Colaboración Eduardo ya es un colaborador recurrente de esta revista. En esta nota nos cuenta algunas anécdotas de la colimba que le tocó realizar durante los años de plomo, aprovechando que "con el paso del tiempo uno lo mira de otra forma, las cosas malas quedan como hechos anecdóticos, lejanos, hasta olvidables". Pero siguen ahí, dando vueltas en algún lugar de la cabeza. Telésforo por Eduardo Mancilla Ni loco se vuelve para atrás con esa farsa. En carne propia me di cuenta que los milicos la usan como terapia. El mando, la superioridad, mi señor, mi cabo, que cosa nefasta y retrógrada. Como en general tuve variadas experiencias, en ese momento muy jodidas tal como las tomaba a los 18 años, con el paso del tiempo uno lo mira de otra forma, las cosas malas quedan como hechos anecdóticos, lejanos, hasta olvidables. De nombres y apellidos, ni hablar. Durante mucho tiempo lo borré de mi cabeza. Como les conté en otro posteo, hice la colimba en la base Naval de Puerto Belgrano, cerca de Bahía Blanca, Batallón Seguridad de la Policía Militar, Infantería de Marinería. Años de plomo. (me acuerdo y se me endurecen los dedos) Para qué les voy a comentar las peripecias que pasé para tratar de llevarla lo mejor posible en un ámbito totalmente ajeno a mis ideas y a mi idiosincrasia. Como los más jovatos sabrán, en marina se entra por camadas, la mía, la de Rosario y zona, fue la tercera. Atrás nuestro entraron, salteños, misioneros, santafesinos, porteños, marplatenses, rionegrinos, etc. cada mes entraba una tanda de lugares distintos. Gente de todas partes, de las ciudades grandes y chicas, de los pueblos, de los barrios, del centro, del campo, del desierto, de la selva, lo que se dice una población heterogénea. Había pibes de Misiones que hablaban dificultosamente el castellano, por supuesto, todo el mundo se burlaba de su portuñol y automáticamente quedaban excluidos del ghetto mayor y pasaban al ghetto del autoexilio. Como venia egresado de una escuela técnica (me recibí de electrotécnico), con el tiempo me acomodé como "electricista del batallón", todo un título. Con el correr de los días me daba cuenta que había colimbas que eran intocables. Los cocineros del casino de oficiales, los enfermeros, algunos choferes, los de comunicaciones y ...... "los electricistas". Dormíamos en el edificio central en la "compañía de servicios" las demás compañías tenían patéticos nombres yankis, la Charlie, la Golf, etc. Evidentemente a los milicos le gustaban las películas de guerra de Hollywood y jugaban con ésos códigos. Uno de los muchachos llegados de Corrientes, se llamaba de nombre Telésforo. Un flaco alto, desgarbado, muy introvertido y con cara de haber sufrido, su rostro denunciaba mas edad de la que realmente tenia. Había nacido un 5 de Enero, igual que yo. Era uno de los típicos tipos para tomar de punto, se comía todas las guardias, las imaginarias, el lavado de baños con "su" cepillo de dientes que, naturalmente, a juzgar por su dentadura, jamás uso, etc. Hasta llegue a pensar que era el primero que había visto en su vida. Cierta tarde de domingo, dando vueltas al pedo por los amplios espacios del batallón, me lo encuentro sentado, sólo, cerca del basurero, mas conocido como "la chanchera". Por esas cosas que uno no se explica, pero las hace, me acerco en actitud amistosa (sólo comprendida por mí y no por él), noto al instante la incomodidad del maltratado. Me siento a su lado y automáticamente se corre un poco, "tranquilo" le digo, y me quedé unos segundos sin decir palabra, en seguida tomé un poco de coraje, por lo descolgado de la pregunta que hace tiempo le quería hacer: "por qué te pusieron Telésforo?" El flaco se saca de la boca un yuyito que estaba mascando, me mira con cara de ver la lluvia caer y me dice: "me lo puso mi papá, por un almanaque que había en el almacén del pueblo". Acto seguido, se levanta, me saluda como si hubiéramos estado charlando de fútbol toda la tarde y se va con rumbo desconocido. Seguramente a otro lugar mas cómodo, para seguir compartiendo con su soledad y sus recuerdos de SU "Corrientes porá", tan lejano. A partir de esa tarde me empezó a saludar todo los días. Una vez por semana, en las formaciones antes del almuerzo se estilaba entregar la correspondencia, eso era para el grueso de los colimbas, "los capos como yo", las recibíamos cuando llegaban. A los pocos días del acontecimiento que les conté sobre Telésforo, se me acerca con unos papeles en la mano, me dice sin pedirme "por favor", se entiende: "Leéme estas cartas". Eran 3, con fechas de hacia muchos días, el flaco no sabia leer pero estaban manoseadas como si esperara que ellas hablaran y lo liberaran de su martirio. Dos eran de un hermano mayor, casado, el único de los 8 hermanos que no vivía con los padres. Contaba cosas triviales de familia, de cada uno de sus hermanos. No recuerdo la cantidad de veces que las re leí, con mucha dificultad porque la letra era calamitosa y los errores de ortografía son fáciles de imaginar. La otra era de una novia, pero le dio poca importancia. En las cartas de la familia, el hermano le contaba sobre la enfermedad de la madre, se notaba que era algo grave pero traté de disimularlo, no sé porqué. No recuerdo que mes corría pero sé que hacia mucho calor, me llego a la guardia por algo, y escucho a un suboficial comentando sobre un llamado que había recibido hacia dos días de Corrientes diciendo que la madre de tal y tal, había fallecido, era la mamá de Telésforo. Los muy guachos, ignorantes, no le habían avisado. Como me habían visto varias veces charlando con él, me pidieron si le podía avisar. No me pude negar, no les voy a contar el momento que pasé con éste flaco. Los días subsiguientes lo veo en el batallón deambulando, un día le pregunto si no pensaba viajar a Corrientes a ver a su familia, dado que la marina le pagaba el pasaje de ida y vuelta. El se negó a ir, "Acá, cómo todos los días" me espetó sin anestesia. En la misma charla, y como un bollo en la jeta tras otro me dice: "Necesito que me enseñes a leer". "Seguro", le respondo. Y de ahí a charlar con un Cabo de San Luis, no me acuerdo el nombre, bastante potable el tipo, habrán pasado cinco minutos. Golpeo la habitación del cabo, me atiende con gran desdén y le comento la petición de Telésforo. Pareciera como que le hubiera dicho que tenia la cura para la enfermedad mas temible, se le iluminaron los ojos y me dice: "Cómo no, y acá tenés otro alumno". Al cabo de unos días y con las burocráticas gestiones realizadas y aceptadas, comienzo las clases con 7 alumnos. Que me cuentan? fui un maestro..... Desde luego que no tengo ni la menor idea que fue de la vida de Telésforo, lo que sí recuerdo es ver como sujetaba tembloroso el libro de G. Márquez "Cien años de soledad" que fue el primer texto que pudo leer solito y sin ayuda. ![]() Opiná sobre este tema |
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