La unidad

por Javier González

Hace casi 32 años, Héctor Cámpora ganaba las elecciones.

Miles de jóvenes se entusiasmaban con las perspectivas revolucionarias y millones de trabajadores se ilusionaban con las perspectivas de cambio y con la posibilidad del retorno de un Perón idealizado.

Por aquellos días Salvador Allende enfrentaba sus últimas horas de gobierno y de vida en Chile.

En Perú, el nacionalismo popular de Velasco Alvarado se iba apagando.

En Uruguay, Bordaberry disolvía el parlamento inaugurando la serie de dictaduras militares que cubriría de sangre el continente.

Y Cuba lentamente abandonaba el ímpetu revolucionario de sus comienzos y la idea de extender la revolución más allá de sus fronteras.

Por aquellos años el imperialismo norteamericano hegemonizaba la región y la Unión Soviética encabezaba el eje del mal.

América Latina y más extensamente todo el tercer mundo era la gran promesa, el eslabón más débil de la cadena, el eslabón que seguramente se rompería dando lugar a revoluciones más o menos populares, más o menos socialistas.

Eran épocas en las cuales "liberación o dependencia" se presentaba como la contradicción principal, la contradicción a superar para construir la patria grande que soñaron San Martín y Bolívar.

Para los sostenedores de ese pensamiento, la liberación era entendida, obviamente, como la ruptura de la dependencia mediante la construcción de un capitalismo nacional para algunos o del socialismo nacional para otros.

Tanto en uno como en otro proyecto jugaban un rol fundamental la burguesía nacional -los capitalistas argentinos- y el partido que tenía la mayor adhesión popular: el peronismo bajo el fuerte liderazgo del general.

Pero los capitalistas argentinos hicieron otra elección: el enriquecimiento vertiginoso a costa del endeudamiento brutal del país.

Y el General también hizo su elección, porque su famoso péndulo, que se recostaba a veces en la izquierda y otras en la derecha, agotó su movimiento como la vida del General sus días, y los sueños de la izquierda peronista de liberación y socialismo nacional quedaron convertidos en frustración y sangre de sus militantes.

El General eligió y el peronismo se consolidó como el garante de los privilegios de la clase dominante.

32 años después de Cámpora la realidad es diferente.

¿Pero que pasa con los sueños y expectativas del progresismo?

En 2005 el imperialismo norteamericano sigue hegemonizando la región y el fantasma del comunismo ya no recorre el mundo.

Un socialista gobierna Chile, pero su socialismo está muy lejos de ser el de Salvador Allende.

Chávez lleva adelante su revolución bolivariana en Venezuela y Kirchner y Lula completan el trío, la gran promesa de construcción de un bloque que lidere los sueños de unidad latinoamericana.

América Latina ha dejado de ser la gran promesa de futuro para convertirse en un territorio empobrecido hasta el hartazgo.

Mientras tanto, en Uruguay, el Frente Amplio con Tabaré Vázquez a la cabeza, llega por primera vez al gobierno rompiendo con el tradicional bipartidismo.

El triunfo del uruguayo hace hablar a todas las empresas dueñas de los medios de comunicación masivos. La izquierda uruguaya está en el gobierno, dicen, al igual que la brasileña con Lula y la centro-izquierda con Kirchner en Argentina.

Despejemos sueños.

Tabaré Vázquez, al igual que Lula en Brasil, llega para asegurar la continuidad institucional, comprometiéndose fuertemente para mantener el status quo.

Dicho en criollo, manteniendo la ortodoxia económica que posibilita una América Latina desigual y empobrecida.

Las burguesías nacionales no tienen en su horizonte la construcción de proyecto común alguno.

No están pensando en perspectivas de integración estratégica o en dejar de ganar tanto para que por lo menos algunos abandonen una existencia de miseria y degradación.

Por esto Kirchner, Lula, Lagos y ahora Vázquez no elaboran estrategias comunes, no piensan en la famosa "unidad latinoamericana".

Porque más allá de los matices entre uno y otro, más allá de alguna operación de maquillaje para mostrar una cara irreal o más allá de algún acierto; los intereses que representan son los de la clase dominante.

De todos los presidentes que reivindican -por lo menos en palabras- un anti-neoliberalismo, sólo Chávez ha propuesto algunas iniciativas de integración regional que hasta el momento no han recibido mayores comentarios por parte de sus colegas.

Pero la propuesta de asociación de las petroleras en un ente común, la conformación de un Banco Regional y la constitución de un mercado común, no son sino sólo un paso adelante para la integración de los negocios de los capitalistas de la región.

¿Cuál es el espacio, entonces, de las masas explotadas en esa declamada "unidad latinoamericana"?

Es evidente que no puede buscarse en los partidos que sostienen el régimen, más allá del apoyo popular con que cuentan.

Depositar las esperanzas en un Kirchner, Lula o en Vázquez, es actuar pasivamente con la lógica de que tiene que venir un salvador a solucionarnos los problemas. Es pensar que la solución a los problemas tiene que venir de arriba. Es pensar que el capitalismo por sí solo y gracias al buen corazón y renunciamiento de los capitalistas va a solucionar sus propias contradicciones.

Cuando los trabajadores latinoamericanos depositan sus esperanzas es porque en el fondo no creen en su propia capacidad de organización y de transformación de sus condiciones de existencia.

Los gobiernos de Kirchner, Lula y Vázquez, no son gobiernos de izquierda si por izquierda entendemos la lucha por un salto cualitativo en las condiciones de vida de las clases explotadas, es decir la lucha por el socialismo.

Y el socialismo no tiene nada que ver con esa imagen distorsionada de sociedades controladas por un estado omnipresente.

En resumen, los nuevos gobiernos latinoamericanos si bien son críticos y en cierta medida consecuencia del neoliberalismo, no expresan en realidad más que la continuidad de los regímenes anteriores, protectores de los privilegios empresariales y en los cuales los trabajadores no tienen acceso al poder.

Para la izquierda latinoamericana será necesario, entonces, reconstruir un proyecto político en el cual la participación y la movilización popular garanticen que la mentada unidad latinoamericana sea mucho más que una unidad de negocios para los capitalistas.



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