Tomando carrera

por Miguel Espinaco

La noticia desnuda aparece confusa.

Hace algún tiempo, en algún noticiero, te contaron que el primer ministro israelí Ariel Sharon era el malo de la película, que una de sus maldades más publicitadas era la decisión de construir un muro en Cisjordania criticado por la mayor parte de la llamada comunidad internacional y repudiado masivamente por los pueblos del mundo.

Hoy, el mismo noticiero te lo muestra a Sharon dirigiendo a su ejército y a su policía en el operativo desmonte de las colonias judías en Gaza y de algunas en Cisjordania, y te muestra a los colonos que se niegan a irse a pesar de las indemnizaciones que reciben, a los colonos puestos por la imagen así - sin más ni más - como los malos tipos que se oponen a la necesidades de la paz que ahora corporizaría el hasta ayer belicoso Sharon.

Como en los números de magia nada es lo que parece. Ni bien uno revisa un poco lo que el noticiero no dice o lo que pone en segundo plano para que no se note tanto, ve que Sharon sigue siendo el jefe del estado gendarme de Israel, que el que pueblo israelí sigue siendo manipulado como masa de maniobras contra el pueblo palestino y que los palestinos bien harían en no ilusionarse demasiado porque Sharon retrocede nada más que para tomar carrera.

Una fuerza de ocupación civil

El Parlamento israelí aprobó en octubre de 2004 el llamado plan de desconexión que se lleva adelante actualmente y que consiste en la evacuación de unos ocho mil quinientos colonos de veintiún asentamientos judíos en Gaza y algunos centenares más en cuatro asentamientos de Cisjordania y en la retirada del ejército de Israel de la zona evacuada.

La Franja de Gaza es una estrecha franja de tierra en el sudoeste de Palestina en la que vivían los prósperos colonos judíos rodeados de un millón trescientos mil empobrecidos palestinos, la mayoría ellos refugiados expulsados de sus casas que antes quedaban en la actual Israel. Se trata de una de las zonas con más alta densidad de población del mundo, en la que los palestinos viven obviamente amontonados.

Desde 1967, veintiséis asentamientos de colonos israelíes han sido construidos allí, a lo que habría que añadir las distintas instalaciones militares e industriales de Israel en el interior de la Franja. Sharon - el ahora supuesto pacifista - tuvo mucho que ver con ello.

En 1988, cuando era ministro de Asuntos Exteriores, era conocido como padre del movimiento de colonos. Instaba a los colonos judíos a "apoderarse de las cimas de las colinas" y a "tomar posesión de las tierras".

Siendo ministro de Construcción y Vivienda entre 1990 y 1992, Sharon puso en funcionamiento la campaña de absorción de nuevos inmigrantes judíos de la antigua Unión Soviética. Para acomodar a los recién llegados, aprobó la creación de cientos de nuevas unidades de asentamiento en los territorios ocupados.

Los gobiernos de los que fue parte, ofrecían facilidades fiscales y ayudas para familias con hijos para que a los ciudadanos israelíes les conviniera más irse a los asentamientos que quedarse en Israel.

Los asentamientos ilegales no han sido entonces para nada, una tendencia demográfica que tenga que ver con flujos naturales migratorios, han sido movimientos militares que han venido siendo promovidos por Israel - y por Sharon como uno de sus artífices principales - como parte de una política de hechos consumados, que los sirvieron y servirán para el objetivo de posicionarse mejor en las negociaciones: primero se ocupa el territorio alentando los asentamientos y después se discute de quién es.

Ahora, después que los impulsó a hacer sus casas allí, los echa. Pero la idea que lo mueve tampoco es la paz.

Juegos de guerra

La estrategia actual, llamada plan de desconexión, es apenas un movimiento táctico del mismo Sharon, otro juego de guerra del mismo señor que fuera el padre de los asentamientos judíos. Se trata apenas de entregar algo para avanzar en lo más importante.

Cuando el jefe del Gobierno israelí impulsó - hace más de un año - la retirada de Gaza donde viven ocho mil quinientos colonos, ya había hecho sus cuentas. Así sería más fácil - pensó - mantener las colonias de Cisjordania, donde viven la mayor parte de los doscientos cuarenta mil colonos dentro de los territorios llamados a integrar un eventual estado palestino.

Con una mano da algo y con la otra quita mucho, o por lo menos eso intenta. La retirada de Gaza fortalece - al hacerlo aparecer ante el mundo como alguien que hace esfuerzos por la paz - su posición de convertir en innegociable a Cisjordania, tierra en la que luce el más moderno muro de la vergüenza.

Es cierto que Sharon dejó trascender que podría retirarse de más asentamientos en Cisjordania, pero ya advirtió que preservará las principales colonias judías. Hablando a un grupo de residentes de Maaleh Adumim, el mayor asentamiento judío en Cisjordania, les explicó que sus hogares "continuarán creciendo como parte de Israel, por toda la eternidad" y mencionó a otras varias colonias en Cisjordania para asegurar que "son lugares que continuarán bajo el control de Israel y continuarán fortaleciéndose y desarrollándose".

Pero el plan de Sharon no es ni mucho menos mantener la posición actual en Cisjordania, la política de hechos consumados seguirá adelante a toda vela en ese territorio ocupado. Mientras los noticieros del mundo muestran a los soldados israelíes expulsando por cuenta de Sharon a los mismos colonos que Sharon había instalado años antes, Israel anuncia que planea construir 3.650 nuevas viviendas en Cisjordania con el objetivo de unir el asentamiento de Maaleh Adumim con Jerusalén y la frontera con Israel, como parte de un plan que - según fuentes gubernamentales israelíes - nace de una iniciativa bajo la supervisión personal, precisamente, del primer ministro Ariel Sharon.

