A Dios rogando y con el mazo dando

por Javier González

Otra más y van...

La Iglesia Católica de la restauración, la que tendremos que seguir soportando por lo menos durante un largo rato durante este tercer milenio, parece haber forjado su identidad en las fraguas de la dictadura militar y en el "desinteresado" aporte del Opus Dei.

Lejos está esta Iglesia de aquella que en los 70 diera sus mejores hijos. Hoy no hay Mujicas, ni Angelellis, ni Zazpes, ni Catenas.

Quienes hoy son sus figuras no llegan ni por asomo a expresar otro pensamiento que no sea aquello relacionado con mantener sus privilegios, negocios turbios y a sostener a arzobispos toquetones.

Ideológicamente, y como generalmente ocurre, se acomodan con quién manda y para el lado que sopla el viento. Hoy acompañan la restauración católica del neoliberal Karol Wojtyla y del Opus Dei.

Escandalizados, sus seguidores, grises fieles del apocalipsis, salen a "combatir" todas aquellas expresiones que contradicen o parezcan contradecir sus dogmas, recurriendo a la amenaza o la violencia directa contra personas y obras de arte, o poniendo a sus bufetes de adinerados abogados y corruptos jueces al servicio de la censura inquisitorial.

Seguramente que el cristianismo es mucho más que la aborrecible imagen que desde hace 400 o 500 años, nos ha dejado el Santo Oficio.

Corneliuis Castoriadis se preguntaba en "La institución imaginaria de la sociedad": "¿Quién osaría pretender hoy en día que el verdadero y el único sentido del cristianismo es el que restituye una lectura depurada de los evangelios, y que la realidad social y la práctica histórica, dos veces milenaria de las iglesias y de la cristiandad, no pueden enseñarnos nada esencial sobre el tema?"

¿Qué quería decir con esto?

"...que la significación de una teoría no puede ser comprendida independientemente de la práctica histórica y social a la que corresponde, en la que se prolonga o que sirve para recubrirla."

Querer reducir el cristianismo a lo que los evangelios dicen que hizo o dijo Jesucristo es pretender negar las contradicciones entre la teoría y la historia real, haciendo de cuenta que esta no existe o que sólo se trata de errores que se solucionan 500 años después con un pedido de perdón papal.

Este mecanismo y el acendrado autoritarismo papal y del Opus Dei, lejos de reafirmar el cristianismo de valerosos varones y mujeres que enaltecieron sus firmes convicciones, echa un manto de tinieblas sobre la sociedad, combatiendo y censurando lo diferente, afirmando día a día la cara más terrorífica que nos puede mostrar el cristianismo.

No hay movimientos sociales ni teorías y doctrinas puras, porque no se trata de dioses que mantienen incólume sus posturas amparados en la inmutable eternidad de sus esencias.

Es de esperar entonces, que al interior del mismo catolicismo, la inmensa mayoría de su pueblo se anime a contradecir el espíritu que hoy reina y pretende afirmarse, aquel que condena, censura, amenaza; aquel que se viste con el suntuoso ropaje de sus privilegios y bendice las armas con las que se construye este presente-futuro tan oscuro, al que bien podría caberle la sentencia de Descartes: "palacio muy soberbio y magnífico, pero construido sobre barro y arena".

En el palacio se regodean los inquisidores planificando las conquistas de nuevos privilegios, mientras que en barro y arena se transforman los sueños de millones de jóvenes despreciados por el sistema.

Contradecir la lógica del pensamiento hegemónico a la vez que se construye. Porque no hay teoría que se ejecute cual recetario médico o manual del buen revolucionario.

Toda cosmovisión, toda concepción general del hombre y el universo, como bien decía el filósofo italiano Antonio Labriola, debe necesariamente ser crítica de su sociedad y transformarse también en programa de acción para superarla.

Contradecir esta suerte de neo-inquisición de obispos-scilingos que parecen prometer nuevos vuelos de la muerte, es la condición que deberá cumplir el catolicismo y más extensivamente el cristianismo, para superar el estado de cosas y evitar su cristalización como fundamentalismo religioso.

Todo aquello que parecen aborrecer en el pensamiento religioso oriental y que sin embargo construyen día a día muchas de sus cabezas más visibles, opinando, promoviendo o simplemente con un silencio cómplice.



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