos y de cadáveres en la Plaza de Mayo, barnizadas por el primer plano de un coreano que tuvo su minuto de fama llorando frente a su negocio devastado por los saqueos, con música de oportunistas lamentos cacareados por los mismos que habían aplaudido al pelado ministro y a sus respectivos jefes pero que ahora lloraban lágrimas de cocodrilo sobre las cenizas y afirmaban sin pudor que el uno a uno había sido puro engaño, hubo quienes dijeron quédense piolas, dejen que este singular método de guerra civil haga su trabajo de zapa. Para subrayar el tenor de las palabras dejaron dos muertos más en el puente Pueyrredón y después Kirchner - que asumió cuidadoso y con guantes de seda - pidió un Blumberg a la derecha por favor, para hacer lugar a su represión a puro procesamiento y a pura cárcel para los protestones. Con paciencia y saliva reconstruyeron lo que había tambaleado, pero no lo hicieron sólo de nostálgicos, lo hicieron para aplicar el ajuste que Cavallo quiso pero no pudo, el robo que aquel pelado ingenuo imaginó posible con buenos modales. Ahora, mientras las tapas de los diarios hablan de los éxitos económicos del gobierno de Kirchner, las páginas interiores cuentan la verdadera historia: el éxito de ellos es tu fracaso, el superávit que lograron es tu déficit. El cuadro y el gráfico que están ahí, están hechos por el mismísimo ministerio de economía de don Lavagna. Apareció en el Clarín Económico en un artículo firmado por Ismael Bermúdez titulado un sueño ortodoxo que se convirtió en realidad. La nota cuenta que se puede apreciar que la contribución al superávit se debió en mayor medida por el ajuste en las erogaciones, o sea que la guita no se junta porque el país gane más, sino porque vos ganás menos. Fijate en el cuadro que está acá a la derecha y hagamos un par de cuentas juntos, intentemos desagregar esos datos que están mostrados en moneda constante, así que ahí la inflación no juega, es como si habláramos de toneladas de soja, digamos, ahora que está de moda. Si vos tomás los dos primeros ítems - remuneraciones y seguridad social - que son los más directamente ligados al nivel de vida, notarás que los muchachos lograron gastar 27.536 millones de mangos menos en el 2003 que en el 2001. Con esa plata, les alcanzó y les sobró para dar a luz el superávit que mejoró - hacé la cuenta - 24.676 millones. Una más y no jodemos más: ¿calculaste el porcentaje? Sí, el gasto - tu ingreso - fue reducido en algo así como un 37%, mucho más que aquel 12 % que pretendió el ingenuo Dominguito, hombre grande, che, que pensaba que se podía robar así, a mano desarmada, que ciertamente merece todos los epítetos que escribiría Corona en los varios tomos de nuestro imaginado libro pero que también merece el de ingenuo con el que deben señalarlo Duhalde y Kirchner, cada vez que se encuentran para repartir las figuritas. ![]() Opiná sobre este tema |
![]() ![]() ![]() |
|||
|