Y el asentamiento de Maaleh Adumin no sería el único en expandirse. También se ampliarán - según explicaba una nota del diario Clarín de marzo de este año - los asentamientos de Ariel y el de Gush Etzion, al sur de Jerusalén.

Un estado, dos estados, un estado y medio

El Estado de Israel fue creado por decisión de las Naciones Unidas, en un lugar poblado. Como se trataba de un estado confesional judío, la mayoría palestina debía ser sacada del medio y eso fue lo que ocurrió.

Sin tan buenos modos como los que se vieron en Gaza, los palestinos fueron echados de sus casas en dos oleadas: la primera en 1948, año en que las cifras hablan de casi un millón de desplazados y la segunda - en el que ese número fue más que triplicado - a partir de 1967. Había que echarlos - como ya señalara en esta misma revista en la nota El ghetto más grande - porque más allá de la charlatanería democrática, el estado de Israel fue pensado como un estado confesional y por ende, como un estado racista. Si se hubiera simplemente sumado la nueva población judía a los residentes palestinos o si se permitiera el derecho al retorno de los expulsados, ese carácter confesional no habría podido mantenerse simplemente porque la mayoría sería no judía.

La idea de terminar con el estado racista - para instalar un único estado laico en el que convivan palestinos y judíos sobre una base democrática - ha ido desdibujándose a golpes de disciplinamiento provocados por el ejército israelí, al tiempo que el plan imperial ha intentado montar una dirección nacional palestina funcional a las nuevas ideologías de dos estados con fronteras seguras. Bush ha puesto en primer plano su hoja de ruta que se basa en esta perspectiva, y por estos días ha festejado la movida de Sharon con la misma cantinela: "mi visión de futuro y mi esperanza es que algún día veremos dos estados democráticos viviendo juntos y en paz", dijo el democrático y pacifista presidente norteamericano.

Pero la nueva promesa de construir un estado palestino que conviva pacíficamente con su vecino judío se parece demasiado a un callejón sin salida. Por un lado, Israel no consentiría nunca el derecho al retorno consignado en la resolución 194 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, lo cual se convierte en un obstáculo insalvable. Por otra parte, Israel no parece dispuesta ni siquiera a ceder los territorios que conformarían ese segundo estado, el estado palestino, con lo cual lo de los dos estados parece convertirse rápidamente en un estado y fracción, con suerte en un estado y medio.

Mientras Sharon muestra su "buena voluntad" ante el mundo evacuando un puñado de colonias, promete que no moverá un dedo de Cisjordania, al tiempo que sus militares inician los aprestos bélicos: altos mandos israelíes - cuentan las informaciones periodísticas - prevén una casi inminente reanudación de los ataques palestinos contra Israel después de la evacuación de civiles de los asentamientos judíos en la franja de Gaza. "Con el tiempo, una parte de las organizaciones terroristas volverán al modo de ataque, también en la franja de Gaza. La calma no significa que las fuerzas de seguridad tengan el control de la situación", explicó seguro de que sus servicios serán requeridos, el jefe de los servicios secretos Yuval Diskin, en una comparecencia ante el Consejo de Ministros.

Apuestan por un lado, a que el lider palestino Mahmoud Abbas (Abu Mazen) convenza a su pueblo de que esta retirada parcial es un gran avance y que conviene no alborotar demasiado el avispero, pero saben que la maniobra no les servirá por mucho tiempo. "Gaza no es Palestina", declaraba un portavoz del brazo armado de Hamas en una conferencia de prensa en Gaza, rodeado de militantes armados con lanzacohetes, "buscaremos liberar a Jerusalén y Cisjordania mediante la resistencia con la que la franja de Gaza fue liberada".

Es cierto que desde un punto de vista, el hecho podría considerarse un avance. Más allá de lo que signifique en concreto la evacuación de unos miles de colonos de un territorio hacinado y bastante pobre, la retirada marca una ruptura con los preceptos filosóficos y religiosos más recalcitrantes de la ortodoxia judía y sus delirios sobre la famosa tierra prometida. Los festejos del pueblo palestino y el aval esperanzado de la mayoría de la población israelí, se apoyan en este evidente hecho.

Sin embargo, conviene no perder de vista que en manos de gente como Sharon, hasta este mínimo avance promete en convertirse en pan para hoy y hambre para mañana. Hasta el mismo nombre del plan - desconexión - anticipa el mantenimiento y reforzamiento de fronteras hechas de muros o de soldados armados hasta los dientes.

Así las cosas, Gaza no dejará de ser "el mayor campo de concentración que jamás haya existido", como dijera hace ya algún tiempo Baruch Kimmerling, sociólogo de la Universidad Hebrea. Un campo de concentración de los expulsados de sus posesiones, de los enviados a la pobreza y al hacinamiento para hacerle lugar al estado confesional judío en el que los seres humanos de otras religiones no pueden - por definición - tener lugar.

Así las cosas, Cisjordania promete convertirse en el próximo territorio de disputas, ahora que la manipulación de sectores del pueblo israelí ha ampliado la base social del odio antipalestino, siempre necesario para las próximas guerras que, seguramente, impulsará Sharon.



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